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sábado, 29 de abril de 2017

Luis Bagué Quílez: La construcción del poema

Escribivir

UNA AUTOBIOGRAFÍA INTELECTUAL

La construcción del poema es un libro inclasificable en el que Antonio Gracia nos invita a entrar en su taller creativo y a conocer sus lecturas de cabecera.

Luis Bagué Quílez

La construcción del poema
Antonio Gracia
Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert
235 páginas. 10 euros

La construcción del poema quizá sea la obra más autobiográfica de Antonio Gracia, y no se trata de una boutade. En efecto, no es este un ensayo filológico al uso ni una recopilación de artículos eruditos, sino algo que encaja perfectamente con la concepción que su autor tiene del acto creativo: una autobiografía intelectual que nos permite acceder a la biblioteca mental o al “taller del hechicero” (por decirlo con palabras de Aníbal Núñez) donde se fragua la inspiración lírica. Por eso el título del volumen no nos habla de la obra acabada, sino del proceso de escritura, del work in progress o del camino de perfección. 
     Si hay una preocupación constante en la trayectoria de Antonio Gracia, esa es la voluntad de permanencia, que se articula en torno a dos ejes: “el canto a lo que se desea perdurable y el llanto por la mortalidad”. El himno y la elegía (o, mejor, el himno en la elegía, según la afortunada acuñación del poeta) son los protagonistas de este libro, distribuido en tres partes. La primera sección refleja la inmutabilidad de los temas eternos y las transmutaciones metafóricas con las que distintos autores han conseguido dotar de nueva vida a los inquilinos de esa fosa común que llamamos “tópicos literarios”. Del manantial del romancero a los sonetos de Quevedo, del cortesano Garcilaso al urbanita José Agustín Goytisolo, de César Vallejo a un tal Torres con hechuras de apócrifo, el autor se pregunta sobre algunas cuestiones palpitantes: los límites de la inspiración; la idoneidad entre expresión y contenido; la plasmación del dolorido sentir, de la caducidad de la belleza o de la carnalidad exultante; y, en fin, las consecuencias verbales en las que desemboca la causa humana. Al tiempo que destaca los logros, Antonio Gracia no soslaya los yerros −de pensamiento, palabra, obra u omisión− en los que suelen incurrir los poetas de recetario y aquellos otros que anteponen un credo dogmático a la autenticidad artística o emotiva. Bajo los signos alternativos de Eros y Tánatos, La construcción del poema somatiza en sus páginas un mal de siècle (de cualquier siècle) del que acaso solo nos redima el consuelo catártico de la escritura. Entre píldoras aforísticas y máximas lapidarias, Gracia entrega un tratado sobre la belleza, a la que define como “el único paraíso en este mundo” o “el único fruto semántico que ningún darwinismo estético podrá jamás corromper”.
     Menos fragmentaria, la segunda sección del libro se asoma a algunos problemas temáticos, genéricos o autoriales. Se enhebran aquí asuntos en apariencia dispares, pero en el fondo próximos, como la construcción literaria del mito de don Juan, resultado de la aleación entre la palabra y la sensualidad; las ideas fundacionales del romanticismo, destiladas a partir de la reciente antología crítica publicada por Ángel L. Prieto de Paula; la solidaridad recíproca entre amor y trascendencia en Miguel Hernández; las contradicciones ético-estéticas de Juan Gil-Albert; la arquitectura narrativa del cuento borgiano; las sucesivas identidades líricas de Félix Grande; o unas jugosas notas sobre el haiku en particular y el arte breve en general.
     Por último, los textos del tercer apartado difuminan las fronteras entre la pedagogía y la ontología. La exhortación al cultivo de la lectura como senda para alcanzar el conocimiento y la condensación de la experiencia acerca de la enseñanza de la literatura nos invitan a perdernos en el arte, ese jardín de senderos que se bifurcan. 
     Declaración irrestricta de amor a la palabra, balance contable de deudas literarias y lección de cosas, La construcción del poema nos permite ratificar algo que un bardo inglés intuyó hace poco más de cuatro siglos: que “estamos hechos de la misma materia que los sueños”. 
                                                                 Arte y Letras. 27-IV-2017

viernes, 28 de abril de 2017

Ojos como los tuyos (El libro de Teluria, IX)

Purcell: Lamento de Dido


17

Ojos como los tuyos los he visto,
amor, en esta tarde junto al río.
Cauces de luz dejaban en los álamos,
mientras el viento deshojaba estrellas.
Y ha caído la noche, y me mirabas
desde todos los ojos de la noche,
porque naces allí donde yo miro
y todo me devuelve tu mirada.
Sólo quien sabe amar se transfigura.

           
           
18

  Se aproxima el invierno con sus pétalos fríos.
  Por las noches escucho al lobo hendir
  las tinieblas. El viento trae la brisa
  del alejado mar. Tu nombre eleva
  torres y talismanes que crecen en mis ojos.
  Las estrellas diluyen su fulgor en mi alma
  y un diamante de enhebro estriado por jazmines
  florece entre mis dedos, junto a las caracolas
  que entonaban su música cuando le preguntábamos
  al Tiempo qué sería de nosotros.




miércoles, 26 de abril de 2017

Tercera edad

Holts: SaturnoEl portador de la edad

La crisis de la familia y la longevidad otorgada por el progreso han creado una sociedad con más ciudadanos indefensos: esos que el eufemismo califica de "tercera y cuarta edad", y que ya forman los tramos más largos de la vida.
     Ley de Naturaleza es que el hijo se independice del padre, o el discípulo del maestro, para configurar su propia identidad. Y ley de Naturaleza humana debiera ser que hijo, discípulo y similares mostrasen respeto y agradecimiento por el cuidado recibido durante los años de aprendizaje para esa independencia. 
     Matar freudianamente al padre o al maestro es una necesidad síquica; pero no por eso deja de ser un crimen cuando, en vez del respeto y agradecimiento por tales cuidados, se le descuida u olvida... hasta la hora de recoger el legado de su testamento. 
     Somos lo que hemos aprendido y aceptado como propio. Y no parece sino impropio “matar”, sin más ni más, a quien nos ha hecho y sin el cual no seríamos. Entre los animales existe un equilibrio instintivo en la reciprocidad del "te doy" y el "me das": te doy puesto que me diste; te acompaño porque me acompañaste.
     Tampoco parece muy propio de las personas utilizar la razón para encontrar "razones" inhumanas que defiendan el egoísmo de "no voy a dejar de vivir mi vida porque se te acabe la tuya. ¡No querrás que me quede y te soporte mientras te llega la muerte!".  
     ¿Qué mundo insensible es este en el que los padres sienten la necesidad imperiosa de cuidar a los hijos y, sin embargo, los hijos, desertando de su deber, suelen abandonar a los padres cuando ya no los necesitan? 
     “El arte de envejecer es el arte de conservar esperanzas”, decía Maurois. Pero, ¿qué esperanza puede tener quien es desahuciado por su propia descendencia? Es como tirar de la mano -para que caiga al río- a quien nos ha enseñado a nadar cuando él ya no puede hacerlo solo. Si abandonar o maltratar a un niño es un delito ¿por qué no lo es desterrar del calor familiar a los abuelos?
     Poco respeto puede sentir por sí mismo quien no siente un respeto agradecido por aquellos a quienes casi todo se les debe.

martes, 25 de abril de 2017

Semillas del futuro.


Listz: Un suspiro
Un libro no es el mismo leído a los 15 años que a los 30 ó a los 50. En la adolescencia todo es nuevo y la mente lo archiva como una revelación determinante. Después, incluso las lecturas que fueron hitos y nos descubrieron el mundo pasan a ser nostalgias que nos desengañan si volvemos a ellas.
     Aun así, hay libros que siguen hablando sabiamente al lector de cualquier edad y toda época. Basta con sacar el factor común de esas obras para saber qué debemos abandonar como lectura y qué deberíamos tener como norte a la hora de la escritura.
     Aprendamos a cerrar los malos libros igual que desechamos una mala comida.
     Solamente unos pocos hombres y mujeres se convierten en libros perdurables: semillas del futuro.

lunes, 24 de abril de 2017

Variaciones sobre un tema...



