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viernes, 28 de febrero de 2014

Así se mata el amor

Groucho en Sopa de ganso

Mal vicio, como todos, es convertir la conversación en disputa; sobre todo cuando el malentendimiento surge sencillamente porque los hablantes -o uno de ellos- dicen lo primero que les pasa por la mente o interrumpen al otro porque lo que tienen que decir les parece más importante que lo que están escuchando y temen olvidar cacarearlo. 
Así, llega un momento en el que se dicen: "pues será mejor que dejemos de hablar". 
Pero no. Porque la solución no es callar, sino hablar bien para ser bien entendido y escuchar bien para no interpretar mal. Eso es conversar. Lo otro es ansiedad, descortesía, falta de educación... contumacia. Además de ignorancia: pues el sabio sabe que casi todo lo ignora, y el necio cree que todo lo sabe -y como tal se comporta-. 
El siguiente poemilla burlesco lo muestra incluso en ese encabalgamiento forzado adredemente:

          Monólogo interrupto

          Estaba Dulce conversando un día
          con Espejo, y hablaba, apasionada,
          de todos y de todo... o sea: de nada:
          porque nada de todo, al fin, decía.

          Miraba Dulce a Espejo y le gruñía
          diciendo que él hablaba demasiada-
          mente, y que ella estaba interesada
          en expresar también lo que sentía.

          Como Espejo no se callaba sino
          que más gritaba, hablaba y farfullaba
          cuando Dulce le instaba a que callase,

          un pedrusco envióle, con tal tino
          que calló el dulce espejo que parlaba
          y ya no dijo ni una sola frase.

jueves, 27 de febrero de 2014

Amo; luego existo (El amor es un pájaro enjaulado,17)


Strawinski / Furwaengler: El beso del hada

3.- Amo; luego existo.
         “Amo, luego existo”, deben de sentir los enamorados. Y no entienden que amarse pueda significar para algunos un rechazo del vértigo espontáneo que empuja hasta el cuerpo del otro. Recuerdo, al salir de esta frase, siendo un adolescente, cuánto me impresionó cómo Longo contaba el despertar a la vida de otros adolescentes como yo, cuyos nombres eran Dafnis y Cloe. En medio de aquellas páginas y bosques, dos seres sin más normas que las de la sabia disposición genética, entraban en la vida sin traumas ni tabús, sin inciensos de brujos o hechizos papanautas. El sentido común de quienes, antes que ellos, habían sentido sus mismos arrebatos les indicó que no siempre es posible ponerse horizontal y paralelo. Pero sin amenazas, sino con sugerencias. Y por las mismas fechas tropecé con el relato de Alibech, la joven que alimenta su lujuria creyendo así servir a la divinidad: y supe que hombres como Bocaccio descubrían y burlaban la impostura de cuantas instituciones o “culturas” insisten en sus prevaricaciones. Y aprendí que no se puede tapar la olla a presión del cuerpo, porque acaba estallando de la peor manera.
       Durante mucho tiempo, la destreza de los legisladores ha consistido en convertir un acto natural, el sexo, en un artificio vergonzoso (pecaminoso) añadido al amor, del que poco o nada sabían. Pero todo el mundo sabe por sí mismo que el amor, que incluye el sexo, como toda enfermedad, hay que curarlo en la cama. De qué manera y cuándo es lo que hace del legislador un árbitro o un intruso.
       Cuando el amor se pone de rodillas y ruega por sí mismo para ser satisfecho, para escanciarse de sí mismo el corazón de quien lo engendra y necesita recibirlo, como si su energía fuese ajena al motor que la promueve, surgen voracidades que destruyen, torturan, convierten en poder tirano lo que era dádiva exultante. Y si al ser que tiraniza se le ha creado también desde la propia necesidad de exonerarse de un no se sabe qué que se padece, entonces, el infierno: 
          El dolor de perderte me recuerda 
          que me amaste: sufrir es el placer 
          que queda del amor”. 
Estos versos explican la causa de las lágrimas excesivas, del tremendismo, de la tragicidad, del plañiderismo: del masoquismo. El dolor como demostración de que existió el amor, de que fuimos alguien para alguien; porque lo que más tememos es la nadificación y el sufrimiento; y de ahí la terrorífica fascinación de la muerte y cuanto la predica o la presagia.

