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viernes, 28 de febrero de 2020

El territorio de la lírica


           Bach: Aria (Suite nº 3)

          De nada sirve hablar de poesía si no se admite que esta, lejos de ser asunto de poetas, es cosa necesaria para la vida cotidiana. No la poesía malentendida como ingeniería intelectual, juego retórico y pretenciosamente secreto que no llena de carne las palabras con las que se adorna. Por el contrario, me refiero a esa poesía que descifra con sencillez y pureza retratos escondidos de la identidad del ser humano y que, por eso, hace que el lector se reconozca o se descubra en ella. Las millonarias ediciones de los 20 poemas de amor, de Neruda, por ejemplo, confirman ese estado emocional permanente en el que se debate el hombre. No son grandes best-sellers estas obras porque traten el tema del amor, la vida o la muerte -que son los más universales, por originarios de los demás-. Lo son porque, además de ese tema específico, exponen otros muchos enredados en él: los anhelos y los desengaños, la existencia interior que cada día emerge de los corazones en lugares remotos y prosaicos, pero pegados a la piel: Una palabra entonces, una sonrisa, bastan: porque renace la esperanza, la necesidad de soñar a pesar de los naufragios.
          Si alguna duda hubiese sobre la preponderancia de la poesía basta con repasar los pasajes gloriosos anclados en la memoria de los hombres: recordamos aquellos en los que prevalece la inmersión en las emociones, territorio, por antonomasia, de la lírica.    
          Lea el ciudadano libros de poesía, escuche el silencioso murmullo de la música, contemple el humanizador paisaje de un buen cuadro... observará que es suficiente para cambiar la imagen insensible que se nos da del mundo.

miércoles, 26 de febrero de 2020

La Novena


Del autor, no del lector

/por Antonio Gracia/

Grandes directores de orquesta ha habido y hay en la actualidad. Tal vez deba considerarse a Mendelssohn, primer reivindicador de Bach, el primero de ellos. Otros muchos compositores esgrimieron la batuta, no siempre con fortuna, porque el ardor de la composición no es el mismo que el de la interpretación.
SchumannLizstWagnerMahlerStravinskyBoulez, por ejemplo. Uno de estos directores actuales es Eliot Gardiner, quien, al frente de la Orquesta Revolucionaria y Romántica, propone interpretaciones heterodoxas y ha hecho una revisión de buena parte de Beethoven. Pero los experimentalismos, que sirven, ante todo, para ahuyentar el academicismo y recordarle a la tradición su verdadero sentido, no siempre tienen más fruto que el ya dicho.
Acabo de escuchar la Novena ejecutada —en el doble significado de la palabra— por Gardiner y su Orquesta. Parece que la empresa discográfica hubiese impuesto un minutaje para la grabación; y el director ha escogido un tempo tan rápido como el de los aurigas de Ben-Hur. O tal vez ha querido darle a la sinfonía el aspecto agresivo del rostro de Beethoven. Lo cierto es que ha deteriorado en buena medida la soberbia fragilidad con que la partitura se acerca a los prados del cielo, porque los éxtasis son fugaces, no veloces. A veces estremece (pero ¿cuándo no estremece el mejor Beethoven?), como cuando las cuerdas arremeten contra el barítono (demasiado belcantista) en su primera intervención (el popular Himno a la alegría), produciendo una sensación casi de impulso jazzístico.
Me recuerda este experimento de metrónomo histérico, por contra, la lección que el gran Furtwängler dio hace setenta años proponiendo una lectura casi en continuo rubato, más lenta de lo acostumbrado, desgranando cada nota sin que la diafanidad individual de cada instrumento mermase la trabazón del conjunto orquestal. El público aplaudió entonces durante media hora y es hoy una grabación histórica ejemplar. En esencia, Furtwängler prefirió el più moderato al molto agitato de Gardiner. (Compruebo si la ostentosa cabalgada sonora es capricho o método de este director y constato en la Séptima, conocida como la apoteosis de la danza por su ritmo, que no hay caballos, sino bisontes en estampida; en cambio, el adagio fúnebre de la Heroica lo convierte en una fanfarria patética). Las versiones de Toscanini, Klemperer, Masur o Böhm, por ejemplo, buscan el equilibrio entre esos extremos. No me gustan otras —como la de Karajan— demasiado correctas, lastradas por las trampas de los estudios de grabación. En cualquier caso, no hay quien desmonte la poderosa arquitectura de esta sinfonía, que junto a la Tetralogía wagneriana o tantas obras de Bach elevan la música a su más alto esplendor.
En el arte de la dirección y la interpretación musicales es donde podemos encontrar encarnada verdaderamente la realidad del lector cómplice; del receptor que acaba definiendo la creación propuesta por el autor —y respetándola—. No es fácil saber cómo se interpretaban exactamente las obras antes de la aparición de los primeros registros. Hay directores, como Harnoncourt o Marriner, que intentan acercarse a aquel sonido y manera utilizando instrumentos originales de la época. Pero, sin proponérselo, tal vez el mismo Beethoven (siempre el autor sabe más de sí mismo, incluso si se equivoca, que cualquier otro lector) aconsejó cómo quería que se oyese su inmensa partitura: el día de su estreno, el 7 de mayo de 1824, la orquesta acabó su interpretación mientras él, sordo solamente de orejas para afuera, seguía agitando sus brazos, marcaba el compás, continuaba dirigiendo. Hubo de ser el otro director —colocado detrás de él y al que, en verdad, seguían los instrumentistas— y la contralto quienes le indicaran que atendiese al público, que ya llevaba varios minutos aplaudiendo (*).
No estaban permitidos en aquel tiempo más de cuatro vítores, que eran los que se ofrecían a la familia real en sus apariciones. No obstante, ante la consternación de los funcionarios y la policía, fueron cinco salvas de aplausos las que no pudo oír aquel gigante. Sin duda, en la mente de su creador, la Novena continuaba sonando y haciendo tañer lentamente el armonioso rumor de las estrellas. Fue —es— esta una demostración emblemática de que una obra es del autor, no del lector.
De particular interés me parece resaltar que Beethoven le dio la vuelta al significado del poema de Schiller (acabo de caer en la cuenta, hojeándolo, con lo que la alegría, lejos de ser un regalo de los dioses, se convierte en una conquista de los hombres a través de la solidaridad. Y eso, en un hombre religioso como era nuestro gran escrutador de las armonías del universo, es todo un ejemplo de independencia y modernidad. De su grandeza y popularidad, a pesar de su carácter bronco, dan idea las más de veinte mil personas que asistieron a sus funerales y las palabras del poeta Grillparzerese día: «Cuantos vengan detrás de él tendrán que empezar de nuevo, porque ha llevado la música a los mismos límites del arte». 
(*) La inclusión de voces no había despertado más que malos augurios. Pero su éxito hizo que otros muchos continuaran esa fusión sinfónica de voz y orquesta —principalmente, Mahler— y que incluso Schönberg agregase la voz a su segundo cuarteto.

Antonio Gracia es autor de La estatura del ansia (1975), Palimpsesto (1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario(2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de HomeroLa condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obraEnsayos literariosApuntes sobre el amorMiguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo La construcción del poema. Mantiene el blog Mientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de un portal en Cervantes Virtual.


martes, 25 de febrero de 2020

¿Quién puede prohibir mi muerte?

Los derechos humanos

¿Quién puede prohibir mi muerte?

Desde el Big Bang, el universo se ha ido expandiendo sin más finalidad ni voluntad que las de crecer y multiplicarse, sobrevivirse, mejorarse, perfeccionarse, pasando de la materia inerte a la vida, sea esta cual sea, siempre seleccionando la mejor cualificada para seguir perpetuándose. Unas especies han generado otras desechando las demás, avanzando en una compulsión irracional e indetenible, en un "efecto dominó" que conlleva la muerte, no la agonía, como ultimo estadio.
       Otros planetas hay con iguales condiciones que el nuestro y que contienen vida semejante a la nuestra. Esa vida extraterrestre nos encontrará. Y si somos nosotros quienes llegamos a uno de esos planetas, nosotros seremos sus alienígenas. Que allí se hayan inventado dioses y tecnologías iguales, y que se encuentren en una fase similar de desarrollo, solo es cuestión de tiempo y de apresurar las probabilidades.  
          Una cosa es cierta: en una fase o en otra, en un milenio y otro, allí como aquí, siempre el impulso vital ha superado al mortal, por muchas conciencias o inconsciencias, culturas o civilizaciones, que se opusieran. La vida natural ensaya en cada nuevo ser su empeño de perfeccionamiento, que excluye el dolor aunque requiera la muerte. Siempre la creación, la Naturaleza, impermeable a la piedad pero ajena a la crueldad, y fiel a su "efecto dominó", ha ejercitado la eutanasia con los ejemplares y especies que han cumplido su ciclo. ¿Será el hombre menos piadoso o más cruel que la Naturaleza? ¿Será el dios de la mente liberador o verdugo?

