Es imprescindible una revisión y reescritura
permanente de toda la Historia, la personal, la actual y la universal, para
liberar nuestras conciencias: para superarlas. Es decir: hay que poner en orden
a los hijos de Homero, reconsiderar
sus actitudes y aptitudes. No puede negarse el penar de este efímero infinito que es la vida, pero
anclarse en él es un error. Cervantes
lo resume bien: “Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los
hombres; pero si las sienten demasiado también los hombres se vuelven bestias”. Es preferible tomar como referencia momentos en los
que la adversidad se transforma en voluntad de superación. Porque es cierto que algunos
vivimos en el infierno; pero siempre mirando al cielo y sus estrellas.
He aquí, por ejemplo, tres momentos culminantes y
ejemplares: entre torturas y cárceles, Boecio
teje su Consolación por la filosofía;
mientras espera ser detenido y ejecutado, durante la Revolución francesa, Condorcet escribe su Historia del progreso del espíritu humano;
Messiaen compone en los campos nazis
su Cuarteto para el fin de los tiempos.
Actitudes así deben ser las premisas para un mundo justo: sobreponerse a los
errores del pasado y sufrimientos del presente para que cada vez queden más verdades que mentiras: más
hechos objetivos que interpretaciones de los mismos.
En fin: en las salas de autopsia hay una
inscripción: “Este es el lugar donde la muerte
se alegra de ayudar a la vida”. Debiera ser una
declaración de principios. Porque también es necesaria una renovación del
espíritu del arte y la escritura: una autopsia del cadáver artístico sustentado en la concepción de la existencia como un valle de lágrimas cuyo caudal conduce al paraíso: un ejercicio de voluntarismo para convertir
el llanto en canto hasta cantar como un método para que el corazón se llene de
alborozo.