Madrigal para el fin de los tiempos (poema en forma de ensayo)
Hace miles y miles de millones de años, en algún lugar del tiempo y el espacio, ubicuos e intangibles, una partícula infinitamente comprimida inició su inexorable expansión temporal e ilimitada, de tal manera que aún no comprendemos cómo la eternidad y el infinito siguen tejiendo eternidad y espacio capaz de hacer posible lo imposible: que el Todo se contenga en otro Todo.
Estrellas y galaxias se fueron sucediendo, muriendo y renaciendo: metamorfoseando. En un instante pleno de esa metamorfosis brotó mágicamente lo que llamamos vida; y milenios después, sobre una roca errante yerma y deslavazada, surgió esa ambigüedad que se piensa a sí misma y que llamamos hombre.
¿Qué genes naturales iba a heredar tal ser
sino los de sus padres, la atávica violencia
entre el caos y el cosmos: el eros contra el tánatos?
Doliente y azotado por la naturaleza, sobrevivió al dolor, padeció el desamparo, sufrió la indefensión del glaciar de la noche. Incluso cuando un día le nació la conciencia como un órgano más, inesperado y frágil, soportó el sufrimiento de saber, de improviso, que su vida era solo un camino a la muerte.
Propuso resiliencias, creó mediante el arte espejos de sí mismo: estatuas, lienzos, verbo -única munición contra la muerte- para salvar su identidad, y legar su experiencia como un breve sosiego a cuantos aún naciesen y fueran masacrados en cuanto conocieran la condición mortal de la existencia.
También yo soy sufriente de ese estigma
y buscador de adargas que me amparen.
Y, de súbito, siento que es posible pensar estableciendo una premisa tan absurda, tan lúcida y remota como la del origen primigenio: si la vida surgió de un ente mínimo que se autogeneraba inmortalmente,
y toda consecuencia es una causa, ¿por qué no completar el silogismo de la lógica absurda concluyendo que la muerte es también una partícula inmensurablemente comprimida, -o un agujero negro redentor- que inicia su expansión a otro universo y conduce la vida a otra existencia?
Ama el hombre la música porque la sangre es ritmo. Todo en él es galope pausado, o trote fiero. Su cuerpo es el primer instrumento que pulsa: las manos y los pies danzan, el corazón cabalga. El silencio y el ruido son las manos que esculpen la historia del espíritu, su trabazón de hechos seminales de todos, la hímnica voluntad de construir la dicha para que el hombre vuelva al edén, a aquel útero de galaxias y amniosis primigenias. Escucha el violoncelo, el canon genital de las estrellas: hunde el vértigo en tu carne, permítele que fluya: no hay otro manantial más cósmico, más místico, más álamo.
Innumerable es la relación de obras que ha producido el hombre. Sin embargo, vencidas las dificultades para sobrevivir físicamente, cuántas de esas obras han ocultado las verdaderamente trascendentes para la supervivencia del hombre interior, su entidad humana, la nobleza de espíritu de la humanidad. Unas veces porque el materialismo se ha impuesto sobre todas las cosas; otras porque la mediocridad de la muchedumbre ha suplantado la sensibilidad inteligente del individuo fugitivo del mundanal bullicio. Cuántos Salieri han derribado -efímeramente- a Mozart; cuántos Wellington a Napoleón, cuántas circunstancias a esencias ... Sigue vigente el dístico, tantas veces recordado, de Cantero: El mundo cabe en un verso; pero ¿quién sabe escribirlo?
Sacando factor común de la intrahistoria, puede concluirse que el de la Humanidad es la mediocridad intelectual -"sentipensamiental"- y que, por ello, nadie es profeta en su tiempo. Lo cual no le importa al creador a la hora de crear, aunque sí le duele a la hora de saber que su esfuerzo jamás tendrá un reconocimiento en vida, mientras que los avellanedas, solo por existir y darle al necio lo que es del necio, encuentran hueco en la memoria cervantina.
Esa poética ausente de trascendencia y robadora de verdaderas verdades es la que pretenden negar estas prosas disfrazadas de poemas, que aquí dejo para que el lector las tenga en cuenta ante cualquier lectura: su autor -o autores- es uno más de esos que la historia ignora, cosa que me parece bien en este caso, porque rechazó cinco veces el Nobel y se extranjerizó de todas partes.
B)
La historia de aquestos versos a relataros renuncio. El primer poema, ya se ve: no es un soneto; y el segundo, también se ve que es un soneto anafórico del "no", raris y feldespato, burlador de los neologistas a ultranza y los excéntricos plumíferos. Poéticas y antipoéticas son al mismísimo tempora o mores.
