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domingo, 31 de enero de 2016

En el mercado del arte


Mozart: C piano nº 23 (Adagio)


Justo es que el artista pretenda vivir de su arte. Lo que no parece tan justo es que el artista sea injusto con el Arte prevaricándolo para mercantilizar su obra. 
     No todo artista es capaz de ser fiel a sí mismo como creador, sin perturbar los principios flexibles de la creación artística, y al mismo tiempo contentar a quienes configuran la opinión de las mayorías para hacer accesible su creación al gran público. Que una cosa es el íntimo taller del creador -el laboratorio donde el espíritu hilvana sus ecuaciones pictóricas, musicales, verbales...- y otra la sala de exposiciones, el auditorio o el libro. Pocas veces el autor no entremezcla en su paleta, el pentagrama o la pluma los elementos que considera necesarios para vender cuadros, entradas al concierto o miles de ejemplares. No todos subordinan el afán de éxito al ansia de crear en libertad y equilibrio, aunque esto les suponga el aislamiento y la falta de aplauso. 
     Para eso primero hay que tener conciencia de si se es artista o artesano, consumado maestro o contumaz aprendiz, si se posee exceso de autoestima o feroz autocrítica: conciencia de que vive para crear y no de que crea para vivir de su creación; de que está poseído por la pulsión creativa y no por la de poseer fáciles entusiastas.
     
     ¿Cuántos consiguen aunar la fidelidad a su arte y la aceptación del público, como Lope o Shakespeare? ¿Cuántos, como Orson Welles, se rigen por el criterio de la creatividad responsable -aunque le supusiera el desdén de los magnates del cine-? ¿Cuántos, ajenos al mercantilismo, ahondan en su espíritu creando, como Van Gogh en su búsqueda introspectiva, un cuadro al día, sabiendo que ese ensimismamiento les hará vender, tal vez, solo un cuadro a lo largo de su vida? Sin embargo, ¡cuánto Avellaneda hay que confunde el valor con el precio y el arte con el éxito de masas, hasta valorar su obra como si fuera un objeto pensado para la subasta universal! Cuando una obra se lanza al público este se convierte en dueño de su interpretación: ¿y ni siquiera va a ser el autor dueño de su creación?
     No se corresponde con la realidad síquica la afirmación de Picasso "Yo no busco, encuentro". Porque para encontrar se necesita saber qué se busca: y eso precisa toda una vida de esfuerzo, indagación y preparación a fin de desechar caminos que ni siquiera son sendas; entonces la mente, obstinada en sortear dilemas y alumbrar la luz, ve la verdad incluso cuando apenas mira. Así es como resulta fácil encontrar fácilmente hasta cuando parece no buscarse.
     El arte no es una profesión elegida sin más ni, tampoco, solo una dedicación. Es intuición y reflexión, sentimiento sometido a la técnica, libertad -sin libertinaje- para concebir la obra y responsabilidad para ejecutarla. Es un producto irracional que la razón purifica. No es un creador auténtico el que se aparta de la tradición con sus innovaciones y experimentalismos, sino el que enriquece con estos la clasicidad y la actualiza: porque la referencia del arte es el hombre en busca de armonía, no la paleta, el cincel, la partitura o la pluma deshumanizados o lúdicos. 

     ¿Alguien cree que los autorretratos de Rembrandt o Van Gogh, y los sucesivos acosos al icónico retrato El grito de Munch, son repeticiones sin más, en vez de esforzadas tentativas de hallar el rostro de una verdad humana, tras apartar las mentiras de los contentadizos artistoides? ¿Alguien cree que la Novena de Beethoven nació espontáneamente y no fue la culminación de 20 años de inspirado trabajo pertinaz, sin dejarse llevar por los relumbrones cacofónicos?
     Créese para el individuo, no para la muchedumbre; para el hombre sintiente, no para el teórico erudito; para el corazón objetivo, no para la razón caprichosa. Para la Historia, no para las modas. Para los Velázquez, Bach, Cervantes, innovadores desde su tiempo para todos los tiempos.
   

sábado, 30 de enero de 2016

Brooks: Los hermanos Karamazov


Difícilmente una película puede igualar la grandeza de una obra de Dostoiewski, y menos de la inmensa Los hermanos Karamazov. 
Esta versión de Richard Brooks simplemente se acerca a su argumento, no a sus temas.