lunes, 24 de febrero de 2020

martes, 18 de febrero de 2020

Desconfianzas


Prokofiev: Los caballeros

El mundo, en general, es bueno; y lo sería más si algunos no se empeñaran en emponzoñarlo. Sumadas de una en una, hay más personas bienintencionadas que malintencionadas: hay quienes tienen como premisa que los otros son honestos, y hay quienes desconfían por principio de los demás: cada uno piensa del otro lo que no quiere reconocer de sí mismo. La ira -cualquier pasión- se alimenta a sí misma si no la atajamos. Algunos dicen de los coléricos que “tienen mucho carácter”, cuando en realidad manifiestan muy mal carácter. Si la prudencia y la templanza fueran pilares de nuestro comportamiento habría menos heridos en esta extraña paz llamada sociedad.
¿Quién es más dichoso, el que se sabe rodeado de inocentes o el que da por supuesto que vive entre culpables?


lunes, 17 de febrero de 2020

El gen lírico

Scarlatti: Sonata


La inspiración no es un vómito de las musas sobre nuestra pluma. Es verdad que en el laboratorio del cerebro se dan cita a veces los ingredientes imprescindibles para alcanzar un cierto grado de clarividencia. Pero la inspiración es un acto de concentración y serenidad en el que la palabra vislumbra su exacta geometría y se deja caer, por nuestro esfuerzo, como un tatuaje sobre el folio. En esos instantes -a veces inesperados como un súbito y urgente telegrama, otras mientras caminar significa pasear por nuestra mente, y en otras ocasiones buscados al provocar un breve trance- vemos lo invisible, oculto por el tráfago de otros estados de ánimo. 

Ahí se congregan o bifurcan las opiniones sobre si el artista nace o se hace: pero este no podría hacerse si no naciera con determinadas cualidades ni si, aun con estas, no las trabajase. Y de ahí la validez de las afirmaciones de Wordsworth, Bécquer, Lorca, Valéry..., inclinadas a afirmar que el poema -la obra de arte- surge de la unión de lo que podríamos llamar el gen lírico y la artesanía del esfuerzo.



domingo, 16 de febrero de 2020

Eutanasias


Arvo Part: Canticum


1
Vivir es la conciencia de estar vivo: cuando podemos contrastar los bienes y los males de la existencia, ese país al que llegamos para irnos porque nadie pide llegar y en el que nadie puede quedarse. La vida empieza cuando empieza la conciencia de la mortalidad; cuando el instinto de supervivencia nos hace temer la enfermedad y la muerte.
2
Nadie puede usurpar la voluntad de otro decidiendo por él. Así que los politicastros, los religiosillos y sus adláteres no deberían hablar en nombre del enfermo ni usurpar sus decisiones.
3
El dilema de la eutanasia es el de vivir o no vivir; morir o no morir. Ser desdichado o intentar dejar de serlo, como bien sabía Hamlet. ¿Quién negará que quien se sabe abocado al dolor preferiría no haber nacido o morir lo antes posible? ¿Y quién le negaría ese derecho aduciendo que su deber —por decreto divino— es soportar el dolor de la agonía?
4
Quienes carecen de razones proponen su fanatismo como razón y acuden a la mitología cristiana para imponer sus inquisiciones: el dueño de la vida es Dios y solo él la da y puede quitar. Ese lugar común de la seudoteología se ha enquistado en el subconsciente colectivo y disturbia en exceso todos los intentos de comprender objetivamente el mundo.
5
Sin embargo, Dios no es ya suficiente coartada para la impunidad de quienes dictan sentencias subjetivas. No todos los ciudadanos son creyentes ni Dios es una institución democrática, así que tal institución y sus regidores religioso-políticos se constituyen en la más clara imagen de una dictadura. Es decir: en la representación de la abolición de la libertad individual, la única que existe.
6
Por otra parte, el instinto de supervivencia -el fin de la existencia- es la evitación del sufrimiento y la consecución de la felicidad, que, como ya se sabe desde Epicuro, es «la ausencia de dolor». Por eso el primer deber del Estado de bienestar es eliminar el Estado de malestar.
7
Preguntémosle ahora al enfermo terminal -único jefe de Estado de su intimidad- qué quiere hacer con su vida. 
8
¿Respetaríamos su decisión como se respeta su voto en las urnas? ¿No merece quien desea librarse del dolor y la agonía la solidaridad de la sociedad y el individuo?
9
¿Sí? Entonces… ¿qué cualifica a los mandatarios sociales para desautorizar derechos? Si trasladamos el asunto a otros temas de importancia social no parece, al menos cuando muestran su oratoria públicamente, que nuestros líderes politiqueros luzcan un cociente intelectual embriagador ni una personalidad cautivadora. 
10
Todo el fundamento legislativo de la fe de papas y popes es este, ya aludido: como Dios da la vida, esta es sagrada; y el Estado debe ser el garante de esa vida. Ante tan reverendo silogismo uno se pregunta cómo semejantes efluvios de la inteligencia y la estrategia llegaron a ser quienes parecen ser y a ostentar los cargos por los que tan mileuristamente cobran. La respuesta es esta: fueron elegidos. Lo que lleva a otra pregunta de respuesta más terrible: por qué criterios se rige el ciudadano cuando elige, porque en una democracia el fracaso de los gobernantes es el fracaso de los electores que los votaron, y estos debieran no olvidar que cuando un grupo social consigue democráticamente la mayoría parlamentaria suele olvidar que el ciudadano eligió en las urnas a quienes creía que iban a representarlo y no a quienes iban a utilizar su voto para representarse a sí mismos.

