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jueves, 25 de julio de 2024

Festival Bayreuth en directo

Preludio y muerte de Isolda

Como un místico orgasmo que no acaba es el Preludio y muerte de Isolda. Crescendos y decrecendos simultaneándose o sucediéndose como una ola que avanza gozosa y desolada al mismo tiempo. No creo que haya un canto igual al amor infinito e imposible.
Wagner es, tal vez, el más revolucionario de los músicos, y aun de los artistas. Pocas músicas no deben algo al Tristán, o al Anillo del Nibelungo. A la obra concebida como arte total. 
No solo transformó Wagner la música y la escena musical, sino que cambió, dignificándola, la relación entre artista y sociedad: si Haydn fue un siervo de la nobleza y Mozart fracasó en su intento de independizar la inteligencia artística, Wagner llevó a su fin la inicial rebelión de Beethoven, humillando incluso a un rey para que pusiera su reino al servicio del arte.
Disolución de la armonía y la tonalidad (sin la cual no se entenderían DebussyR. StraussBergSchönberg...) para esta "muerte de amor" que va más allá de las escenas transfigurativas creadas por Shakespeare y Goethe en Romeo y Julieta y Werther.

Pulsa para escuchar Tristán e Isolda en directo, a las 15:50 >>

Festival Bayreuth en directo

También puedes verla, fragmentada o completa, en diferido:

Transcripción piano de Liszt

Completa


El darwinismo artístico.

Guijarro / Beethoven: Don Quijote velando las armas

En este mundo en el que todos necesitamos la autoidentificación, todos somos enemigos de todos, puesto que cualquiera puede arrebatarnos la identidad al construir la suya. En arte entendemos tal identidad  con el nombre de originalidad, la creación de una huella dactilar artística, pictórica, lírica... el "estilo": y esa búsqueda conduce a una lucha darwínica en la que solo sobrevive quien consigue con su obra hacer olvidar a los otros -por mucho que haya aprendido, y aun devorado, a los demás-.  

       No existe el arte; existe el artista: el yo artístico está condenado a un proceso depredador: el asesinato y canibalización del padre como autoafirmación: para sobrevivir siendo el más fuerte, el más auténtico, el más vigente.

miércoles, 24 de julio de 2024

Hoy empieza el futuro.


El hombre es -al parecer- la única criatura que se hace preguntas y que, por lo tanto, necesita respuestas.
Eurípides pintaba a los hombres como eran, y Esquilo como debían ser. Shakespeare parece decirnos en sus escenarios que los hombres son como son porque no se esfuerzan en ser como deben. Don Quijote es patético porque la tragedia de algunos hombres consiste en no poder convertirse en el que anhelan ser. Eso ocurre con Raskolnikov, quien, pretendiendo ser un dios, se transforma en un diablo. 
     Afirmaban los griegos que el hombre es un sufridor por esencia y no solo por circunstancia, cosa que achacaban al destino, y que durante el XIX parecen subrayar SchumannLarraVan Gogh, y tanto suicida. Borges nos cuenta el tópico del hombre que, queriendo escapar de la muerte, huye inevitablemente hasta donde esta lo espera. En uno de nuestros más hermosos poemas medievales, “El enamorado y la muerte”, el amante, creyendo estar a salvo junto a su amada, muere al subir hacia su torre… En fin: en ninguna de las muchas definiciones del hombre faltará su voluntad de seguir vivo.
Sin embargo, lo cierto es que nacemos para morir y nadie sabe cómo esquivar esa desdicha. Ahora bien: más que lo que concluimos que es, importa lo que decidimos que debe ser. Tal vez por eso Alexander Pope, escribió: “ya que mi espalda está torcida, mis versos deben ser rectos”, afirmando con ello su decisión de no arrodillarse ante los infortunios de la Naturaleza, sino de extraer de ellos algún beneficio. Beethoven y Goya son otros ejemplos de superación de la adversidad. En el extremo contrario, una inteligencia tan clara como la de Shopenhauer concluyó que era necesario matar la voluntad de vivir para agotar el sufrimiento. Pero tal vez la única forma de combatir la fatalidad sea la de orientar ese instinto de supervivencia, que implica rechazar el malestar y perseguir el bienestar. Lo cual nos lleva directamente al repudio de la muerte y de cualquier dolor, y a la búsqueda del placer, que no es sino una ebriedad de los sentidos. Impulsar estos hacia el gozo trascendente o intelectual y no hacia la frivolidad es la terapia más recomendable. 
  La trascendencia que nos caracteriza es un impulso biológico, nacido de saber que hemos de morir, pues “la verdadera muerte es descubrir / la condición mortal de la existencia. Somos descendientes sicológicos de la muerte. La tradición judeocristiana ha traumatizado el inconsciente colectivo al equiparar muerte con agonía. Pero, además de que la ciencia ya tiene respuestas para la agonía, si miramos con serenidad, la muerte es algo que nos incumbe como individuos físicos, no como esencias transformables. ¿Por qué damos a la muerte el significado de fin absoluto y no el de metamorfosis, o umbral para otro espacio y otro tiempo? ¿Es el cuerpo el receptáculo único, o provisional, de la mente? ¿Ser mortal significa dejar de existir? ¿Cuándo cesa la conciencia? ¿Acaso somos nada más que material fungible, un proyecto de cadáveres, o abandonamos estos para entrar en otra dimensión? El universo es tan inmenso que la muerte como acabamiento no tiene en él cabida, y contradiría su infinitud. Si existe una Conciencia Inteligente que desarrolla un Mundo Expansivo, ¿por qué no seguir la misma causalidad consecuencial y considerar que la vastedad del universo admite la coexistencia de cuanto ha vivido, y que esa reencarnación hace posible una nueva edición, corregida y aumentada, de este libro de vida insatisfecha que somos? Eso no nos evita la angustia de sabernos mortales, pero permite la esperanza de que no haya un final definitivo. Y si lo hay, ¿qué?
No por llorar ha de secarse el mar y convertirse en cielo. Hasta donde conocemos, no hay inmortalidad, sino muerte. Lleguemos hasta ella con la dignidad de quien convierte el llanto en oasis. Repudiemos la vida considerada como fugacidad a la que se le mendigan instantes pletóricos -eso que llamamos carpe diem- y vivámosla como temporalidad disfrutable, diciéndonos “hoy empieza el futuro”. Olvidemos los paraísos perdidos que esperan ser recobrados y luchemos por crearlos. El mundo sería otro si pudiéramos extirpar el miedo genético a la muerte. Desaparecería la infelicidad. Ya que no podemos, superémoslo. Porque vivir no es un regalo, sino una conquista.
Comoquiera, solo la voluntad nos dignifica. 

