Decidieron compartirlo todo hasta que la realidad cotidiana, que no entiende de sueños, vino a mostrarles su inexorable desengaño. Entonces lloraron, se separaron y volvieron a encontrarse muchas veces; encuentros que condujeron a otras sucesivas separaciones y reconciliaciones. Se despedían alegres y saciados y, sin saber por qué, quizá porque así son las cosas, al volver a encontrarse ya no estaban en el mismo lugar emocional: todo lo arrasa el tiempo con su furia.
Una noche decidieron compartir, ya que no les quedaba otra cosa que entregarse, una botella de un buen vino.
Por la escalera, él sentía deseos de apretarla contra sí y apoderarse de ella mientras ella se apoderaba de él, dejándose mutuamente vencer en la batalla mientras la ganaban. Pero, uno a uno, los escalones iban desapareciendo bajos sus pies sin que ningún cuerpo caminara hacia el otro.
El ascensor tampoco los abrazó ni los fundió carne con carne, aunque eso era lo que deseaban. Y conforme subían, los besos lamentaban quedarse entre los labios.
Al pasar junto a la habitación, que tanto había gemido dulcemente a través de sus ansias y sus cuerpos, temblaron las paredes, y los muros del mundo parecían romperse para impedir la eterna despedida. ¿Por qué no se abrevaban, uno en el otro, sus mutuos corazones y calmaban la sed de eternidad e instante? A lo lejos, el mar se abrazaba a las rocas como un ciclón obstinado en su herida. Una estrella cayó: caía más allá de la ventana.
Después de la botella volvieron a llorar. Y se escanciaron todos los diluvios.
Mira los ojos: cómo transparentan la luz del universo, donde el alma
es infinita; observa, enfebrecidos,
esos labios, por los que emerge el mundo.
Siente el cuello, que yergue la cabeza
y se abre sobre el pecho como un río
apaciguado; escucha el corazón,
su músculo sonoro, su sangrienta
geometría, el cúmulo de gárgolas ardientes; y las vísceras añiles enrojecidas por la voluntad de la creación; los vasos y los filtros ordenados en mágica armonía. Contempla el firmamento esplendoroso del epitelio cósmico interior, las mil estrellas que el cerebro fragua. Mira cómo se ordena el caos; mira cómo surge la nada y se transforma en cálida materia inteligente; y cómo se dilata en los pulmones y se expande en la rueca de la vida hacia el pubis sediento. Observa, palpa la humana simetría; huele el tacto de las manos, los muslos, la osamenta vestida con la carne que se burla de toda podredumbre y canta firme su exaltada salmodia, la lujuria de la pura existencia incontenible, irresoluble en muerte. Abraza el cuerpo, repite su clamor y niega entonces la furia del vivir y su conciencia de eternidad.
Me levanto en la noche y camino el pasillo oscuro y tenebroso como un túnel sin tiempo. Un resplandor de fuego, dentro o fuera de mí, me reclama y recorro sumergido en el vértigo el trayecto a la luz. De repente es de día y anochece de nuevo, y otra vez me levanto.
Mi cuerpo es una lasca del firmamento alado. Al fondo del pasillo una antorcha me espera hacia la que doy pasos infinitos y párvulos; y entro en un sortilegio empedrado de estrellas que biselan mis ojos y mi espíritu alumbran. Una caverna cuántica como un monstruo o menhir fosforece y convierte mi noche en un diamante. Forja el camino sendas; y un bosque de tinieblas transfigura el secreto misterio en manantial.
