Me gustaría
tener las palabras y poseer la justa cualidad para decir de Palimpsesto,
última entrega de Antonio Gracia, última y póstuma, añade el autor; quizá sea
el modo de anunciar rumbos nuevos, caminos que precisen de la crucifixión como
punto de partida.
Perdura en el
recuerdo La estatura del ansia, con un maravilloso poema, “The lady o
Ilici”, donde el poeta alcanza facultades de gran operador, iluminado hacia
mundos de infinitud en dádiva amorosa de lo eterno hecho piedra. Desde ese
recuerdo intentaremos adentrarnos en el mundo poético de Antonio Gracia,
representado especialmente por Palimpsesto, expresión necesaria a su
propia existencia; en este libro el autor interroga e intenta obtener
respuestas que ya están en su subconsciente. Estas respuestas le hacen vibrar
bajo juegos de luz, sombras, vida y
muerte.
Con gran
dominio del lenguaje, Antonio Gracia nos lleva y somete al juego de la
adivinación, despliega sus artes sin temor alguno, porque para el poeta el
lenguaje no es buscado, sino poseído. El texto lírico no surge, a veces, de
temas o motivos previos, sino como resultado de combinaciones de palabras que
desarrollan fuerzas alógicas, capaces de lograr la tensión del poema. A través
de la lectura del libro, apreciamos anhelos por escapar de la realidad, lo cual
sólo puede sentirse dentro de una concepción idealista. Existe, desde luego, el
peligro de perder la medida y caer en la pura indeterminación, pero ¿qué ha de
ofrecer el creador? El lector atento debe poseer los estímulos suficientes para
continuar con su propio esfuerzo lo ya iniciado por el autor, descubriendo en
libertad, sin la limitación del dato real. Entre otros, el poema “Álope”, en la
cuarta parte del libro, es un ejemplo vivo para ese lector atento a la
comprensión múltiple.
Debemos hacer constar
que nuestra tendencia, en la primera lectura de Palimpsesto, es de
aversión filológica: en los cinco poemas que abren el libro, bajo la rúbrica
“Amor”, los vocablos ingles, coito, fornicar, sexo, masturbar, vagina, orgasmo,
útero y eyacular, se repiten de manera monocorde. Es necesaria una más lenta y
palimpséstica lectura para quedar seducidos por el ritmo reiterativo y
necesario, por el juego total de lo onírico. Creemos entender en su totalidad
que, más que Eros, es Tánatos quien viene poseyendo al autor: “Pliegas tus
carnes negras en mi cuerpo”, leemos en el poema “Quiasmo”.
Es, por tanto,
en esta atención expectante y buscadora, donde Palimpsesto muestra su
verdadera dimensión: la lucha de un hombre que quiere sobrevivir y liberarse de
la genética y de la cultura a la hora de predicar su auténtica, sola y sagrada
individualidad. En esta aceptación, nos encontramos con “Postumario” y el
lenguaje utilizado: formas y fórmulas eróticas que expresan simbólicamente y
quedan apresadas por el autor, cuya solitariedad nos acompaña. Sabe el poeta
que con el lenguaje nos está lanzando señales de socorro, supone que nada se
puede decir, que “... cualquier verso es la parodia / de un hombre
disfrazado de creador”; más adelante nos explica: “Mi lujuria es la
inmoribilidad”.
En esta
antagónica lucha de sí mismo, Dios está al fondo: “... el hombre es la
autocrítica de Dios / [...] / el hombre es la eutanasia de un tal Dios”. Y
busca su identidad angustiadamente: “Facsímiles de Adán somos, facsímiles /
un palimpsesto soy de cada hombre”. El autor concluye amargamente: “Es
inútil huir del ostracismo / que la literatura me depara”.
Esperemos que
Antonio Gracia, alejado de unos caminos, encuentre otras sendas y vericuetos
por donde transiten nuevas criaturas poéticas, en compañía de Ulises, de la
Dama de Elche y Sharon Tate, y, naturalmente, de Antonio Gracia, que es padre
común, aunque al aire de su último libro, no justo, ya que se permite cerrarlo
con un “ya no me queda nada que decir / [...] / ya no me queda nada que
morir”.
1.- Fue Antonio Machado un hombre
de su tiempo, con todo lo que eso significa de honesto para el hombre y, a veces, perverso para el arte. Siente como un romántico -es decir: como en todas las
épocas, según Rubén-, piensa como un
noventayochista y escribe al margen de lo que ocurre en la escritura del mundo
en el que vive. Esto, no obstante, no lo ancla en el pasado ni en su presente
porque su verbo sabe hallar el sentimiento universal contra el que no pueden
los academicismos creyentes ni las vanguardias descreídas.
2.- Todo autor, si no pretende
mitificarse -con lo que suele ridiculizarse- habla mejor de sí mismo que de
cualquier otro tema por la simple razón de que es el que mejor conoce. Esto le
ocurre a Machado: sus poemas mejores son aquellos en los que su amor doliente y
su soledad sufrida son paseados por su pluma por los senderos melancólicos.