lunes, 22 de julio de 2024

El Gran Flamarion

 


El otro Auschwitz




Cada 3 segundos muere un niño. 

Es decir: 

Mientras se celebran pactos políticos para defender y aumentar el "estado de bienestar", mueren de hambre millones de niños.

Mientras miles de artistas del balón cobran eurísimos millones millonarios por correr hacia un confort desorbitado, maximillones de niños corren hambrientamente hacia la muerte.

Durante el transcurso de cada partido futbolero mueren 2.000 niños.

Mientras arden millones de dineros en las "hogueras", "moros", "semanasantas" y demás festejos muchedúmbricos, mueren multimillones de niños... 

Cada tres palabras que yo escribo y usted lee muere un niño...

Mientras nos esforzamos vanamente en creer que nada podemos remediar para justificar que nada hacemos para remediarlo, siguen muriendo niños... 1, 10, 100, 1.000, 1.000.000 ...

Esqueletos hambrientos de infantiles cadáveres devoran un progreso cotidiano que convierte la vida en un cementerio inextinguible.

Nos repelen las imágenes de los campos nazis, cuyo horror ya no podemos evitar; en cambio, hacinamos mentalmente el otro horror del cada día en el otro Auschwitz que llamamos, p. e., "tercer mundo" y cuyo "estado de malestar" sí podemos paliar, evitar, eliminar.

Si no existiera el olvido como mecanismo de supervivencia no podríamos sobrevivir. Pero cuánta impunidad en la memoria de quienes solo recuerdan que es mejor olvidar las vidas ajenas para poder vivir la propia.

16-12-23

domingo, 21 de julio de 2024

Madrigal para el fin de los tiempos.


Magritte: El espejo engañoso




Según el Telescopio Hubble

Madrigal para el fin de los tiempos (poema en forma de ensayo)


Hace miles y miles de millones
de años, en algún lugar del tiempo
y el espacio, ubicuos e intangibles,
una partícula infinitamente
comprimida inició su inexorable
expansión temporal e ilimitada,
de tal manera que aún no comprendemos
cómo la eternidad y el infinito
siguen tejiendo eternidad y espacio
capaz de hacer posible lo imposible:
que el Todo se contenga en otro Todo.

Estrellas y galaxias se fueron sucediendo,
muriendo y renaciendo: metamorfoseando.
En un instante pleno de esa metamorfosis
brotó mágicamente lo que llamamos vida;
y milenios después, sobre una roca errante
yerma y deslavazada, surgió esa ambigüedad
que se piensa a sí misma y que llamamos hombre.

¿Qué genes naturales iba a heredar tal ser
sino los de sus padres, la atávica violencia 
entre el caos y el cosmos: el eros contra el tánatos?
Doliente y azotado por la naturaleza,
sobrevivió al dolor, padeció el desamparo,
sufrió la indefensión del glaciar de la noche.
Incluso cuando un día le nació la conciencia
como un órgano más, inesperado y frágil,
soportó el sufrimiento de saber, de improviso,
que su vida era solo un camino a la muerte.

Propuso resiliencias, creó mediante el arte
espejos de sí mismo: estatuas, lienzos, verbo
-única munición contra la muerte- para
salvar su identidad, y legar su experiencia
como un breve sosiego a cuantos aún naciesen
y fueran masacrados 
en cuanto conocieran
la condición mortal de la existencia.

También yo soy sufriente de ese estigma
y buscador de adargas que me amparen.
Y, de súbito, siento que es posible
pensar estableciendo una premisa
tan absurda, tan lúcida y remota
como la del origen primigenio:
si la vida surgió de un ente mínimo
que se autogeneraba inmortalmente,
y toda consecuencia es una causa,
¿por qué no completar el silogismo
de la lógica absurda concluyendo
que la muerte es también una partícula
inmensurablemente comprimida,
-o un agujero negro redentor-
que inicia su expansión a otro universo
y conduce la vida a otra existencia?