LoshermanosSeudónimo y Apócrifo-norte del Feudo Crevillentino-, como los Argensola, escribieron más al alimón que por sí solos, siendo difícil, o improbable, saber qué texto es de cuatro manos o de dos -de una de las cuatro, quiero decir-. Unos estudiosos dicen que son oriundos de aquí y otros que de allá. Incluso hay quienes afirman que soy yo mismo quien ha pergeñado tamaños escorbutos; pero, como testigo de cargo, diré rotundamente que mi palabra es tan válida como la de los demás incausados: y declaro que si fueran míos, serían peores; y que no soy mi alterego; y que, en todo caso, él lo sería de mí. Ítem más: digo que qué más da -que de qué sirve la erudición sobre nacencia, culturencia, blibliografencia...-, si al final incluso el autor es solo una circunstancia del poema.
1)
El ripio trascendente Pregúntese el lector de este poema si al leerlo halla en él su autorretrato, un destello en la sombra, un veredicto a la interrogación de la existencia; o si, por el contrario, sus palabras son hijas de un ludópata verbal que nada tiene que decir y dice menudencias, astucias, abalorios. Ese es el historial de la escritura y de todas las artes: la engañosa relación entre esencia y circunstancia. Nada dice el poeta que se olvida de escribir desde el hombre y para el hombre. Hallar la identidad: esa es la meta. Primero, una verdad inextinguible; y después la belleza que la dicta. Asedios a la luz son las palabras: manantiales, lumínica estrategia.
2)
Altas odas y plúmbeas cimitarras...
No géiseres de insomne verborrea escribas complaciente y complacido: babeles son de plumas sin sentido, estupros de la orgía farisea.
No promiscues la frágil panacea que es la escritura -para el hombre herido- con estrategias que son solo un ruido provocador de infausta cefalea.
No es radiante inventar cualquier lenguaje sin carripochear con glosolalias la mandoblez del tuétano sombrío.
No meliflues el probo vasallaje del lector enmismado en ecolalias, ¡oh tú, necio juglar misantropío!
Directora de teatro y difusora de Miguel Hernández, Manuela García Gómez se ha adentrado en la escritura poética desde un nudismo verbal que le permite sajar su corazón para mostrar sus sentimientos al margen de cánones establecidos y sin -por ahora- necesidad ni voluntad de hacer carrera literaria. Hay un cierto adanismo en su expresión y una ajenidad de lo establecido.
En la siguiente composición -una oda elegíaca-, como en un viaje interior e íntimo, la palabra sencilla -entre la prosa y el verso- recorre irracionalismos y visiones de la realidad en un trayecto emocional regido por el amor, disuelto en breves confesionalismos fragmentados que atisban una historia en la que corazón y materia natural se conjuntan. Parece un diálogo en sucesión, entre un tú y un yo del mismo poeta-narrador monologante convertido en recolector de breves poemillas que dictan mientras ocultan un autobiografismo. El resultado es un breve relato lírico conseguido anexando apuntes poemáticos:
Aquella noche todos se reunían para darse lo que quisieran darse diariamente y el mundo había trepanado de la sentimentalidad: afecto, amor, la solidaridad del corazón. Él, por los laberintos que surgen en la vida, había vivido al margen de los otros y no los culpaba, ni a sí mismo se inculpaba. Vivir solo y estar solo eran una opción y un destierro. Pero -se dijo- sobrevivir no es lo mismo que convivir; somos como nos han hecho y son como los hacemos. No hay culpa, solo causa. La naturaleza social ha suplantado a la naturaleza natural y el yo público oculta el yo íntimo; el abrazo ha sido derrotado por el aplauso. Todos carecemos de lo que más deseamos: la riqueza interior. Sin embargo nadie hay tan pobre que no pueda dar amor, ni tan rico que no quiera recibirlo. Pero la ceguera mental es la peor enfermedad del ser humano.
Recordó la frase de Rousseau: "Heme aquí, pues, solo en la tierra, sin más hermano, prójimo, amigo o sociedad que yo mismo".
Así que se sentó junto a su amada La Música y esperó no sabía qué.
A.- Hace 24 siglos Platón, el más influyente de los filósofos, defendió que todo lo material es un impedimento para alcanzar una más alta e ideal realidad. De donde se derivó el menosprecio de nuestra propia materia: el cuerpo y la vida terrena. El mundo tuvo tan mala suerte que hizo que el cristianismo catolicista llevase a sus últimas consecuencias no las enseñanzas de su mesías sino las de Platón, y erigió el azote de la carne como purificación del alma, y el culto a la muerte como entrada para el cielo. Todo ello condujo a una concepción tenebrista de la existencia.
