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martes, 30 de julio de 2019

J. L. ZERÓN: Sobre "Devastaciones, sueños".


La posesión de una pérdida

/por José Luis Zerón Huguet/
EL CUADERNO acaba de rescatar muy oportunamente Devastaciones sueñosde Antonio Gracia. La obra llegó a ser editada electrónicamente por el sello Literaturas Com Libros, pero desapareció pronto de la Red. Devastaciones es un poemario lastrado por la polémica que ahora podrá llegar a más lectores gracias a esta nueva edición digital. No es mi objetivo detallar en este artículo las cuestiones que hicieron imposible que este poemario tuviera mayor relevancia y trascendencia, pues su autor lleva quince años explicando todo lo sucedido e intentando aclarar los malentendidos (lean si no la introducción de Gracia a la edición de Devastaciones que nos ofrece El CUADERNO). Solo deseo resaltar un buen libro que, como bien dice José Manuel Ferrández Verdú, ha estado quince años sepultado por circunstancias ajenas a la poesía.
Devastaciones, sueños (hermoso título que resume magistralmente una vida y una poética profundamente ligadas entre sí) es un ejemplo de la mejor poesía de Gracia: endiabladamente bien escrito (con una asombrosa maestría en los metros y el ritmo) y alejado de los movimientos poéticos hegemónicos, no es, sin embargo, uno de los libros más rompedores de la dilatada producción poética del poeta alicantino. Estos poemas tienden menos al juego de palabras, a la parodia y a la combinatoria verbal, resultando el verso más nítido, sereno, terso y fluyente. Observamos también un alto poder de evocación y convocación y una mayor capacidad para articular el verso con suma justeza y proporcionada arquitectura. Creo, aún a riesgo de incurrir en simplificaciones, que a Devastaciones sueños le cuadran calificativos como místico —en su más amplio sentido— o metafísico, por la necesidad del poeta de trascender la realidad fenoménica desde la inmanencia de lo inefable, que diría Juan Ramón. Aun siendo consciente de su angustiosa orfandad en el mundo, el poeta no renuncia a sus deseos de belleza, infinito y eternidad. También es la suya una poesía reflexiva. Desde la realidad del poema, el autor pretende extraer un conocimiento que ilumine el sentido de la vida, a través de una constante interrogación sobre el mundo y sobre sí mismo, como un pensamiento en proceso unido a la emoción vital.
El libro está estructurado en cuatro partes equilibradas («El nombre de la vida», «Los rostros de la muerte», «De la consolación por la poesía» y «Elogio de la isla») más una breve poética a modo de epílogo titulada «Del autor al lector». Los temas son los mismos que fundamentan otros libros de Gracia: los binomios antagónicos, especialmente el eterno mito de Eros y Tánatos; el lenguaje como un doble del universo y la recreación literaria (toda la escritura de Antonio Gracia es implícita o explícitamente una reflexión metapoética); la veneración romántica a la mujer, hasta el punto de tornarse consustancial la expresión amorosa y la poética; la sed de eternidad que también es conciencia de la muerte («la carne metafísica y doliente»); la angustiosa carencia de respuestas para justificar la inmensidad del universo; el aprendizaje de la naturaleza como una forma de autoconocimiento; la voluntad decidida de crear indagando; la búsqueda de un lugar ideal y la asunción de la vida como un don y al mismo tiempo como una inútil condena (impresionantes resultan los versos silogísticos del poema «El Sísifo infinito»: «Y aunque se sabe condenada al hierro,/ el alma, alimentando su derrota,/ persiste en la sublime contumacia/ de transformar en cielos sus infiernos»); la confluencia entre filosofía y poesía… y el característico sentido lúdico del autor, que asoma en ocasiones entre tanta gravedad («Oniria.com» se titula uno de los poemas del libro).
Clarividente y conceptual, rico en metáforas cautivadoras y correspondencias atávicas, Devastaciones, sueños resulta apabullante en su complejidad, pese a estar escrito con palabras pulidas, concisas y exactas y una serie de limitados y cuantificables elementos (noche, universo, semilla, luz, ruinas, carne, muerte, ceniza sideral, abismo, escritura, islas, naufragios…) que integran un cosmos poético vivo y coherente, pese a estar expuesto a las sacudidas de los opuestos y a contradicciones aparentemente caóticas. El autor ha creado su propia retórica, y esta podría devenir en una prisión, puesto que toda retórica supone en última instancia un manierismo, una pérdida de la función de extrañamiento del lenguaje. Pero no sucede así. Antonio Gracia no llega a incurrir en la insustancialidad de lo literario: su lenguaje, vigoroso y auténtico, no es un instrumento previsible sino creación constante, palabra no envilecida que le permite habitar el mundo y al mismo tiempo deviene en ansiedad e insatisfacción permanente,  El propio autor acepta estoicamente las consecuencias de la escritura poética, no siempre placenteras y a menudo autodestructivas. Dice —y en parte tiene razón— que no ha logrado salir del poema en el que ha vivido escribiéndolo («siempre he escrito para saber quién es Antonio Gracia, por qué vive, por qué debe morir, cómo hacer que la palabra le otorgue la vida que no tiene», leemos en el epílogo), pero tal aseveración no expresa una claudicación por agotamiento. En los poemas de Devastaciones hay también búsquedas y hallazgos que compensan las numerosas derrotas y los muchos sueños rotos.
El autor sabe que la palabra sobrevive a la muerte, por eso ha dedicado su vida a confeccionar un legado escrito que dé sentido a todas sus ensoñaciones y desvelos: «Tal vez en esa ofrenda halle yo algún consuelo/ con el que mitigar la desolada ausencia/ de una fe, una verdad, un paraíso […] Mucho me dio la noche y me dieron los libros;/ y en la escritura hallé la redención dorada./ Ojalá haya sabido legar algo a los hombres,/ pues al fin hay en mi alma dulce misantropía».
En este libro —como en los anteriores— Antonio Gracia no ha querido o podido romper con su poética del fracaso y resulta muy evidente el poso trágico de sus versos: «Épica del dolor es la derrota/ del hombre por la muerte. Y el poema/ da fe de esa tragedia». Pero sí ha sido capaz, sin embargo, de abismarse en las fuentes propias para ascender con un lenguaje renovado en el que se funden el conocimiento y la salvación pretendidos. Si la vida de Antonio Gracia es la pérdida de una posesión, su poesía es la posesión de esa pérdida.
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lunes, 29 de julio de 2019

