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viernes, 8 de enero de 2016

Munch

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Munch en Tyssen 





La melancolía se disuelve en los colores insinuando, más que mostrando, la imagen, que debe completar el espectador para ordenar su distorsión figurativa. Mejor mirar de lejos para captar su meditada indeterminación en el dibujo inacabado por inacabable y chirriado por la materia colórica.

80 expectantes espectadores en la fría mañana esperando a que las puertas se abran y el senior Munch se digne dejarse visitar mediante los óbolos previstos por la Economía que trafica con el Arte.
Y allí 80 obras resumiendo la vida absorta ante la muerte. 

Miedo ante la agonía, muchedumbre inquietante, ojos que se dislocan en rostros cadavéricos, paisajes apenas como riesgosa compañía de la figura humana, un mucho de Van Gogh y de Gauguin, hipérboles del llanto de una existencia dolorida... son algunos de los elementos guadiánicos que reaparecen hasta signar el representativo rostro del horror llamado El grito, resumen de una ética y estética. El cuadro se ha convertido en el icono del terror humano ante la ansiedad e indefensión que produce el sinsentido del vivir. 

Enfrente, las melodiosas damas, Muchachas en el puente: una desolación amortiguada, un  instante en el que la magia del pincel abandona el tragicismo existencial y exuberante y se acendra en la suave galanura. Me quedo con este tema: no en vano lo elegí como portada de uno de mis libros.