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lunes, 31 de diciembre de 2012

Un poema de Ignacio Cartagena (Antología, CXIII. Segunda serie).

Dvorak / Netrebko: Canción de la luna

El dormitorio

Llegado a este remanso
del día en que te observo desvestirte
me viene a la memoria aquella frase
que vi en un manual de astronomía:

“…y nunca pasó nada en el primer millón de años”.

No es tanto nuestro tiempo, pero es igual de eterno
y está su eternidad en la canción de las esferas
(parábolas, elipses, espirales)
que ofreces cada noche
al desvestirte.

Y yo en el centro de ese planetario
contemplo tus satélites de Júpiter,
tus anillos de Saturno
tus lunares de Venus
y al tímido Plutón, tu no planeta.

Y cada vez que pones en mis ojos otra luna
me imagino más y más distante
trocado en apacible
enana
  blanca.
                                            
                 © Ignacio Cartagena



domingo, 30 de diciembre de 2012

El abrazo interrupto

The Shadows: Cavatina

Decidieron compartirlo todo hasta que la realidad cotidiana, que no entiende de sueños, vino a mostrarles su inexorable desengaño. Entonces lloraron, se separaron y volvieron a encontrarse muchas veces; encuentros que condujeron a otras sucesivas separaciones y reconciliaciones. Se despedían alegres y saciados y, sin saber por qué, quizá porque así son las cosas, al volver a encontrarse ya no estaban en el mismo lugar emocional: todo lo arrasa el tiempo con su furia.

Una noche decidieron compartir, ya que no les quedaba otra cosa que entregarse, una botella de un buen vino.

Por la escalera, él sentía deseos de apretarla contra sí y apoderarse de ella mientras ella se apoderaba de él, dejándose mutuamente vencer en la batalla mientras la ganaban. Pero, uno a uno, los escalones iban desapareciendo bajos sus pies sin que ningún cuerpo caminara hacia el otro.

El ascensor tampoco los abrazó ni los fundió carne con carne, aunque eso era lo que deseaban. Y conforme subían, los besos lamentaban quedarse entre los labios.

Al pasar junto a la habitación, que tanto había gemido dulcemente a través de sus ansias y sus cuerpos, temblaron las paredes, y los muros del mundo parecían romperse para impedir la eterna despedida. 

¿Por qué no se abrevaban, uno en el otro, sus mutuos corazones y calmaban la sed de eternidad e instante?

A lo lejos, el mar se abrazaba a las rocas como un ciclón obstinado en su herida. Una estrella cayó: caía más allá de la ventana.


Después de la botella volvieron a llorar. Y se escanciaron todos los diluvios.



Responsabilidad


Tenemos derecho a equivocarnos; y el deber de acertar. No basta decir "lo siento".



viernes, 28 de diciembre de 2012

Jean Renoir: La bestia humana

Castellano. Completa.

Fatalidad enfebrecida por el "naturalismo" de Zola, convertida en imágenes -muy distintas de las de su padre- por Renoir y luego remasterizadas en obra maestra por F. Lang. 
Era un tiempo en que se sentía y creaba de otra manera. Cuando el cine aún era la vida y los personajes también eran personas. Cuando aún no se podía decir: ya no voy al cine porque solo ponen películas.

jueves, 27 de diciembre de 2012

El abrazo cautivo


Chopin: Opus 10, nº 3 ("Tristeza")

Claudia no pudo soportar el fracaso de su relación sentimental y se sumió en una melancolía enfermiza y depresiva. Su vida se transformó en una inmensa caja rota cuyas astillas se le clavaban inexorablemente. 

Cuando, pasado mucho tiempo, recuperó cierto equilibrio, su temor al sufrimiento se hizo tan poderoso que, sin proponérselo, acorazó su corazón de modo que la cota de mallas con la que lo vistió impidiera pasar cualquier sentimiento: porque, insensibilizándose, nada le dañaría. 

Pasaba la existencia y Claudia no sufría desengaños, ya que el escudo detenía cualquier flecha que pudiera ilusionarla y, por lo tanto, según ella, desilusionarla y destruirla. 

Ni Pedro, ni Juan, ni Felipe consiguieron arrancarle una cita, un beso, una lágrima. No había vuelto a llorar; y tampoco a reír.