La tristeza es un pájaro que vuela en las entrañas
Quién besara los ojos de la melancolía
El amor es la magia que nos convierte en dioses
Los besos son la huella de la resurrección
Detrás de las estrellas se columpian los sueños
La soledad desvela al hombre cosmogónico
Decidme que la noche desemboca en la luz
Manantiales de dicha diluvia el firmamento
No existe la tristeza para quien sueña y ama
El amor es la magia que disuelve el dolor
En la noche serena se columpian los sueños
Mi corazón asciende convertido en un pájaro
Diamantes y sonrisas en la noche serena
La soledad descubre la mística armonía
Decidme que la noche desemboca en la luz
La lluvia clama ocasos en los que dibujarse
La sonrisa es un rostro que oculta el de la muerte
Los besos son la huella de la resurrección
Jamás tendré tus besos oh dama inresurrecta
Arcoíris y lluvias derraman utopías
Decidme que la noche es un canto a la luz
Hace años escribía yo desenfrenadamente, sin poder atajar el turbión síquico que pugnaba por salir para liberarme de su tortura. Cuando me decidí a publicar, no podía corregir aquel desenfrenado río que brotaba sin buscarlo y que me ahogaba tanto si permanecía en mis sentinas como si se volcaba sobre el folio. Retirado de la escritura durante 15 años, intenté ordenar mi mente, que zozobraba igual en la prosa de los días que en el verso de la pluma, puesto que ninguna distinción había entre unos y otra. Finalmente, la palabra volvió de su afasia y su naufragio, y empezó a ordenar una vez más mi vida. Sin embargo, ya podía yo detener el torrente verbal y reescribir mientras iba escribiendo, aunque cierto es que jamás he logrado, ni pensado, pergeñar mentalmente un escrito, y sigue siendo cierto que "cuando escribo la primera palabra no sé cuál va a ser la siguiente". Este poema es buena muestra de ambas actitudes: escrito hace unos días, y apenas corregido, yo recibía los versos como telegramas mentales, adosándose unos a otros en forma de teselas; lejanamente entreveía ciegamente que ese telegrafismo se encaminaba hacia la formación de un friso: y, como si un pintor trazase líneas paralelas y de pronto tomara fragmentos de las anteriores para pintar las posteriores, se me imponían segmentos de versos ya escritos buscando prolongarse como variaciones mientras aparecían otros nuevos, semejante al inicio de una pequeña fuga que podía mantener tanto tiempo como quisiera, pero que detuve porque prefería la insinuación de un texto breve a la construcción de un poema de 300 ó 400 versos. Creo que en Palimpsesto hay un ejemplo final de esta estructura, aquí solo iniciada. Lo que yo haya querido decirme en estos versos aún no lo sé bien: porque el laberinto síquico ordena sus pasillos y sus túneles y las más de las veces solo sabemos que estamos en el camino, no cómo hemos entrado ni hacia dónde vamos ni por qué estamos caminando. En este mismo instante yo sigo escribiendo esta nota a marchas forzadas -el reloj del blog ya ha debido publicarlo- porque algo me fuerza a explicarme, y al mismo tiempo deseo no hacerlo; pero me digo "¡Qué más da!". Tal vez sea el dibujo de un tránsito. Desde luego no pensaba en Ofelia: la imagen la he buscado después, como suelo hacer. Más que Ofelia, quizá sea el latido de todas las onirias. Seguramente a nadie le importe ni el texto ni esta nota. A mí sigue importándome saber quién soy. De ahí tanta tentativa.
Nada mejor que dejarse llevar por ese, "afán de soltar" lo que tiene, a mi parecer, vida propia. Las notas a la entrada aportan claridad a este oficio o fuerza que nos impele a escribir. El audiopoema tanto si ha recibido corrección o no, me parece exquisito. Es posible que el amor, en mi opinión, sea la energía más constructiva del universo.
He visto los paisajes de la historia. He aprendido también de cuantos hombres aprendieron para enseñar el mundo. Quise elevarme al cielo construyendo aporías y silogismos sabios, nubes que ascendiesen mis sueños hasta la inmensidad. No me detuvo nunca el fracaso de otros, ni la limitación del pensamiento, ni la palabra imposibilidad. Aquí estoy empuñando mi vida y seguiré trazando vuelos y trepando estrellas
hasta que el firmamento abra sus puertas o me convierta en ícaro suicida.
2
He recorrido páginas y vidas. Recuerdo aquel instante en el que a Robinson se le agota la tinta y ya no puede dejar diaria constancia de su sola soledad; a su triste naufragio se le une la muerte de su pluma; y aquel hombre surgido de las aguas busca en tierra su corazón hundido en los anhelos. Piensa entonces:
Nada mejor que dejarse llevar por ese, "afán de soltar" lo que tiene, a mi parecer, vida propia.
ResponderLas notas a la entrada aportan claridad a este oficio o fuerza que nos impele a escribir.
El audiopoema tanto si ha recibido corrección o no, me parece exquisito.
Es posible que el amor, en mi opinión, sea la energía más constructiva del universo.
Una admiradora de su trabajo.
Yolanda