J.L. Zerón: La posesión de una pérdida

PULSAR







José Luis Zerón Huguet reseña 'Devastaciones, sueños', el poemario perdido de Antonio Gracia recién recuperado por EL CUADERNO.EL CUADERNO acaba de rescatar muy oportunamente Devastaciones sueños, de Antonio Gracia. La obra llegó a ser editada electrónicamente por el sello Literaturas Com Libros, pero desapareció pronto de la Red. Devastaciones es un poemario lastrado por la polémica que ahora podrá llegar a más lectores gracias a esta nueva edición digital. No es mi objetivo detallar en este artículo las cuestiones que hicieron imposible que este poemario tuviera mayor relevancia y trascendencia, pues su autor lleva quince años explicando todo lo sucedido e intentando aclarar los malentendidos (lean si no la introducción de Gracia a la edición de Devastaciones que nos ofrece El CUADERNO). Solo deseo resaltar un buen libro que, como bien dice José Manuel Ferrández Verdú, ha estado quince años sepultado por circunstancias ajenas a la poesía.

domingo, 28 de julio de 2019

El abrazo del sordo

Chopin: Marcha fúnebre

- Es triste tener este dilema: 1) hablarte como si nada hubiese ocurrido, lo que sería una necedad; o 2) hablarte teniendo en cuenta lo que ocurrió ayer -y casi todos los días-; pero como para ti solo existe lo que existe en tu mente, solo hubiera podido hablar de lo que crees que ocurre: lo cual sería una necedad mayor. Tus palabras siempre echan fuera de la razón conversacional, que es escuchar, decir, entenderse, no disputar. Te obstinas, como debe ser, en huir de la mentira: pero no te das cuenta de que la propia verdad puede ser una mentira también. Quien no duda no busca la verdad. Para ti no existen las razones, sino tu opinión. Para ti mi perspectiva siempre es un error. Para ti no hay más punto de vista que el tuyo, ni más criterio, ni más realidad. A eso se le llama autismo, fanatismo, contumacia, tozudez, ceguera, miedo a aceptar que podemos equivocarnos y hay que rectificar. Te has instalado en un bucle conductual que ya te resulta confortable y te has atrincherado en él a sangre y fuego, caiga quien caiga mientras no caigas tú porque no admites que algunas causas implican culpabilidad... y cuando te lo digo me dices que no eres nada de eso y que soy yo quien no tiene entendederas y falsifico la verdad... Eres la persona con mayores virtudes del mundo: tu generosidad y bonhomía hace que se te disculpe todo; pero te olvidas de que vives en un mundo de personas y que estas se entienden mediante la razón, no de la sinrazón. No admites ni la posibilidad de que tengas algún pequeño defecto, y eso te convierte -potencialmente y sin proponértelo- en la persona con más defectos, porque esa negación es el origen de todos. Así que... ¿para qué hablar con quien solo quiere oír lo que se dice a sí mismo? Que una cosa es vivir al margen del mundo, y otra contra él; como tampoco es lo mismo ser libre respetando las normas que ser esclavo de la irresponsabilidad. 
     