R. Strauss / Rostropovich / Osawa: Don Quijote

Entre las muchas traducciones musicales que se han hecho de Don Quijote destaca la de Richard Strauss, y entre sus interpretaciones esta de Rostropovich y Osawa, en la que las sucesivas aventuras -variaciones- se ven ilustradas por imágenes alusivas al texto cervantino. 
El violoncelo representa a Don Quijote, cuyo tema se convierte en leitmotiv guadiánico de la obra, a la manera de Berlioz, Listz y Wagner. 
Si el oyente permanece atento escuchará los molinos, las ovejas, el viaje sobre Clavileño, los diálogos con Sancho, a Dulcinea la Bella... incluso el último estertor del caballero de la noble figura. 
Un auténtico poema sinfónico.
Ir a 

El caballero más hermoso del mundo

domingo, 23 de abril de 2017

Don Quijote

Strauss: Don Quijote (final)

El libro es la única ciudad a la que nadie puede impedirnos entrar: y El Quijote es, tal vez, la capital que más calles, casas y habitaciones tiene; de modo que cualquier hombre ha de encontrar siempre un aposento en el que acomodarse y con el que identificarse. 
     Faulkner se preciaba de leerlo una vez cada año, quizá porque en sus páginas viven más de trescientos personajes y miles de conceptos para todos los gustos: los idealistas hallarán en Sancho un contertulio que les haga poner el pie en la tierra; los realistas disminuirán su materialismo al compás de Don Quijote; las feministas pueden hallar premisas para sus intereses en el episodio de Marcela (Parte I, cap 11-13); los amantes del amor encontrarán piropos por doquier; los celosos tal vez dejen de serlo con El curioso impertinente (I, 32-35); los jueces aprenderán de la sensatez de Sancho durante su estancia en Barataria (II, 45); los contadores de chistes se solazarán a cada paso, y los amantes de las gorrinerías verbales admirarán el episodio más guarro sin una sola palabra porcina en la aventura de los batanes (I, 20); quienes creen que los consejos son buenos, aunque pocos los sigan -porque solo aceptamos los que nos dicta nuestra experiencia-, agradecerán una breve y sabia colección (II, 42-43); aquellos que admiran el verdadero valor lo encontrarán en Roque Guinart (II, 60) y en las palabras del vencido Don Alonso Quijano en las playas de Barcelona (II, 64); los descontentos de la sociedad comprobarán que cualquier tiempo pasado fue igual, si no peor; quienes necesitan cambiar de libro constantemente, o leen varios intercalando unos con otros, hallarán, en uno solo, una novela de caballerías, otras moriscas, picarescas, amorosas...
     No es cierto que El Quijote sea un libro "imposible de leer": un profesor (de Matemáticas) me lo prestó y lo leí, infante aún y fascinado, en pocos días; tres años después, por mi cumpleaños, compré una edición en un solo tomo: conservo el ejemplar, en el que anoté el tiempo que tardaba en leer cada uno de los once primeros capítulos (me cansé de anotar, cosa que detenía la lectura): redondeando, aquel joven que cumplía 16 años lo leyó en unas 23 horas, a lo largo -a lo breve- de tres días. El mismo tiempo que resulta de sumar una docena de partidos de fútbol o doce telefilmes con sus anuncios intrigantes.
      Innumerables son los autores que han mezclado su sangre con la cervantina y han tomado su obra como fundamento de la suya. No es casual que El Quijote haya servido de inspiración a centenares de creadores. Tal vez sea Richard Strauss, con sus Variaciones sobre un tema caballeresco quien mejor ha recreado al hidalgo manchego. Telemann, Purcell, Salieri, Paisiello, Massenet, Mendelssohn, Ibert, Ravel, entre otros músicos, compusieron suites, óperas, canciones basadas en sus textos. Los compositores españoles también recrearon aspectos quijotescos: Guridi, en Una aventura de don Quijote, recuerda al vizcaíno en lucha con el hidalgo. Gerhard enhebra diversos episodios en el ballet Don Quijote. Oscar Esplá es autor de Don Quijote velando las armas, pasaje que inspiró igualmente a GombauFalla recoge el episodio de Maese Pedro en su Retablo. Montsalvatge retrató a Dulcinea en la Balada y ritornello... Orson Welles y G. W. Pabst, entre tantos cineastas, vieron las posibilidades cinematográficas del soñador altruista, así como otros (Picasso, Dalí, Daumier..) dibujaron su rostro y sus hazañas.
     Innecesario resulta hablar de la huella que Cervantes ha dejado en la literatura. Basta citar a Defoe, Fielding o Dostoiewski. Nada más que en el siglo XVII hay, al menos, 35 obras teatrales inspiradas en él. El tiempo, que es el único filtro que impide el paso a los embaucadores y convierte en clásicos a los íntegros del arte, ha hecho de Cervantes un hito en la historia. No solo de la Literatura, sino de la experiencia de existir, que es la única escuela que enseña realmente a vivir.
     ¿Y por qué esta vigencia? ¿Acaso es un mito del chovinismo español? Por una vez (aunque también en los casos de Goya o Velázquez), es cierto que España posee un tesoro igual o superior a los de otros países. Pues Cervantes hace cierta la verdad que afirma que "en algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle un sentido a la existencia". Y en El Quijote, cada lector encuentra su propia mente reflejada: más allá del humor y la tragedia, Alonso Quijano es un hombre que vive, como hoy, en una sociedad alienatoria que excomulga a los fieles a sí mismos y encumbra a los mestizos del honor. Esa integridad para consigo mismo y en la solidaridad, incluso ante el fracaso, es lo que vieron cuantos aquí he nombrado y cuantos se acercan al libro de los libros. Y eso es lo que hallarán -al margen de sus exquisiteces literarias- cuantos lectores actuales abran y lean la verdadera historia jamás imaginada.

viernes, 21 de abril de 2017

Trayecto hacia la luz



Bach: Suite, nº 3

1.- Huyendo del infierno
Por aquel entonces mi glotonería lectora y aventurera aumentaba mi espeleología interior y me hacía sentir semejante a muchos de los autores a los que iba conociendo: escritores, músicos, pintores. Encontrar similitudes de vida, horrores compartidos... me convertía en su doble o su reencarnación. Y así, mis íntimas tormentas me impulsaban a creer -y lo creí- que antes o después aparecería en mí la locura, como había aparecido en Schumann y Van Gogh, por ejemplo (de ahí la portada de Fragmentos de identidad), y que una vez abismado en esa tierra de nadie del horror no sabría volver a este lado de la conciencia sin arrastrar conmigo los infiernos. Este breve poema lo refleja:

Lo inolvidable

Recuerdo aquel dolor y aquella dicha 
de saber que cesaba el sufrimiento,
a veces.
Y los suicidios nunca consumados, 
más dolorosos que la propia muerte.

Durante décadas ese fue mi ananké.

2.- Hacia la luz.
Por fortuna, empecé a mirar la luz: no para que me cegara, sino para que me iluminase. Y así empezó mi segunda inmersión en la escritura: desde el libro Hacia la luz traté de escribir lo que me gustaría ser en vez de rubricar soliloquialmente el tatuaje del que había sido o era: abandonar la lírica del sufrimiento, la escritura confesional a posteriori: pasé de llevar el yo al poema a vivir e incrustar el poema en el yo. También estos versos parecen constatar esa voluntad de vivir:

Hacia la luz

Este árbol, esta sombra y estos libros
que me procuran placidez y calma
no están hechos para morir; nacieron
al margen de los días para darle
un rostro amable al mundo.
Una hoja ha caído y me reclama
con su fugaz delicia: la contemplo
y el universo me contempla en ella.
Siento desordenadamente
correr el tiempo frágil, que este instante
no será, otra vez, mío.
                                           Cede el alba
su luz, y la mañana se apresura
hacia el ocaso.
Como un escalofrío, la tristeza
deja en mis ojos su melancolía.
Yo quisiera olvidar tanto dolor,
morir para matar
este desasosiego:
                                    y de repente,
rebelde y luminoso,
como si despertase de un gran sueño,
mi corazón se abraza a la existencia,
toco las cosas, vivo.