B.- Y, en verdad, si miramos en nuestro entorno histórico, encontramos que demasiados han reflejado tal desolación. Las pinturas de El Bosco, El caballero y la muerte de Durero, el infierno verbal de Poe, el spleen de Baudelaire, la mente torturada de Dostoyevski; la música herida del Viaje de invierno de Schubert, los Cantos a la muerte de Mussorgski, La isla de los muertos de Boecklin y Rachmáninov, las Canciones a los niños muertosde Mahler; las danzas de la muerte medievales, el trago de Manrique, el penar de Boscán y Yepes, fluyendo como una lágrima interminable desde el Medievo hasta el Siglo de Oro, el XVIII, el XIX, hasta la pena negra o bruna lorquiana y hernandiana, las pirámides y mausoleos… son iconos de un mundo agonizante en el que el pensamiento y el arte están siempre sitiados por la cosmovisión fúnebre. Todo son premisas que confluyen en el S.Beckett deEsperando a Godot y en las palabras de Camus en Calígula: «Los hombres mueren sin haber sido felices».
C.- No es extraño que, en medio de esa cultura luctuosa (cuya representación más emblemática podría ser Tediato, el personaje de Cadalso), muchos hayan sufrido de anhedonismo (incapacidad para sentir alegría), como muestran estos versos: «No es la felicidad, sino el dolor/ lo que rige este mundo./ Sólo somos pasado luctuoso/ fluyendo hacia la muerte».
Comprobémoslo: regresar a la infancia es observar que la vida es un libro en cuyas primeras páginas se prometen júbilo, dicha y plenitud, palabras que la adolescencia va trocando en desengaño y tedio, de modo que la vida parece un paraíso que va convirtiéndose en infierno. La existencia, así, transcurre entre dos puntos irreconciliables: el ansia de vida y alegría y la constatación de que la muerte todo lo destruye —incluso el deseo de vivir—. Porque la tristeza se pega a las paredes, las personas, el tiempo; y nos contagia. Recordemos como inocente y emblemático ejemplo la Tortolica de Fontefrida, que prefiere sufrir a vivir alegre. No en vano César Vallejo se lamenta —como ya he apuntado— de que «hay ganas de no tener ganas, Señor». Dos siglos antes, Samuel Johnsonhabía escrito que «en todas partes la vida humana es una condición en la que se sufre mucho y se disfruta poco». Y Gertrudis Gómez de Avellaneda escribe en una carta que este mundo es pequeño en felicidad y grande en amarguras, pensando en el suicidio. Suicidio que ha dejado de ser un rasgo del Romanticismo y al que cada día se acoge más el mundo moderno, como demuestra la Organización Mundial de la Salud al señalar la depresión como la mayor causa de muerte en la actualidad. He aquí un breve poema atribuido a la suicida Karoline von Günderrode:
La imagen pura del dolor antiguo signa mi corazón y lo condena a sentir a través del sufrimiento. Séque el arte transforma la agonía en inmortalidad. Conjuro las tinieblas en silencio. Mas solo llueven nubes y derrotas sobre mi voluntad.
Voluntad es lo que se precisa frente a la adversidad, aunque sólo unos pocos convierten su destino en voluntad, como se afirma en este texto de Beethoven —que, como los anteriores y posteriores, me atrevo a versificar— poco después de sobreponerse a su intento de suicidio en Heiligenstadt:
Séque debo morir mañana. Pero aún hay suficiente plenitud y alegría en mi alma: no podrán la muerte y su equipaje de tristeza impedirme vivir esta armonía jubilosa y doliente hasta que llegue el espasmo inasible de la nada.
Arte, pues, reflector de una realidad agonista que ha azotado la historia.
Propiciar otra tradición
Sin embargo, hay otra historia: la que impidió Platón al tachar los escritos de los hijos de Homero que no estaban de acuerdo con él, la de cuantos prepararon el pensamiento de Epicuro: que esta vida es válida y gozable, que es un breve paraíso con sus límites, que el cuerpo no es un enemigo del alma, sino el rostro que la individualiza. Y para devolverle dignidad a esta vida primero hay que devolvérsela al cuerpo, no con un superficial placenterismo sino con un hedonismo metafísico. Esa tesis, aunque pueda considerarse pagana, viene avalada por autores ensalzados por la Iglesia.
Salomón en el Cantar de los cantares canta la sensualidad —el cuerpo— como fuente de alegría: «Acompáñame, pues mi lecho es alegre», dice la amada; y el obispo de Hipona (san Agustín) no entendía el amor como una abstracción, sino como una concreción: «El amor me es más dulce cuando gozo tu cuerpo». Ni siquiera Jesucristo condenó el cuerpo sexual, pues no lo hizo con el de María Magdalena. Satanás, en El paraíso perdido de Milton, envidioso, contempla el paraíso al mirar cómo se gozan los cuerpos de Adán y Eva: «Así estos dos/ disfrutarán entre sus pobres brazos/ del más feliz edén:/ un cúmulo de dichas sobre dichas». Más desenfadadamente se lo toma EmiliaPardo Bazán, quien escribe lujuriosa y juguetona a Galdós: «Qué deseos tengo, pánfilo mío, de echarte encima este cuerpote y aplastarte»… Sabían que es preciso abrir las ventanas para apagar las sombras.
