Ravel: Pavana
Jamás olvidaría
aquel rostro inocente perpetrando el ensayo del suicidio: Ella, embozada
en el propio sonrojo que en realidad la delataba, con sus guedejas rubias en
forma de bufanda ocultando su cuello, la pamela inclinada y los ojos espías,
buscando el instante preciso para hurtar la carta pública donde le decía que la
amaba, donde podría leer las mágicas palabras a las que siempre podría recurrir
cuando necesitase saber que fue una vez amada, ella, la hermosa y perseguida,
inconsciente de su propio atractivo y de la persecución que todas las miradas
le expandían. Aquel recuerdo no desaparecía: saber que él era todo lo que ella
esperaba, que era un sueño soñado por tan hermosa dama, Doña Hermosa, Doña
Preciosa, Altísima Princesa, como solía llamarla, pero igualmente a todas.
¿Y aquella noche sin estrellas, sin
ojos, con alcohol y tristeza, con el cabello atado como una horca amorosa, los
rizos negreyentes cayendo sobre el pecho, la lluvia deslizando su humedad por
la piel y las sábanas locas resbalando como una enredadera descendente, dejando
al descubierto sus cuerpos enredados en la ardiente armonía de no saber quién
era cada uno, de ser tanto ya el otro copulado, abrazado, erotizado, amado? Y
de repente, en medio de la noche, abrir los ojos desde la lejanía del sueño y
verla absorta observando, mirándome amorosa y asesina, tierna y desvencijada,
con la mano empuñando un cuchillo y la alucinación en la mirada y el miedo y la
sorpresa y hazme el amor de nuevo, y rodar otra vez y exhalar la ambrosía de la
sexualidad, la extenuación, la sangre galopando y perdiéndose en la noche.
¡Cómo evitar la presencia de aquel
cuerpo gozoso al que se suponía que debía amar, y que mientras agonizaba solo
era un motivo para que espiase sus propios sentimientos a fin de escribivirlos!
Utilizar la muerte ajena (era imposible utilizar la propia) para convertirla en
escritura, nada más. Eso fue todo. Y así es siempre.
Demasiada vida que pasó sin vivirse,
mentes desestimadas, cuerpos abandonados, cadáveres aún vivos en la memoria
hostil. Fragmentos de identidad, recuerdos. Juventud ignorada que nunca se
repite y que regresa menos cuanto más se persigue.
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