Caminos y nostalgia suelen ir de la mano, sea esta de Leonor o de otra
abstracción venerada igualmente: Yo voy
soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las
polvorientas encinas!... ¿A dónde el camino irá? (...) En el corazón tenía la espina de una
pasión; logré arrancármela un día: ya no siento el corazón. Unos
caminos por los que dialogar consigo mismo para seguir siempre buscando a Dios entre la niebla. Y para recuperar a la
amada, pequeña diosa muerta apenas inmersa en la infancia del amor y apenas
anudada al corazón del solitario paseante: Soñé
que tú me llevabas por una blanca vereda, sentí tu mano en la mía, tu
mano de compañera, tu voz de niña en mi oído como una campana nueva... ¡Eran tu voz y tu mano, en sueños, tan verdaderas! Caminos que a veces
conducen inevitablemente al mismo lugar del que se partió, que es uno mismo,
porque nadie puede huir de lo vivido si no es reviviéndolo de nuevo para
matarlo con la misma espada con que intentó matarnos: Yo contemplo la tarde silenciosa, a solas con mi sombra y con mi
pena. (...) Caminos de los campos ... ¡Ay, ya no puedo caminar con ella! Paseos
expresados tan limpiamente y con tan claro estilo que parecen no haber sido
recreados por el estilista que negocia con su propio espíritu para arrojar los
fantasmas en las lindes de las sendas recorridas antes y después del hecho
exorcizado: un poema tan frágil y estremecedor, y de tan misteriosa claridad,
como el titulado “A José María Palacio” no desdeña la estructura férrea, a
pesar de su aparente espontaneidad -la naturaleza espontánea de una obra es el
resultado de la eficacia de su naturaleza cultural-, pues está construido sobre
un encadenamiento de pregunta-respuesta, precedido del encabezamiento cotidiano
de una carta que acaba insertándose a su término y dejando un zarpazo emocional
inesperado al hacer la muerte su incursión repentina en el textoy convertir el
paseo y la visión del paisaje en imprevista elegía: Palacio, buen amigo: ¿Está la primavera vistiendo ya las ramas de
los chopos del río y los caminos? En la estepa del alto Duero, Primavera
tarda, pero ¡es tan bella y dulce cuando llega! (...) Palacio, buen amigo: con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde
azul, sube al Espino, al alto espino donde está su tierra. Sendas, senderos, caminos, álamos y
cipreses, bagajes en la pupila errante del paisaje interior que rutila en la
mente y que se reverbera sobre el horizonte hasta asolar, ascetizar, purificar,
desvanecer, mistificar:
Soledad, sequedad. Tan pobre me estoy quedando que ya ni siquiera estoy conmigo, ni
sé si voy conmigo a solas viajando. Caminos que se vuelven efluvios
manriqueños, arroyos en el tiempo, imágenes que viven por sí mismas,
independientes ya de lo que representan. La vida es como un río que atraviesa
montañas, valles, años, que hurga entre la materia hasta encontrar su surco; y
cuando se devana entre las torrenteras y cae convulsa, acrisolada y terca, se
topa con los riscos, aunque al final su cauce se suaviza en la paz: Caminante, no hay camino; se hace camino
al andar. Caminos por los que se llega al punto de partida, en donde se
divisa lo que en el alma truena desde que la andadura comenzó, porque ninguna
naturaleza divina puede sustituir lo que se ha vivido, sentido y aun sufrido
con la carne y la sangre de la naturaleza humana: ¿Y vio el rostro de Dios? Vio el de su amada.
Si yo fuera listo elegiría ser tonto: porque dicen los que dicen ser listos que hay que ser tonto para ser feliz. Lo que pasa es que debo de ser tan tonto que no entiendo las presuntamente sabias tonterías de los que dicen ser listos.
Seguramente, la inteligencia es una enfermedad ya erradicada. No obstante, si yo gozara de alguna inteligencia, diría que no me parece muy inteligente utilizar la inteligencia para decir necedades.
Como en una carrera de relevos, Federico García Lorca, Antonio Machado y Miguel Hernández se repartieron el trecho de la vida hacia la muerte por desamordazar la palabra amordazada. Magia o azar parece que el tres presida tanta muerte. Un poeta empujado hacia Víznar -“¿Quién encierra una sonrisa?”- en 1936. Un poeta arrastrándose hasta Collioure -“¿Quién amuralla una voz?”- en 1939. Un poeta amarrado en Alicante -“¡No podrán atarme, no!”- en 1942. Tres años de contienda fratricida. Tres hombres despeñados por el más profundo de los desfiladeros. Tres exilios en el territorio de la muerte. “El crimen fue en Granada”, en Collioure, en Alicante. Tres paradigmas de la soledad sublevada y transmutada en un vuelco hacia los otros, destruidos. Tres voces hacia el pueblo, masacradas. Pero, “sentados sobre los muertos”, se instalaron definitivamente entre los vivos.