miércoles, 26 de febrero de 2014

La compulsión erótica (El amor es un pájaro enjaulado, 16)

Strawinski: La consagración de la primavera

        2.- La compulsión erótica
      La ley de la atracción universal (llamémosla así), por la cual un ser tiende hacia otro semejante con mayor fuerza que hacia los que son ajenos a su mundo, quedó fanatizada en dos extremos: el sexo y el amor. Tan salomónica escisión de lo que es uno y lo mismo, aunque derive en tanto afluente de la mente o del cuerpo (que constituyen, también, otro ser y no dos), exacerbó la identidad de cada hombre y de la sociedad a la que pertenecía. Por un lado, el amor se mixtificó en el misticismo y en el platonismo: al no poder saciarse la energía amatoria con el choque de los cuerpos, se exageró el ansia de saciarlo convirtiéndolo en dios terrenal o celeste: el culto al alma y su pureza (el “eterno femenino” y Dios). De otro lado, el sexo insatisfecho por la represiva y agresiva castidad derivó en la promiscuidad (el culto al cuerpo, el hedonismo extremo): al negársele como pan imprescindible, el hambriento lo sustituyó por zoofílicas y opíparas suplantaciones. Por defecto o por exceso, prevaricación o castración, derivaron ambas en una sexocracia.
            El instinto amoroso o compulsión erótica es la raíz nutricia de los demás impulsos que rigen la existencia. Hasta que el instinto erótico se reconoce a sí mismo y se sacia en el ser con el que se identifica, atraviesa, en esencia, dos planos de enajenamiento o autoengaño: las ya aludidas sobrematerialización (promiscuidad, paidofilia, zoofilia...) y sublimación (trovadorismo, misticismo...). El primero se caracteriza por la exacerbación del ejercicio del sexo; el segundo por el aparente desentendimiento del mismo o por su castración.
            No sé qué extraño estrabismo impide ver que el amor es el rostro de la sensualidad. Que el sexo es el cuerpo del amor como el amor es el espíritu del sexo. Que negarle la carnalidad al amor es castrarle al sexo su espiritualidad. Que puede amarse sin sexo: pero es un amor incompleto. Que puede hacerse el sexo sin hacer el amor: pero es una sexualidad en la que la concupiscencia no se sacia del todo. El amor es la sensación insoportable, por placentera, de que para nosotros hay alguien más importante que nosotros mismos (y, paradójicamente, convierte al amante en generoso y altruista, porque ansía el bien del ser amado y, por derivación, de cuanto le rodea, el mundo, la existencia). El sexo, en cambio, sacia la desazón tanto de quien ama como del que no siente ese impulso que hace avanzar el mundo. Cierto que el sexo es egoísta: pero más lo son -y ciegos- quienes lo culpabilizan llamando “bajos instintos” a lo que es pura biología. La presión ejercida por las culturas castratorias en el subconsciente individual y colectivo ha conducido a las suplantaciones y prevaricaciones del amor.

martes, 25 de febrero de 2014

El sexo del amor (El amor es un pájaro enjaulado,15)

Strawinski dirigiendo El pájaro de fuego (grabación histórica)

El sexo del amor.-  
1.- El principio genético que rige al hombre es el de la supervivencia. Nada hay más fuerte en su naturaleza. Significa que la tendencia natural del ser humano es la conservación de sí mismo contra todo y sobre todo. Y la forma mejor de mantener viva la vida es crearla: por eso la fecundidad adquirió categoría y forma de diosa en el origen de los pueblos. Cuanto mayor era el número de hijos más probabilidades de subsistencia había para alguno. Así que la sexualidad es el motor de la existencia, el primer eslabón de la cadena de la vida. Y pretender castrarla es masacrar la naturaleza, abortarle los genes al ser que llamamos humano.
          Cada uno puede hallar en su propia experiencia que su estado de ánimo es más relajado y pacífico después de la cópula. Pero si alguien no aprendiese nada de ese empirismo, entienda que el origen de la violencia humana está en el instante prehistórico en que el hombre, por exigencias convencionales -leyes sociales necesarias como reguladoras de la natalidad y establecimiento de la familia- redujo la práctica de su sexualidad, con lo que fue acumulando mayores represiones y toxinas coléricas, y sus orgasmos, por contra, fueron más energuménicos y orgiásticos. De donde se deduce que la castidad es la mayor perversión de la naturaleza, porque impide encontrar el equilibrio síquico por vía natural. 