sábado, 27 de julio de 2019

Antes de empezar a ser un hombre




PULSAR sobre el título >>>

Cuatro adolescentes hacen una escapada de dos días como una prueba de fuego... En el camino surgen de palabra y obra los fantasmas de la infancia y los retos del futuro... Cuando regresan empiezan a reconocer que durante el viaje han llegado al reino de la vida.


viernes, 26 de julio de 2019

TANHAUSER

Escucha a las 16:00 horas el

Ahora puedes oír esta versión histórica de TANHAUSER


Aunque Radio Clásica ya no es lo que era hace unas décadas -porque, siguiendo los desvíos del hombre, se ha trivilizado, como todo, para ponerse al servicio del ocio más superfluo-, sigue emitiendo estos días, como hace anualmente, esa victoria extraordinaria del Arte sobre la Economía -no sé si en la más alta ocasión que vieron los siglos o porque la soberbia de un hombre pudo más que la de un rey-.
     Me refiero al Festival de Bayreuth que iniciase Wagner para gloria de sí mismo -en 1876- y para gozo de la Humanidad. 
     Si hay que citar cuatro himalayas de la Música, el primero en el que suele pensarse es Mozart. Pero frente a la facilidad natural de tal pentagramista para construir belleza -que lo hace parecer un dios o extraterrestre entre los hombres-, prefiero a los hombres cuyo esfuerzo los convierte en dioses terrenales.
     Prefiero -cierto que ma non troppo- a Bach, Beethoven y Wagner (a pesar de que siempre Schumann haya sido mi alter ego). La pluma, el pentagrama, el pincel y demás herramientas creadoras de la prolongación del universo debieran ser forjadas por sus dueños en el mismo crisol que esta tríada inmensa forjó sus péñolas: la sensatez, el equilibrio, la armonía, la ambición, la constancia, la revisión ... todo lo que determina que un poema -y sus sinónimos artísticos- sea tallado como un diamante.
La música es la única palabra 
que desmiente la inefabilidad.

jueves, 25 de julio de 2019

Hacia una poesía luminosa


(Texto base -en realidad un trasunto justificatorio de mi propia poética- de una conferencia en la Real Academia de Artes y Letras de Cuenca).

Malher: La canción de la tierra

El Cuaderno:

