Siendo la pulsión erótica
la imposición primordial de la Naturaleza, cuya función es la de la
supervivencia mediante el ejercicio de la sexualidad, resulta sorprendente que
el erotismo haya sido uno de los asuntos más perseguidos por las ortodoxias de
todos los tiempos, como si fuera ajeno al hombre y la mujer, o una perversión,
hasta el punto de convertirse en tema clandestino.
Si
no hay grandes obras eróticas, sí hay mucho erotismo en no pocas. Por recordar
algunas, basten dos bien distintas: “Las once mil vergas”, de Apollinaire”,
o “Historia del ojo”, de Bataille; aunque pocas historias más
jocosas por eróticas que el relato que Bocaccio hace de
Alibech. Escasos poetas han evitado alguna incursión explícita en este tema,
siendo Pietro Aretino uno de los más decididos y destacados.
Pietro Aretino nació en
Arezzo, en 1492, y fue “periodista”, panfletario y pornógrafo. Paradigma de la
burla y el libertinaje, su leyenda incluye el hecho de que mantenía un harén de
jovencitas, salvadas de la miseria y el hambre para que se lo comieran a él de
vez en cuando, así como el de que los cielos lo castigaron con su misma
filosofía, puesto que, ya que se rió de todo, “muore nel 1556, a Venezia, per
un colpo apoplettico pare dovuto a un eccesso di risa”.
El biempensante Nicolás
Fernández de Moratín debe mucho a Aretino, aunque nunca lo cita.
Tampoco es ajeno a él el Espronceda apócrifo. Pero es el Abate
Marchena, egregio traductor de Lucrecio en verso
endecasílabo, quien dejó la versión del poema que sigue. Dice Marchena que
perdió el original, copiado de un manuscrito que encontró en Italia. Si esta
pérdida es una argucia, como parece, el poema sería obra del Abate -que no tuvo
que ver con la clerecía sino el desdén por lo eclesiástico-, quien soñó en
verso, a la manera de los “Sonetti lussuriosi” del Aretino, lo que -por ser
físicamente “una falta de ortografía de la naturaleza”, en expresión de Madame de Staël- no alcanzaba a lograr su cuerpo;
aunque se le atribuyen numerosas amantes.
He aquí el poema:
He aquí el poema: