La posesión de una pérdida
/por José Luis Zerón Huguet/
EL CUADERNO acaba de rescatar muy oportunamente Devastaciones sueños, de Antonio Gracia. La obra llegó a ser editada electrónicamente por el sello Literaturas Com Libros, pero desapareció pronto de la Red. Devastaciones es un poemario lastrado por la polémica que ahora podrá llegar a más lectores gracias a esta nueva edición digital. No es mi objetivo detallar en este artículo las cuestiones que hicieron imposible que este poemario tuviera mayor relevancia y trascendencia, pues su autor lleva quince años explicando todo lo sucedido e intentando aclarar los malentendidos (lean si no la introducción de Gracia a la edición de Devastaciones que nos ofrece El CUADERNO). Solo deseo resaltar un buen libro que, como bien dice José Manuel Ferrández Verdú, ha estado quince años sepultado por circunstancias ajenas a la poesía.
Devastaciones, sueños (hermoso título que resume magistralmente una vida y una poética profundamente ligadas entre sí) es un ejemplo de la mejor poesía de Gracia: endiabladamente bien escrito (con una asombrosa maestría en los metros y el ritmo) y alejado de los movimientos poéticos hegemónicos, no es, sin embargo, uno de los libros más rompedores de la dilatada producción poética del poeta alicantino. Estos poemas tienden menos al juego de palabras, a la parodia y a la combinatoria verbal, resultando el verso más nítido, sereno, terso y fluyente. Observamos también un alto poder de evocación y convocación y una mayor capacidad para articular el verso con suma justeza y proporcionada arquitectura. Creo, aún a riesgo de incurrir en simplificaciones, que a Devastaciones sueños le cuadran calificativos como místico —en su más amplio sentido— o metafísico, por la necesidad del poeta de trascender la realidad fenoménica desde la inmanencia de lo inefable, que diría Juan Ramón. Aun siendo consciente de su angustiosa orfandad en el mundo, el poeta no renuncia a sus deseos de belleza, infinito y eternidad. También es la suya una poesía reflexiva. Desde la realidad del poema, el autor pretende extraer un conocimiento que ilumine el sentido de la vida, a través de una constante interrogación sobre el mundo y sobre sí mismo, como un pensamiento en proceso unido a la emoción vital.
El libro está estructurado en cuatro partes equilibradas («El nombre de la vida», «Los rostros de la muerte», «De la consolación por la poesía» y «Elogio de la isla») más una breve poética a modo de epílogo titulada «Del autor al lector». Los temas son los mismos que fundamentan otros libros de Gracia: los binomios antagónicos, especialmente el eterno mito de Eros y Tánatos; el lenguaje como un doble del universo y la recreación literaria (toda la escritura de Antonio Gracia es implícita o explícitamente una reflexión metapoética); la veneración romántica a la mujer, hasta el punto de tornarse consustancial la expresión amorosa y la poética; la sed de eternidad que también es conciencia de la muerte («la carne metafísica y doliente»); la angustiosa carencia de respuestas para justificar la inmensidad del universo; el aprendizaje de la naturaleza como una forma de autoconocimiento; la voluntad decidida de crear indagando; la búsqueda de un lugar ideal y la asunción de la vida como un don y al mismo tiempo como una inútil condena (impresionantes resultan los versos silogísticos del poema «El Sísifo infinito»: «Y aunque se sabe condenada al hierro,/ el alma, alimentando su derrota,/ persiste en la sublime contumacia/ de transformar en cielos sus infiernos»); la confluencia entre filosofía y poesía… y el característico sentido lúdico del autor, que asoma en ocasiones entre tanta gravedad («Oniria.com» se titula uno de los poemas del libro).
Clarividente y conceptual, rico en metáforas cautivadoras y correspondencias atávicas, Devastaciones, sueños resulta apabullante en su complejidad, pese a estar escrito con palabras pulidas, concisas y exactas y una serie de limitados y cuantificables elementos (noche, universo, semilla, luz, ruinas, carne, muerte, ceniza sideral, abismo, escritura, islas, naufragios…) que integran un cosmos poético vivo y coherente, pese a estar expuesto a las sacudidas de los opuestos y a contradicciones aparentemente caóticas. El autor ha creado su propia retórica, y esta podría devenir en una prisión, puesto que toda retórica supone en última instancia un manierismo, una pérdida de la función de extrañamiento del lenguaje. Pero no sucede así. Antonio Gracia no llega a incurrir en la insustancialidad de lo literario: su lenguaje, vigoroso y auténtico, no es un instrumento previsible sino creación constante, palabra no envilecida que le permite habitar el mundo y al mismo tiempo deviene en ansiedad e insatisfacción permanente, El propio autor acepta estoicamente las consecuencias de la escritura poética, no siempre placenteras y a menudo autodestructivas. Dice —y en parte tiene razón— que no ha logrado salir del poema en el que ha vivido escribiéndolo («siempre he escrito para saber quién es Antonio Gracia, por qué vive, por qué debe morir, cómo hacer que la palabra le otorgue la vida que no tiene», leemos en el epílogo), pero tal aseveración no expresa una claudicación por agotamiento. En los poemas de Devastaciones hay también búsquedas y hallazgos que compensan las numerosas derrotas y los muchos sueños rotos.
El autor sabe que la palabra sobrevive a la muerte, por eso ha dedicado su vida a confeccionar un legado escrito que dé sentido a todas sus ensoñaciones y desvelos: «Tal vez en esa ofrenda halle yo algún consuelo/ con el que mitigar la desolada ausencia/ de una fe, una verdad, un paraíso […] Mucho me dio la noche y me dieron los libros;/ y en la escritura hallé la redención dorada./ Ojalá haya sabido legar algo a los hombres,/ pues al fin hay en mi alma dulce misantropía».
En este libro —como en los anteriores— Antonio Gracia no ha querido o podido romper con su poética del fracaso y resulta muy evidente el poso trágico de sus versos: «Épica del dolor es la derrota/ del hombre por la muerte. Y el poema/ da fe de esa tragedia». Pero sí ha sido capaz, sin embargo, de abismarse en las fuentes propias para ascender con un lenguaje renovado en el que se funden el conocimiento y la salvación pretendidos. Si la vida de Antonio Gracia es la pérdida de una posesión, su poesía es la posesión de esa pérdida.
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