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lunes, 31 de enero de 2022

Del libro al asesino


Entrada nueva en El Cuaderno


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Del libro al asesino


por El Cuaderno

«Cuando Armand Danunzio publicó su primer libro, se extrañó de recibir una carta en la que se le enaltecía un relato y se le denostaban los demás». Apuntes para un relato de Antonio Gracia.




viernes, 28 de enero de 2022

Los señores del Banco

 

Bartok: Música para cuerda...

Muy Señores Suyos:

Ustedes ya no son los que eran cuando empecé a confiarles el producto del esfuerzo de mi trabajo: mi dinero, mis ahorros. Eran amables, me atendían personal y profesionalmente, con respeto, incluso con agradecimiento porque sabían que sus vidas dependían de la mía, de la de todos cuantos confían en que un banco es un depositario, no solo un negocio deshumanizado. 

Ahora nos maltratan y ponen cara de robados como si nuestro dinero fuese suyo y los ladrones fuéramos nosotros. Ya no hay amabilidad, ni trato que no sea el anonimato de la maquinaria y la robotización del plástico. 

Me llevaría mis bienes a otro banco: pero resulta que son todos iguales: hijos de la codicia y la irresponsabilidad. 

"¡Poderoso caballero / es don Dinero"!





Braque / Sherezade III


jueves, 27 de enero de 2022

Lo que fue, lo que es, lo que será...



Fragmento final

Leo historia y novela para conocer lo que, probablemente, fue; y literatura de ficción y ensayo para entender lo que, posiblemente, será. Solo la poesía me enseña lo que es. 
La razón es evidente:
Todas las artes, menos la poesía, tienen más de estrategia que de autorretrato inexorable del rostro íntimo del autor y de los hombres.


martes, 25 de enero de 2022

Entrevista capotiana...

TONI MONTESINOS PUBLICA EN SU BLOG UNA ENTREVISTA. LA REPRODUZCO:

ALMA EN LAS PALABRAS

ESCRITURAS Y VIVENCIAS LITERARIAS DE TONI MONTESINOS

Entrevista capotiana a Antonio Gracia

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Antonio Gracia.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una isla robinsoniana. Tendría el cielo que nunca alcanzaré y el mar en el que me gustaría desaparecer. Dedicaría todo mi tiempo a reconstruir a  Oniria. Y conocería, por fin, si la Naturaleza es mejor, y nos hace mejores, que la sociedad.

¿Prefiere los animales a la gente?
Ni animales ni gente, puesto que en la medida en que esta es muchedumbre, es también irracional. Prefiero la persona, la individualización. Es el individuo el que siente y piensa, canta o llora.

¿Es usted cruel?
Conmigo, sí. Pero la crueldad es algo cuya dimensión solo perciben quienes la sufren. Ellos son quienes pueden contestar mejor que yo.

¿Tiene muchos amigos?
Desde niño soy un solitario. Tal vez me posee una “dulce misantropía”. Tengo tres o cuatro amistades que perduran en el tiempo. Pasamos años sin vernos. Pero lo que importa es la intensidad, no la cantidad. 

¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Los amigos no se buscan. Sería tanto como premeditar un comportamiento, vender o comprar determinadas cualidades. La amistad es una conjura impremeditada, como el enamoramiento. No se pueden comprar amigos en los supermercados, como diría El Principito; surgen por determinadas vivencias comunes.

¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No tengo esa experiencia.

¿Es usted una persona sincera? 
¿Para qué molestarse en mentir si la verdad es tan subjetiva que cada uno se forja la suya al margen de la realidad? Me importa más la autenticidad.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
¿Tiempo libre con lo breve que es la vida? ¿Alguien puede entender a quien no anhela saber un poco más antes de extinguirse?

¿Qué le da más miedo?
La parte de mí que no conozco y se me rebela cuando intento conocerla.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El fanatismo, la contumacia, los uniformes síquicos, la falta de autocrítica… a fuerza de ser tan cotidianos ya no me escandalizan; pero confieso que me exasperan.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Yo no soy “escritor”. No escribo para publicar, aunque publique algo de lo que escribo. Soy un hombre cuyo detective es la palabra y cuya misión es conocerse. 

¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
De vez en cuando, paseo. De tarde en tarde, nado. A menudo, reordeno los libros. El ejercicio síquico rejuvenece más que el físico.