Sobre una poesía necesaria

/por Antonio Gracia/

Contra una luctuosa tradición

A.- Hace 24 siglos Platón, el más influyente de los filósofos, defendió que todo lo material es un impedimento para alcanzar una más alta e ideal realidad. De donde se derivó el menosprecio de nuestra propia materia: el cuerpo y la vida terrena. El mundo tuvo tan mala suerte que hizo que el cristianismo catolicista llevase a sus últimas consecuencias no las enseñanzas de su mesías sino las de Platón, y erigió el azote de la carne como purificación del alma, y el culto a la muerte como entrada para el cielo. Todo ello condujo a una concepción tenebrista de la existencia.
B.- Y, en verdad, si miramos en nuestro entorno histórico, encontramos que demasiados han reflejado tal desolación. Las pinturas de El BoscoEl caballero y la muerte de Durero, el infierno verbal de Poe, el spleen de Baudelaire, la mente torturada de Dostoyevski; la música herida del Viaje de invierno de Schubert, los Cantos a la muerte de MussorgskiLa isla de los muertos de Boecklin y Rachmáninov, las Canciones a los niños muertosde Mahler; las danzas de la muerte medievales, el trago de Manrique, el penar de Boscán y Yepes, fluyendo como una lágrima interminable desde el Medievo hasta el Siglo de Oro, el XVIII, el XIX, hasta la pena negra o bruna lorquiana y hernandiana, las pirámides y mausoleos…  son iconos de un mundo agonizante en el que el pensamiento y el arte están siempre sitiados por la cosmovisión fúnebre. Todo son premisas que confluyen en el S.Beckett de Esperando a Godot y en las palabras de Camus en Calígula: «Los hombres mueren sin haber sido felices». 
C.- No es extraño que, en medio de esa cultura luctuosa (cuya representación más emblemática podría ser Tediato, el personaje de Cadalso), muchos hayan sufrido de anhedonismo (incapacidad para sentir alegría), como muestran estos versos: «No es la felicidad, sino el dolor/ lo que rige este mundo./ Sólo somos pasado luctuoso/ fluyendo hacia la muerte».
Comprobémoslo: regresar a la infancia es observar que la vida es un libro en cuyas primeras páginas se prometen júbilo, dicha y plenitud, palabras que la adolescencia va trocando en desengaño y tedio, de modo que la vida parece un paraíso que va convirtiéndose en infierno. La existencia, así, transcurre entre dos puntos irreconciliables: el ansia de vida y alegría y la constatación de que la muerte todo lo destruye —incluso el deseo de vivir—. Porque la tristeza se pega a las paredes, las personas, el tiempo; y nos contagia. Recordemos como inocente y emblemático ejemplo la Tortolica de Fontefrida, que prefiere sufrir a vivir alegre. No en vano César Vallejo se lamenta —como ya he apuntado— de que «hay ganas de no tener ganas, Señor». Dos siglos antes, Samuel Johnson había escrito que «en todas partes la vida humana es una condición en la que se sufre mucho y se disfruta poco». Y Gertrudis Gómez de Avellaneda escribe en una carta que este mundo es pequeño en felicidad y grande en amarguras, pensando en el suicidio. Suicidio que ha dejado de ser un rasgo del Romanticismo y al que cada día se acoge más el mundo moderno, como demuestra la Organización Mundial de la Salud al señalar la depresión como la mayor causa de muerte en la actualidad. He aquí un breve poema atribuido a la suicida Karoline von Günderrode:
La imagen pura del dolor antiguo
signa mi corazón y lo condena
a sentir a través del sufrimiento.
Sé que el arte transforma la agonía
en inmortalidad.
Conjuro las tinieblas en silencio.
Mas solo llueven nubes y derrotas
sobre mi voluntad.
Voluntad es lo que se precisa frente a la adversidad, aunque sólo unos pocos convierten su destino en voluntad, como se afirma en este texto de Beethoven —que, como los anteriores y posteriores, me atrevo a versificar— poco después de sobreponerse a su intento de suicidio en Heiligenstadt:
Sé que debo morir mañana.
Pero aún hay suficiente plenitud
y alegría en mi alma: no podrán
la muerte y su equipaje de tristeza
impedirme vivir esta armonía
jubilosa y doliente hasta que llegue
el espasmo inasible de la nada.
Arte, pues, reflector de una realidad agonista que ha azotado la historia.

Propiciar otra tradición

Sin embargo, hay otra historia: la que impidió Platón al tachar los escritos de los hijos de Homero que no estaban de acuerdo con él, la de cuantos prepararon el pensamiento de Epicuro: que esta vida es válida y gozable, que es un breve paraíso con sus límites, que el cuerpo no es un enemigo del alma, sino el rostro que la individualiza. Y para devolverle dignidad a esta vida primero hay que devolvérsela al cuerpo, no con un superficial placenterismo sino con un hedonismo metafísico. Esa tesis, aunque pueda considerarse pagana, viene avalada por autores ensalzados por la Iglesia.
Salomón en el Cantar de los cantares canta la sensualidad —el cuerpo— como fuente de alegría: «Acompáñame, pues mi lecho es alegre», dice la amada; y el obispo de Hipona (san Agustín) no entendía el amor como una abstracción, sino como una concreción: «El amor me es más dulce cuando gozo tu cuerpo». Ni siquiera Jesucristo condenó el cuerpo sexual, pues no lo hizo con el de María Magdalena. Satanás, en El paraíso perdido de Milton, envidioso, contempla el paraíso al mirar cómo se gozan los cuerpos de Adán y Eva: «Así estos dos/ disfrutarán entre sus pobres brazos/ del más feliz edén:/ un cúmulo de dichas sobre dichas». Más desenfadadamente se lo toma Emilia Pardo Bazán, quien escribe lujuriosa y juguetona a Galdós: «Qué deseos tengo, pánfilo mío, de echarte encima este cuerpote y aplastarte»… Sabían que es preciso abrir las ventanas para apagar las sombras.
«Luz, más luz» gritaba Goethe defendiéndose de la muerte. Muchos hijos de Homero han luchado por poner más luz en las tinieblas: el Renacimiento antropocentrista colocó al hombre en el lugar que ocupaba cualquier dios; Leonardo y Miguel Ángel miraron la realidad con una luz más clara; Colón o Galileo mostraron otros mundos más allá de esta tierra y este planetoide; ShakespeareCervantesBalzac… tradujeron a palabras muchos rostros íntimos del hombre; y cuando la sociedad necesitó liberalizarse, Dickens desaherrojó a los niños con sus novelas, y Mary Wollstonecraft a las mujeres con sus manifiestos feministas; Wordsworth nos enseñó a mirar la naturaleza; DarwinFreud y Einstein mostraron que el hombre no necesita deidades, sino que se basta solo, si es preciso, para vivir solo y morir solo; EmersonThoreauWhitman enseñaron un vitalismo envidiable; y cuando fueron necesarios, LockeJeffersonMadison defendieron los derechos sociopolíticos; las ciencias marcaron una concepción de un mundo más gozoso en el que no solo existe el sacrificio o la tragedia… Ahí están estos y otros, como luminarias inesperadas. En ese mundo libre de prejuicios y vuelto a la inocencia sí es posible escribir, sin sonrojarse, sencillos poemas como este de Pedro Abelardo:
Si yo fuera un poeta
de la estirpe de Dante o de Petrarca,
y pudieras creerme, te diría:
Para mí son más bellas tus palabras
que todo el universo constelado,
y prefiero tu risa al cascabel 
que irradian las estrellas.
No hay más materia que la de tu cuerpo
ni más alma que la de nuestro amor.
Ni siquiera los dioses
tuvieron tanta dicha.
Soy la felicidad cuando me abrazas.
D.- Por cuanto he dicho, es imprescindible una revisión y reescritura permanente de toda la historia, la personal, la actual y la universal, no sólo de la memoria histórica reciente, para liberar nuestras conciencias. Es decir: hay que poner en orden a los hijos de Homero, reconsiderar sus actitudes y aptitudes. No puede negarse el penar de este efímero infinito que es la vida, pero anclarse en él es un error. Cervantes lo resume bien: «Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si las sienten demasiado también los hombres se vuelven bestias». Es preferible tomar como referencia momentos en los que la adversidad se transforma en voluntad. Porque es cierto que algunos vivimos en el infierno; pero siempre mirando al cielo y sus estrellas. He aquí, por ejemplo, tres momentos culminantes y ejemplares: entre torturas y cárceles, Boecio teje su Consolación por la filosofía; mientras espera ser detenido y ejecutado, durante la Revolución francesa, Condorcet escribe su Historia del progreso del espíritu humano; Messiaen compone en los campos nazis su Cuarteto para el fin de los tiempos. Actitudes así deben ser las premisas para un mundo justo: sobreponerse a los errores del pasado para que cada vez queden más verdades que mentiras: más hechos que interpretaciones de los mismos. Porque la historia la cuentan siempre los vencedores; pero la verdadera historia solo debe ser escrita por la límpida democracia, en la que todos debiéramos sentirnos ganadores.
En fin: en las salas de autopsia hay una inscripción: «Éste es el lugar donde la muerte se alegra de ayudar a la vida». Debiera ser una declaración de principios. Porque también es necesaria una renovación del espíritu del arte y la escritura: un ejercicio de voluntarismo para convertir el llanto en canto hasta cantar para que el corazón se llene de alborozo. Esto me recuerda los versos de Huidobro: «¿Por qué cantáis la rosa, poetas; hacedla florecer en el poema». Porque la palabra no debe ser solamente literatura sino que ha de brindarnos otra realidad: la íntima ascensión, resiliencia: panacea, no epitafio. He aquí un ejemplo de Tristan Marke:
Solo hay una poesía necesaria:
aquella que consigue contestar
las preguntas que siguen sin respuesta.
Convirtamos la pluma en un oasis.
Mirad cómo el poema exorciza el dolor
de la furtiva rosa.
Comprended que cantar es el camino.
Y es que no solo de realidades vive el hombre, sino de las utopías por las que lucha.

Antonio Gracia es autor de La estatura del ansia(1975), Palimpsesto (1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de HomeroLa condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obraEnsayos literariosApuntes sobre el amorMiguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo La construcción del poema. Mantiene el blog Mientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de un portal en Cervantes Virtual.