El espejo le dijo un día que vio su rostro frígido: Olvidaste que si te prohibías sentir para evitar la tristeza tampoco sentirías la felicidad. 



miércoles, 26 de diciembre de 2012

Un poema de Dionisia García (Antología, CXI. Segunda serie)

R. Strauss / Kanawa: Último lieder.


Seguridades



Dices que no hay respuestas,
que no has hallado aquello que buscabas.
Difícil es hacerse a la renuncia
de seguir apostando.

Con trabajo ganamos las mínimas verdades.
Sin conocerlo apenas, dejamos este mundo.
Invade, sin pesar, esa melancolía
que traen los años últimos, cuando ya nada asombra
y vamos de regreso con cierto desencanto.
Habrás de conformarte y contener tu orgullo
en los muchos obstáculos que conlleva la búsqueda.
No cedas al extraño: desconfía e isiste.
A veces sobrecoge un bien desconocido
que inunda la conciencia de belleza y reposo.
Los días se detienen si te acercas y cantas,
si quieres recibir el natural prodigio.
Hoy la tarde te espera con sus dones
en el alto escenario que la plaza ilumina,
y colma el imafronte en su hermosura.

Arrimado a la piedra, un músico sonríe.
Venturoso poder presenciar el instante
y disfrutar con creces su refugio.
Posible que las horas te parezcan distintas
y ayuden a templar el cansancio y los límites,
que no han de ser motivo de tristeza,
más bien digna cordura en el empeño.
                                   © Dionisia García


Libros recibidos (XVI): Dionisia García

R. Strauss / F. Lott: Antes de dormir.

Dionisia García: Señales
Renacimiento.


Poesía de la mirada alrededor cuando se ha recorrido la existencia y el paisaje humano importa más por lo que fue que por lo que será. 

Poesía crepuscular nacida de haber vivido mucho y haber escrito mucho para desentrañar la vida. 

Serenidad, anhelos y recuerdos sosegados. Introspección. Se han ido las pasiones y también las palabras excesivas, y se ha quedado el poso de la nostalgia vencida por el conocimiento. 

Cuando la elegía no significa llanto, sino resilencia.

"Señales" de que lo que existió pervive en la memoria dulcemente, dolientemente a veces, como "fantasmas queridos". 

"Señales" de que la vida sigue latiendo en el presente con "la misma melodía" e invita a "descubrir los momentos luminosos".

Escribía yo hace poco que "La poesía no tiene sexo: tiene personas inteligentes y sensibles delante y detrás de la pluma o de la página. Por eso no me parece oportuno dividirla en masculina o femenina, sino en efímera y raigal, humana o deshumanizada". Buen ejemplo es este recién impreso libro.


50 poemas que Dionisia García añade a su anterior docena de títulos poéticos. 


martes, 25 de diciembre de 2012

La construcción del poema (IX): Devastación de la belleza

Bach / Gould: Arte de la fuga. C XIV


La construcción del poema (IX)
Devastación de la belleza

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LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA


¿Qué hemos sentido leyendo el anterior poema sino la invasión de la plenitud? ¿Y qué otro nombre tiene esta sino el de Belleza?

La Belleza es el único paraíso en este mundo. O su oasis. Solo la Belleza alegra la existencia: la risa de un niño, un paisaje, un cuadro, una música... Y lo es, sencillamente, porque en una sociedad de desequilibrios la armonía supone -o restaura-, siquiera momentáneamente, el orden exterior, el sosiego interior. La belleza es armonía, perfección entrañable, utopía hecha realidad. El hombre encuentra en ella, cumplidos, sus anhelos.

No es extraño que el arte persiga la belleza como trepanación de la íntima desdicha o cauterio del dolor. Así considerada, la belleza es el destino del espíritu. Y la muerte de la belleza, por consiguiente, se convierte –también- en el íntimo naufragio.

Pocas cosas han sintetizado tanto la belleza y su caducidad como la rosa. De modo que su contemplación nos produce casi simultáneamente la felicidad de un paraíso y la tortura de un infierno. ¿Por qué? Porque la rosa es un paradigma de la ventura humana: ansiada, conseguida y marchita cuando toma conciencia de sí misma: es la fugacidad de la aparente eternidad. El siguiente poema de Rioja lo demuestra:

A la rosa

Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo,
y ni valdrán las puntas de tu rama,
ni tu púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa?
(…)
Aún no tiendes las alas abrasadas
y ya vuelan al suelo desmayadas.
Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en sus lágrimas la Aurora
mustia, tu nacimiento o muerte llora.