¿Sabe cocinar?
¡Qué remedio! Hay que comer.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Creo que rechazaría la propuesta. O, quizá, intentara escribirlo sobre ese personaje multiforme, sufrido e impersonal que es “el pueblo”.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Por ejemplo, Amor, Utopía… La que conduce al acto más esperanzador. Por muchos diccionarios que regalásemos, ninguna palabra entregaría esperanza si quien la pronuncia no hace algo por mejorar el mundo.

¿Y la más peligrosa?
Intolerancia…

¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
A mí: muchas veces.

¿Cuáles son sus tendencias políticas?
La política es una necesidad que sufrimos. No me interesa ninguna. En todo caso, las que intentan realizar la utopía. Al menos consiguen acercarse a la generosidad. 

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Siempre he pensado que Dios tuvo mucha suerte de que le tocara ser Dios y que los hombres no hemos tenido ninguna al caernos encima la condición mortal. Ahora bien: si ni siquiera sé ser yo con todas sus consecuencias, tampoco sabría ser otro. En realidad, si tuviera que pedir un deseo, pediría no sentir la necesidad de desear algo. Es la única manera de no padecer ansiedad; ni decepciones.

¿Cuáles son sus vicios principales?
El escepticismo, aunque es más una maldición que un vicio.

¿Y sus virtudes?
Anhelar ser mejor.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? 
Solamente querría morir cuanto antes.
T. M.

lunes, 24 de enero de 2022

La entropía



Strauss: Así habló Zaratustra

Confiamos en el progreso esperando que nos ayude a entender el sentido de la vida. Pero el progreso está lleno de tecnologías y vacío de filosofías. Hoy, siglo XXI, convivimos gentes ancladas en el siglo XX, XIX... y otras que futurizan utopías y distopías.

No sé si el progreso es definitivamente bueno; sé que nos frivoliza cada día, castra el pensamiento y empobrece el ansia de trascendencia. Hemos sustituido los dioses por las ciencias; como tal no es mala esa metamorfosis. Pero la ciencia, hasta hoy, es tecnología. Las ciencias -sobre todo las exactas- son cada vez más inexactas con respecto al hombre: nos descubren el cómo, no el quién ni el porqué -el quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos-. Nos hacen conformarnos con el sinsentido de la existencia. Y, a cambio, nos acostumbran a desinteligenciarnos y a considerar que el entontecimiento es un paraíso. 

El progreso es un descenso a la frivolidad.


viernes, 21 de enero de 2022

Koroa Batekín: La soledad sitiada



La soledad sitiada

La sombra de una estrella ilumina la noche
mientras la pluma sorbe la tinta, el arrebato
de repetir palabras herrumbrosas
que justifiquen la existencia.
La jauría persiste en su alarido. Una ardilla
con sus errantes patas escribe sus memorias
sin orden sobre el suelo. No consigue encontrar
la grieta sobre el muro por donde se extravió.
La chimenea aroma con su resina ardiente
el salón, y el hábito plisado en el escaño
no impide ver la rubia cabellera
como un río de oro sobre el pecho.
Una mano acaricia la piel y pulsa llantos
cerca de la vihuela olvidada en la mesa
donde vinos y frutas van manchando el papel
con su caligrafía de embates sostenidos.
Cesa el gemido dulce y el dolorido verso
ya no puede leerse, ni tampoco
la alegre biografía de la ardilla.

Escuchar original pulsando:

La soledad sitiada 




jueves, 20 de enero de 2022

Escepticismos

 

Arvo Pärt: Tabula rasa

Siempre habrá un razonamiento más inteligente que destruya aquel que nos hizo creer en algo. 

O sea: la única verdad definitiva es que no existe una verdad definitiva.

Vivir es encontrar una estrategia que ayude a soportar el sinsentido.


martes, 18 de enero de 2022

Hawking: El universo

 



Ovidio: Tristia, I - Traducción de Luis T. Bonmatí

 

2000 años de Ovidio

Primera de las cincuenta elegías del libro Tristesescrito por Ovidio en su destierro (traducción de Luis T. Bonmatí). 


Vas a viajar sin mí, pequeño libro

—aunque te estimo pese a tu tamaño—,

a donde le han prohibido regresar

a mí, tu autor:  ¡a la Ciudad!, ¡a Roma!