¡Cómo no iban a llegar al ser humano si la voz puede matarse pero no el sentimiento que la moduló y la cinceló en palabra escrita, si cada hombre busca esa escritura para adentrarse en los caminos de la libertad! Ellos -y tantos otros- se sabían iniciadores de un trayecto que puede resumirse en Blas de Otero: “Si me muero será porque he nacido / para pasar el tiempo a los de atrás”.
Duele pensar en Miguel Hernández dentro de su exilio carcelario, cuando toda España era “una cárcel sin muros”, según la expresión de Paul Illie. Duele pensar en Antonio Machado caminando su anábasis nocturna, exiliándose “a pie, pasando así los montes altos de la frontera helada porque sus mejores amigos, los más pobres y los más dignos, los pasaron así”, como observa Juan Ramón Jiménez. Duele pensar en García Lorca por la naturaleza del ensañamiento: la depredación de la palabra en libertad, incluso sin compromiso de partido.
Ellos -y tantos otros- fueron con su palabra y sus antorchas los centinelas de la justicia. Ellos, aun con terror, no temieron arriesgar sus vidas porque sabían que sus muertes abrirían nuestro horizonte. Juan Gil-Albert lo ha escrito: “Vida y muerte hacen en ellos un todo con su obra. Ese es el espantoso privilegio que los distingue”.
Lo diré afablemente: confieso que mi sensibilidad no alcanza a sentir como poesía la mayor parte de la que, como tal, se publica. Abro un libro y me digo: ¿Pero qué es esto? Abro otro libro: ¿Qué es aquesto, vive Dios? Tropiezo con palabras, no con hombres y mujeres cuyo sintiente corazón pensante ha sido domeñado por la sensata razón del equilibrio.
Hay poetas -y otras faunas de otras artes- que se atreven no solo a publicar sus libros, sino a ostentar su nombre en ellos; deben de ser masoquistas, puesto que se ofrendan públicamente al escarnio; o doctos en ignorancia; o hijos del malentendido “lo importante es participar”... No diré sus nombres para no darles gusto o disgusto. Me los callo para no publicitarlos, que es la razón de su existencia: se esfuerzan en ser conocidos, no merecedores de reconocimiento; anhelan ser famosos, no respetados; persiguen el aplauso, no el prestigio. Hacen de la pluma su mentidero en vez de su carné de identidad más responsable.
También en arte, como en todo, el factor común de la humanidad es la mediocridad: esta es su icono; y cuanto más epidérmico y superfluo es lo que se dice, más se esboza el retrato de la muchedumbre.
Y lo malo no es que cada uno disfrute su minuto de infame famamundia: lo peor es que esos mismos encumbrados por las mayorías postergan a los que defienden su minoría de uno frente a la alienación globalitaria. Lo diré una vez más: en Arte no hay democracia, sino individuo.
Poesía para Náufragos II Festival de Cuenca, 22 y 23 de noviembre, 2013 Iglesia de San Miguel
COORDINAN: José Ángel Gª Miguel Mula Pilar Blanco Rafael Escobar Ángel Luis Luján Atienza Miguel Ángel Curiel
Viernes 22 de noviembre, 2013 18,30 h. Presentación del Festival a cargo de César Gavela LECTURA DE POEMAS: Amador Palacios Laura Giordani Ricardo Virtanen Fernando Nombela
20 h. Paco Morán Ana Gorría Pedro Antonio Glez. Moreno
Sábado 23 de noviembre, 2013 11 h. Aguas: videopoema de Miguel Ángel Curiel 11,30 h. Presentación del libro "Alas los labios" de Pilar Blanco, publicado por la editorial Olcades 18,30 h. LECTURA DE POEMAS: Teo Serna Francisco Mora Ester Folgueral Luz Pichel 20 h. José Ángel Gª Pilar Gómez Bedate (poemas de Ángel Crespo) José Corredor Matheos
Real Academia Conquense de Artes y Letras (RACAL)
Excmo. Ayuntamiento de Cuenca Fundación de Cultura Ciudad de Cuenca
Si hay que buscar un inicio histórico del Romanticismo musical, tal vez sea la Sinfonía Fantástica la que deba nombrarse. Es el comienzo del confesionalismo, pues Berlioz, que había leído a Rousseau y Goethe, traduce su experiencia amorosa al pentagrama; también es el principio claro del tema recurrente que crecerá con Liszt y se convertirá en arquitectura en Wagner. Empieza la obra desgranando lentamente los sueños del artista, entre la melancolía y el arrebato. La música, ya leitmotívica, con el tema de la amada como melodía guadiánica, nos muestra, en cinco episodios, las confidencias del autor, amado y desamado, torturado y conducido al cadalso, con las pasiones como vestimentas de la orquesta. Música programática con "argumento": desde el flujo del amor ensoñecido hasta un baile, una escena campestre, la marcha al patíbulo y el aquelarre. Aquí está, con ilustraciones de Goya: