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jueves, 31 de octubre de 2013

Pavana para una infanta difunta

Ravel / Entremont: Pavana

De entre las muchas y grandes obras de Ravel, enriquecidas por su orquestación, es la íntima delicia de la Pavana para una infanta difunta la que más amo y me ha acompañado durante casi toda mi vida.
La levedad del piano expande una melancolía -irreductible en mí porque tal vez en ella se reencarna Oniria-. La cadencia insiste en un obstinato tan triste como aristocrático, como una elegía insinuada que rehúye toda onstentación:



En nadie pensó Ravel al componerla, pero es como si hubiera sido escrita para Ofelia y sus iguales:



He aquí la versión orquestal dirigida por Reiner: los diferentes instrumentos van sucediéndose al entonar la melodía pianística, si cabe, más delicuescente:


Una versión grabada como homenaje a Lady Di:




La versión vocal grabada para el mismo homenaje:



Su fúnebre lirismo no ha pasado desapercibido para la modernidad, que ha utilizado su melodía para ilustrar la muerte social, como en esta adaptación de William Orbit:




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Rachmaninov

Pinos de Roma

Variaciones sobre un tema caballeresco


miércoles, 30 de octubre de 2013

El abrazo prohibido

Schumann: Kyrie

¡Tantos años llevaba buscando un gran amor y desenamorándose en cuanto aparecía para convertirse en amorío!

¡Habitar una isla solitaria y encontrar allí otra soledad poblada de sí misma a la que amar como tal vez se amaron solamente los habitantes del Edén! 

Pero Adán y Eva quedaban muy lejanos y ahora se puede estar aislado entre la multitud, ese ruin universo que reúne y arruina toda isla viviente.

Así que Él -Ella-, cansada ya su búsqueda, se emocionó cuando encontró a Ella -Él-: y se amaron, cantaron y escribieron palabras y alborozos de los que solo resplandecen en los labios, el abrazo y los ojos de quienes se enhechizan al hallarse y comparten la magia de la fascinación.

¡Qué sueños y delirios prolongaban sus días! ¡Qué dicha la que había de venir!

Pero la realidad maltrata la existencia y el sueño se convierte en pesadilla. 

Así que Ella y Él dejaron de repente de encontrarse, de sentirse, de amarse. 

- ¿Por qué esta oscuridad y este silencio en donde había luz y algarabía íntima? ¿Quién ha impuesto la ausencia en nuestras vidas?

No encontraban respuesta. Pero el poema sí:

Todo lo arrasa el tiempo con su furia
y lo que fue nunca existió.
Los sueños se convierten en anhelos
y la esperanza en ansiedad doliente.
La conciencia se llena de penumbras
que devanan la luz
entre las simas de la soledad.
Sortilegios y hechizos se derriban.
Se desvanece el éxtasis del ansia.
Y de los paraísos que forjamos
solo queda, en la noche,
la lucidez esquiva del dolor.

martes, 29 de octubre de 2013

Solo el propio consejo

La verdad de cada uno es lo que cada uno cree que es verdad. Y nada pueden los otros para demostrar lo contrario: porque a la razón egótica le repugna admitir su error e inventa causas para su contumacia. 
Solo dejamos de ser contumaces cuando sufrimos por ello: por eso solamente aceptamos nuestros propios consejos, los nacidos de nuestra propia experiencia; sin embargo, para entonces, cuánto daño nos hemos hecho, y cuánto tiempo hemos perdido, en esa inexcusable estupidez de un autoaprendizaje que no admite maestros. 
Como si aprender de los errores no fuese el primer paso en el camino del conocimiento.


domingo, 27 de octubre de 2013

Sobre una lírica fantástica (La construcción del poema, XIX)

Mussorgky: Una noche en el Monte Pelado

La construcción del poema (XIX)
       Bajo el signo de Tánatos

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LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA


1.- El poeta escribe lo que siente tras una melodía reflexiva que ordena cadenciosamente sus palabras. Sus sentimientos se parecen a los de todos. Sin embargo, algunos poetas traspasan los umbrales de la “normalidad” y sintonizan con la anomalía cognitiva, la sensación ultrasensorial. Ahí comienza la lírica fantástica: arranca, de esa zona irracional, lascas que luego pule en versos y poemas -también en determinados cuentos, que son poemas sin verso- a veces fantasmagóricos y otras sencillamente “extraordinarios”, en la acepción que Poe utilizó para denominar sus realidades. Surgen de esta manera estados de ánimo, espacios síquicos, mitos o “leyendas”, como las de Bécquer, en torno a “un más allá” que está en el aquí y el ahora del hombre cotidiano, si bien solamente al alcance del sentir de algunos hombres.
No puedo detenerme en ello ahora; pero indicaré, siquiera, unos puntos de partida.
¿Qué límites poner a esta poesía? ¿Cómo acotarla para que no se extravíen sus ejemplos por demasía o por defecto? Por lo pronto, no distinguiendo entre verso y prosa: siendo la lírica una de las pocas ventanas por las que se asoma la inefabilidad, no parece idóneo eludir aquellos textos que nos abren hacia la expresión y comprensión de lo inefable, trátese de La carta de amor, de Fragonard, o de la opus 131 de Beethoven.
Entiendo por lírica fantástica -a falta de mejor nombre- aquella que provoca en el lector -al asimilar la realidad del autor- una desubicación espacio-temporal, abocados los sentidos, sin remedio, a la posibilidad y a la probabilidad de otros mundos. Esa contingencia de mundos paralelos, sean cuales fueren -sensoriales, espaciales, temporales- es la fuerza motriz de toda alteridad, concretada en un otro yo o en una otra colectividad. Constituye la transgresión de la realidad tradicional por la irrupción de lo insólito. Tal irrupción tiene varias causas, aunque todas pueden resumirse en la difuminación de la conciencia, como apunta la rima LXXV de Bécquer:

¿Será verdad que cuando toca el sueño
con sus dedos de rosa nuestros ojos,
de la cárcel que habita huye el espíritu
en vuelo presuroso?
¿Será verdad que, huésped de las nieblas,
de la brisa nocturna al tenue soplo,
alado sube a la región vacía
a encontrarse con otros?
La cita del alma con otras almas cuando la voluntad desaparece, viene a decir Bécquer, recogiendo una atávica fantasmagoría. Ese recurso utiliza Leopardi en El sueño: el tópico de la duermevela para mostrar un encuentro de ultratumba con su amada, huyendo de caer en la tramoya fantasmal, pero recurriendo a las posibilidades que ofrece la ficción del muerto aparecido. (También es en la duermevela de la siesta cuando el fauno de Mallarmée -que Debussy inmortalizara- vive su fantasía). Más sutilmente, Coleridge muestra el rostro sin rostro de un espíritu en el poema titulado, precisamente, Fantasma -cuya libre versión copio-:
                   Todo cuanto pudiese recordar lo terrestre,
tanto en origen como en similitud,
se había desvanecido.
Erguido tras la piedra trascendida,
nada quedó en el rostro iluminado
sino su propio espíritu:
ella, tan solamente ella,
brillaba con luz propia
a través de su cuerpo transparente.


            Indefinición, la anterior, que se define y deviene místico erotismo carnal en la Noche oscura de Juan de Yepes, quien, como tantos otros, concede al encuentro amoroso una espiritualización que trasciende lo efímero de la carnalidad y encarna el sueño de la inmortalidad. Y ahí, en ese océano de tiempo sin tiempo, o tiempo intemporal, en ese rincón síquico llamado eternidad, transcurre la aventura de la mente, avariciosa de conocimiento de lo que fue y lo que será.
También el malditismo -la conciencia violada por la desesperanza- es un estado del alma por el que mirar al otro lado, como muestra Baudelaire en el Spleen siguiente:

         Cuando el cielo cae (...) sobre el espíritu gimiente,
         ...
         las campanas, de súbito, dejan caer su estruendo
         ...
         y largos catafalcos, sin tambores ni música,
         desfilan lentamente por mi alma...

La muerte crea monstruos y fantasmas; pero también utopías, paraísos: estancias de “el más allá” en las que prolongar “el más acá”. La ultratumba como una persistencia de la antetumba, aunque sea dolorosa como un insoportable purgatorio o un horrible infierno (en esa necesidad, sin duda, hay que buscar el exitoso eco de la predicación de cuantos evangelios eclesiásticos se disputan la carne del espíritu).

