Todo aquello que sueña el corazón
existe en algún sitio
o acaba por crearse.
Todo aquello que sueña el corazón
existe en algún sitio
o acaba por crearse.
Queridísimo enemigo:
Aquel que incumple las normas de supervivencia -como las que regulan la superación del virus- no es solo un necio inconsciente y egoísta, sino un presunto asesino.
¿Para qué hablarle a quien ha decidido
oírse solo a sí mismo?
Hablarle a un necio es ser necio.
Que la muerte nos robe la existencia es inevitable: nos transforma en víctimas del Gran Hacedor y su Big-Bang. Pero que nos convirtamos en victimistas de esa tragedia, en vez de mantenernos firmes ante ese fusilamiento y vivir sonriendo mientras tanto, es la fiel representación de la Kobardía.
Empecé a practicar la resiliencia -sin saberlo- hace muchos años, como autoterapia y autosicoanálisis. Huyendo del infierno interior, le di un giro a mi inconsciente pero contumaz sentido elegiaco de la vida, tratando de convertirlo en himno. "El himno en la elegía" es un título; como lo es "La urdimbre luminosa". Aunque todo empezó con "Hacia la luz".
En definitiva, la resiliencia es un voluntarismo positivo, un estoicismo con voluntad hímnica.
La resiliencia en dos minutos
La utopía es el sueño
con el que se extermina a quienes sueñan:
porque siempre termina en distopía.
Querida Claudia:
Es todo tan sencillo de entender: vivir es tratar de convivir. Dos personas se conocen, fructifican sus vivencias paralelas, crean sueños, recuerdos para el porvenir ... hasta que los dispersa el mismo viento que los reunió al lanzar uno hacia el otro.
No aceptar esa ida y vuelta emocional es suicidarse lentamente. Ninguna serena despedida es un fracaso: es el término de un ciclo. Somos imanes queriendo ser abrazados por el hierro que nos atrae. Pero, como en las aporías de Zenón, ni la flecha alcanza su diana ni un cuerpo abraza definitivamente el otro cuerpo.
Beso.
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He aquí a una mujer que venció al hombre precisamente porque no lo consideró su enemigo. Lo trató sicológicamente de igual a igual para que fuese tratada de igual modo. Ni hombres ni mujeres: seres humanos.
(Al margen de sus eclesiastismos).
Dícese que quien la sigue la consigue -o quien lo sigue lo consigue-. Probablemente: pero ¿con qué porvenir?
Dos personas que se aprecian o se aman acaban juntas si tienen voluntad de convergencia síquica: de completar su sintonía eliminando las asperezas que los alejan. Pero basta con que una de ellas tenga voluntad de divergencia -de autosuficiencia- para que, por muy unidos que estén, terminen separados.
Convivir -las 24 horas o 200 minutos- no solo es cuestión de pretenderlo, sino de proponérselo: regirse por la razón pausada para que los impulsos sean siempre beneficiosos y nunca destructivos: tener la certeza de que los mutuos comentarios intentan mejorar, no menospreciar; lograr que la conversación jamás se convierta en discusión.
Amar no es solo querer amar: es prepararse para ser amado. No basta el "quiéreme como soy". Se precisa el "voy a ser como debo" para ser digno de ser amado.
En fin; es muy sencillo: todos queremos acertar, pero todos, aunque sea excepcionalmente, nos equivocamos en algo porque hemos ordenado mal alguna pieza de las que forman nuestra personalidad. Debería ser un honor rectificar, pero para ello es necesario reconocer primero que algo hemos hecho mal. Y eso no lo toleran muchos temperamentos, sobre todo, y precisamente, los inseguros. Por eso la contumacia brilla tantas veces como una -oscura- estrella en nuestro carácter.
Imaginemos que Convergencia y Divergencia son dos señoras -o dos señores- adornadas con cien virtudes. Convergencia no solo tiene cien cualidades sino que procura, y consigue, enderezar una que la inclina a cometer algún error intrascendente pero exasperante. Su mente siempre está serena porque vive y no solo deja vivir sino que ayuda a que todos vivan mejor. En cambio Divergencia, empujada por algún mínimo trauma lejano de autoestima necesita saber impoluta su conducta y, para ello, se niega a escuchar todo mínimo cuestionamiento de alguna reacción que, escuchada y corregida, desaparecería de su vida y de la de los demás. Sin embargo, empecinada en que debe ser aceptada como es, sigue siendo como no debe ser en ese breve rasgo de su carácter. Y la exasperación que produce acaba trabucando a quienes la quieren y abismándola en una lenta melancolía porque no sabe por qué "todo le sale mal" -pero su inconsciente sí lo sabe: y la castiga-.
Qué quiero y qué estoy dispuesto a hacer para conseguirlo: esas son las preguntas que debemos contestarnos. Aprender de los errores es el primer paso en el camino del conocimiento: del bienestar. Y alejarse de Divergencia -o Divergencio- a la tercera inconvergencia es lo más sensato. Si no, estamos aceptando como compañía a un caminante que hace simplemente un alto en nuestras vidas para seguir la suya.
Perdidos los cimientos de la lírica -racionalizar el corazón sin sentimentalizar el cerebro-, durante los siglos españoles XVIII y XIX, a causa de la intromisión ilustrada y la invasión del apasionamiento desbocado, la poesía española se enfatizó desproveyéndose de lírica y proveyéndose de grandilocuencia.
Fue un periodistilla desconocido, muerto a los 34, quien en sus escasas rimas y narraciones se constituyó en filtro de esos excesos. Él, partiendo de los lieders alemanes y Heine, hizo posible a Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, y a tantos otros. ¿Por qué, si no, continúa vigente Bécquer tras 150 años?
No creas que no eres tú
el extraño que te observa
cuando miras un espejo.