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sábado, 27 de julio de 2024

Enseñar a quien no sabe.


Richard Brooks: Semilla de maldad


El mayor fracaso de la enseñanza nace de considerar que hay que obligar a saber muchas cosas en vez de ayudar a comprender unas pocas esenciales que nos impulsen a querer saber más. Y la mejor metodología para ello es mostrar lo que hay de íntimamente propio en el aprendizaje, aquello que nos individualiza y acaba solidarizándonos. 
     No hay que dejar caer los conocimientos sobre el alumno para que lo aplasten como un fardo o se pierda en sus bisuterías, sino insertarlo en ellos para que sea él quien los hilvane en su vida. Se trata de que el protagonista de la educación no sea lo que hay que aprender, sino quien aprende: que el estudiante decida estudiar porque considere que la materia estudiada contiene algo suyo ya sentido, pensado, vivido por otros que fueron como él.
     Si pretendemos enseñar, por ejemplo, Literatura o Arte, o Historia, o Filosofía, perderemos el tiempo tratando de mostrar un catálogo de cadáveres del pasado hacinados en un cementerio llamado Cultura o Civilización: efectivamente, poco le importan los muertos a los vivos si no inciden en sus vidas. 
     Otra cosa es hacer ver al alumno que algo tan simple como decidir si telefonea o no a su compañera de clase -para encontrarse fuera del aula- desencadena diferentes secuencias de actos en su biografía cotidiana: y que, igualmente, la Historia es una sucesión de hechos que determinan otros hechos en el tiempo y que desembocan en él. Por ejemplo: que él pueda disfrutar de su libertad es una consecuencia de "hechos" como los de las Termópilas o la Revolución francesa: y de repente, los griegos y los franceses se convierten en sus semejantes, sus alteregos, sus colegas. Comprende, así, que vivir es elegir, y renunciar, continua y libremente; y que elige mejor el que más disyuntivas ve; y que ve más el que más sabe. Y, por lo tanto, a pesar del dinero (que es la meta a la que le empuja la sociedad), el más rico es el que más sabe porque es el más libre.
     Y puesto que el joven se pregunta qué es lo que verdaderamente siente por su amiga, y por qué lo siente, bueno es decirle que ya muchos pensadores reflexionaron sobre esa cuestión llamada amor -y otras muchas de su vida cotidiana- para que él no tropezara en la misma piedra y viera con claridad. Y, también tal vez, de pronto hojee algún libro de esos pensadores -aunque empiece buscando en internet-.
     Si el alumno se extraña de que haya quien vive para escribir, componer o pintar -o encerrarse en el laboratorio-, bien está hacerle ver que esas actividades aparentemente autistas obedecen al mismo impulso que el de esperar diez horas para asistir a un concierto de rock, y que quien está jugando al ajedrez viaja mentalmente tanto como quienes hacen una excursión: acumular experiencias, vivir con los cinco sentidos, satisfacer la necesidad de placer: porque nacer conlleva esa curiosidad y exige la creación de un mundo personal: y lo mismo que él se siente bien ante el concierto o el partido de fútbol hay quienes sienten igual satisfacción ante un libro, un cuadro, una partitura, una probeta, una ecuación... 
     Quizá con estas y otras menudencias se despierte La Gran Curiosidad: comprendiendo que lo ajeno es una manifestación diferente de lo propio. De este modo, Dostoieski, Schumann o Van Gogh, Newton o Freud no le parecerán más autistas de su arte o ciencia que el ensimismamiento de cualquier internauta o futbolero: que todos somos iguales en un mundo de seres diferentes y que solo las circunstancias parecen ocultar la misma esencia.
     Tal vez con esa incrustación de lo ajeno en lo propio concluya que saber -estudiar, comprender- no es entrar en un cementerio, sino en el gran supermercado donde encontrar los definitivos utensilios para el bricolaje de la vida.