El porqué de su emblematismo es claro: la rosa es el símbolo de la temporalidad: que la vida y su júbilo son tan breves que llevan a una pronta muerte. Todo el fulgor que brilla en la mañana desaparece en el ocaso y queda el hombre ante la muerte. La rosa es la conciencia de la infancia feliz y soñadora y de la ceniza de la mortalidad.

Semejante desolación hay en el soneto de Góngora:
A una rosa

Ayer naciste y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
Para vivir tan poco estás lucida,
y para no ser nada estás lozana.


Si te engañó su hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.


Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.


No salgas, que te aguarda algún tirano;
dilata tu nacer para tu vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.

Tanto Rioja como Góngora son pesimistas ante la existencia: no aceptan el carpe diem que queda entre la cuna y la sepultura: la vida; y se extrañan de que el hombre prefiera nacer aun sabiendo de la agonía que es la existencia.  Tomando la rosa como símbolo del amor, ya Góngora había escrito, pudiéndose entender el desengaño amoroso también como el de la edad:
No os engañen las rosas, que a la Aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno;
Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora.
Y sólo del Amor queda el veneno.

No contradice este pesimismo el collige, rosas, sino que lo causa, puesto que conlleva la creencia de que cualquier pasado fue mejor hasta que el presente, inundado de melancolía, también destruye el ayer. Calderón insiste en ello:

A florecer las rosas madrugaron
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.

Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y expiaron;
que pasados los siglos, horas fueron.

La construcción sentenciosa de los poemas anteriores parece predeterminada por la sentencia fúnebre que el nacer lanza sobre el viviente.

Rosalía de Castro ve asimismo en la plenitud de la rosa la conjunción de la cuna y la tumba:

En su cárcel de espinos y rosas
cantan y juegan mis pobres niños,
hermosos seres desde la cuna
por la desgracia ya perseguidos.

Y la tradición tragicista no se ha detenido en el presente. Escribe Diego Jesús Jiménez:
Oficio de verano
                                                       
Al borde del estanque se apresura
por derramar un pájaro su idioma;
roza las flores, sufre con su aroma
la levedad de ser substancia pura.

Inclínase la flor en la amargura
de ser sólo el reflejo al que se asoma;
agua, por fin, que del estanque toma
sólo la soledad de su agua obscura.

En negras transparencias y humedades
por sonidos y sombras dibujadas
brilla la luz de un pájaro en su vuelo;

luz que en la tarde rompe las verdades
de la flor en el agua reflejadas
al deshacer su imagen y su cielo.

Pocos dirán que es este uno de los mejores sonetos que han caído en sus ojos: el empeño por construir su armazón sonetil hace que el léxico y los recursos expresivos sean en ocasiones poco afortunados, y el conjunto confuso. Dificultad de entendimiento que nace, por otra parte, porque no puede percibirse cabalmente sin su anclaje en la tradición: esa es la causa por la que está aquí: porque en este poema confluye la tradición, y de ella emerge. Subyacen, como hipérbole de la fugacidad, el tema del "nacer es empezar a morir" (Celestina), o "la cuna en la sepultura" (Quevedo), o "de la cuna a la tumba" (Hugo-Liszt).

Trata el poema de Diego Jesús Jiménez, como los anteriores de Rioja, Góngora y Calderón, de la fugacidad del tiempo y la belleza, y añade que esta es solo el sueño del soñador: la flor, entre músicas del pájaro, contempla su hermosura en el estanque, advierte su frágil contingencia, lo efímero de su identidad, su soledad doliente, hasta concluir que es solamente una sombra delicuescente y narcisista.
Chaikkoski: Vals de las flores
Aunque del tempus fugit de la existencia se desprende la exhortación a vivir el instante, ningún carpe diem hay en los textos anteriores, y lejos queda el paraíso báquico de Anacreonte:
Las rosas

Entre todas las flores
la más bella es la rosa:
ríe la primavera
al romper su corola:
con ella se complacen
los dioses, y ella adorna
del hijo de la diosa Citerea
la cabellera blonda
cuando va con las Gracias
danzando en las praderas olorosas.

Ciñamos nuestras sienes, ¡oh Dionisos!
con floridas coronas,
y yo, cantando al eco de la lira,
danzaré ante las aras con la moza
de más alivio seno, coronado
de guirnaldas de rosas.


Ni siquiera la escritura se convierte en una rosa con la que detener la muerte del autor, ni del lector. Lo cual nos lleva a la verdadera muerte: la del que contempla la vida y se sabe muriente:

La construcción del poema (X)




lunes, 24 de diciembre de 2012

El mejor villancico


Trata de cantar aunque desees llorar y tendrás la alegría más cerca.





