PRESENTACIÓN de DEVASTACIONES, SUEÑOS
20 de Enero de 2006.
María José Zaragoza Hernández
Han pasado dos años. Fue el 4 de febrero de 2003 cuando el IAC celebraba un acto literario, "La inmensidad", para tratar la trayectoria poética de Antonio Gracia, habiendo coincidido, en esas fechas, con la obtención del premio mundial de poesía mística Fernando Rielo y el Alegría de José Hierro. En mi presentación decía: “He leído de Antonio Gracia la mayor parte de sus trabajos literarios. Desde el principio juzgué su obra como resultado de una amarga y lenta melancolía. Otras veces pensé que el infierno y él mismo eran cómplices de sus poemas. El hecho de leer cómo es capaz el ser humano de desgarrar el alma sobre el papel, mostrar el “dolorido sentir”, descender a los infiernos, debatirse entre tinieblas y buscar la luz con denuedo para sosegar su espíritu, dejaba cierta amargura a mis preguntas y desazón en sus respuestas”.
En dos años la “inmensidad” del contenido de su obra ha ido creciendo, tanto, que los que admiramos su poesía, creímos que había alcanzado el parnaso de los poetas; sin embargo lo precipitaron o se precipitó por un barranco infinito, cayendo al vacío de la incomprensión, donde reposan los poetas malditos (no me refiero al nombre acuñado por Verlaine), no permitiéndole tan siquiera el derecho a defenderse.
Pero en el universo de la poesía nada nos es nuevo. “¿No es morir el deseo de morir?”- nos dijo en una entrevista- ¿No es vivir el deseo de vivir? –se contestaba a sí mismo 30 años después cuando consiguió germinar una nueva línea poética más sosegada y menos inquietante.
Pero un púgil de la palabra como es Gracia, que pone en el combate el alma del poeta a fin de alcanzar el trofeo de la eternidad, debe estar ya acostumbrado a caer y a levantarse, al bullicio y a los silencios, a la verdad y a la mentira.
Antonio Gracia tiene la cultura de la soledad. Eso ayuda mucho porque cultiva el arte de la reflexión. Y ofrece sus poemas al lector para que recolectemos del campo de las sensaciones los frutos de su denuedo. Sus aliados son la lectura, la música, la pintura, el hombre y su naturaleza sensible, la perpetua búsqueda de la belleza en la belleza para no dejar sentir llegar la muerte propia. Cito: “Hay que inventar la vida y la alegría”.
Pero para llegar a estas conclusiones, al lector lo hace pasar por su calvario. Como poeta, Gracia es cruel consigo mismo negando la existencia de lo que debería darle paz, la búsqueda de la felicidad. Cito: “Como todas las actividades del hombre, mi escritura tiene como meta el hallazgo del sosiego, eso que algunos llaman felicidad. Pero la felicidad es un territorio que muchos han explorado y sobre el que todos han mentido. Como todos los mitos, es una invención del ansia, una utopía del desconsuelo”.
A veces –como hemos visto- es pesimista, exigente, perfeccionista por naturaleza, incondescendiente con él mismo. Nunca cree haber hallado la palabra exacta para calmar su “ansia poética espiritual”. El verso que lo tenga y contenga todo lo busca en la naturaleza, en la sustancia del ser, en la médula de uno mismo.
Dueño de sus soliloquios, exige respuestas imposibles a las mayéuticas con que cualquier ser humano se enfrenta a la verdad de la vida o la muerte; ese reloj sin agujas que nos da las horas de los días, pero nunca nos dice cuándo llegaremos a tocar la noche y sus tinieblas.
La trayectoria poética de Antonio Gracia no es nueva, ha sido un peregrinar por limbos e infiernos hasta lograr la redención por la poesía. El libro Devastaciones, sueños, más optimista, nos hace pensar en ello.
Por eso, la poesía, para Antonio Gracia es su amante más preciada, a la que mima, atiende, alienta, ama. Estamos convencidos de que tras la expurgación inexorable que el tiempo hace de autores y poemas, los de Antonio Gracia perdurarán, mientras el hombre siga siendo una pregunta queriendo responderse a sí mismo.