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sábado, 29 de febrero de 2020
viernes, 28 de febrero de 2020
El territorio de la lírica
Bach: Aria (Suite nº 3)
De nada sirve hablar de poesía si no se admite que esta, lejos de ser asunto de poetas, es cosa necesaria para la vida cotidiana. No la poesía malentendida como ingeniería intelectual, juego retórico y pretenciosamente secreto que no llena de carne las palabras con las que se adorna. Por el contrario, me refiero a esa poesía que descifra con sencillez y pureza retratos escondidos de la identidad del ser humano y que, por eso, hace que el lector se reconozca o se descubra en ella. Las millonarias ediciones de los 20 poemas de amor, de Neruda, por ejemplo, confirman ese estado emocional permanente en el que se debate el hombre. No son grandes best-sellers estas obras porque traten el tema del amor, la vida o la muerte -que son los más universales, por originarios de los demás-. Lo son porque, además de ese tema específico, exponen otros muchos enredados en él: los anhelos y los desengaños, la existencia interior que cada día emerge de los corazones en lugares remotos y prosaicos, pero pegados a la piel: Una palabra entonces, una sonrisa, bastan: porque renace la esperanza, la necesidad de soñar a pesar de los naufragios.
Si alguna duda hubiese sobre la preponderancia de la poesía basta con repasar los pasajes gloriosos anclados en la memoria de los hombres: recordamos aquellos en los que prevalece la inmersión en las emociones, territorio, por antonomasia, de la lírica.
Lea el ciudadano libros de poesía, escuche el silencioso murmullo de la música, contemple el humanizador paisaje de un buen cuadro... observará que es suficiente para cambiar la imagen insensible que se nos da del mundo.
miércoles, 26 de febrero de 2020
La Novena
Del autor, no del lector
/por Antonio Gracia/
Schumann, Lizst, Wagner, Mahler, Stravinsky, Boulez, por ejemplo. Uno de estos directores actuales es Eliot Gardiner, quien, al frente de la Orquesta Revolucionaria y Romántica, propone interpretaciones heterodoxas y ha hecho una revisión de buena parte de Beethoven. Pero los experimentalismos, que sirven, ante todo, para ahuyentar el academicismo y recordarle a la tradición su verdadero sentido, no siempre tienen más fruto que el ya dicho.
Acabo de escuchar la Novena ejecutada —en el doble significado de la palabra— por Gardiner y su Orquesta. Parece que la empresa discográfica hubiese impuesto un minutaje para la grabación; y el director ha escogido un tempo tan rápido como el de los aurigas de Ben-Hur. O tal vez ha querido darle a la sinfonía el aspecto agresivo del rostro de Beethoven. Lo cierto es que ha deteriorado en buena medida la soberbia fragilidad con que la partitura se acerca a los prados del cielo, porque los éxtasis son fugaces, no veloces. A veces estremece (pero ¿cuándo no estremece el mejor Beethoven?), como cuando las cuerdas arremeten contra el barítono (demasiado belcantista) en su primera intervención (el popular Himno a la alegría), produciendo una sensación casi de impulso jazzístico.
Me recuerda este experimento de metrónomo histérico, por contra, la lección que el gran Furtwängler dio hace setenta años proponiendo una lectura casi en continuo rubato, más lenta de lo acostumbrado, desgranando cada nota sin que la diafanidad individual de cada instrumento mermase la trabazón del conjunto orquestal. El público aplaudió entonces durante media hora y es hoy una grabación histórica ejemplar. En esencia, Furtwängler prefirió el più moderato al molto agitato de Gardiner. (Compruebo si la ostentosa cabalgada sonora es capricho o método de este director y constato en la Séptima, conocida como la apoteosis de la danza por su ritmo, que no hay caballos, sino bisontes en estampida; en cambio, el adagio fúnebre de la Heroica lo convierte en una fanfarria patética). Las versiones de Toscanini, Klemperer, Masur o Böhm, por ejemplo, buscan el equilibrio entre esos extremos. No me gustan otras —como la de Karajan— demasiado correctas, lastradas por las trampas de los estudios de grabación. En cualquier caso, no hay quien desmonte la poderosa arquitectura de esta sinfonía, que junto a la Tetralogía wagneriana o tantas obras de Bach elevan la música a su más alto esplendor.