Trata de cantar aunque desees llorar y tendrás la alegría más cerca.


Bach: Sinfonía del Oratorio de Navidad.

El Universo, mientras suena Bach


Bach / Fisher-Dieskau: Oratorio de Navidad 
(grabación histórica. Julio 1963) 

Bach: Oratorio de Navidad (completo)

Trata de cantar aunque desees llorar y tendrás la alegría más cerca.


Navidad



Bach: Sinfonía del Oratorio de Navidad.

El Universo, mientras suena Bach

domingo, 23 de diciembre de 2012

Divinidades


Wagner: El ocaso de los dioses

El "Soy" divino es una invención multiforme de quienes simplemente son en la temporalidad. Porque el que cree crea lo que cree.
Tal identificación del "existe" con el "quiero que exista" le salva de la zozobra y le ayuda a sortear su naufragio existencial.
Si embargo, lo que llamamos fe no es sino la ceguera de la razón.
En varias ocasiones he respondido: "Creo que alguna vez creeré en algo".
Ojalá ya estuviera ciego.
Pero hasta ahora he padecido el infierno de sentir el escepticismo como única fe.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Hombre anhelante


Holts: El planeta místico


A veces, en la noche, cuando el alma se eleva
y se abrasa en la luz del enardecimiento,
a través de mis párpados veo un lago tranquilo
rodeado de bosques y flores encendidas,
y un arroyo suave deja sus mansas aguas
en la quietud que guarda las estrellas
como piedras preciosas en su fondo secreto.

Allí los ojos alzan su visión rutilante
sobre los manantiales de la clarividencia,
el pájaro y la ardilla saludan la mañana,
la paloma y el tigre beben juntos el zumo
del rocío y la lluvia, la hierba de los prados
es un lecho fulgente, el olivo despierta
junto al ciprés, el hombre
sueña con otros hombres.

Todo lo que es belleza y claridad
tiene allí su semilla, y el universo toma
su armoniosa cadencia de aquel espacio hermoso
donde madura el fruto y la paz crece erguida
como una sed saciada.



jueves, 20 de diciembre de 2012

Progreso, felicidad, educación.



Honeger / Mitry: Pacific 231

 Estudiante leyó el siguiente texto:

"Se puede decir que algo es mejor que lo anterior cuando lo nuevo conlleva una menor distancia entre lo que se desea dignamente y lo que se consigue justamente.

Hagamos una breve reflexión: ¿Tienen relación directa y positiva el progreso y la felicidad? ¿Somos más justos, más solidarios, más serenos que los antiguos? ¿Es mejor nuestra ética que la ética griega? ¿Es mejor Picasso que Leonardo, Joyce que Homero, Strawinski que Mozart, un rascacielos que El Partenón, Rodin que Fidias, Schopenhauer que Platón? ¿A quiénes preferiría el lector como referencias si hubiera de escoger para regir su propia vida?

Por la astrofísica y el sicoanálisis nos conocemos mejor y tenemos ideas menos equivocadas sobre el universo. ¿Hemos aplicado ese conocimiento en nuestro beneficio? Desde hace un siglo, el tiempo es un oro con más quilates que nunca: todos queremos poseerlo; sin embargo, casi todos lo malgastamos, comprando algo tan inútil y mortal como “la prisa”. ¿Acaso no es el mayor tesoro el logro del bienestar interior, el sosiego, la paz: la necesidad, cada día, de menos cosas superfluas?

Parece que solo la ciencia y la tecnología han avanzado de verdad -tal vez dejándose atrás al hombre como individuo-. Vivimos más años y más confortablemente. Pero el confort y la longevidad no hacen mejores, ni peores, a los hombres; simplemente, prolongan su estado.

¿Hemos mejorado nuestra sociedad? Que abunden las democracias no significa que estas no oculten más sutiles dictaduras, puesto que se han distorsionado los conceptos de luz, delito e impunidad. Hemos establecido que todos somos iguales; no obstante, poco o nada ha cambiado para bien en la intimidad, aunque hayamos cambiado de nombre muchos nombres. Cuando nos quedamos solos, ¿cuántas veces podemos decir “mi yo está conmigo”? Nuestro espíritu no es más feliz, sino que está más enajenado, más concienciado de que el enajenamiento es un bienestar. De ahí el masivo incremento de las enfermedades o afecciones mentales.