Kubrick: Senderos de gloria

ORSON WELLES: Sed de mal

viernes, 29 de enero de 2016

Malos tratos





Un cuadro, alguna música, un poema ...


Mozart: Requiem


¿Qué sería del hombre si el dolor no existiera? ¿Seríamos objetos felizmente inconscientes? ¿Seres con voluntad sujetos de la Historia?
     No existiría el arte, que brota del dolor de sabernos mortales y anhelantes de vida.
     Nacemos al dolor y nos duele saber que debemos morir. Así, entre vida y muerte, somos una agonía en busca de sosiego.
     Dejarnos invadir por la angustia insidiosa es condenar el alma a sufrir por su cuerpo. Pero ¿cómo evitarlo, si somos animales abocados sin tregua por la Naturaleza a sentir su aflicción y a pensar su conciencia? 
     Nos hunde la congoja, nos consuelan edenes con los que distraemos nuestra infelicidad. Soñamos paraísos con los que redimirnos.
     ¿Qué sería del hombre si no tuviera sueños?
     Escribimos, pintamos, componemos: amamos la vida que nos duele; y al final solo quedan, manchados con la sangre del esfuerzo, un cuadro, alguna música, un poema.


jueves, 28 de enero de 2016

No géiseres de insomne verborrea ...


Mozart: Adagio (C. piano nº 23)


Innumerable es la relación de obras que ha producido el hombre. Sin embargo, vencidas las dificultades para sobrevivir físicamente, cuántas de esas obras han ocultado las verdaderamente trascendentes para la supervivencia del hombre interior, su entidad humana, la nobleza de espíritu de la humanidad. 
     Unas veces porque el materialismo se ha impuesto sobre todas las cosas; otras porque la mediocridad de la muchedumbre ha suplantado la sensibilidad inteligente del individuo fugitivo del mundanal bullicio. Cuántos Salieri han derribado -efímeramente- a Mozart; cuántos Wellington a Napoleón, cuántas circunstancias a esencias ...
     Sigue vigente el dístico de Cantero:
                                El mundo cabe en un verso; 
                                pero ¿quién sabe escribirlo?

     Sacando factor común de la intrahistoria, puede concluirse que nadie es profeta en su tiempo. Lo cual no le importa al artista a la hora de crear, aunque sí le duele a la hora de saber que su esfuerzo jamás tendrá una recompensa en vida, mientras que los avellanedas, solo por existir, encuentran hueco en la memoria cervantina.
     Esa poética ausente de trascendencia y robadora de verdaderas verdades es la que pretende negar esta prosa disfrazada de poema, que aquí dejo para que el lector la tenga en cuenta ante cualquier lectura:

El ripio trascendente

Pregúntese el lector de este poema
si al leerlo halla en él su autorretrato,
un destello en la sombra, un veredicto
a la interrogación de la existencia;
o si, por el contrario, sus palabras
son hijas de un ludópata verbal
que nada tiene que decir y dice
menudencias, astucias, abalorios.
Ese es el historial de la escritura
y de todas las artes: la engañosa 
relación entre esencia y circunstancia.
Nada dice el poeta que se olvida
de escribir desde el hombre y para el hombre.
Hallar la identidad: esa es la meta.
Primero, una verdad inextinguible;
y después la belleza que la dicta.
Asedios a la luz son las palabras:
manantiales, lumínica estrategia.

miércoles, 27 de enero de 2016

¿Qué nos dicen las artes todavía?

Los cuadros más conocidos mientras suena Mozart (S. 40)
Hoy es el cumpleaños de Mozart

¡Qué nos dicen las artes todavía? 
     Esa es la pregunta que debemos hacerle a una obra o un autor para constatar su elocuencia universal e intemporal, aquello que lo enaltece porque supo ver el corazón del hombre en su esencial identidad. Los otros son los efímeros, los coyunturales, los triunfadores en un mundo de masas alienadas y, por lo tanto, los perdedores de la Humanidad. 
     He aquí la visión interior y exterior de la conciencia humana: Dostoiewski, Cervantes, Shakespeare, Petrarca, Defoe... ¿Quién no se reconoce en Karamazov, Don Quijote, Hamlet, las Rimas, Robinson...?
     Son los testigos de la Historia porque aprehendieron la intrahistoria del individuo frente a sí mismo y ante sus semejantes. 
     Otro tanto cabe decir de esos otros libros que llamamos música y pintura. 
     Para atisbar la importancia de una obra basta con preguntarse: ¿Sería igual el mundo sin Miguel Ángel y Velázquez, Bach o Beethoven, Shakespeare o Cervantes? 
     Las artes y las letras nos dicen lo que somos y queremos ser. Son los pilares que sostienen la sensibilidad en un mundo de frívolas jactancias.

martes, 26 de enero de 2016

Lecturas imprescindibles, 12: Fahrenheit 451

Herrmann: Fahrenheit 451



¿Un mundo sin libros, sin arte, sin pensamiento? ¿Un mundo sin más mundos que este mundo? Insufrible páramo sería nuestro cerebro, invivible existencia.
     Esa es la antiutopía que imaginó Bradbury al relatar la aventura de Montag, un bombero que empieza a dudar de su oficio, que es el de quemar libros para que el pensamiento no se contamine con libertades. La utopía consiste en saber si encontrará a los hombres-libro, capaces de resolver esa dictadura del poder memorizando las grandes obras escritas por el hombre. 
    Si en la orweliana 1984 existía la policía del pensamiento y se acomodaba la Historia a la conveniencia de El Gran Hermano, aquí ese nazismo anula toda cultura, que es tanto como trepanar el cerebro universal. La astucia de Bradbury consiste en hacer que sea el mismo ciudadano el que denuncia a quien posee libros porque -se predica- leer es pensar y pensar hace infelices a los hombres. 

     Antes tal vez están los "hombres que son libros", de Gracián; después El nombre de la rosa, de Umberto Eco.

     La prédica se resume en que todos debemos ser iguales: pero iguales en analfabetismo, no en cultura.

     He dicho distopía: debo añadir que cada vez parece más una realidad, puesto que los ministros de cultura han encontrado la forma de esclavizar al hombre reformando la Educación y reduciéndola a unos planes de estudio en donde el niño aprende que lo único que hay que saber es cómo ganar dinero, a cualquier precio y despreciando todo lo demás.

lunes, 25 de enero de 2016

Soneto macarrónico




Demasiado tiempo ha, quise impresionar a una dama jovenciosa y le escribí en una servilleta este poemón, del que me excuso por aquí traerlo. Será la vanidad del tonto principiante y la herencia del improvisador que he sido y sigo siendo. Discúlpeme el buen lector, que yo no me disculpo la tontuciez más que por el hecho de que, quizá escribiéndolo aquí, se borre de mi memoria, en donde, contumazmente, lleva décadas dormido. 
     Comprendo que, ante tanto ripio y falsífica sintaxis, la dama se rindiera escasas veces. Pero qué tiempos aquellos. 

Soneto macarrónico

Como para inspirarme una poesía,
miré el alrededor de tu belleza
y, retando tu musa mi destreza,
le compuse un soneto a tu alegría.

Escribí que tu boca sonreía
con la fiebre del viento y la tristeza,
y que amaba tu risa porque empieza
en su tristeza la tristeza mía.

Tanto acierto logré en la inspiración
que, sin yo darme cuenta, te escribí
el corazón en forma de poesía.

Te escribí el corazón; y de aquel día
hasta cuando tomaste forma en mí
tengo versos de ti por corazón.

domingo, 24 de enero de 2016

Cumpleaños de Mozart

C. piano nº 20

ANTONIO GRACIA 23.01.2016 | 05:20

Cumpleaños de Mozart


Mozart cumple 260 años. Sin embargo, continúa siendo el más joven de los compositores. Tal vez no es el más grande, pero sí es único. Hay obras sin las cuales no puede entenderse el transcurrir de la historia de las artes y, por lo tanto, de la cultura y del mundo. 
     Sin El Quijote -la novela más moderna e innovadora de cuantas conozco- el decurso de la narrativa española y universal no hubiera sido el mismo. Los autores hubiesen seguido otro rumbo, los lectores no hubiesen reaccionado como lo han venido haciendo, la sociedad, falta de esa reacción determinada, sería diferente. Estaríamos, como digo, en otro universo social. Y eso convierte El Quijote en imprescindible para la comprensión de la Historia y del hombre actual.
     Igual ocurre con Shakespeare, el más alto definidor de caracteres. Y lo mismo sucede con Bach. Bach es la serenidad y la armonía: la perfección, el paraíso. De Beethoven nos atrae su coraje para oponerse al destino, su formidable lucha contra la adversidad, la titánica energía que se desprende de su música, empeñada sobrehumanamente en transformar en himno la elegía. De Wagner nos abruma la audacia para proponer e imponer soberbiamente sus conceptos de arte y artista como primordiales para la sociedad. Rembrant nos ilumina con sus sombras. Van Gogh nos previene, con sus torturas, de los monstruos internos. ¿Y Mozart?
     Todos los hombres mencionados, y otros muchos, son levaduras para el devenir de la humanidad, puesto que proponen caminos para sobrellevar y gozar la existencia. Y solamente es libre aquel que vence el temor a la muerte. Toda creación es una tentativa para que la muerte no signifique el absoluto acabamiento, la mortalidad definitiva, y, por ello, su autor pueda resucitar en su obra cada vez que la posteridad se acerque a él. Crean estos autores una vida libre y ancha como el tiempo. Crean una muerte fértil porque eso es toda creación para la posteridad. Interesan porque componen, escriben o pintan no solo para el músico, el poeta o el pintor, sino primordialmente para el hombre de carne y hueso que vive cada día con sueños, esperanzas, desengaños. No subordinan su creación al éxito, y se mantienen fieles a sí mismos incluso cuando la sociedad les da la espalda. ¿Qué tiene, entonces, Mozart que nadie más posee?
     Mozart aporta al hombre la necesidad de confiar en los milagros de la naturaleza, la afirmación del prodigio, la eterna juventud del sueño y la belleza. Su música nunca se deja vencer por la tragedia desde la cual parece edificarse, y nos reconforta con el gozo de existir a pesar de las miserias que acosan la existencia. Incluso el Réquiem es un himno a la vida, que es necesario abandonar porque la muerte impone su designio sobre el cuerpo.
     ¿Pues qué decir de Don Giovanni, sin duda la más elevada concepción del mito de Don Juan, el vividor, aunque la ética lo culpe? ¿Y del cuarteto de las Disonancias, sino que es uno de los más bellos y armoniosos? ¿Y del Concierto para clarinete, o del nº 20 para piano, de la última sinfonía, de la sonata nº l4...? Mozart fue el primero que puso el corazón dentro del pentagrama, tal como preludiara Montaigne («soy la única materia de mi obra») y como K. F. E. Bach quería: «se debe componer con el alma, no como un pájaro amaestrado». Todo en su música contiene el drama del hombre, rodeado de alegrías y tristezas, expresado con la más amable de las construcciones y profundidades sicológicas.
     ¿Qué tiene Mozart que nadie más posee? La juvenilidad a la que antes aludía, que interioriza en el oyente la más melodiosa concepción del ser humano. A pesar de haber vivido solo 35 años, su obra nos ofrece uno de los compendios más amplios, caleidoscópicos y ricos en matices de la existencia, desde la plenitud del gozo hasta lo abisal de la melancolía. Quizá porque fue Mozart un hombre que existió entre los hombres, en medio de sus vulgaridades y noblezas, y no en la soledad de una torre de marfil ni en la de la trinchera del que huye del dolor.

sábado, 23 de enero de 2016

viernes, 22 de enero de 2016

Leo en tu cuerpo mi mejor poema.



