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domingo, 5 de febrero de 2012

Disquisiciones (XI): Hacia la luz






Es imprescindible una revisión y reescritura permanente de toda la Historia, la personal, la actual y la universal, para liberar nuestras conciencias: para superarlas. Es decir: hay que poner en orden a los hijos de Homero, reconsiderar sus actitudes y aptitudes. No puede negarse el penar de este efímero infinito que es la vida, pero anclarse en él es un error. Cervantes lo resume bien: “Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si las sienten demasiado también los hombres se vuelven bestias”. Es preferible tomar como referencia momentos en los que la adversidad se transforma en voluntad de superación. Porque es cierto que algunos vivimos en el infierno; pero siempre mirando al cielo y sus estrellas.
He aquí, por ejemplo, tres momentos culminantes y ejemplares: entre torturas y cárceles, Boecio teje su Consolación por la filosofía; mientras espera ser detenido y ejecutado, durante la Revolución francesa, Condorcet escribe su Historia del progreso del espíritu humano; Messiaen compone en los campos nazis su Cuarteto para el fin de los tiempos. Actitudes así deben ser las premisas para un mundo justo: sobreponerse a los errores del pasado y sufrimientos del presente para que cada vez queden más verdades que mentiras: más hechos objetivos que interpretaciones de los mismos.
    En fin: en las salas de autopsia hay una inscripción: “Este es el lugar donde la muerte se alegra de ayudar a la vida”. Debiera ser una declaración de principios. Porque también es necesaria una renovación del espíritu del arte y la escritura: una autopsia del cadáver artístico sustentado en la concepción de la existencia como un valle de lágrimas cuyo caudal conduce al paraíso: un ejercicio de voluntarismo para convertir el llanto en canto hasta cantar como un método para que el corazón se llene de alborozo.