            2.- El elemento mágico raigal de la lírica fantástica es aquel que hace su aparición en el Romance del Infante Arnaldos, y que no se explica -aunque así se pretenda hacer- acudiendo a la hipérbole o alguna otra retórica: si se cree en “un cantar / que la mar ponía en calma, / los vientos hace amainar...” es porque lo divínico existe en la mente de quien observa la naturaleza. ¿O es esta la que posee el don de transfigurarse “contra natura”?
Así pues, lo sobrenatural es el rasgo distintivo de la lírica fantástica. Pero no llamaría yo la atención sobre este punto si no fuera porque lo sobrenatural entraña misterio; y es el misterio la sustancia que mayor atractivo ejerce sobre el ser humano, ya que, como ser racional, el hombre necesita, inexorablemente y como afirmación de su identidad, explicarse lo irracional, liberarlo de la animalidad.
3.- En fin: si hallase tiempo para tan atractivo tema, lo dividiría en dos apartados, más adyacentes que autónomos:
a) Lírica de la fantasía. Bien pudiera denominarse Poesía de la realidad imaginada: acude a lo ficticio como si fuera una realidad aceptada. Digamos que, como todo es posible, las obras aquí consignadas serían aquellas que tratan una posibilidad, por muy remota que sea. El estudiante de Salamanca (Espronceda), El monte de las ánimas (Bécquer), o algún milagro de Berceo pueden dar idea de su estrategia sensorial. Pertenecen a este conjunto invenciones metalíricas como El paraíso perdido (Milton), Fausto (Goethe), 1984 (Orwel), Fahrenheit 451 (Badbury) o El planeta de los simios (Boulle). Suelen arrastrar una fuerte carga alegórica.
b) Lírica de la realidad desconocida y apenas vislumbrada. Indaga o manifiesta esa porción del ser que se resiste a la conciencia y que cuando aflora derriba a quien lo siente sin que este pueda evitar colocarse en situación de sentir -y consentir- aquello que teme y que lo ama. Cuantas obras citase en este grupo constituirían, a mi juicio, notables demostraciones de la probabilidad de otra conciencia: aquellas obras que asoman al lector a un espejo que le abruma, como ocurre con los autorretratos de Van Gogh. El cuervo (Poe), El rayo de luna (Bécquer), Funes el memorioso (Borges), Todos los fuegos el fuego (Cortázar)... me parecen evidentes ejemplos. También cabe aquí aquella poesía que apela a un ser no admitido por la lógica convencional, que avizora o vislumbra otros mundos: la mística ronda esta literatura, que solo lo es en cuanto que el hombre escribe para reconocerse, no para exhibir su inteligencia de poeta o autor.

La construcción del poema (XII): Identidad de la elegía

La construcción del poema (XI): Idolatría del dolor

La construcción del poema (X): Bajo el signo de Tánatos

viernes, 25 de octubre de 2013

Un poema de Pedro Ramírez (Antología, Segunda serie)

Debussy: El mar (Baile de olas)

La estatua

Como una estatua líquida, sonríes,
carámbano de cielo, frente al mar,
mientras las olas leves te persiguen
para abrazarte con tu propio abrazo.
Playas sin horizonte, errante piélago
que se acerca y se aleja igual que un péndulo
precipitado a la desolación.
Pareces de coral y carmesí,
devanación de esfinge alborozada,
y brillas como un chorro de alegría.
El agua se deshoja entre sus olas
y teje su guirnalda ante tus pies.
Triste melancolía la del mar,
que no te alcanza y deja al retirarse
su corazón como un dibujo muerto.
 © Pedro Ramírez


jueves, 24 de octubre de 2013

La prédica de Oniria

Clara Wieck: Nocturno

Predicaba Oniria en el desierto, que es el público que mejor sabe escuchar y aplaudir a través de los siglos. El eco murmulloso editaba en las paredes del viento su melodiosa voz sencilla y pura: 

Mi escritura se alimenta de mi vida: por eso ambas son tan frágiles.
Algún perverso endriago me hizo sentir desahuciada y remití mi existencia a lo que salvase mi escritura. Muchas veces confesé que cuando no necesitase escribir sería la demostración de que mi vida había vencido sus fantasmas. Por eso antes me aterraba la afasia. Ahora me alegra no tener qué decir. 
Creo que ya no soy un castillo habitado por monstruos solamente. Tal vez, por fin, puedo afirmar que las palabras ya no son mi espejo. 

Y el verbo se calló

martes, 22 de octubre de 2013

El abrazo invasor

Wagner: Venusberg

En un rincón un cofre simulaba antigüedad. Estaba lleno de monedas doradas y herrumbrosos bombones. Cada vez que lo abría, con su mano tocaba su niñez, cuando “La isla del Tesoro” y sus afines eran la única realidad y su hogar el abandono desde el que huir a esos mares lejanos para buscar los paraísos que, puesto que existían en su corazón, debían existir en algún sitio. Se dejó caer sobre la alfombra. 

Vio los cabellos sueltos de todos los tamaños y colores, rizados y sin rizo, morenos, rubios, cortos, teñidos, largos, uno de cada clase, como trofeos, reliquias, flores en un jardín: solía colocarlos sobre la cama para que quien los viese se esforzase en ser mejor que “la otra”: “la que conquista es siempre aquella que se hace imprescindible: en la risa, en la melancolía, en el sexo, en los secretos, en todas ocasiones; cuando alguien siente una emoción, y al deseo se anuda el rostro, el cuerpo, la mente de una persona, esta se hace necesaria, inevitable, ya no piensas en otra”, solía decir como estrategia. 

Sobre la alfombra estaba, de bruces hacia el cielo, aunque el techo impidiese su visión, no su contemplación, mientras caía la música como una ninfa bella desatada de un sueño y convertida en lluvia salmodiando su cuerpo, sobre su piel y sus ojos cerrados, abandonado el libro durante unos instantes para atrapar el éxtasis, dejándose acunar por la dicha, un ladrido lejano, un susurro del viento, un recuerdo ancestral sentido como propio, el pasado mugiendo en la memoria devoradoramente, el porvenir intruso con su puerta insegura, pero el presente allí, tan solo superable si aquellas sensaciones alguien las comprendiese, si aquella plenitud la compartiese un cuerpo de carne, inteligencia y sensibilidad, un amoroso ser de ternura creciente, de indómita sustancia para su corazón cansado y añorante, un bebedizo mágico que le diese la paz, que le otorgase la mirada absoluta en la que dos sintientes se reconocen y arman el complot absoluto de la felicidad. Alguien vendrá, alguien vendrá, sopla con furia, repitió volviendo a la lectura. 


Y allí el ventilador, como una cúpula espiral aventando las notas en una brisa tenue por todos los rincones y sus poros. Sabía que no era cierto, pero daba lo mismo: entró por la ventana, traspasando barrotes, y se tendió a su lado, ceñida su figura por la cenefa azul y toda la lujuria y el amor en los labios, sus gestos eran lentos, apenas se movía, como una nube que aspirase la lluvia hacia lo alto en vez de derramarla, una levitación constante cayendo tenuemente y no cayendo con tanta lentitud que la ecuación más vertiginosa o la velocidad mayor hubieran regresado a su comienzo antes de alzar su vértigo infinito, y a su lado tendida, paralela al delirio y al sueño más sublime, yacía sujetando su voz con su mirada para que no dijese, para que se callase, para que si sentía fuese un silencio que no dejase huellas, que no guardase pruebas de que había existido, la duda en el amor es lo que hace que viva y se renueve para saberse cierto, acaríciame suave, sin tocarme, sin verme, sacude los espasmos que habitan mis entrañas y pugnan por salir y vivir para ti, para mí, suéñame, víveme, pon tu mano en mi mente, túrbame con tu aliento, déjame compartirte, déjame ser tú junto a ti y esfuérzate en ser yo junto a mí, es la única certeza el instante del beso, púlsame con tus dedos distantes y sacrifícame, me entrego, soy tus ansias, escúchame plañir como esa música, entra en mi corazón y arráncalo y sórbelo en tu boca hasta que forme parte de tu sangre la mía, ¿me has oído?, te amo ...

Fue un rayo fulminante: toda una eternidad esperando la plenitud y ahora que estaba allí no sabía qué hacer, dejó que se marchara; porque ¿qué hacer con el amor cuando se encuentra?


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El abrazo indomable

Monólogo del cisne (El abrazo imposible)

El abrazo entre plumas

El abrazo en el cuadro

El abrazo inasible

El abrazo iniciático

El abrazo sin plétora.

El abrazo dulcífago

El abrazo inedénico

El abrazo a la muerte.

Como si fuera mi Autobiografía (El abrazo final)

El abrazo interrupto

El abrazo cautivo

El abrazo inmortal

El abrazo caníbal

El abrazo coital

El abrazo placebo

El abrazo sin rostro

El abrazo perdido (Carpe diem).

El abrazo truncado

El abrazo suicida

El abrazo invasor


lunes, 21 de octubre de 2013

Los poetas esdrújulos


Sostiene Blanca Andréu -en un correo personal en el que enlaza un blog público- que, según una quimérica encuesta, es la quinta -o el quinto- mejor poeta de las últimas décadas: me alegro; y me alegraría más si, en verdad, lo fuera. Porque ya se sabe que las encuestas se hacen para que quien no tiene criterio propio sepa qué debe pensar; lo que se olvida, o no se sabe, es que en arte -en poesía- no hay democracia, sino individuo. Y lo que no quiere recordarse, aunque se sabe, es que algunos individuos son humildes y otros solo vocíferos fantasmas.

Noticia de José cantero (1946-1993)


Schumann / Du Pré: C. celo.

             En varias ocasiones he citado a José Cantero. Algunos me preguntan sobre él, y yo, poco perplejo ya por sabedor de que nadie es profeta en su tierra -en su tiempo, sería más exacto-, no quiero eludir la ocasión de dedicarle unas líneas.
              Lo conocí en 1967, en Salamanca. Allí residía desde su adolescencia. Había nacido “a cuatro pasos de Orihuela”, en diciembre de 1946, y vivido en una calle cercana al Colegio Santo Domingo, a cuyas aulas asistió durante algunos cursos, aunque ni él ni yo nos recordábamos viviendo en los recuerdos del otro. Nuestras afinidades se explicitaron enseguida y, a pesar de que no volvimos a vernos después de 1988, mantuvimos durante 25 años una correspondencia para mí tan enriquecedora como atormentada. Deudor me siento de Cantero. Nunca he olvidado las mañanas en que nos dedicábamos a entorpecer el estudio, en Anaya, de nuestras condiscípulas, y a escribirles sonetos acrósticos “en catorce minutos”, como los versos, más uno “para repasarlos”. Tampoco olvido -jamás lo olvidaré- un atardecer crucifixante y golgotado subiendo al cementerio de Ávila en busca de una tumba que no llegamos a encontrar.
               Repaso esa correspondencia y la tristeza y la nostalgia se sientan a mi lado como amigos que me hieren al compás que me consuelan. Hay en ella persecuciones en que las batutas de “los grises” nos imprimían pentagramas discordantes en la espalda; hay tercas evasiones de las clases de Lázaro Carreter, mientras sus ojos polifémicos nos busconeaban para criticarnos algún poema en la edición anotada del día siguiente; hay acordes de guitarras lastimeras en las madrugadas bajo los balcones de muchachas que a veces, solo a veces, callaban nuestras bocas con las suyas mientras el ruido de El General pasaba en ronda nocturna y dispersante, poniendo, sin saberlo, el toque de queda en nuestros besos clandestinos; hay tardes junto al Tormes, bajo el Puente Romano, con olores a invierno y mucho frío, jugando a ser Calixtos de bellas Melibeas mientras la noche hacía de Celestina y el toro del Lazarillo mugía como un viento centinela; hay recitales, vértigos, dolor, amor, y risas, y llantos apagados por el vino; hay un fray Luis amaneciendo ebrio, desperezándose con un vaso en la mano, en brindis con el cielo, y un rector Unamuno que no podía gritar su autoridad porque un cigarro impertinente amordazaba su voz tantas mañanas; hay juventud vivida con angustia; hay poemas. 
                Solo pretendo dar un escorzo de José Cantero. Y como un autor vive para escribir y hace de su escritura su única vida, prefiero mostrar fragmentos de esa vida -su obra- a otros datos externos “imprescindibles” solo para los eruditos -entre los que no me cuento- que eligen “saber” eruditamente sin comprender tras esa erudición. Por eso copio este texto (marzo, 1972):
Vía cognitiva (Homenaje en La Flecha)

Hay un lugar detrás del horizonte,
y junto al corazón, de paz serena
y suave amenidad y gozo lleno.