           No obstante, nunca han faltado (siempre han sobrado) instituciones condenatorias de la sexualidad. Quizá porque cuando el hombre se convirtió en un ser tribal, social, fue necesario designar unos cuidadores oficiales de los recién nacidos. Quizá porque “distrae” de los menesteres espirituales. Y quizá porque el progreso científico evitó que muriesen casi tantos como nacían. De modo que hubo que limitar los nacimientos: y, por lo tanto, reglamentar el ejercicio del sexo, poner orden a la pasión, ordenarle a la naturaleza que no fuese espontánea, impedirle que fuese natural: se instituyó el “hogar”, se condenó el “adulterio”. (Claro: si la razón por la que se debía cuidar a los hijos es porque son propios, en cuanto hubiera dudas sobre la paternidad habría eximencia del cuidado). Acaso es necesaria tal reglamentación para la buena andadura social. Pero todas las leyes tienen sus detractores y fanáticos: y aquí se alzaron también los extremismos: algunos esquejes de la intolerancia no solo la limitaron, sino que condenaron incluso la propia sexualidad, negando su condición de primer motor inmóvil de la vida. 
     Por tal motivo se han perseguido las obras que predican o defienden la infidelidad o no exclusividad en el amor, como puede verse pulsando el poema Ars Amandi .

lunes, 24 de febrero de 2014

La existencia verbal

La fuente de los libros es la vida; y darla es su desembocadura. Por eso los libros que no transmiten vida mueren rápidamente. El autor crea alternativas a la existencia en sus utopías, o la satiriza con distopías: ofrenda lo mejor probable o avisa del posible peligro.
El arte lo crea el hombre para el hombre, no el artista para el artista. El autor que permanece vivo es porque da vida al lector, no porque lo distrae de su vida. 

domingo, 23 de febrero de 2014

El abrazo a la vida

Saint-Saëns: El cisne

Dijo Welista (o le dijeron: porque ya se sabe que los cronistas no siempre son fieles a la Historia y la convierten en leyenda): 
Los laberintos de la vida nos separaron, aunque no nos desunieron. Cuando me inunda la melancolía pienso que tú estás ahí, que puedo acercarme y abrazarte: te miro y te toco y toda la tristeza de mi alrededor desaparece. Sé que lo que siento se llama amor. 
Pero si porque no podemos, no queremos o no sabemos estar juntos todo el tiempo y en la misma vida social te obstinas en destruir las horas en que sí podemos, entonces quédate contigo que yo me voy conmigo. Eres tú quien me empuja a compartir fragmentos de otras vidas. Porque yo necesito vivir, aunque no sepa convivir.
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El abrazo indomable

Monólogo del cisne (El abrazo imposible)

El abrazo entre plumas

El abrazo en el cuadro

El abrazo inasible

El abrazo iniciático

El abrazo sin plétora.

El abrazo dulcífago

El abrazo inedénico

El abrazo a la muerte.

Como si fuera mi Autobiografía (El abrazo final)

El abrazo interrupto

El abrazo cautivo

El abrazo inmortal

El abrazo caníbal

El abrazo coital

El abrazo placebo

El abrazo sin rostro

El abrazo perdido (Carpe diem).

El abrazo truncado

El abrazo suicida

El abrazo invasor

El abrazo de plástico

El abrazo no dado.

El abrazo dichoso

El abrazo a la vida




viernes, 21 de febrero de 2014

Un poema de Carlos Alcorta (Antología, CLVIII. Segunda Serie)


