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miércoles, 24 de abril de 2024

Retorno hacia la aldea






Retorno hacia la aldea

Sobre el bisel de la llanura erguido, 
como una torre de soñar cansada, 
el caballero esgrime al sol su espada 
y otea el horizonte enfebrecido.

El viento alza su espuela, y su gemido 
trae la verdad desnuda y desolada: 
ninguna senda lleva hasta la Amada, 
nadie buscará ya su ardor vencido.

Quiso evitar la fuerza con la fuerza
y los molinos lo han abandonado
como a un gigante del que se huye al trote.

Jamás es la razón de quien la fuerza. 
Yace en la tarde un sueño desmayado. 
El mundo no precisa de un Quijote.

Una autobiografía cervantina.


R. Strauss: Don Quijote

Muchos lectores de Cervantes se han preguntado cómo es posible la diferente excelsitud que existe entre El Quijote y el resto de las obras cervantinas. 
     Para mí la respuesta es muy sencilla: Cervantes, como la mayoría de los escritores, quiso ser un literato afamado: y trató de conseguirlo en su poesía, teatro y novelística anterior y posterior a la historia del hidalgo. Tanto las Novelas ejemplares como el Persiles son obras de gran mérito. Pero no fue hasta que llevaba una cincuentena de páginas de Don Quijote cuando se dio cuenta de que no estaba escribiendo literatura, sino su vida síquica: la de don Alonso el Bueno. Y ese trasvase autobiográfico fue el que convirtió su pluma en trascendente: el himno utópico ficticio en elegía distópica realista. (El vano intento literaturizador de Avellaneda lo demuestra). Y es que pocas cosas hay tan próximas a los otros como el propio yo esencial.
     Además, tomó la inteligente y terapéutica medida de burlarse de sus propios sueños sabiéndolos imposibles, haciendo así que el soñador Don Quijote, cada vez que hace reír, sea a la vez noble emblema y trágica caricatura de todo ser con conciencia solidaria.
    De este modo, lo que hubiera sido una novela ejemplar más -siguiendo el Entremés de los romances- se convirtió en la "primera salida" de Don Quijote.

martes, 23 de abril de 2024

Don Quijote Cervantes Saavedra.


Massenet: Don Quijote y Dulcinea


Uno de los hombres que mejor ha comprendido el mundo fue también uno de los más incomprendidos. Vemos a quienes nos rodean hacer cosas cotidianas, simplemente propias de un hombre -o una mujer- común; y nada grande suele haber en ello. De los héroes históricos, artísticos, cinematográficos... tenemos solo las referencias instantáneas escogidas por los creadores de mitos: y, como en la fascinación del enamoramiento, estas se convierten en falsa identidad de esos personajes a los que engrandecemos desde ellas.
     ¿Qué podía esperarse de un "manco" fracasado en el teatro, soldado viejo y recolector de impuestos del Estado por caminos polvorientos? ¿Qué podía hacer de heroico un ingenio "avellanado y seco" como el suyo? Sin embargo ahí estaba, a principios de enero de 1605, un volumen de 664 páginas a un precio asequible de 298 maravedís y medio (tres euros de la vida actual). En esas páginas, de inmediato éxito, el lector halló motivos de risa y nada más: porque intentar hacer justicia en el mundo es cosa de locos. ¿Quién iba a ver que El Quijote es una de las enciclopedias más grandes del saber humano? 
    Cierto es que, a veces, ni siquiera los gigantes se reconocen entre sí. Prueba de ello es que el mismo Lope se burló de la obra diciendo que solo podía gustar a los necios. Lo prueba asimismo  la descalificación que de Bécquer hicieron sus coetáneos tildando sus rimas de “suspirillos”. Y el menosprecio que Mozart Goethe mostraron a Beethoven; o la ceguera de Gauguin ante la pintura de Van Gogh; o las luchas literarias entre autores de todas las épocas, a veces por envidias y otras por oponerse, aparentemente, unas poéticas a otras: como si no fueran todas una búsqueda de la definitiva. Castillejos no alcanzó a entender la grandeza de Garcilaso y Boscán; Lope, que buscaba hacer realidad su criterio de "poeta científico" no podía ver con buenos ojos a Góngora, verdadero creador de un lenguaje lírico -y "científico"- en las “Soledades” y el “Polifemo”; Quevedo demostró su mala prez al comprar la casa en la que vivía Góngora solamente para echarlo de ella...      
     Así que, como los genios que viven a nuestro alrededor no nos lo parecen, una vez más fueron los extranjeros quienes nos mostraron la grandeza de Cervantes. Algunos alemanes del XVIII, con la justicia que solo nace de la falta de intereses creados y la ausencia de chovinismo, comprendieron la estatura intelectual y emblemática del personaje cuya obsesión es ayudar al débil, más allá de la humorística sarta de aventuras que supone su fracaso. 
     Y ahí sigue Don Quijote, con su voluntad empecinada, triunfando sobre los molinos disfrazados de gigantes, aspirantes al poder y prisioneros de su indecisión: en sus páginas viven más de trescientos personajes y miles de conceptos para todos los gustos: los idealistas hallarán en Sancho un contertulio que les haga poner el pie en la tierra; los realistas disminuirán su materialismo al compás de Don Quijote; las feministas hallarán premisas para sus intereses en el episodio de Marcela (Parte I, cap 11-13); los amantes del amor encontrarán piropos por doquier; los celosos tal vez dejen de serlo con El curioso impertinente (I, 32-35); los jueces aprenderán de la sensatez de Sancho durante su estancia en Barataria (II, 45); los contadores de chistes se solazarán a cada paso, y los amantes de las gorrinerías verbales admirarán el episodio más guarro sin una sola palabra porcina en la aventura de los batanes (I, 20); quienes creen que los consejos son buenos, aunque pocos los sigan -porque solo aceptamos los que nos dicta nuestra experiencia-, agradecerán una breve y sabia colección (II, 42-43); aquellos que admiran el verdadero valor lo encontrarán en Roque Guinart (II, 60) y en las palabras del vencido Don Alonso Quijano en las playas de Barcelona (II, 64); los descontentos de la sociedad comprobarán que cualquier tiempo pasado fue igual, si no peor; quienes necesitan cambiar de libro constantemente, o leen varios intercalando unos con otros, hallarán, en uno solo, una novela de caballerías, otras moriscas, picarescas, amorosas... 
     Compendio, como digo, del corazón humano y la razón social es El Quijote. Y ahí continúa el personaje: esperando que, como él, los estrategas de la sociedad den su vida por los débiles simplemente haciéndoles justicia en vez de ser solidarios y altruistas solamente consigo mismos.