En el arte de la dirección y la interpretación musicales es donde podemos encontrar encarnada verdaderamente la realidad del lector cómplice; del receptor que acaba definiendo la creación propuesta por el autor —y respetándola—. No es fácil saber cómo se interpretaban exactamente las obras antes de la aparición de los primeros registros. Hay directores, como Harnoncourt o Marriner, que intentan acercarse a aquel sonido y manera utilizando instrumentos originales de la época. Pero, sin proponérselo, tal vez el mismo Beethoven (siempre el autor sabe más de sí mismo, incluso si se equivoca, que cualquier otro lector) aconsejó cómo quería que se oyese su inmensa partitura: el día de su estreno, el 7 de mayo de 1824, la orquesta acabó su interpretación mientras él, sordo solamente de orejas para afuera, seguía agitando sus brazos, marcaba el compás, continuaba dirigiendo. Hubo de ser el otro director —colocado detrás de él y al que, en verdad, seguían los instrumentistas— y la contralto quienes le indicaran que atendiese al público, que ya llevaba varios minutos aplaudiendo (*).
No estaban permitidos en aquel tiempo más de cuatro vítores, que eran los que se ofrecían a la familia real en sus apariciones. No obstante, ante la consternación de los funcionarios y la policía, fueron cinco salvas de aplausos las que no pudo oír aquel gigante. Sin duda, en la mente de su creador, la Novena continuaba sonando y haciendo tañer lentamente el armonioso rumor de las estrellas. Fue —es— esta una demostración emblemática de que una obra es del autor, no del lector.
De particular interés me parece resaltar que Beethoven le dio la vuelta al significado del poema de Schiller (acabo de caer en la cuenta, hojeándolo, con lo que la alegría, lejos de ser un regalo de los dioses, se convierte en una conquista de los hombres a través de la solidaridad. Y eso, en un hombre religioso como era nuestro gran escrutador de las armonías del universo, es todo un ejemplo de independencia y modernidad. De su grandeza y popularidad, a pesar de su carácter bronco, dan idea las más de veinte mil personas que asistieron a sus funerales y las palabras del poeta Grillparzer ese día: «Cuantos vengan detrás de él tendrán que empezar de nuevo, porque ha llevado la música a los mismos límites del arte».
(*) La inclusión de voces no había despertado más que malos augurios. Pero su éxito hizo que otros muchos continuaran esa fusión sinfónica de voz y orquesta —principalmente, Mahler— y que incluso Schönberg agregase la voz a su segundo cuarteto.
Antonio Gracia es autor de La estatura del ansia (1975), Palimpsesto (1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario(2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de Homero, La condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obra, Ensayos literarios, Apuntes sobre el amor, Miguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo y La construcción del poema. Mantiene el blog Mientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de un portal en Cervantes Virtual.
martes, 25 de febrero de 2020
¿Quién puede prohibir mi muerte?
Los derechos humanos
¿Quién puede prohibir mi muerte?
Desde el Big Bang, el universo se ha ido expandiendo sin más finalidad ni voluntad que las de crecer y multiplicarse, sobrevivirse, mejorarse, perfeccionarse, pasando de la materia inerte a la vida, sea esta cual sea, siempre seleccionando la mejor cualificada para seguir perpetuándose. Unas especies han generado otras desechando las demás, avanzando en una compulsión irracional e indetenible, en un "efecto dominó" que conlleva la muerte, no la agonía, como ultimo estadio.
Otros planetas hay con iguales condiciones que el nuestro y que contienen vida semejante a la nuestra. Esa vida extraterrestre nos encontrará. Y si somos nosotros quienes llegamos a uno de esos planetas, nosotros seremos sus alienígenas. Que allí se hayan inventado dioses y tecnologías iguales, y que se encuentren en una fase similar de desarrollo, solo es cuestión de tiempo y de apresurar las probabilidades.
Una cosa es cierta: en una fase o en otra, en un milenio y otro, allí como aquí, siempre el impulso vital ha superado al mortal, por muchas conciencias o inconsciencias, culturas o civilizaciones, que se opusieran. La vida natural ensaya en cada nuevo ser su empeño de perfeccionamiento, que excluye el dolor aunque requiera la muerte. Siempre la creación, la Naturaleza, impermeable a la piedad pero ajena a la crueldad, y fiel a su "efecto dominó", ha ejercitado la eutanasia con los ejemplares y especies que han cumplido su ciclo. ¿Será el hombre menos piadoso o más cruel que la Naturaleza? ¿Será el dios de la mente liberador o verdugo?
Una cosa es cierta: en una fase o en otra, en un milenio y otro, allí como aquí, siempre el impulso vital ha superado al mortal, por muchas conciencias o inconsciencias, culturas o civilizaciones, que se opusieran. La vida natural ensaya en cada nuevo ser su empeño de perfeccionamiento, que excluye el dolor aunque requiera la muerte. Siempre la creación, la Naturaleza, impermeable a la piedad pero ajena a la crueldad, y fiel a su "efecto dominó", ha ejercitado la eutanasia con los ejemplares y especies que han cumplido su ciclo. ¿Será el hombre menos piadoso o más cruel que la Naturaleza? ¿Será el dios de la mente liberador o verdugo?
domingo, 23 de febrero de 2020
sábado, 22 de febrero de 2020
viernes, 21 de febrero de 2020
miércoles, 19 de febrero de 2020
martes, 18 de febrero de 2020
Desconfianzas
Prokofiev: Los caballeros
El mundo, en general, es bueno; y lo sería más si algunos no se empeñaran en emponzoñarlo. Sumadas de una en una, hay más personas bienintencionadas que malintencionadas: hay quienes tienen como premisa que los otros son honestos, y hay quienes desconfían por principio de los demás: cada uno piensa del otro lo que no quiere reconocer de sí mismo. La ira -cualquier pasión- se alimenta a sí misma si no la atajamos. Algunos dicen de los coléricos que “tienen mucho carácter”, cuando en realidad manifiestan muy mal carácter. Si la prudencia y la templanza fueran pilares de nuestro comportamiento habría menos heridos en esta extraña paz llamada sociedad.
¿Quién es más dichoso, el que se sabe rodeado de inocentes o el que da por supuesto que vive entre culpables?
lunes, 17 de febrero de 2020
El gen lírico
Scarlatti: Sonata
La inspiración no es un vómito de las musas sobre nuestra pluma. Es verdad que en el laboratorio del cerebro se dan cita a veces los ingredientes imprescindibles para alcanzar un cierto grado de clarividencia. Pero la inspiración es un acto de concentración y serenidad en el que la palabra vislumbra su exacta geometría y se deja caer, por nuestro esfuerzo, como un tatuaje sobre el folio. En esos instantes -a veces inesperados como un súbito y urgente telegrama, otras mientras caminar significa pasear por nuestra mente, y en otras ocasiones buscados al provocar un breve trance- vemos lo invisible, oculto por el tráfago de otros estados de ánimo.
Ahí se congregan o bifurcan las opiniones sobre si el artista nace o se hace: pero este no podría hacerse si no naciera con determinadas cualidades ni si, aun con estas, no las trabajase. Y de ahí la validez de las afirmaciones de Wordsworth, Bécquer, Lorca, Valéry..., inclinadas a afirmar que el poema -la obra de arte- surge de la unión de lo que podríamos llamar el gen lírico y la artesanía del esfuerzo.
domingo, 16 de febrero de 2020
Eutanasias
1
Vivir es la conciencia de estar vivo: cuando podemos contrastar los bienes y los males de la existencia, ese país al que llegamos para irnos porque nadie pide llegar y en el que nadie puede quedarse. La vida empieza cuando empieza la conciencia de la mortalidad; cuando el instinto de supervivencia nos hace temer la enfermedad y la muerte.
2
Nadie puede usurpar la voluntad de otro decidiendo por él. Así que los politicastros, los religiosillos y sus adláteres no deberían hablar en nombre del enfermo ni usurpar sus decisiones.
3
El dilema de la eutanasia es el de vivir o no vivir; morir o no morir. Ser desdichado o intentar dejar de serlo, como bien sabía Hamlet. ¿Quién negará que quien se sabe abocado al dolor preferiría no haber nacido o morir lo antes posible? ¿Y quién le negaría ese derecho aduciendo que su deber —por decreto divino— es soportar el dolor de la agonía?
4
Quienes carecen de razones proponen su fanatismo como razón y acuden a la mitología cristiana para imponer sus inquisiciones: el dueño de la vida es Dios y solo él la da y puede quitar. Ese lugar común de la seudoteología se ha enquistado en el subconsciente colectivo y disturbia en exceso todos los intentos de comprender objetivamente el mundo.
5
Sin embargo, Dios no es ya suficiente coartada para la impunidad de quienes dictan sentencias subjetivas. No todos los ciudadanos son creyentes ni Dios es una institución democrática, así que tal institución y sus regidores religioso-políticos se constituyen en la más clara imagen de una dictadura. Es decir: en la representación de la abolición de la libertad individual, la única que existe.