viernes, 14 de febrero de 2020

Para quien no me ama.



Escúchame, Mi Amada: 

Esta carta es como la botella que desde mi corazón arrojo al mar de los naufragios en tu boca. Mis labios, porque te amo, tienen forma de beso. Tu nombre tiene el nombre de los pájaros, las flores, los océanos, los árboles, la lluvia sobre el mar. 

A veces pienso en ti como si hubieras muerto: Eras el amor cósmico, eras el sexo sísmico, eras la boca lírica. Si rozaba tu piel crepitaba el diamante. Tus pechos eran vértigos; tu sexo, tiburones encelados; tus ojos, dos océanos en la luna; tus caderas, el ritmo de la música; tus muslos, arcoíris en la noche; tu pelo, el amazonas encrespado; tu risa, el cascabel de las estrellas... 

Mi Amada tan lejana: es duro comprender que no me amas, que tus manos no avanzan hasta mi corazón para empujar su sangre, que tus ojos no se buscan en los míos para encontrarte en ellos. Por el beso que sé irrecuperable, porque tus labios quieren reventar de pasión y no los dejas, porque tus manos trazan pequeños arabescos en el aire como una cobra hipnótica, por tantas cosas que ahora callo mientras digo tu nombre, pienso, a veces, que la vida es, a pesar de todo, algo hermoso representado en ti. Que no seas para mí, tal vez me mate. Que yo me entregue a ti, me da la vida. Así que este dolor es un placer inevitable que no aplaca la causa que lo engendra. Porque quisiera que me amaras: pero si no te amo es que no existo. Tú eres mi sentimiento y, por eso, eres tú mi existencia. Que no puedas amarme me destruye; que yo te siga amando, me agiganta. Eres la fuerza que he buscado siempre: ahora sé que el miedo ya no existe. 


Este amor que me da vida y no penas, como aprendí en los libros, nunca lo imaginé posible. Esta música que late en mi cerebro desde mi corazón no existe en los poetas. Pensar en ti llena de lluvia el mundo: lo fecunda. Tan grande es este amor que tal vez, si me amaras, no sentiría esta plenitud al respirar la luz cada mañana. 



Así es como te amo: como si todos los amantes de la historia te amasen con mi cuerpo, como si fueses Eva para la Humanidad. Escúchame: te amo. Sé que puedes creer que no hay quien ame tanto, que todo es fingimiento: pero, puesto que nunca amé antes de amarte a ti, se me agolpa, en los labios, todo el amor no dado: recíbelo, a lo lejos, aunque lo creas palabras solamente. 


Imagino, de pronto, que te observo leyendo estas palabras, como estando ante ti sin que me veas: y tus párpados tenues, tus pestañas de añil, tus ojos de topacio, tus azules hermosos, tus verdes restallantes, tu silencio abisal caen como una lágrima exhumante. Y en la pirámide del cielo se graban con cincel de cobalto tu corazón y el mío. 