lunes, 22 de abril de 2024

El abrazo irrecíproco.


La costilla de Adán

Caminaban una mujer y un hombre por un bosque de páramos. Cada uno llevaba un fardo sobre el hombro. A veces el fardo resbalaba hasta el suelo y tenían que arrastrarlo penosamente, levantando tal polvareda que apenas si conseguían divisarse, alejándose o tropezándose, cayendo y debiendo levantarse más maltrechos que antes: 
- Llegaríamos antes si nos librásemos de este peso.
- Pero nos quedaríamos sin saber quiénes somos, desmemoriados, perdidos.
- ¿Y te ayuda ahora a ver mejor?
- Al contrario: me cansa y no acierto a comprender lo que veo. 
- Pues me pasa lo mismo.
- ¿Me ves bien?
- No.
- Yo tampoco sé ya si eres la misma persona que recuerdo o este peso me enturbia la mirada.
-  ¿Qué llevas en el  fardo?
- Todo cuanto poseo: el pasado.
- Yo también.
- Si ya has aprendido de él cuanto necesitabas, ¿por qué no lo abandonas aquí mismo?
- Tengo miedo, pero me gustaría. 
- Si no nos libramos de ellos nos ocurrirá como a aquel que se ahogó por pretender cruzar un río con el peso del oro que, creía él, sería su salvación.
- Hagamos, pues, lo que no hemos hecho desde hace mucho tiempo. Ayudémonos: queramos cada uno para el otro lo mejor: yo te ayudaré a tirar el tuyo y tú me ayudarás a desprenderme del mío.
- ¿Y qué resultará?
 - Seguro que veremos mejor el camino y su horizonte. Y si encontramos un obstáculo tú me indicarás cómo sortearlo, y yo te lo indicaré.
     Fue entonces cuando se oyó la maldición de la Bruja Redóndala:"Por mucho que huyas nunca te alejarás bastante de ti mismo. No es que llevéis el fardo del pasado; es que el pasado os lleva".

La mujer de verde

 


Boccherini - Goya

 



domingo, 21 de abril de 2024

La gran pregunta


Necesitamos creer que la vida tiene un fin; pero, ¿y si la vida fuese solamente una pulsión de la energía del cosmos, que crea seres para descrearlos, y que somos materiales fungibles aunque nos soñemos inmortales, reencarnables, dignos de alguna metafísica misión?