«Luz, más luz» gritaba Goethe defendiéndose de la muerte. Muchos hijos de Homero han luchado por poner más luz en las tinieblas: el Renacimiento antropocentrista colocó al hombre en el lugar que ocupaba cualquier dios; Leonardo y Miguel Ángel miraron la realidad con una luz más clara; Colón o Galileo mostraron otros mundos más allá de esta tierra y este planetoide; Shakespeare, Cervantes, Balzac… tradujeron a palabras muchos rostros íntimos del hombre; y cuando la sociedad necesitó liberalizarse, Dickens desaherrojó a los niños con sus novelas, y MaryWollstonecraft a las mujeres con sus manifiestos feministas; Wordsworth nos enseñó a mirar la naturaleza; Darwin, Freud y Einstein mostraron que el hombre no necesita deidades, sino que se basta solo, si es preciso, para vivir solo y morir solo; Emerson, Thoreau, Whitman enseñaron un vitalismo envidiable; y cuando fueron necesarios, Locke, Jefferson, Madison defendieron los derechos sociopolíticos; las ciencias marcaron una concepción de un mundo más gozoso en el que no solo existe el sacrificio o la tragedia… Ahí están estos y otros, como luminarias inesperadas. En ese mundo libre de prejuicios y vuelto a la inocencia sí es posible escribir, sin sonrojarse, sencillos poemas como este de PedroAbelardo:
Si yo fuera un poeta de la estirpe de Dante o de Petrarca, y pudieras creerme, te diría: Para míson más bellas tus palabras que todo el universo constelado, y prefiero tu risa al cascabel queirradian las estrellas. No hay más materia que la de tu cuerpo ni más alma que la de nuestro amor. Ni siquiera los dioses tuvieron tanta dicha. Soy la felicidad cuando me abrazas.
D.- Por cuanto he dicho, es imprescindible una revisión y reescritura permanente de toda la historia, la personal, la actual y la universal, no sólo de la memoria histórica reciente, para liberar nuestras conciencias. Es decir: hay que poner en orden a los hijos de Homero, reconsiderar sus actitudes y aptitudes. No puede negarse el penar de este efímero infinito que es la vida, pero anclarse en él es un error. Cervantes lo resume bien: «Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si las sienten demasiado también los hombres se vuelven bestias». Es preferible tomar como referencia momentos en los que la adversidad se transforma en voluntad. Porque es cierto que algunos vivimos en el infierno; pero siempre mirando al cielo y sus estrellas. He aquí, por ejemplo, tres momentos culminantes y ejemplares: entre torturas y cárceles, Boecio teje su Consolación por lafilosofía; mientras espera ser detenido y ejecutado, durante la Revolución francesa, Condorcet escribe su Historia del progreso del espíritu humano;Messiaen compone en los campos nazis su Cuarteto para el fin de los tiempos. Actitudes así deben ser las premisas para un mundo justo: sobreponerse a los errores del pasado para que cada vez queden más verdades que mentiras: más hechos que interpretaciones de los mismos. Porque la historia la cuentan siempre los vencedores; pero la verdadera historia solo debe ser escrita por la límpida democracia, en la que todos debiéramos sentirnos ganadores.
En fin: en las salas de autopsia hay una inscripción: «Éste es el lugar donde la muerte se alegra de ayudar a la vida». Debiera ser una declaración de principios. Porque también es necesaria una renovación del espíritu del arte y la escritura: un ejercicio de voluntarismo para convertir el llanto en canto hasta cantar para que el corazón se llene de alborozo. Esto me recuerda los versos de Huidobro: «¿Por qué cantáis la rosa, poetas; hacedla florecer en el poema». Porque la palabra no debe ser solamente literatura sino que ha de brindarnos otra realidad: la íntima ascensión, resiliencia: panacea, no epitafio. He aquí un ejemplo de TristanMarke:
Solo hay una poesía necesaria: aquella que consigue contestar las preguntas que siguen sin respuesta. Convirtamos la pluma en un oasis. Mirad cómo el poema exorciza el dolor de la furtiva rosa. Comprended que cantar es el camino.
Y es que no solo de realidades vive el hombre, sino de las utopías por las que lucha.
Antonio Gracia es autor de La estatura del ansia(1975), Palimpsesto(1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de Homero, La condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obra, Ensayos literarios, Apuntes sobre el amor, Miguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo y La construcción del poema. Mantiene el blogMientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de un portal en Cervantes Virtual.