Leer y escuchar el poema

Leo en tu cuerpo mi mejor poema

Leo en tu cuerpo mi mejor poema







Has llegado hasta mí y has dicho: Deja
la pluma y ven, escribe en mi cintura
un tatuaje de amor interminable.
Yo he dejado el poema, cuyos versos
no surgían precisos y, rodando,
hemos caído el uno sobre el otro,
convirtiendo los cuerpos en la más 
elocuente palabra: la furiosa
conversación de nuestra carne ha sido
el hermoso poema que buscaba.
Ahora me basta con copiar la luz
y el resplandor de nuestros corazones
para que el verso fluya luminoso.

jueves, 21 de enero de 2016

El abrazo sin vida

Wagner: Bacanal



Habiéndose dormido Trovadorius, contó sin pretenderlo en plena noche:
     Hace algún tiempo, bajo el látigo de una furibunda depresión, tenía tan escasa la autoestima que me puse a contar los amoríos que pasaron por mi vida o pasé por las suyas. 
     Como un imbeciloide Mejías o Tenorio conté muchas decenas, demasiadas, considerándolos una heroicidad. Sin embargo, en vez de hallar algún consuelo topé con un fracaso: porque quien pretende ser alguien en un mundo de nadies siempre está disconforme y utiliza la broca del autoconocimiento para desautoestimarse y seguir, de forma tal vez involuntaria, exigiéndose más, y autodestruyéndose acaso.
     Así que me dije: Don Imbeciloide, ¿no ves que cuantos más amoríos cuentes más demostraciones tienes de que o no sabes amar, o se hartan de tu mal amor, o no sabes siquiera convivir majestuosamente en compañía? Porque lo difícil no es conseguir que nos amen sino que nos sigan amando. 
     Entonces intenté dedicarme a una sola persona, ofrecerle la mía, la que hay en mí y tal vez se oculta para no fracasar y sufrir y etcétera y etcétera...
     Pero "asno se es de la cuna a la mortaja", que dixo  el ingenioso caballero Don Cervantes. 

miércoles, 20 de enero de 2016

El reflujo

Mozart corrigiendo a Salieri


La Historia está formada por el flujo y reflujo de dos historias: la de aquellos nombres y hechos que entran en ella y la de los que son apeados de la misma. Ambas son coetáneas y confluyen en una senda única, que nunca es definitiva: la que constituye la memoria de la humanidad. 
     En el aspecto literario, por ejemplo, muchos son los autores y obras que acceden a ese flujo continuo, de modo que parece interminable; sin embargo, el tiempo, con su mirada crítica, selectiva y desinteresada de lo que no sea arte, va apeando a cuantos no representan las esencias del ser humano. Queda, finalmente -frente al decurso de los que llegan y los que se van-, una historia diacrónica con leves erratas y correcciones.
     No es extraño, por lo tanto, que de los cientos de autores del Siglo de Oro hoy permanezcan solo unos pocos, y que de los miles actuales vayan a quedar también muy pocos, probablemente los más desconocidos de las mayorías. Porque sobreviven, en una selección darwínica, las personalidades, no las muchedumbres o los grupos. Aquellos que encarnan una sustancia intemporal, no un tributo al aplauso. 

martes, 19 de enero de 2016

Lecturas imprescindibles, 11 El túnel



Amar sin saber a quién y temer no alcanzar al ser amado: esa es la intrahistoria de tantos (y la de mi adolescencia). 
     En algunas personas ese amor y temor se convierten, con el tiempo, en una monstruosa soledad que solo se apacigüa al encontrar un rostro en quien depositar la energía erótica. Pero, también, transforma al amador en un verdugo temeroso de perder al ser que cree amar. Y la tortura lleva a la destrucción y la autodestrucción.
     Esa es la historia que Ernesto Sábato nos relata en El Túnel, la primera y más breve de sus tres grandes novelas. La aventura terminal del pintor Juan Pablo Castel, quien ve en María Iribarne su otro yo complementario porque presta atención a un detalle de un determinado y determinante cuadro.
     En El túnel creo que desembocan -sin que pueda hablarse de influencias, aunque sí de paralelismos síquicos- las lucubraciones de Otelo y demás celosos, junto a los delirios de Van Gogh y muchos personajes de Dostoiewski. De este le viene la tensión silogística del personaje, al pretender dominar las pasiones con una estricta lógica deforme que altera sus conclusiones.
     Qué terrible la consideración de que el amor más poderoso que la muerte pueda transfigurarse en la locura y el asesinato.
     Desgarradura es la de este viaje al fondo de la mente, preludio del más desaforado Informe sobre ciegos
     Imprescindible para quien pretenda conocer la aberración de los celos: que, contra lo que suele decirse, nada tienen que ver con el amor y no son más que la enferma manifestación de la autodesconfianza.
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