jueves, 25 de julio de 2024

Festival Bayreuth en directo

Preludio y muerte de Isolda

Como un místico orgasmo que no acaba es el Preludio y muerte de Isolda. Crescendos y decrecendos simultaneándose o sucediéndose como una ola que avanza gozosa y desolada al mismo tiempo. No creo que haya un canto igual al amor infinito e imposible.
Wagner es, tal vez, el más revolucionario de los músicos, y aun de los artistas. Pocas músicas no deben algo al Tristán, o al Anillo del Nibelungo. A la obra concebida como arte total. 
No solo transformó Wagner la música y la escena musical, sino que cambió, dignificándola, la relación entre artista y sociedad: si Haydn fue un siervo de la nobleza y Mozart fracasó en su intento de independizar la inteligencia artística, Wagner llevó a su fin la inicial rebelión de Beethoven, humillando incluso a un rey para que pusiera su reino al servicio del arte.
Disolución de la armonía y la tonalidad (sin la cual no se entenderían DebussyR. StraussBergSchönberg...) para esta "muerte de amor" que va más allá de las escenas transfigurativas creadas por Shakespeare y Goethe en Romeo y Julieta y Werther.

Pulsa para escuchar Tristán e Isolda en directo, a las 15:50 >>

Festival Bayreuth en directo

También puedes verla, fragmentada o completa, en diferido:

Transcripción piano de Liszt

Completa


El darwinismo artístico.

Guijarro / Beethoven: Don Quijote velando las armas

En este mundo en el que todos necesitamos la autoidentificación, todos somos enemigos de todos, puesto que cualquiera puede arrebatarnos la identidad al construir la suya. En arte entendemos tal identidad  con el nombre de originalidad, la creación de una huella dactilar artística, pictórica, lírica... el "estilo": y esa búsqueda conduce a una lucha darwínica en la que solo sobrevive quien consigue con su obra hacer olvidar a los otros -por mucho que haya aprendido, y aun devorado, a los demás-.  

       No existe el arte; existe el artista: el yo artístico está condenado a un proceso depredador: el asesinato y canibalización del padre como autoafirmación: para sobrevivir siendo el más fuerte, el más auténtico, el más vigente.

miércoles, 24 de julio de 2024

Hoy empieza el futuro.


