Bach: Suite, nº 3
1.- Huyendo del infierno
Por aquel entonces mi glotonería lectora y aventurera aumentaba mi espeleología interior y me hacía sentir semejante a muchos de los autores a los que iba conociendo: escritores, músicos, pintores. Encontrar similitudes de vida, horrores compartidos... me convertía en su doble o su reencarnación. Y así, mis íntimas tormentas me impulsaban a creer -y lo creí- que antes o después aparecería en mí la locura, como había aparecido en Schumann y Van Gogh, por ejemplo (de ahí la portada de Fragmentos de identidad), y que una vez abismado en esa tierra de nadie del horror no sabría volver a este lado de la conciencia sin arrastrar conmigo los infiernos. Este breve poema lo refleja:
Lo inolvidable
Recuerdo aquel dolor y aquella dicha
de saber que cesaba el sufrimiento,
a veces.
Y los suicidios nunca consumados,
más dolorosos que la propia muerte.
Durante décadas ese fue mi ananké.
2.- Hacia la luz.
Por fortuna, empecé a mirar la luz: no para que me cegara, sino para que me iluminase. Y así empezó mi segunda inmersión en la escritura: desde el libro Hacia la luz traté de escribir lo que me gustaría ser en vez de rubricar soliloquialmente el tatuaje del que había sido o era: abandonar la lírica del sufrimiento, la escritura confesional a posteriori: pasé de llevar el yo al poema a vivir e incrustar el poema en el yo. También estos versos parecen constatar esa voluntad de vivir:
Por fortuna, empecé a mirar la luz: no para que me cegara, sino para que me iluminase. Y así empezó mi segunda inmersión en la escritura: desde el libro Hacia la luz traté de escribir lo que me gustaría ser en vez de rubricar soliloquialmente el tatuaje del que había sido o era: abandonar la lírica del sufrimiento, la escritura confesional a posteriori: pasé de llevar el yo al poema a vivir e incrustar el poema en el yo. También estos versos parecen constatar esa voluntad de vivir:
Hacia la luz
Este árbol, esta sombra y estos libros
Este árbol, esta sombra y estos libros
que me procuran placidez y calma
no están hechos para morir; nacieron
al margen de los días para darle
un rostro amable al mundo.
Una hoja ha caído y me reclama
con su fugaz delicia: la contemplo
y el universo me contempla en ella.
Siento desordenadamente
correr el tiempo frágil, que este instante
no será, otra vez, mío.
Cede
el alba
su luz, y la mañana se apresura
hacia el ocaso.
Como un escalofrío, la tristeza
deja en mis ojos su melancolía.
Yo quisiera olvidar tanto dolor,
morir para matar
este desasosiego:
y
de repente,
rebelde y luminoso,
como si despertase de un gran sueño,
mi corazón se abraza a la existencia,