Marcha, pues, pero ve desaliñado,

como a los desterrados corresponde,

y vístete conforme a mi desgracia.

     Que en un estuche rojo no te guarden,

porque el color que tienen los arándanos

no es el mismo que tienen las tristezas; 

que no escriban tu título con minio,

ese óxido de plomo azafranado;

que el aceite de cedro no suavice

tus hojas de papiro y no se tracen

en la negra portada adornos blancos:

esos lujos se quedan para libros

alegres y felices, pues no olvides

cuál es mi lamentable situación.

Que no pulan tus bordes con la frágil

piedra pómez y, así, podrás mostrarte

deshilachado y sin peinar: como eres.

Ningún borrón te debe dar vergüenza,

pues todos los que llevas son producto

tan solo de mis lágrimas aquí.


Cuando llegues, saluda los lugares

que yo tanto he gozado: de ese modo,

cuando menos, también los tocaré

con los pies que componen estos versos.

     Y si, como es posible, aún me recuerda

alguien y te pregunta cómo estoy,

contéstale que vivo, pero niega

que esté bien de salud, pues, además,

mi vida cuelga solo del capricho

y el favor celestial del que es un dios.

     A aquellos que te lean a la busca

de más de lo que tú, callado, dices,

¡guárdate de decirles lo que puede

no hacer falta que digas! Pues, si no,

ya advertido, el lector no tardará

en recordar de qué soy acusado

y me convertiré en un reo público

en boca de la gente. Si eso ocurre,

no debes disculparme, aunque me ofendan,

pues cualquier buena causa no hace falta

defenderla: con eso solo empeora.

     Quizá encuentres también a quien me añore

en mi exilio, quien lea estos poemas

mojando sus mejillas con las lágrimas

a solas y en silencio —sin que nadie

lo escuche aviesamente— y se ilusione

con que, aplacado el César, dulcifique

mi castigo. Por este, sea quien fuere,

yo a los dioses les pido que no caiga

en desgracia, lo mismo que él les pide

que de mi sufrimiento ellos se apiaden:

¡ojalá que se cumpla lo que él ruega 

y, ablandada, la cólera imperial

me permita morir allá en mi patria!


Pero, aunque cumplas estas encomiendas,

seguramente te reprocharán

que eres, querido libro, menos bueno

que otros que anteriormente me alabaron

alabando mi oficio. Mas no temas: 

cuando ahonden los jueces en las causas

y circunstancias en que se producen

las cosas, tú serás más adelante

en tu justo valor considerado:

si los poemas deben derivarse

de un estado de ánimo sereno,

surgen en ti los míos de una vida

nublada de repente y desdichada;

si los poemas quieren del poeta

una vida tranquila y en retiro,

ahora se levantan contra mí

un encrespado mar, los vendavales

y el frío de un invierno ferocísimo;

si a los poemas los inmoviliza

cualquier clase de miedo, yo no dejo

en un solo momento de temer,

abandonado aquí, que venga a hundirse

en mi cuello una espada y me degüelle.

Cualquier juez imparcial se admirará

de lo que en ti yo he escrito y, tras leerlo,

acabará aprobándolo con gusto:

si traes aquí a Homero y lo sumerges

en las mismas desgracias que me acosan,

se extinguirá su ingenio por completo.


Recuerda, ya seguro de tus éxitos,

que te vas a marchar y que no debes

temer desagradar a tus lectores:

estamos en tan mala situación,

que preocuparnos de eso es tontería.

En cambio, cuando me encontraba a salvo,

me arrastraba el deseo por la fama

y perseguí la gloria con afán;

pero ahora ya es mucho que yo no odie

los poemas y aquella pasión mía

que tanto me han dañado, pues es mi arte

el que hasta este destierro me ha traído.

     Mas, como a ti te dejan, viaja tú

en mi lugar a Roma, a contemplarla:

¡ojalá que los dioses consiguieran

transformarme a mí en ti! Y no supongas

que, por llegar de fuera a la Ciudad,

vas a ser un extraño para todos:

te identificarán por el estilo,

el mismo de otros libros y, aunque tú

quieras pasar inadvertido y yo

no  figure en portada, se sabrá

que soy yo quien te ha escrito y tú eres mío.

     Lleva mucho cuidado, aunque de incógnito

te presentes, pues pueden mis poemas,

destrozarte la vida: ya no tienen

la bula, que, aclamados, poseyeron.