Poemas comentados

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Hacia la luz


jueves, 20 de abril de 2017

Naturaleza educativa.

Bartok: Allegro barbaro

Un estudiante observa a los políticos y no le gusta lo que ve; incluso algunos le parecen enemigos de la sociedad que representan. Mira a su alrededor y se pregunta: ¿Por qué, si todo el mundo quiere la riqueza, que es fruto de la educación, esta está tan descuidada? ¿Hay políticos justos y con perspectiva? 
     Se contesta que, desde luego, es necesario un sistema que nos obligue a convivir en paz, que ampare al bueno y que encarcele al malo, inexorablemente. También es cierto que tal sistema precisa unos gobernantes, y que quien quiere gobernar necesita mucha dedicación y mucho altruismo.
     Y es aquí donde encuentra el primer fallo: porque la abnegación no es muy común. El hambre de poder es la peor de las enfermedades contagiosas, y el poder es de aquellos que prometen paraísos, pues todos los anhelan. Por eso advirtió Napoleón: ¿qué es un líder sino “un comerciante de esperanzas”? Y Heródoto escribió, aludiendo a la corrupción: “dadle el poder a un hombre virtuoso y pecará”. En tal sentido, Valèry anotó: “política es el arte de evitar que el ciudadano se preocupe de lo que le importa verdaderamente”. Y es que el poderoso, inmerso ya en su castillo, olvida las palabras de Montaigne: “Aunque subas al trono más alzado sobre tus posaderas seguirás sentado”. 
     ¿Cuándo será posible contradecir a Rousseau, que condena a la tribu social como asesina del instinto de solidaridad, y a Plauto, en aquello de que "el hombre es lobo para el hombre"? No parece tan difícil, teniendo en cuenta que en el llamado Siglo de Pericles existía apenas el uno por mil de nuestra población mundial de hoy, y aquellos hombres consiguieron una democracia cuya divisa se resume así: “puede participar cualquier persona que nos ayude a mejorarnos todos”.
     Tal vez siguiendo tal ejemplo, y contraviniendo la opinión platónica -que exiliaba del Estado a los soñadores y poetas-, Kennedy denunciaba en la política su creciente deshumanización: “si hubiera más políticos amantes de la utopía y más poetas políticos, lograríamos un lugar mejor para vivir”. 
     Solo encumbra la muchedumbre, y hoy, igual que siempre, triunfa la apariencia: el que hace más creíble su espectáculo, el político digno de los óscar. Hemos creado un mundo de disfraces, de corrupciones de la integridad. Y todo está perdido cuando el malo empieza a ser tomado como ejemplo y el bueno es una especie en extinción. 




miércoles, 19 de abril de 2017

Desolación

Bach: Suite cello, 1

5) El hombre ansía la comprensión del Universo, busca el sentido último de la existencia. Pero cuanto más sabe, más reconoce que jamás lo sabrá todo. 
4) Sin embargo, puesto que todo es posible, nada hay imposible; y, por lo tanto, tampoco hay nada definitivo: de manera que toda respuesta es un error o, en todo caso, una premisa para una conclusión provisional. 
3) Pero también: ya que el tiempo convierte lo posible en probable y esto en una realidad, cada vez estamos más cerca de la verdad. 
2) No obstante, ese positivismo vuelve a su cauce nihilista: porque afirmar que existe la verdad definitiva es tanto como negar la infinita capacidad interrogadora del hombre, limitar la infinitud de su mente y la inabarcabilidad del Universo. 
1) En resolución: si las posibilidades son innumerables y también sus probabilidades y realidades, todo es una sucesión de verdades sincrónicas, todo resulta ser una mentira fragmentaria. No existe un fundamento. Todo deviene en caos. 
0) Decidme ahora cómo apuntalar la existencia, cómo detener el suicidio, puesto que solo queda el escepticismo como única fe y todo sentidor reflexivo habita en los infiernos.