Tal vez existes para ser origen de esta carta de amor y has cumplido tu vida trayéndome la muerte al desdeñarme. Tú no sufras por mí, pues me cumplo en mis versos: si me hubieses amado, nada hubiese yo escrito. Y yo sería nadie. Así, soy un poema nacido de esos labios que no quieren besarme: ahora que te escondes con la carta en las manos, trémula por saber que muero (pero vivo) tan distante, con mi boca extasiada en la plegaria inútil, ahora, Mi Amada concebida, mira: me estás amando ahora como nunca lo harás ni hubieses hecho: con tus ojos me lees, con tus ojos me alumbras, con tus ojos me besas el corazón: lo que soy, lo que fui, lo que siempre seré: palabras y poemas: epitafios. 



miércoles, 12 de febrero de 2020

Una razón para seguir viviendo.

Fauré / Du Pre - Moore: Elegía

Dice el poeta (*) que "el mundo no es lugar para vivir". Tal vez tenga razón, si uno se atiene al desencanto con el que los sueños chocan cuando entran en la vida queriendo realizarse. 
Habría que darle la vuelta a ese criterio y decir que "la vida no es lugar para soñar". Pero tampoco: porque si no soñáramos con un mundo y una vida mejores tendríamos que abandonar este mundo y esta vida mediante el pasaporte del suicidio.
Así que solo cabe esgrimir la voluntad, armarse de resiliencia y seguir el consejo de este poema que traigo aquí de nuevo:
(Sobre el suicidio)

Antes de decidirte a abandonar
esta vida que odias o te duele,
cerciórate de que hay otra existencia
―o una nada― más digna a la que ir;
no sea que el lugar en el que surjas
aún te horrorice más que este que habitas.


(*) El poeta furtivo que intentaba ser yo antes de darme cuenta de que es más noble afrontar la condición mortal como un voluntarioso ser humano.


martes, 11 de febrero de 2020

La condición sinestésica

Scriabin: Mysterium

Creo en la condición sinestésica del arte: que el impulso creador es único y que solo cambia la vía en que se expone: palabra, pintura, música. Más aún: que la más noble y notable sensación es la que conjuga la música, la pintura y el verbo. 

Creo que todas las artes son diferentes manifestaciones de un mismo yo que pretende identificarse y sobrevivirse. Ese impulso de supervivencia cósmica se traduce en palabra, pentagrama, pincel, simetría, número… pero siempre es la búsqueda, y a veces el hallazgo, del rostro individual trascendido a lo universal. 

Poca distancia existe entre la experiencia mística y el estremecimiento y fascinación de Einstein al contemplar la fuga cósmica, las líneas de fuerza de Faraday, los vórtices del firmamento de Van Gogh o el 3º movimiento de la Novena: todos son éxtasis. 
Ninguna diferencia hay entre la semilla artística de Miguel Ángel, Wagner, Dante, Freud … Solo cambia la estrategia del lenguaje: verbal, musical, plástico… 
Ya lo he dicho: todas las obras del hombre son escaramuzas de la mente para hallar la imposible eternidad.

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domingo, 9 de febrero de 2020

La construcción de un destello



  • Julie Sopetrán
  • Regina Castejón
  • lavie13
  • www.eltiovivorojo.es
  • Unalome
  • poesialuciodata

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Antonio Gracia analiza minuciosa y críticamente el poema que el vate oriolano dedicara famosamente a su amigo muerto Ramón Sijé
El Cuaderno

1) Orígenes de un llanto.- 
En enero de 1936 fecha Miguel Hernández uno de sus poemas más conocidos: el que expresa su dolor por la muerte de Ramón Sijé. Hernández atraviesa en esos tiempos una crisis de melancolía, como muestran las cartas de esas fechas, a la que se suma la autoinculpación, de la que quiere exonerarse con el poema como satisfacción al amigo, cuestión natural para quien vive en un mundo donde el libro y la escritura son la vida y la vida es solamente otro libro. Algunas expresiones de la “Elegía” están presentes en su correspondencia: porque, como digo, el poema nace en buena medida de la culpa necesitada de una penitencia: 
        Yo estoy muy dolorido de haberme conducido injustamente con él en estos últimos tiempos. He llorado a lágrima viva y me he desesperado por no besar su frente antes de que entrara en el cementerio...  Se disputaban los muchachos amigos nuestros el ataúd...