¿Qué sería de tantas religiones y, sobre todo, Iglesias? ¡Cuánta oración sin destino y qué poca solidaridad fértil!

El indefenso

Fotomatón: Retrato del autor

 Fotomatón:

Inconnu
El indefenso

Érase un lanzador de besos, ebrio
de ansias de amor y fugas de la muerte.
Perseguía la búsqueda infinita
y el hallazgo absoluto. Desmembró
preguntas y respuestas: asediaba
las dudas y los métodos del hombre
para hilvanar verdades. No sabía
descansar de la lucha del guerrero,
vivir sin preguntarse por la vida,
darse tregua en las sombras. Trepanaba
las conclusiones de los silogismos
porque ninguna sacia la gran sed
de encontrarle sentido a la existencia.
No quería sentir al fin del viaje
la podredumbre de la inmensidad.
Érase un lanzador de besos. Érase
un buscador que huía de encontrar
para seguir creyendo en la esperanza.

Kokoschka: La novia del viento

Eduardo Lastres: La puerta del milenio

sábado, 20 de abril de 2024

Le pregunté a mi corazón un día...

Dowland: Come again

Reescribivir 

La existencia es una sucesión de vidas fragmentarias, alternativas, simultáneas... en las que gozamos y sufrimos hasta que la alegría o la tristeza se levantan triunfadoras o vencidas. Quien escribe deja constancia de ese itinerario, sobre todo porque su esfuerzo por evitar el fatalismo halla una luz como final del túnel laberíntico. Por eso: 

Le pregunté a mi corazón un día
si acaso encontraría
una razón para seguir viviendo.
Como si el alma se transfigurase
y el himno enamorase a la elegía,
me contestó que cuando yo encontrase
razones para no seguir muriendo.
Entonces, apartando la amargura
del desencanto que me consumía,
volví sobre mi vida y mi escritura:
y en vez del verso antiguo, que decía
"¿No es morir el deseo de morir?",
escribí esta divisa como guía:
"¿No es vivir el deseo de vivir?".

viernes, 19 de abril de 2024

Devastación nuclear


 

Un gánster para un milagro.


Siempre optimista y soñador, la despedida de Frank Capra. 
"Los duendecillos te aprecian porque creen en los niños, los mendigos y los poetas...".

Capra, empeñado en mostrar qué bello es vivir, a pesar de las tormentas de la vida, filmó su última película fiel a ese deseo de hallar un himno en la elegía.

Kubrick: Senderos de gloria

ORSON WELLES: Sed de mal

jueves, 18 de abril de 2024

Ante el futuro



¿Qué hacer para que el tiempo sea nuestro aliado y no nuestro enemigo?
    Vivimos arrastrando el pasado o motivados por él. Somos lo que hemos hecho de nosotros, con ayuda de los demás o a pesar de sus influencias. Y por la misma razón podemos moldearnos -mejorarnos- para apreciar cabalmente la vida y disfrutarla en vez de sufrirla. Si somos hijos del pasado, también somos padres del futuro. Porque el futuro empieza en el pasado, y será según lo fecundásemos ayer y según lo cultivemos hoy. La Naturaleza no es democrática, sino expansiva. Los árboles no eligen; ni la lluvia, ni el pájaro; para ellos todo es consecuencia de una genética cósmica, inexorable y determinante. Pero el hombre puede ordenar sus impulsos, razonar su evolución, prevenir el mañana con su conocimiento del ayer.
        Uno de los atributos que permiten al hombre ser dichoso es el olvido; sin embargo, olvidamos con facilidad los buenos momentos, y difícilmente los malos; y son estos los que nos determinan y escriben el porvenir. Pero no hay mejor destino que el que la voluntad puede trazarnos; así que debemos olvidar después de haber aprendido del recuerdo; y hacer que el tiempo venidero sea obra de nuestra ingeniería emocional. Cada vivencia es un voto que tenemos en cuenta a la hora de tomar decisiones. Es decir: que lo que llamamos experiencia es la síntesis del aprendizaje del pasado, que nos enseña a construir un futuro mejor. Por eso hay que vivir intensamente, y responsablemente; y por eso el tiempo se detiene para aquel que ha aprendido a gozar el instante. Como en el “Bolero” de Ravel, cada momento debe ser una intensificación del anterior para alcanzar un logro.
        Tanto el manriqueño “cualquier tiempo pasado fue mejor” como el “siempre nos quedará parís”, del Humphrey Bogart de “Casablanca”, suponen una visión pesimista de la existencia. Porque el presente es la suma emocional de cuanto hemos vivido y la proyección intelectual de lo que viviremos. Y si recogemos solo el dolor de ayer, o su nostalgia, no estamos cultivando alegría para el mañana. Ahora bien: igual que en “La persistencia de la memoria”, de Dalí, los recuerdos se derriten y diluyen: se emborronan y nos muestran una vida solo semejante a la que vivimos, no idéntica; dejan de ser espejo de lo que ocurrió y nos presentan otra realidad; transformación esta que puede enajenarnos si no sabemos leer con transparencia los paisajes del tiempo.
        Lo cierto es que todo cuanto existe está sujeto a cambio. La primavera sucede al invierno; la juventud, a la adolescencia; los frutos a las semillas. Todo se transforma, y no siempre para nuestro bien. No podemos evitar las transformaciones físicas de la Naturaleza; pero sí sus repercusiones en nuestra sensibilidad -en nuestra identidad-. Ante esos cambios naturales, que implican transformaciones morales –porque todo lo nuevo entraña miedos y exige la incómoda autocrítica de revisar nuestros principios y conductas-, hay esencialmente dos actitudes: la de quienes temen y la de quienes buscan. La Historia es una lucha, más que un diálogo, entre esos dos criterios -el lector encontrará un buen ejemplo en “Hacedor de estrellas”, de Stapleton-. El progreso se alimenta de la tradición, no de su traición; porque somos evolución, regeneración, invención responsable: de manera que hay que hacer compatible lo nuevo con lo antiguo, desechando lo novedoso y lo caduco. Y tejer con esos hilos de Ariadna sueños realizables.
        No hay peor enfermedad que carecer de ilusiones: quien no tiene ilusiones, o no trabaja para hallarlas, está muerto. Hay que abrirse a las nuevas perspectivas que nos ofrece el progreso y beneficiarnos de ellas procurando que la tecnología no entierre los humanismos, de modo que el mundo no solo sea mejor para los que estaban bien y peor para quienes estaban mal. Porque si es verdad que todo lo que adelanta la ciencia no es un progreso para la conciencia, tampoco es falso que el miedo a avanzar implica un retroceso. Y porque una cosa es cierta: el futuro no está en el confort, sino en el bienestar del corazón.

martes, 16 de abril de 2024

El arte de la autobiografía.



El arte de la autobiografía

Desde muy joven me decía a mí mismo que mi subconsciente sabía más que yo; así que dejaba que las cosas ocurriesen espontáneamente; hasta que deduje que la naturalidad es la suma de los factores que forjan la personalidad, y por lo tanto es importante para su determinismo el orden en que caen sobre nuestra sensibilidad. Por eso un libro no es el mismo leído a los 15 años que a los 20, ó 50, ni afrontar la muerte, o un desengaño a una edad u otra.

     Incluso mis libros más organizados han nacido, por eso, sin proyectarlos, como caídos de un otoño sentimental y melancólico: como liberación de un mal. Cuando digo que no sé qué palabra va a llegar tras la primera, ni de qué trata lo que estoy escribiendo, incluido un relato, es cierto, así como la afirmación de que "cuando escribo traduzco desde un idioma que no conozco a otro que también desconozco". 

     Atribuible es todo eso, sobre todo, a mi primera etapa, en la que corregir parecía traicionar el espíritu de las musas. Pero las musas solo son las conciliaciones de nuestros ingredientes mezclados en la probeta del cerebro; luego, en la segunda etapa, tras 15 años de silencio creativo, empecé la pulimentación de los textos -también impremeditados- y su ordenamiento en conjuntos. Del primer caso o etapa es ejemplo, principalmente, el gran vómito terapéutico de Los ojos de la Metáfora, libro hermético donde los haya, por mucho sentido que tenga, o tuviera, para mí; del segundo, Reconstrucción de un diario, portador de poemas que obedecían, desordenadamente en su creación, a un orden inconsciente que hube de encontrarle y disponer.

     Probablemente el demiurgo de esas circunstancias autoriales es el factor que considero primigenio en mí y en el de todos: la pulsión identificativa y, por tanto autobiográfica, sea esta consciente o compulsiva: el yo como origen visionario del caos y del orden.

     Aprendemos del mundo y construimos nuestro mundo; luego transcribimos de una u otra manera ese aprendizaje y construcción: la mismidad ofrecida, en caso de publicación, a los demás para que no tropiecen en la misma piedra o para que sigan los pasos de los pocos sabios que en el mundo han sido.