El hombre es -al parecer- la única criatura que se hace preguntas y que, por lo tanto, necesita respuestas.
Eurípides pintaba a los hombres como eran, y Esquilo como debían ser. Shakespeare parece decirnos en sus escenarios que los hombres son como son porque no se esfuerzan en ser como deben. Don Quijote es patético porque la tragedia de algunos hombres consiste en no poder convertirse en el que anhelan ser. Eso ocurre con Raskolnikov, quien, pretendiendo ser un dios, se transforma en un diablo. 
     Afirmaban los griegos que el hombre es un sufridor por esencia y no solo por circunstancia, cosa que achacaban al destino, y que durante el XIX parecen subrayar SchumannLarraVan Gogh, y tanto suicida. Borges nos cuenta el tópico del hombre que, queriendo escapar de la muerte, huye inevitablemente hasta donde esta lo espera. En uno de nuestros más hermosos poemas medievales, “El enamorado y la muerte”, el amante, creyendo estar a salvo junto a su amada, muere al subir hacia su torre… En fin: en ninguna de las muchas definiciones del hombre faltará su voluntad de seguir vivo.
Sin embargo, lo cierto es que nacemos para morir y nadie sabe cómo esquivar esa desdicha. Ahora bien: más que lo que concluimos que es, importa lo que decidimos que debe ser. Tal vez por eso Alexander Pope, escribió: “ya que mi espalda está torcida, mis versos deben ser rectos”, afirmando con ello su decisión de no arrodillarse ante los infortunios de la Naturaleza, sino de extraer de ellos algún beneficio. Beethoven y Goya son otros ejemplos de superación de la adversidad. En el extremo contrario, una inteligencia tan clara como la de Shopenhauer concluyó que era necesario matar la voluntad de vivir para agotar el sufrimiento. Pero tal vez la única forma de combatir la fatalidad sea la de orientar ese instinto de supervivencia, que implica rechazar el malestar y perseguir el bienestar. Lo cual nos lleva directamente al repudio de la muerte y de cualquier dolor, y a la búsqueda del placer, que no es sino una ebriedad de los sentidos. Impulsar estos hacia el gozo trascendente o intelectual y no hacia la frivolidad es la terapia más recomendable. 
  La trascendencia que nos caracteriza es un impulso biológico, nacido de saber que hemos de morir, pues “la verdadera muerte es descubrir / la condición mortal de la existencia. Somos descendientes sicológicos de la muerte. La tradición judeocristiana ha traumatizado el inconsciente colectivo al equiparar muerte con agonía. Pero, además de que la ciencia ya tiene respuestas para la agonía, si miramos con serenidad, la muerte es algo que nos incumbe como individuos físicos, no como esencias transformables. ¿Por qué damos a la muerte el significado de fin absoluto y no el de metamorfosis, o umbral para otro espacio y otro tiempo? ¿Es el cuerpo el receptáculo único, o provisional, de la mente? ¿Ser mortal significa dejar de existir? ¿Cuándo cesa la conciencia? ¿Acaso somos nada más que material fungible, un proyecto de cadáveres, o abandonamos estos para entrar en otra dimensión? El universo es tan inmenso que la muerte como acabamiento no tiene en él cabida, y contradiría su infinitud. Si existe una Conciencia Inteligente que desarrolla un Mundo Expansivo, ¿por qué no seguir la misma causalidad consecuencial y considerar que la vastedad del universo admite la coexistencia de cuanto ha vivido, y que esa reencarnación hace posible una nueva edición, corregida y aumentada, de este libro de vida insatisfecha que somos? Eso no nos evita la angustia de sabernos mortales, pero permite la esperanza de que no haya un final definitivo. Y si lo hay, ¿qué?
No por llorar ha de secarse el mar y convertirse en cielo. Hasta donde conocemos, no hay inmortalidad, sino muerte. Lleguemos hasta ella con la dignidad de quien convierte el llanto en oasis. Repudiemos la vida considerada como fugacidad a la que se le mendigan instantes pletóricos -eso que llamamos carpe diem- y vivámosla como temporalidad disfrutable, diciéndonos “hoy empieza el futuro”. Olvidemos los paraísos perdidos que esperan ser recobrados y luchemos por crearlos. El mundo sería otro si pudiéramos extirpar el miedo genético a la muerte. Desaparecería la infelicidad. Ya que no podemos, superémoslo. Porque vivir no es un regalo, sino una conquista.
Comoquiera, solo la voluntad nos dignifica. 

lunes, 22 de julio de 2024

El Gran Flamarion

 


El otro Auschwitz




Cada 3 segundos muere un niño. 

Es decir: 

Mientras se celebran pactos políticos para defender y aumentar el "estado de bienestar", mueren de hambre millones de niños.

Mientras miles de artistas del balón cobran eurísimos millones millonarios por correr hacia un confort desorbitado, maximillones de niños corren hambrientamente hacia la muerte.

Durante el transcurso de cada partido futbolero mueren 2.000 niños.

Mientras arden millones de dineros en las "hogueras", "moros", "semanasantas" y demás festejos muchedúmbricos, mueren multimillones de niños... 

Cada tres palabras que yo escribo y usted lee muere un niño...

Mientras nos esforzamos vanamente en creer que nada podemos remediar para justificar que nada hacemos para remediarlo, siguen muriendo niños... 1, 10, 100, 1.000, 1.000.000 ...

Esqueletos hambrientos de infantiles cadáveres devoran un progreso cotidiano que convierte la vida en un cementerio inextinguible.

Nos repelen las imágenes de los campos nazis, cuyo horror ya no podemos evitar; en cambio, hacinamos mentalmente el otro horror del cada día en el otro Auschwitz que llamamos, p. e., "tercer mundo" y cuyo "estado de malestar" sí podemos paliar, evitar, eliminar.

Si no existiera el olvido como mecanismo de supervivencia no podríamos sobrevivir. Pero cuánta impunidad en la memoria de quienes solo recuerdan que es mejor olvidar las vidas ajenas para poder vivir la propia.

16-12-23