escribe en enero de 1936. Obsérvese en el párrafo (más allá de que sean expresiones cotidianas de esas circunstancias) “besar su frente”, paralelo a “besarte la noble calavera”, y “disputaban”, contiguo a “disputarán tu novia y las abejas” de la “Elegía” (*).
               De la imbuición hernadiana de trovadorismo da cuenta la “Elegía”, incluida por eso, más que por la coyuntura y premura de homenajear al amigo muerto, en "El rayo que no cesa". La dolorización del placer y la placenterización del dolor son rasgos elementales y consustanciales al trovadorismo -y a su vertiente complementaria y paralela, el misticismo- : la “Elegía”, al liberarse del esquema rígido de la amada inalcanzable y sustituirlo -más exacto sería el verbo suplantar- por el amigo imponderable (al ubicar la muerte como el único rival ante el que no avergonzarse al reconocer los propios celos y la victoria ajena en la pugna amorosa) se concede la libertad de masculinizar un sentimiento -en esto está muy próxima al “Llanto” de Lorca- que la tradición había feminizado: de ahí la simbiosis de virilidad y debilidad, ira y ternura de sus versos. La dulcificación petrarquista (azumbrada en la “Égloga” y abandonada en “El ahogado del Tajo”) alcanza igualmente a las otras elegías hernandianas coetáneas, las dedicadas a Garcilaso y Bécquer, tan alejadas de la vertiente violenta -cultivada en el tremendismo y el nerudismo- que sacude esta etapa en “Sino sangriento” y sus afines (**), precursores, una vez difuminada la barroquización, en aras de la popularización, de la cólera de “Viento del pueblo”. La circunstancia poética es la misma en la “Elegía” que en el resto de los poemas del libro al que se integró: el yo hernandiano, el tú causante de la pena de amor, el dolor consecuente. Igual que se desea recuperar el amor de la amada (en “El rayo... y en sus antecedentes áureos y románticos), se empeña en resucitar el amor del amigo; lo mismo que la pena amorosa provoca un cataclismo existencial, el dolor amistoso empuja a un seísmo emocional; de igual modo que se espera la recuperación del amor, se cita el espíritu de la amistad. No creo que Hernández considerase íntimamente que la “Elegía” pertenecía a otro registro sentimental y estético: por eso no es solo un añadido final a su libro. Lo que quedaba tras su lectura era la tragedia de las ausencias (que culminarían en la vibración más honda de sus poemas últimos). La materia inicial es semejante, y se escribe en el timbre acorde con los sonetos quevedianos y la furia residencial de Neruda.
           En la “Elegía” se repite el esquema temático del amado y la amada unidos -escandidos- por la ausencia. En el poema hay ahora un triángulo amoroso : el amigo muerto (la amada inconseguible) resucitable, el enamorado de “avariciosa voz” resucitante, la “muerte enamorada” y vencedora en el lance amoroso. En el espacio mental determinista y elegiaco de “El rayo en el que había enamoramiento, hay amistad, y donde ausencia, muerte : el inconsciente hernandiano traduce la presunción abstracta del destino doliente del trovadorismo -la amada desamadora- como su ejecutación y concreción en la persona de Sijé -el amigo desamado, pero amador, y vuelto a amar- : el fatalismo síquico y literario se concreta en una realidad física literaturizada, la persona amada es perdida y reclamada por la persona amante. Sijé es disputado por dos enamorados : la muerte, que lo ha raptado al lecho del infierno, y Hernández, quien, como un encendido y nuevo Orfeo, pretende rescatarlo. La “Elegía” es, así, la culminación emocional y estética del mundo poético hernandiano de este tramo de su obra (así como “Sonreídme” inicia el definitivo instante de liberación eclesiástica), el más maduro texto de “El rayo que no cesa”, quizá por esa adulteración de la continuidad trovadorista (pero también porque lo sitúa frente a una ausencia real y no sólo literaria). Lo cual se evidencia en los sustratos versales de otros autores que impregnaron la doloriferia literaria en la que se alimentó.
 


