Solo importa y permanece lo que se
nombra, no lo que se adjetiva. Todo está dicho: quedan los matices como únicos
temas que descubrir al nombrar. El mejor poema de amor es el que Adán diría a
Eva: el nombre exacto de sus sentimientos; los demás hemos repetido aquella
sustancia intentando añadirle ingredientes, superficiales o profundos. Por eso Quevedo es inolvidable y Zorrilla solo recitable. Porque la obra
imprescindible es la que puede prescindir de sus circunstancias. Y el amor,
como pura emoción, no necesita de aventuras para ser sentido por todos cuantos
sienten con el cerebro del corazón, así como quienes solo son sensibles a lo
epidérmico precisan solamente la aventura para sentir aunque no sea más que la
frivolidad. Igualmente ocurre con todas las pulsiones humanas; y por eso los
libros están llenos de páginas que sobran a fuerza de haber sido necesarias
nada más que para cumplir con una moda, una tendencia, unas ventas.