EL CONTORNO DEL VASO 

Orientada al sudeste, en las primeras 
horas de la mañana un sol esquivo 
que se cuela entre setos verdecidos 
anormalmente, apenas zarandeados 
por arbitrarias rachas 
de aire marino que resultan 
insuficientes para izar las velas 
de barcos fondeados en la rada, 
repta por la ventana entreabierta 
de la cocina aún en la penumbra; 
un sol que deposita en la encimera, 
invadida por restos de la cena 
y vajilla grasienta, el esplendor 
de un cielo anaranjado que comienzan 
a surcar nubes y tempranos pájaros. 
Me he levantado a tiempo para regocijarme 
con los colores audazmente 
disueltos entre sombras, 
más apropiados en una pinacoteca 
que en los fogones de mi domicilio. 
Tú duermes, contrariada por esa adversidad 
que no crees merecer, con las extremidades 
enmarañadas sobre la sumisa 
almohada esponjosa en el balasto 
del sueño y escucho tu respiración 
irregular, profunda, igual que si surgiera 
del terreno arenoso un surtidor obstruido, 
y contemplo la luz reciente acariciando 
el cristal fileteado con la delicadeza 
flotante de una mariposa, soy 
testigo de la ofensa que su triunfo 
diurno inflige en tejidos y cerámicas 
esmaltadas, un triunfo que se extiende 
por las frías paredes hasta llenar el vaso, 
antes vacío, de una sustancia evanescente, 
mientras en la terraza se disipa, 
como una emanación, ese rocío 
milagroso que nace de la aurora, 
y en el cenit de su desmembramiento 
pespuntea las frágiles costuras 
de tu cuerpo vencido por la fiebre 
de un gozo que es ahora 
ausencia revelada, un gozo irrenunciable 
que me empuja a confiar en lo que no 
veo, porque dio el vaso, el recipiente 
forma a lo indefinido, y sólo cuando vuelve 
la noche a su dominio y siento 
cerca, en la oscuridad de los sentidos, 
esa espontánea maduración 
de las cosas, me siento capaz de perseguir 
-en el rastro de orín, de los adioses 
que tras de sí deja la luz ausente 
entre constelaciones sometidas 
al orden severo del universo - 
esa mitad de mí que me completa. 
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jueves, 20 de febrero de 2014

Libros recibidos (XXXIII): Inés María Luna

Inés María Luna
Día Feriado
Ediciones En Huida


Brevedad en el verso, poemas breves y breve libro nos ofrece Inés María Luna en Día Feriado. Sencillez expresiva y ninguna literaturización ni complejidad conceptual. 

Es esta una poesía de la nostalgia reflexiva y melancólica: porque, aunque escriba que 
          todo lo que puede pasar es el tiempo 
ya que 
          llega un día 
          en que el pasado vuelve 
          y nunca nos olvidamos de sentir su eco, 
el eco es una consecuencia que nos demuestra que carecemos de la causa que lo provoca y solo tenemos su ideación, la imagen que tejimos y tejemos con lo que ocurrió. 

La autora afirma ser memoria de la luz; y la memoria luminosa descifra a quien escribe. Cierto: pero no da vida a aquello sobre lo que se escribe ni, por lo tanto, a aquel que fuimos. Tal vez por eso Inés María Luna acaba confesando que la ausencia permanece en las palabras.

Y es esa distancia entre lo que fue y lo que transcribe la escritura lo que confiere la mirada suavemente elegíaca a este libro.
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miércoles, 19 de febrero de 2014