2) Reminiscencias.- 
  Persisten -fundidos, confundidos, refundidos- los segmentos temáticos del “amor cortés” y de la tradición elegíaca: la pérdida del ser amado y su dolor gemelo o inherente; el cultivo histérico del llanto como consecuencia y patentización del sufrimiento; la ira ante la injusticia de la muerte, conclusión de una vida -la del amado- y causa de la pena de uno de los amantes, puesto que el otro, al prosopopeyizarse como Muerte raptora e “intrépida” del beso definitivo, y siendo posesora absoluta, por “enamorada”, del amado, resulta ser artífice causal de todo el embeleco; el diálogo soliloquial con el difunto; el desamordazamiento, es decir, la pretensión de su resurrección; la ternura en la que deviene la cólera inicial ...
             Muchos ejemplos hay sobre el amor captor y la muerte robadora y enamorada que propiciaron algunas expresiones; basten dos muy allegados a Hernández: Góngorael mentido robador de Europa;  Novalis: he estado a punto de enamorarme de la fácil muerte (Gabriel Sijé recoge el verso en uno de sus cuentos); el romance tradicional de “El enamorado y la muerte”. Sobre el desamordazamiento, el retorno, la recuperación del difunto y la conversación junto a la tumba, supongo que “desamordazarte” aparece en el texto, además de como liberación del embozo o mordaza impuesto a cualquier raptado (en “El silbo vulnerado, 5, había escrito: donde me amordazaron tus amores), también como adherencia de la costumbre de sujetar las mandíbulas del difunto con un lazo embozador para que la lasitud del cadáver no amueque la boca en un gesto degradante. También en el poema de Neruda “El desenterrado. Homenaje al conde de Villamediana”, como en la “Elegía”, se pretende reintegrar al muerto: y a sus dos agujeros sus ojos retornando, que suena paralelo en el concepto a  “regresarte”. ¿Será casualidad que, en la “Oda a Neruda”, Hernández escriba resucitando condes, desenterrando amadas? Mucho más claramente, Gabriela Mistral, en los “Sonetos de la muerte”, había pretendido el desenterramiento: 
               Del nicho helado donde los hombres te pusieron 
               te bajaré a la tierra humilde y soleada

y la conversación sobre tantos asuntos aún callados -incluso a través y a costa de la propia muerte y enterramiento: 
               Sentirás que a tu lado cavan briosamente ...
               Esperaré que me hayan cubierto totalmente ... 
               ¡y después hablaremos toda una eternidad

Y antes, Cadalso había propuesto el desentumbamiento de la amada en su “Noches lúgubres”. Incluso el Hamlet tropezador del entierro de Ofelia y conversador con la calavera del bufón, episodio recreado por Valle-Inclán en “Luces de bohemia, tiene el sabor del anticipo y de la profecía. Esta plática del amigo con el amigo muerto está definida, asimismo, en el “Romance de la muerte de Durandarte”: 
                    Muerto yace Durandarte 
                    debajo una verde haya, 
                    llorábalo Montesinos 
                    que a la su muerte se hallara; 
                    la huesa le estaba haciendo 
                    con una pequeña daga...
                    su rostro al del muerto junta ,
                    mojábale con sus lágrimas: 
                    Durandarte, Durandarte, 
                    Dios perdone la tu alma,  
                    que según queda la mía 
                    presto te dará compaña. 

El amigo junto a la tumba, hortelano con sus lágrimas, riega a Sijé desde GarcilasoYo hago con mis ojos,/ crecer, lloviendo, el fruto miserable (Égloga I), Aquí veréis mi muerte / regando con mis ojos este llano (Elegía I), O convertido en agua aquí llorando (Soneto XII); y desde Quevedo: Los que ciego me ven de haber llorado/ admiran de que en fuentes dividido/ o en lluvias, ya no corra derramado. En el inconformismo ante la pérdida es donde Hernández se desgaja de la tradición y aporta la originalidad, o la insistencia, de la “resurrección”, aunque Garcilaso también hubiese dicho Ondas, tornadme ya mi dulce hermano, en la "Elegía I". Pero obsérvese la proximidad -casi identificación- de estos versos del soneto “Anhelos”, de Francisco Rodríguez Marín
                    Y después para siempre poseerte; 
                    tierra quisiera ser y disputarte 
                    celoso a la codicia de la muerte.

         Hernández, hábil cultivador de los clásicos y recolector de sus cosechas, manipula todos esos sustratos hasta hacerlos semilla propia y sabia. Lo que importa no es la procedencia de los ingredientes de una ensalada o los arbotantes de una arquitectura, sino la idoneidad a que se somete su combinación. Gratuitos o no, ahí quedan esos pocos referentes que insisten en la oriundez del pensamiento amoroso -elegiaco- hernandiano. Aunque la "Elegía" no es un accidente en su poética de la desmesura, sino una corroboración, puesto que el poema nace de un hecho real y propicio para la hipérbole efusiva.

3)     Dicho lo anterior, y confeso mi respeto por la obra de Hernández, añadiré que la “Elegía” no me parece el gran poema que tantos encomiastas creen ver confundiendo emoción prepoemática con ejecución poética, soslayando la facilonería y trampa emocional y lírica. Toda mitificación es una malversación de la verdad, y sólo eso avala la intención de cuanto paso a decir, aun a costa de repetir o desdecir algunas cosas : 1) parte el texto del plañiderismo tópico que predica la necesaria demostración excesiva del dolor: “quiero ser llorando”. El verso de Quevedo de llorar solamente quiero hartarme resume, y es paradigmático de ello, esa hipérbole ante la pérdida del ser querido. 2) A continuación, es Garcilaso quien dicta el oficio de “hortelano” lacrimoso: yo hago con mis ojos / crecer lloviendo el fruto. 3) El poeta  anuda su llanto a la lluvia para que la naturaleza cumpla el ciclo consistente en que la muerte sea semilla de la vida : y así, el amigo “estercola” la tierra y nutre las “amapolas”. El “dolor sin instrumento” o es un ripio -hiperbólico- sinonímico de desenfreno, o remite al Góngora de la “Soledad primera”: en similar sufriente trance, el náufrado gongorino gime y exhibe su segundo de Arión dulce instrumento; Hernández parece decir que no hay musical sonido que iguale su dolor o lo acompañe. 4) El dolor que se “agrupa” en el costado, además de al corazón doliente jesucrístico, recuerda los “montes agrupados” del “Alma ausente” -elegía en la que también aparecen las caracolas- de García Lorca  (en “Eterna sombra”, Hernández escribirá más que las manos / los montes se estrechan, con lo que se completa el sintagma lorquiano); y el “aliento” dolorido, amás de ripioso y halitósico (de nuevo G. Lorca: Por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero), cabalga hacia la hipérbole que sigue, la reformulación del tremendismo. Se entrañan los tercetos siguientes en el regodeo dolorífero de la España ancestral y profunda de la que tampoco Lorca se libró, esa que se respira sobre todo en "La casa de Bernarda Alba”. Si el lector se esfuerza en pensar lo que lee, y no sólo en sentirlo, observará que lo que parece vigor expresivo es retórica injustificable, y que la “extensión” grande, los “conjuntos”, los “rastrojos” y los “asuntos” son carne de cañón verbal para la endecasilabimetría y rimación, lo mismo que, luego, “a la nada” y “calientes”. Lo de “madrugó la madrugada” no deja de ser un ludismo al estilo de la “noche nochera” o el “limonero limonado”. Más que dolor, esos versos demuestran verborrea. 5) Cuando el espíritu estridente de Cadalso y sus “Noches lúgubres” se difumina, el poema se crece. La “muerte enamorada” de Novalis -y no crujiente como en el Románico- dulcifica la voz al dictar el retorno del cadáver hasta el “enamorado”, vocablo inteligible plenamente en el contexto de que la “Elegía” la escribe la misma mano trovadoresca que el resto de “El rayo que no cesa”.
         Esto quitado, cierto que es bonito, que dixo Barahona de soto.
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    (*) Miguel Hernández atravesaba una crisis de melancolía que se evidencia en sus cartas, aunque estas adolezcan de literaturización (o quizá el regodeo y la hipérbole del sufrimiento que implican tal literaturismo insiste en el proceso depresivo): “esta vida que vale la pena sufrir” (agosto, 1935), escribe a Carmen Conde Antonio Oliver. “Estoy pasando un tiempo de tristeza para mí. Me angustia seguir haciendo biografías de toreros sin importancia, y tengo ganas de que me suceda algo muy grave o muy dichoso... (mi vida) está ocupada por toda la melancolía del otoño, sobre todo al crepúsculo. No veo casi a nadie, no me interesa casi nada. ¿En qué acabará todo esto?” (18-X-35), les confiesa, sin duda desengañado, como indica ese verbo “seguir”, por no haber triunfado en la corte. En ese estado de tedio, abulia, existencialismo personal, viene la circunstancia de la muerte del amigo y aparece la culpa : “Yo estoy muy dolorido de haberme conducido injustamente con él en estos últimos tiempos”, dice a Juan Guerrero Ruiz, a quien acaba pidiéndole: “Escríbeme, ayúdame, abrázame. Me encuentro cada día más solo y desconsolado” (enero, 1936).
      (**) No sé hasta qué punto se ha estudiado la relación de Hernández con Boscán; léanse, como ejemplo de la misma, y en su vertiente tremendista, los sonetos de este ¿Qué estrella fue por donde yo caí... o Aun bien no fui salido de la cuna...
     (***) Tales reverberaciones no descalifican a Hernández, sino que lo califican como buen discípulo camino de convertirse en buen maestro. Conoce la tradición y se la apropia como sustrato para continuarla.