Bach: La pasión según san Mateo
Se me había robado -venía a decir- un destino autorredentor que me salvaría de mi imperfección como simple ser humano, por el solo hecho de que Jesucristo tenía más influencia con los dioses que yo. Seguramente lo recuerdo ahora porque una lectora me pregunta por El íntimo alienígena (>>>El íntimo Alienígena), y esta Elegía es su premonición o indica su oculta presencia en las sentinas de mi soledad (presencia ya determinante en mi donquijotesca aventura con los pájaros en la bóveda (Viaje iniciático) y en la ira derramada de La estatura del ansia). Encuentro este texto en mi basurero poético (otros llaman a los suyos, pomposamente, "inéditos"). Que yo recuerde, del tal basurero solo fueron leyendo su papiroflexia Guillermo Bellod, Antonio Ferrández, Blanca Andréu, José Aledo, Pilar Duet, José Cantero y pocos más. Este, del que copio algunos fragmentos, fue, tal vez, mi entrada definitiva en el nihilismo:
Elegía por un dios que equivocó su destino
Cuando miro y te veo en el silencio
de tus clavos sufrir la muerte mía,
tus espinas, celosas de matarte,
me devuelven la vida que te acaban.
Si tu muerte no es alimento mío,
como sangre que empaña mi blancura,
si tu agónico espasmo de tristeza,
ramillete y pináculo de gloria,
te levantan encima de tu cruz,
te lo debo, y no sé si atormentarme
por el robo que has hecho a mi destino.
de tus clavos sufrir la muerte mía,
tus espinas, celosas de matarte,
me devuelven la vida que te acaban.
Si tu muerte no es alimento mío,
como sangre que empaña mi blancura,
si tu agónico espasmo de tristeza,
ramillete y pináculo de gloria,
te levantan encima de tu cruz,
te lo debo, y no sé si atormentarme
por el robo que has hecho a mi destino.
Me desnudas la nada que poseo.
Rosas rojas me diste que, al besarlas,
mordieron con el rojo de la ira
mis labios y el martirio de sentirme
burlado por tu cruz y tu suicidio.
El surco de tu pecho no engendró
sino vientres que en odio me engendraron,
y el suplicio que inferna tus heridas
es volcán que vomita en mis entrañas.
Martillea tu cruz con su silueta
en la hiel de mi rabia cruciforme.
Ladrón de mi destino, cómo te odio!
Yo levanto los ojos y no lloras.
Yo no quise, ni quiero, que tu espalda
cuajase de claveles. Tú sabías
que blasfemo de ti y de tu dolor
y reniego al perdón de la blasfemia.
(...)
No condeno tu imagen si es suprema:
te maldigo y te aplasto y te maltrato
si tan solo te llamas Jesucristo.
(...)
Supongo que creer en Dios es aferrarse al salvavidas del útero materno, y matar a Dios es como matar al padre para investirnos de nuestra propia metafísica. Como si existiera algún cielo exterior que nos salvara del infierno interior.