Políticas efímeras

Del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

Observando tres grandes composiciones de Ferrán Gisbert, quizá caprichosamente he pensado: 
     1.- ¿No es esta sala una caverna con pinturas tan rupestres como las cuevas de los cavernícolas? Si el arte persigue dar vida a lo perecedero, ¿por qué esforzarse en pintar lo que va a ser borrado 21 días después: por qué empeñarse en un arte destinado, por esencia y técnica, voluntad de autor y obra, causa y consecuencia, a destruirse, como si de un suicidio se tratase, o fuese un recién nacido que solo quiere, con su muerte, demostrar que la vida no merece vivirse, o que prefiere una vida más plena? ¿Será que el descreimiento y desencanto de la ciudadanía en las fuerzas sociales, que hoy dicen lo contrario de lo de ayer, ha llegado al arte? Si Góngora y Rioja visitasen la exposición dirían que "para tan breve vida, ¿por qué naces?". Y si la visitase el ciudadano Quevedo, viendo el estado de la nación y lo que sus líderes han hecho con el pueblo, anotaría que "diéronle muerte y cárcel las Españas". Solo Lope podría decir, adivinando el bienestar que le conviene al ciudadano, que este huye de los laberintos congresísticos y se contenta con la sencillez cotidiana de "dos libros, tres pinturas, cuatro flores" (sin que le falte un poco de pan y circo).
     2.- Sin embargo, la realidad del hombre cavernícola no era el bisonte que cazaba y del que se alimentaba, sino el que pintaba -el que se apropiaba al pintarlo- en sus cuevas: esa confiada conciencia de que podía saciar su hambre y anhelos, transformada en pintura sobre la roca, le hacía sentirse vivo y lo convertía en dueño del bisonte, el futuro y la Naturaleza: de este modo -igual que quien traslada lo que siente y piensa a la palabra, a la estatua, la música, o el supermercado-, él era el sujeto de la Historia, no su objeto, que es a lo que ha sido reducido hoy por los partidos políticos, los cuales le dan mucho circo, pero poco pan.
     3.- Tal protagonismo es el que también busca el ciudadano actual, que no quiere ser un mero nombre en el censo de los vivos ni en la relación de cruces sobre una tumba. Quiere ser el capitán del rumbo de su vida, quiere salvar el instante, vivirlo tal vez efímera pero intensamente. Quiere que su papeleta trascienda la urna y no muera o sea malversada en cuanto la utilice su representante en los escaños.
     4.- Eso hace el autor, el pintor de estas efigies instantáneas y efímeras sobre el azar controlado por un pincel gigante: crear y destruir su creación para mostrar su potestad, su todopoderosismo: dejar así constancia de que no quiere ser súbdito, sino demiurgo: que es una pieza del Estado -celeste o terrestre- que no se contenta con ser movida por los otros, los dioses, los políticos, los papas, los aprisionadores de la voluntad.
     5.- Porque, en fin: ¿No es un voto -un pincel- en las urnas un instante que será destruido por otro voto -otra probable malversación de la voluntad del votante- en las próximas urnas? ¿No se dan cuenta míster Rubalcaba y mesié Rajuá que ya no pintan nada ni tienen nada por lo que merezcan ser votados porque su cueva ni siquiera es cavernícola, sino simiesca?

martes, 18 de febrero de 2014

Huyendo del infierno


Bach: Suite, nº 3

1.- Huyendo del infierno
Por aquel entonces mi glotonería lectora y aventurera aumentaba mi espeleología interior y me hacía sentir semejante a muchos de los autores a los que iba conociendo: escritores, músicos, pintores. Encontrar similitudes de vida, horrores compartidos... me convertía en su doble o su reencarnación. Y así, mis íntimas tormentas me impulsaban a creer -y lo creí- que antes o después aparecería en mí la locura, como había aparecido en Schumann y Van Gogh, por ejemplo (de ahí la portada de Fragmentos de identidad), y que una vez abismado en esa tierra de nadie del horror no sabría volver a este lado de la conciencia sin arrastrar conmigo los infiernos. Este breve poema lo refleja:
Lo inolvidable

Recuerdo aquel dolor y aquella dicha 
de saber que cesaba el sufrimiento,
a veces.
Y los suicidios nunca consumados, 
más dolorosos que la propia muerte.


Durante décadas ese fue mi ananké.

2.- Hacia la luz.
Por fortuna, empecé a mirar la luz: no para que me cegara, sino para que me iluminase. Y así empezó mi segunda inmersión en la escritura: desde el libro Hacia la luz traté de escribir lo que me gustaría ser en vez de rubricar soliloquialmente el tatuaje del que había sido o era: abandonar la lírica del sufrimiento, la escritura confesional a posteriori: pasé de llevar el yo al poema a vivir e incrustar el poema en el yo. También estos versos parecen constatar esa voluntad de vivir:
Hacia la luz

Este árbol, esta sombra y estos libros
que me procuran placidez y calma
no están hechos para morir; nacieron
al margen de los días para darle
un rostro amable al mundo.
Una hoja ha caído y me reclama
con su fugaz delicia: la contemplo
y el universo me contempla en ella.
Siento desordenadamente
correr el tiempo frágil, que este instante
no será, otra vez, mío.
                                           Cede el alba
su luz, y la mañana se apresura
hacia el ocaso.
Como un escalofrío, la tristeza
deja en mis ojos su melancolía.
Yo quisiera olvidar tanto dolor,
morir para matar
este desasosiego:
                                    y de repente,
rebelde y luminoso,
como si despertase de un gran sueño,
mi corazón se abraza a la existencia,
toco las cosas, vivo.