EL CONTORNO DEL VASO
Orientada al sudeste, en las primeras
horas de la mañana un sol esquivo
que se cuela entre setos verdecidos
anormalmente, apenas zarandeados
por arbitrarias rachas
de aire marino que resultan
insuficientes para izar las velas
de barcos fondeados en la rada,
repta por la ventana entreabierta
de la cocina aún en la penumbra;
un sol que deposita en la encimera,
invadida por restos de la cena
y vajilla grasienta, el esplendor
de un cielo anaranjado que comienzan
a surcar nubes y tempranos pájaros.
Me he levantado a tiempo para regocijarme
con los colores audazmente
disueltos entre sombras,
más apropiados en una pinacoteca
que en los fogones de mi domicilio.
Tú duermes, contrariada por esa adversidad
que no crees merecer, con las extremidades
enmarañadas sobre la sumisa
almohada esponjosa en el balasto
del sueño y escucho tu respiración
irregular, profunda, igual que si surgiera
del terreno arenoso un surtidor obstruido,
y contemplo la luz reciente acariciando
el cristal fileteado con la delicadeza
flotante de una mariposa, soy
testigo de la ofensa que su triunfo
diurno inflige en tejidos y cerámicas
esmaltadas, un triunfo que se extiende
por las frías paredes hasta llenar el vaso,
antes vacío, de una sustancia evanescente,
mientras en la terraza se disipa,
como una emanación, ese rocío
milagroso que nace de la aurora,
y en el cenit de su desmembramiento
pespuntea las frágiles costuras
de tu cuerpo vencido por la fiebre
de un gozo que es ahora
ausencia revelada, un gozo irrenunciable
que me empuja a confiar en lo que no
veo, porque dio el vaso, el recipiente
forma a lo indefinido, y sólo cuando vuelve
la noche a su dominio y siento
cerca, en la oscuridad de los sentidos,
esa espontánea maduración
de las cosas, me siento capaz de perseguir
-en el rastro de orín, de los adioses
que tras de sí deja la luz ausente
entre constelaciones sometidas
al orden severo del universo -
esa mitad de mí que me completa.
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