martes, 18 de abril de 2017

Alrededor del amor, 4


Glazunov: Las estaciones

  6.La identidad contradictoria.- 
Contradicción como certeza, duda como pesadumbre, entrega y desencuentro, satisfacción y sufrimiento, dolor, placer, esquizofrenia... viene a sentir Lope de Vega: porque amor es egoísmo y es altruismo, es pasión desatada y atadura del otro y por el otro. Olvidamos en medio del amor que somos contingentes y cambiantes, que somos en el tiempo, que somos temporales, que sentimos y que dejamos de sentir, que nace y se nos muere el sentimiento como la vida nos nace y se nos muere, arrebatadamente y sin explicaciones que nos satisfagan. Lope aclara lo que confuden los amantes, tejiéndole un error de temporalidad a lo que en esencia es efimeridad: A lo que es temporal llaman eterno: que el amor se termina es sustancial como lo es su inicio y su transcurso. Pero el acabamiento nadie lo persigue y pocos lo superan sin disfrazarlo en otra historia, la misma en otro cuerpo, otro beso, otro nombre. Pues no se acepta que lo que es deje de ser, que nos está esperando otro sendero del camino, que nos estamos esperando para ser lo que debemos ser y no podemos si no abandonamos lo que somos y sentimos. Cuando el amor se muere, el corazón se estremece, porque cuando dejan de amarnos, de repente cumplimos muchos años, por la misma razón que, cuando amamos, el corazón se llena de juvenilidad. Y el corazón popular lo entiende bien. Salvador Rueda lo recoge en su "Romance del tango": 
               Al Cristo que hay en mi cuarto 
               le referí mi dolor: 
               qué penas no le diría 
               que el Cristo se estremeció ... 
               Mi corazón dice, dice, 
               que se muere, que se muere, 
               y yo le digo, le digo 
               que se espere, que se espere”.                            
       La dualidad dolor-placer la conocían otros amadores: Celestina sabe que el corazón de Melibea es devorado por serpientes, porque su “enfermedad” es “Amor dulce”: y 
       es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso               veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un 
    alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte
Pero, como toda enfermedad, sabe sabiamente que hay que sanarla entre sábanas. Las contradicciones del amor, su jánico esplendor y tragedia, su bisagra hacia el dolor y los celos, explica las transformaciones a las que puede inducir al amador. El amor cambia a quien ama. Ennoblece al que es noble y, a veces, incluso al que es protervo. Y el desamor, sin duda, entristece y aumenta la protervidad. La ternura y el júbilo, la crueldad y el rencor son sendas hijas suyas. “El collar de la paloma” defiende el amor como bienhechor e inteligenciador de los amantes. Quevedo insiste en la identidad contradictoria (soy un fue y un será y un es cansado) del amor:
               Es hielo abrasador, es fuego helado, 
               es herida que duele y no se siente, 
               es un soñado bien, un mal presente, 
               es un breve descanso muy cansado. 
               Es un descuido que nos da cuidado, 
               un cobarde con nombre de valiente, 
               un andar solitario entre la gente, 
               un amar solamente ser amado. 
               Es una libertad encarcelada 
               que dura hasta el postrero paroxismo, 
               enfermedad que crece si es curada. 
               Este es el niño amor, este es su abismo: 
               mirad cuál amistad tendrá con nada 
               el que en todo es contrario de sí mismo.
          Efectos varios, complementarios y suplementarios, cara y cruz de la moneda. Igualmente conocemos el dolor y la rabia de Vulcano (de todos cuantos sufren el amor) por boca de Quevedo: Nadie le llame dios a Amor, que es gran locura: / que más son de verdugo sus tormentos;  Perdí mi libertad y mi tesoro; / ¡Triste de mí, que mi verdugo adoro!, grita bajo su égida. 