Baja la nube y trepa al cielo el monte
en esos verdes prados donde suena
la música del cosmos dulce y pleno.

Allí brota clarísima fontana
con el agua más pura, y el espliego
perfuma allí la vida cada día.

Allí la claridad es cotidiana,
allí se mece el alma en el sosiego
y promulga la luz su epifanía.

La oscura y blanda hormiga allí construye
la máquina del orbe en miniatura
que al ideal del hombre se asemeja;

y para aquel que lo mundano huye,
en mágica y severa arquitectura,
                              la laboriosa abeja su miel deja.

Delicada mesura hay en la rosa,
fulgor y rojo aroma en su belleza,
y la fugacidad de su pureza

resumen es del ansia, codiciosa
de eternidad y plenitud, gloriosa
al elevarse en su naturaleza.

Entre libros y amores dividido,
paso mi tiempo fugitivo en una
eterna primavera dilatada.

Fervoroso y ardiente, y trascendido,
ni temo al llanto ni a la gris fortuna
en el solaz azul de esta morada.

Voy a su paz colmada de infinito
cuando de la verdad pierdo el sendero
y me tientan los falsos esplendores.

La soledad templada necesito;
y del resto del mundo sólo quiero
un pájaro, una fuente, algunas flores.

               Debo decir al lector que ni este ni el siguiente poema que rescato figuran en la edición de Poesía total (1993), libro que él mismo preparó y que no quiso ver impreso. Quizá estoy traicionando la memoria del amigo al difundir sus confidencias que, por otra parte, él desestimó en la antedicha obra por juzgarlas, sin duda, primerizos poemas, de corte clasicoide, y ajenos a la estética que asumió. Ciertamente, la poesía de José Cantero navega -y la amistad, náufraga, no me ciega- por otros derroteros más exigentes y herméticos. Pero ya he dicho que estoy apuntando al hombre y no solo al poeta, aunque este absorbiera y vampirizase a aquel.
            Una autocrítica severa le llevó a decir en una entrevista, consciente de su alejamiento de la poesía al uso: No espero nada de la crítica; en todo caso, descalificaciones. Y con el tiempo fue abandonando la escritura (deduzco que hacia los 35 años), su profesión de bibliotecario, su familia, toda vida social (hacia los 40) y hundiéndose hacia dentro de sí mismo. (Ya no leo porque solo se publican libros, igual que no voy al cine porque solo ponen películas). Y la soledad física conduce a la soledad síquica, en un solipsismo inextricable: algún amor secreto y poco venturoso consumió sus últimos años. Murió el 8 de marzo de 1993: Newton -la fuerza de la gravedad- lo asesinó contra el suelo 25 años después de otra muerte que estigmatizó toda su vida. En su ensayo Los poetas suicidas (1990) afirmaba: El suicidio es la ejecución de Dios: por haberse atrevido a crear una obra imperfecta. Y en su última carta había escrito con una letra rota: Envidio a los condenados a muerte: ellos no tienen que elegir. Y acompañaba este poema, al parecer dirigido a MDM:
          Amanecer

Mira 
mi 
sexo 
anclado 
entre 
tus 
ingles
y dime que no escuchas el fragor
del 
cosmos
renaciendo
en 
tus 
entrañas.

           Hasta aquí el breve apunte de este hombre que nació para escribir su muerte. Nunca supe su segundo apellido: como si hubiese ocultado su verdadera identidad (Soy hijo natural, y huérfano). Lázaro Carreter, en el prólogo al libro citado, tampoco aclara nada. Otros dirán de él lo que yo no he sabido -y, por doloroso y próximo, no he querido- decir.