6
Por otra parte, el instinto de supervivencia -el fin de la existencia- es la evitación del sufrimiento y la consecución de la felicidad, que, como ya se sabe desde Epicuro, es «la ausencia de dolor». Por eso el primer deber del Estado de bienestar es eliminar el Estado de malestar.
7
Preguntémosle ahora al enfermo terminal -único jefe de Estado de su intimidad- qué quiere hacer con su vida.
8
¿Respetaríamos su decisión como se respeta su voto en las urnas? ¿No merece quien desea librarse del dolor y la agonía la solidaridad de la sociedad y el individuo?
9
¿Sí? Entonces… ¿qué cualifica a los mandatarios sociales para desautorizar derechos? Si trasladamos el asunto a otros temas de importancia social no parece, al menos cuando muestran su oratoria públicamente, que nuestros líderes politiqueros luzcan un cociente intelectual embriagador ni una personalidad cautivadora.
10
Todo el fundamento legislativo de la fe de papas y popes es este, ya aludido: como Dios da la vida, esta es sagrada; y el Estado debe ser el garante de esa vida. Ante tan reverendo silogismo uno se pregunta cómo semejantes efluvios de la inteligencia y la estrategia llegaron a ser quienes parecen ser y a ostentar los cargos por los que tan mileuristamente cobran. La respuesta es esta: fueron elegidos. Lo que lleva a otra pregunta de respuesta más terrible: por qué criterios se rige el ciudadano cuando elige, porque en una democracia el fracaso de los gobernantes es el fracaso de los electores que los votaron, y estos debieran no olvidar que cuando un grupo social consigue democráticamente la mayoría parlamentaria suele olvidar que el ciudadano eligió en las urnas a quienes creía que iban a representarlo y no a quienes iban a utilizar su voto para representarse a sí mismos.
sábado, 15 de febrero de 2020
viernes, 14 de febrero de 2020
Para quien no me ama.
Esta carta es como la botella que desde mi corazón arrojo al mar de los naufragios en tu boca. Mis labios, porque te amo, tienen forma de beso. Tu nombre tiene el nombre de los pájaros, las flores, los océanos, los árboles, la lluvia sobre el mar.
A veces pienso en ti como si hubieras muerto: Eras el amor cósmico, eras el sexo sísmico, eras la boca lírica. Si rozaba tu piel crepitaba el diamante. Tus pechos eran vértigos; tu sexo, tiburones encelados; tus ojos, dos océanos en la luna; tus caderas, el ritmo de la música; tus muslos, arcoíris en la noche; tu pelo, el amazonas encrespado; tu risa, el cascabel de las estrellas...
Mi Amada tan lejana: es duro comprender que no me amas, que tus manos no avanzan hasta mi corazón para empujar su sangre, que tus ojos no se buscan en los míos para encontrarte en ellos. Por el beso que sé irrecuperable, porque tus labios quieren reventar de pasión y no los dejas, porque tus manos trazan pequeños arabescos en el aire como una cobra hipnótica, por tantas cosas que ahora callo mientras digo tu nombre, pienso, a veces, que la vida es, a pesar de todo, algo hermoso representado en ti. Que no seas para mí, tal vez me mate. Que yo me entregue a ti, me da la vida. Así que este dolor es un placer inevitable que no aplaca la causa que lo engendra. Porque quisiera que me amaras: pero si no te amo es que no existo. Tú eres mi sentimiento y, por eso, eres tú mi existencia. Que no puedas amarme me destruye; que yo te siga amando, me agiganta. Eres la fuerza que he buscado siempre: ahora sé que el miedo ya no existe.
Este amor que me da vida y no penas, como aprendí en los libros, nunca lo imaginé posible. Esta música que late en mi cerebro desde mi corazón no existe en los poetas. Pensar en ti llena de lluvia el mundo: lo fecunda. Tan grande es este amor que tal vez, si me amaras, no sentiría esta plenitud al respirar la luz cada mañana.
Así es como te amo: como si todos los amantes de la historia te amasen con mi cuerpo, como si fueses Eva para la Humanidad. Escúchame: te amo. Sé que puedes creer que no hay quien ame tanto, que todo es fingimiento: pero, puesto que nunca amé antes de amarte a ti, se me agolpa, en los labios, todo el amor no dado: recíbelo, a lo lejos, aunque lo creas palabras solamente.
Imagino, de pronto, que te observo leyendo estas palabras, como estando ante ti sin que me veas: y tus párpados tenues, tus pestañas de añil, tus ojos de topacio, tus azules hermosos, tus verdes restallantes, tu silencio abisal caen como una lágrima exhumante. Y en la pirámide del cielo se graban con cincel de cobalto tu corazón y el mío.
Tal vez existes para ser origen de esta carta de amor y has cumplido tu vida trayéndome la muerte al desdeñarme. Tú no sufras por mí, pues me cumplo en mis versos: si me hubieses amado, nada hubiese yo escrito. Y yo sería nadie. Así, soy un poema nacido de esos labios que no quieren besarme: ahora que te escondes con la carta en las manos, trémula por saber que muero (pero vivo) tan distante, con mi boca extasiada en la plegaria inútil, ahora, Mi Amada concebida, mira: me estás amando ahora como nunca lo harás ni hubieses hecho: con tus ojos me lees, con tus ojos me alumbras, con tus ojos me besas el corazón: lo que soy, lo que fui, lo que siempre seré: palabras y poemas: epitafios.
miércoles, 12 de febrero de 2020
Una razón para seguir viviendo.
Fauré / Du Pre - Moore: Elegía
Dice el poeta (*) que "el mundo no es lugar para vivir". Tal vez tenga razón, si uno se atiene al desencanto con el que los sueños chocan cuando entran en la vida queriendo realizarse.
Habría que darle la vuelta a ese criterio y decir que "la vida no es lugar para soñar". Pero tampoco: porque si no soñáramos con un mundo y una vida mejores tendríamos que abandonar este mundo y esta vida mediante el pasaporte del suicidio.
Así que solo cabe esgrimir la voluntad, armarse de resiliencia y seguir el consejo de este poema que traigo aquí de nuevo:
(Sobre el suicidio)
Antes de decidirte a abandonar
esta vida que odias o te duele,
cerciórate de que hay otra existencia
―o una nada― más digna a la que ir;
no sea que el lugar en el que surjas
martes, 11 de febrero de 2020
La condición sinestésica
Scriabin: Mysterium
Creo en la condición sinestésica del arte: que el impulso creador es único y que solo cambia la vía en que se expone: palabra, pintura, música. Más aún: que la más noble y notable sensación es la que conjuga la música, la pintura y el verbo.
Creo que todas las artes son diferentes manifestaciones de un mismo yo que pretende identificarse y sobrevivirse. Ese impulso de supervivencia cósmica se traduce en palabra, pentagrama, pincel, simetría, número… pero siempre es la búsqueda, y a veces el hallazgo, del rostro individual trascendido a lo universal.
Poca distancia existe entre la experiencia mística y el estremecimiento y fascinación de Einstein al contemplar la fuga cósmica, las líneas de fuerza de Faraday, los vórtices del firmamento de Van Gogh o el 3º movimiento de la Novena: todos son éxtasis.
Ninguna diferencia hay entre la semilla artística de Miguel Ángel, Wagner, Dante, Freud … Solo cambia la estrategia del lenguaje: verbal, musical, plástico…
Ya lo he dicho: todas las obras del hombre son escaramuzas de la mente para hallar la imposible eternidad.
Creo que todas las artes son diferentes manifestaciones de un mismo yo que pretende identificarse y sobrevivirse. Ese impulso de supervivencia cósmica se traduce en palabra, pentagrama, pincel, simetría, número… pero siempre es la búsqueda, y a veces el hallazgo, del rostro individual trascendido a lo universal.
Poca distancia existe entre la experiencia mística y el estremecimiento y fascinación de Einstein al contemplar la fuga cósmica, las líneas de fuerza de Faraday, los vórtices del firmamento de Van Gogh o el 3º movimiento de la Novena: todos son éxtasis.
Ninguna diferencia hay entre la semilla artística de Miguel Ángel, Wagner, Dante, Freud … Solo cambia la estrategia del lenguaje: verbal, musical, plástico…
Ya lo he dicho: todas las obras del hombre son escaramuzas de la mente para hallar la imposible eternidad.
lunes, 10 de febrero de 2020
sábado, 8 de febrero de 2020
Las páginas del rostro
Prokofiev: Montescos y capuletos
Todos somos como libros desconocidos de los que nada sabemos hasta que abrimos sus páginas: entonces seguimos leyendo o abandonamos la lectura. Y así debieran ser las relaciones humanas: libros que se leen unos a otros para conocerse y que, cuando no se gustan, simplemente se dejan de leer y se cierran, sin enemistad, decepción o rencor.
Desafortunadamente, no ocurre así: y muchas amistades, o matrimonios, o parejas... dejan de relacionarse como libros o personas para instigarse como avellanedas, góngoras y quevedos, o como editoriales mal avenidas.
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