lunes, 17 de abril de 2017

Leer mucho, escribir poco

Strauss II: Vida de artista

      Creo que todo autor que se precie de creador se exige un proceso de selección de su propia obra cuando llega el momento en que la distancia le permite ver la validez y el peso de su trayectoria. Lo que fue creando y publicando con una visión sincrónica de sí mismo, por mucho que fuera tachado o pulimentado, se adelgaza y condensa, se abrevia para quedar representado en unos pocos textos que contienen todos los demás, los cuales no nacieron sino para aupar ideas, emociones, palabras, giros, versos, prosas, semillas de la definitiva poda a la que serán sometidos para mostrar la enjundia con que un hombre se bautiza a sí mismo y pasa a ser fecunda historia en la historia de los hombres. 
     Viene esta reflexión a justificar el hecho de que otro tanto pueda y deba hacer el lector con el autor al que dirige su mirada: cortar las ramas por donde fue la savia para llegar a la raíz y hallarle comprensión al fruto que esta dio. Quinientas páginas de vida escrita quedan jibarizadas de este modo en medio centenar, en diez o doce.
     Tal vez por eso, sabedores de cuanto acabo de afirmar, algunos escritores -pensadores, artistas...- escriben poco, eligiendo cercenarle al pensamiento las palabras opacas antes de haber nacido en vez de mutilar lo que, ya escrito, parece vivo aunque resulte carne muerta, rémora impenitente. Porque lo malo de los escritores prolíficos es que, luego, insolidariamente, con toda impunidad y contumacia, publican sus obras completas. 
     Recordar a un autor no es, por tanto, enfatizar su magna obra, sino ayudarle en esa reducción a lo imprescindible y duradero, lejos de idolatrías panegiristas.


domingo, 16 de abril de 2017

Manifiesto de desidia.


Ligeti: Requiem
Manifiesto de desidia
1) De repente, tomamos conciencia de que estamos vivos -e indefensos;- 2) miramos a nuestro alrededor -a la Historia, al Arte, a la Literatura- y observamos que el hombre ha sufrido más que gozado durante su existencia, tanto individual como colectivamente; 3) si nos miramos a nosotros mismos, vemos que nuestras vidas no desmienten esa experiencia de la Humanidad; 4) la causa principal de ese dolor es el reconocimiento de la muerte; 5) porque estamos atrapados por el instinto de supervivencia, que implica el ansia de inmortalidad injerto en el nacimiento y nos impide amordazar nuestro dolor o nuestro tedio en el suicidio, la eutanasia, la muerte anticipada, amputados por aquel; 6) se defiende el hombre con el instrumento que lo define, la razón, buscando el fundamento y encadenamiento lógico de los hechos para comprender su causalidad y exorcizar el sufrimiento mediante la comprensión, la templanza, la voluntad; pero el ejercicio de la racionalidad solo engendra escepticismos, pues deviene verdades sincrónicas que se convierten en mentiras diacrónicas; 7) ¿Qué puede hacer el hombre ante semejante destino sino sobreponerse, consolarse, abrazarse a la irracionalidad -a la fe, la utopía-, puesto que la racionalidad no le da soluciones, recurrir a la creencia en otras vidas, otros seres piadosos que creen un resarcimiento paradisíaco en la trasmuerte, crear el carpe diem, embrutecerse hasta el olvido de su horror, pretender perpetuarse de algún modo?; 8) nacen así las religiones, los dioses, las iglesias, los diablos, las ansias, los temores, el debate interior, el monólogo dialogante entre el que se es y el que se quiere ser, el santo, el asesino, la bifronte esperanza de la desesperación, la búsqueda de la verdadera identidad; 9) de entre todos los refugios a que acude el espíritu en esa selva ninguno le concede tanta calma como la autoconfesión, la autobiografía síquica, el repaso de los sueños y las frustraciones, la prolongación de sí mismo en este mundo que habrá de abandonar, su injerto entre las cosas y los seres, el hallazgo de belleza, única paz ante la podredumbre, la búsqueda del íntimo lugar del regocijo; 10) el arte -la escritura, la poesía principalmente- se constituye en sucesión de sí mismo porque supone creación de vida propia y de solidaridad con quienes nos sucedan en el existir. XI) Mas tampoco nos salva la escritura.


sábado, 15 de abril de 2017

Elegía por un dios que equivocó su destino


Bach: La pasión según san Mateo

Lázaro Carreter nos ordenó que escribiéramos un Encuentro con..., a la manera de Aleixandre, y como cada uno se va con sus fantasmas yo me fui contra el mío. Era el momento en el que los sacerdotes luchaban por desvestirse de la sotanería, y escribí Encuentro con un Cleriman de amor, o algo así. Pero inmediatamente me apareció el telegrama síquico (por entonces yo recibía los poemas como metatrallazos de una ametralladora desbocada, verborrea que luego copiaba) de Elegía por un dios que equivocó su destino, en el que yo volqué, telepáticamente, mis problemas con San Satanás y San Jesucristo ("L´evangelio según san Jesucristo", era un verso, antes de la célebre novela, que aún desconozco). Los dos poemas -o redacciones- recorrieron escandalosamente, ante mi sorpresa,  las aulas, sobre todo este segundo. Era un texto muy malo, confesional, agresivo y soberbio, como defensa contra mis elucubraciones, fronterizas con el existencialismo y el suicidio. Como todo cuanto he escrito, era un vómito, una terapia: la palabra de quien persigue nombrar para comprender, no la de quien busca un poema. El persistente endecasílabo, como sucesión de golpes sobre los clavos, y los ripios a granel, muestran al aprendiz en su decir desaforado y vomitante. Su único y escaso interés es el de mostrar una temprana conciencia del fraude del paraíso y su consecuente rebelión. Leído como poema me produce vergüenza ajena: sobre todo porque ese otro que lo escribió también soy yo.

Se me había robado -venía a decir- un destino autorredentor que me salvaría de mi imperfección como simple ser humano, por el solo hecho de que Jesucristo tenía más influencia con los dioses que yo. Seguramente lo recuerdo ahora porque una lectora me pregunta por El íntimo alienígena (>>>El íntimo Alienígena), y esta Elegía es su premonición o indica su oculta presencia en las sentinas de mi soledad (presencia ya determinante en mi donquijotesca aventura con los pájaros en la bóveda (Viaje iniciático) y en la ira derramada de La estatura del ansia). Encuentro este texto en mi basurero poético (otros llaman a los suyos, pomposamente, "inéditos"). Que yo recuerde, del tal basurero solo fueron leyendo su papiroflexia Guillermo Bellod, Antonio Ferrández, Blanca Andréu, José Aledo, Pilar Duet, José Cantero y pocos más. Este, del que copio algunos fragmentos, fue, tal vez, mi entrada definitiva en el nihilismo:


Elegía por un dios que equivocó su destino


Cuando miro y te veo en el silencio
de tus clavos sufrir la muerte mía,
tus espinas, celosas de matarte,
me devuelven la vida que te acaban.

Si tu muerte no es alimento mío,

como sangre que empaña mi blancura,
si tu agónico espasmo de tristeza,
ramillete y pináculo de gloria,
te levantan encima de tu cruz,
te lo debo, y no sé si atormentarme
por el robo que has hecho a mi destino.

Me desnudas la nada que poseo.

Rosas rojas me diste que, al besarlas,
mordieron con el rojo de la ira
mis labios y el martirio de sentirme
burlado por tu cruz y tu suicidio.

El surco de tu pecho no engendró

sino vientres que en odio me engendraron,
y el suplicio que inferna tus heridas
es volcán que vomita en mis entrañas.
Martillea tu cruz con su silueta
en la hiel de mi rabia cruciforme.

Ladrón de mi destino, cómo te odio!

Yo levanto los ojos y no lloras.
Yo no quise, ni quiero, que tu espalda
cuajase de claveles. Tú sabías
que blasfemo de ti y de tu dolor
y reniego al perdón de la blasfemia.
(...)
No condeno tu imagen si es suprema:
te maldigo y te aplasto y te maltrato
si tan solo te llamas Jesucristo.
(...)

Supongo que creer en Dios es aferrarse al salvavidas del útero materno, y matar a Dios es como matar al padre para investirnos de nuestra propia metafísica. Como si existiera algún cielo exterior que nos salvara del infierno interior.

Antonio Gracia en los infiernos 

El íntimo Alienígena

Poemas comentados: Palimpsesto

viernes, 14 de abril de 2017

Pasolini: El evangelio según san Mateo

Lo que importa no es que un dios haga cosas sobrehumanas, sino que un hombre se comporte como si fuera un dios.
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Pasolini: El evangelio según san Mateo (original subtitulado)


Huyendo del canon y buscando espantar a la burguesía, pocas veces acertó Pasolini como en esta versión realista y lejos de grandilocuencias.