No es cierto que cualquier tiempo pasado sea mejor -ese verso de Manrique solo indica temor al futuro-. Todo tiempo debe ser mejorado por los legisladores, y cada individuo debe intentar construir su paraíso en convivencia. Pero el contenido del corazón sigue sin encontrar su tallador de diamantes, aunque hallemos, de vez en cuando, alguno en ciertas personas que, afortunadamente, mantienen la pureza, la inocencia y el manantial vivificante del primer día de la creación, abrazado a su alma como un cuarzo impoluto".

Como digo, Estudiante leyó el texto varias veces, pero apenas supo qué decir sobre léxico, nombres propios, conceptos principales y otras cuestiones. Sin embargo, era el mismo ejercicio con el que, veinte años antes, su padre había accedido a la universidad.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

El abrazo inmortal


Barber: Adagio

Se amaban tanto que temían que aquel amor muriese, o decreciera, o que uno de los dos siguiese amando y el otro ya no amase. Era un infierno incombustible encerrado en un paraíso, un continente dentro de una isla, un vendaval en plena calma. Y lo que había sido plenitud y dicha se fue transformando en pasión atormentada, insatisfecho encuentro, estrategias para no perder al otro, laberinto de conductas que apenas dejaban ya entrever los sentimientos.

Los besos ya no eran de fuego, sino ascuas que dolían, y el miedo a perder la mutua compañía se convirtió en soledad de cada uno. La felicidad que le habían conquistado al mundo con su pequeño mundo se marchitaba, y por temor a perder lo que vivían en un mañana gris perdieron el presente.

Nunca supieron que no existe más tiempo que el instante y que hay que construirlo cada día con las ruinas del ayer y los sueños del mañana.

Cuando superaron el dolor de la separación buscaron el amor inmortal en otros corazones: pero todos latían mortalmente. 



Frank Capra: ¡Qué bello es vivir!

Castellano. Completa.
Si no se ve, pulsar:

Dejémonos de superficialidades: a pesar del sentimentalismo, el navideñismo y los cleptómanos de la felicidad, esta fábula es un verdadero milagro que despierta de la melancolía depresiva que los cristianismos de toda especie, con su peste negra del alma, han predicado y sembrado en el inconsciente colectivo: afirma el verdadero sursum corda que necesita el hombre para reinventar el mundo.
Afirmación en lo cotidiano de los "Horizontes perdidos".



Otros títulos:

Kubrick: Senderos de gloria


ORSON WELLES: Sed de mal

martes, 18 de diciembre de 2012

Femenino, masculino


Clara Wieck: Nocturno

         En los grises estantes de la poesía española actual hay casi tantos ubicadores de poemas como poetas, cada uno adjetivando autores según sus circunstancias, en vez de cualificarlos o descalificarlos por sus esencias. Hablar, por ejemplo, de poesía masculina o femenina, de diosas blancas o demonios negros, es enredar el enredo, abrir un capítulo apócrifo en la Historia de la Literatura y someterla a la Sociología. La poesía no tiene sexo, ni noches de parranda, ni estratosferas metafísicas empadronadas en burdeles; no tiene más sentimentalidad ni experiencia que las autóctonas y primigenias del ser humano; tiene personas inteligentes y sensibles delante y detrás de la pluma o de la página. Por eso no me parece oportuno dividir los sentimientos, ni los pensamientos poéticos, en varoniles o feminoides, sino en efímeros y raigales, humanos o deshumanizados. 

      Claro está que no son idénticos el hombre y la mujer, el diestro en dicción y el siniestro en conjuras; pero sus disimilitudes son más circunstanciales que esenciales. Postulado este hecho, un poema importa por sí mismo, al margen de si resulta meritorio que lo escriba un rey o un caballerizo, un caballero o una dama, el autor inclasificable o el que se arrima a los buenos para parecerlo.

   Digo lo dicho porque, a pesar de los adjetivos pretenciosos de poner puertas al campo, o campear blasones por doquier, solo hay poesía buena y mala. De la mala, lo peor es hablar de ella; y de la buena, lo mejor es releerla. 

    Un poema es necesario cuando descifra rostros de la identidad, no cuando cifra mensajes para los poetas y sus verbigracias, cosa tan notoria en todos los tiempos y notariada en demasía en estos siglos de siglas. 

     No sería mala terapia para la poesía que solo se escribiese cuando resulta más difícil el silencio que la voz.









Elisabeth Barrett                           R. Schumann