Hace algunos años escribí este apunte para el blog, que ahora asoma por aquí:
La voz de Ester, esposa
del pintor José Aledo, me dice desde el contestador que ha muerto en Orihuela
Guillermo Bellod, nuestro común amigo en aquella isla que pareció querer
hundirse para que naufragásemos nosotros.
Éramos, entre otros que la urgente memoria no divisa, los Ferrández, las Lolas y la Blanca, el Susarte y el Sánchez, la Carmen y la Rosa, la espátula y la pluma, la Chiruca y la Mandri, el Sesca, el Javaloy, el Zerón, los Cantero y los Ruiz, la Pilar y la Sama, el Muñoz y Atanasio... y aquel lugar en el que podían vivir sin conocerse la soledad y el desamparo, la rebelión y el tedio, el orgasmo y el éxtasis, el dios y el satanás, la soberbia y la furia, el dipsómano de artes o de absenta.
Éramos, entre otros que la urgente memoria no divisa, los Ferrández, las Lolas y la Blanca, el Susarte y el Sánchez, la Carmen y la Rosa, la espátula y la pluma, la Chiruca y la Mandri, el Sesca, el Javaloy, el Zerón, los Cantero y los Ruiz, la Pilar y la Sama, el Muñoz y Atanasio... y aquel lugar en el que podían vivir sin conocerse la soledad y el desamparo, la rebelión y el tedio, el orgasmo y el éxtasis, el dios y el satanás, la soberbia y la furia, el dipsómano de artes o de absenta.
Escribí para él y sobre
él en varios catálogos de sus exposiciones. Los hojeo y me encuentro con
acercamientos seudosicoanalistas y algunos protopoemas solo recordables porque
lo recuerdan. Más tarde le pedí las ilustraciones para mi aventura de la revista Algaria O y mi novelita Viaje.
Puesto que no puedo
llegar a despedirlo, anoto su presencia en este pequeño catafalco y volandera
página, como la vida misma que acaba de fugársele.
Dos cuadros, dos
seudopoemas y otro suyo, en la Galería Heller de Madrid.
Y un texto reciente de un libro en imprenta que viene, como llovido del infierno, para esta ocasión:
Un epitafio
Mientras mi vida fluye hacia la muerte
van muriendo los seres que más amo:
el pájaro, la flor, el buen amigo,
la esperanza, la luz de otra existencia.
Me refugio en mí mismo persiguiendo
el íntimo lugar del regocijo.
¿Me salvará el amor, el verbo, el éxtasis?
Surge en el horizonte
el resplandor fugaz de un infinito
o el regreso final hacia la nada.
La pluma solo escribe ya epitafios.
La arrebatada música de Scriabin
y el cielo acongojado de Van Gogh
acompañan mi noche silenciosa.