     Y si alguien cree que, solo por ser mío,

no debes ser leído y te rechaza,

dile que lea el título y verá

que tú no das consejos amorosos

como mi Arte de amar, que ya ha cumplido

el castigo que a pulso se ganó.

     Quizá estés esperando que te ordene

subir hasta el palacio en que reside

el poderoso César, pero no

—¡y que me excuse ese lugar augusto

al igual que los dioses que en él viven!—,

pues desde allí me fue lanzado el rayo

a la cabeza y, aunque yo recuerde

la copiosa bondad de esas deidades,

también las temo porque me dañaron:

una paloma herida por las garras

de un gavilán se aterra al menor roce

con sus plumas; la oveja redimida

de los dientes de un lobo, no se atreve

a abandonar de nuevo su redil;

y, si Faetón viviera, evitaría

ir recorriendo el cielo y acercarse

a los caballos de su padre Febo,

que tanto deseó como un imbécil.

A mí me ocurre igual y te lo digo:

temo el poder de Júpiter, que ya

he sufrido y, con solo tronar, creo

haber sido alcanzado por su rayo.

Cualquier superviviente de la escuadra,

que, al regresar a Grecia desde Troya,

se hundió en el arrecife Cefareo,

sortearía las aguas de ese punto;

y mi pobre barquilla, que una enorme

borrasca cierta vez zarandeó,

se espanta cuando piensa en acercarse

al sitio donde fue vapuleada.


Teniendo en cuenta todo lo que he dicho,

lleva mucho cuidado, libro mío:

observa alrededor con precaución

y deberá bastarte que te lea

gente poco endiosada y sin poder:

cuando quiso subir Ícaro al cielo

con sus frágiles alas consiguió

dar nombre al mar contra el que fue a estrellarse.

     Desde el sitio en que estoy me es muy difícil

aconsejarte que volando vayas

o que viajes usando de los remos,

pero las circunstancias y el lugar

orientarán mejor tus decisiones.

Si se te recomienda en un momento

de tedio; si el entorno es sosegado;

si, tras la ira, sus fuerzas se licúan;

si hay quien, hablando poco, te presenta 

como algo vacilante y temeroso,

ve hasta él y ojalá que te reciba

mucho mejor que a mí, tu dueño, y logres

aliviar mi desgracia de ese modo.

Porque, al igual que Aquiles en el caso

de Télefo, tan solo quien me hirió

puede curarme. E intenta no dañarme

con tu ayuda, pues es mucho mayor

que mi esperanza el miedo que le tengo

y es posible que su ira, amortiguada,

se remueva, reviva y otra vez

por tu causa de nuevo me condene.


Si  vuelve a colocarte en el lugar

dedicado a mis obras —un estante

combado por el peso—, será aquel

tu nuevo hogar y, al lado tuyo, allí

verás a tus hermanos, alineados

y en orden, a los cuales ofrecí,

igual que a ti, mi afán y mis insomnios.

     En esa ubicación, de todos cuelgan

a la vista sus títulos y tienen

con claridad inscrito en la portada

mi nombre: el de su autor;

pero verás más lejos otros tres

escondidos en un resguardo lóbrego,

los tres que enseñan lo que nadie ignora

y que el Arte de amar componen juntos.

De estos aléjate, mas, si te atreves,

llámalos como a algún gran parricida:

Telégono o Edipo, por ejemplo.

Y aunque su dueño diga que los ama,

si quieres a tu padre, que soy yo,

no demuestres que estimas a ninguno.

     Otros quince volúmenes aparte

de mis Metamorfosis hay también 

(salvados no hace tanto de la hoguera,

a la que los eché, por un amigo);

te  ordeno que les digas a esos cambios

que hay que incluir entre ellos el del rostro

de mi propia fortuna: la de ahora

ya se ha cambiado en otra muy distinta

de la anterior: la actual es lamentable

mientras que la pasada fue dichosa.


Podría darte muchos más avisos

si sigues preguntándome, mas temo

retrasar de esa forma tu andadura

y, además, libro mío, si llevases

contigo cuanto sufro, pesaría

demasiado ese saco sobre ti.


¡El camino es  muy largo, vete ya!

Yo he de seguir viviendo aquí, en el fin

del mundo y alejado de mi patria.


Otros poemas Traducidos