Tchaikoski / Previn: La Patética
La recurrencia literaria que conocemos como ubi sunt? insiste en la pregunta sobre nuestro pasado, para aproximarlo, reconocerlo, tal vez reconstruirlo. Lo que aprendemos de ese lugar común de nuestra mente (y, por eso, de la escritura) es que lo que ayer pasó no resucita, por más que lo nostalgiemos, y que lo que quisimos que ocurriera y no ocurrió podemos hoy convertirlo en realidad: que todo lo que poseemos es el presente, y debemos defenderlo viviéndolo, no sacrificándolo a recuerdos o ensueños, aprendiendo del pasado que el presente es el único tiempo en que existimos, pues ningún futuro podrá sustituir lo que quisimos ser. Es en ese momento cuando surge el carpe diem, igualmente literario por vital, induciéndonos a disfrutar del instante como si fuese el único o el último, porque siempre es el último y el único cuya existencia no es una contingencia. Pues somos una ruina, ya lo he dicho. Las más claras bellezas y el más vivo latido se afean y detiene su ritmo ante la muerte o el sucederse de los días. Por eso el sol que brilla debiera ser gozado en el instante: porque igualmente brillará mañana, mas quizá sin nosotros. Y la conciencia de la fugacidad del tiempo de nuestra existencia clama por apresar en el instante un trozo suculento del gozo de la vida que se huye.
Tómame ahora que aún es temprano,
ahora que tengo la carne olorosa...
y los ojos limpios y la piel de rosa ...
Ahora que en mis labios repica la risa ...
Después, ¡Ah, yo sé
que nada de eso más tarde tendré!
Tómame ahora que aún es temprano ...
Hoy, y no más tarde, antes que anochezca
y se vuelva mustia la corona fresca ...
Oh amante, ¿no ves
que la enredadera crecerá ciprés?
ahora que tengo la carne olorosa...
y los ojos limpios y la piel de rosa ...
Ahora que en mis labios repica la risa ...
Después, ¡Ah, yo sé
que nada de eso más tarde tendré!
Tómame ahora que aún es temprano ...
Hoy, y no más tarde, antes que anochezca
y se vuelva mustia la corona fresca ...
Oh amante, ¿no ves
que la enredadera crecerá ciprés?
Pesa demasiado en la conciencia colectiva literaria, por humana, el fatalismo que recoge Quevedo:
La vida nunca para,
ni el tiempo vuelve atrás la anciana cara.
Nace el hombre sujeto a la fortuna,
y en naciendo comienza la jornada
desde la tierna cuna
a la tumba enlutada.
/ ... /
Sólo el necio mancebo,
que corona de flores la cabeza,
es el que solo empieza
siempre a vivir de nuevo.
ni el tiempo vuelve atrás la anciana cara.
Nace el hombre sujeto a la fortuna,
y en naciendo comienza la jornada
desde la tierna cuna
a la tumba enlutada.
/ ... /
Sólo el necio mancebo,
que corona de flores la cabeza,
es el que solo empieza
siempre a vivir de nuevo.
(Podría aquí aplicarse, como cuestionamiento del tiempo irrepetible, la frase de Ortega: La juventud es la única edad que tiene derecho a equivocarse. Aunque también el joven, como todos, tiene el deber de acertar para no ser un “necio mancebo”).
Muchos han convertido el tema del Collige, virgo, rosas en un pánico terror dándole la vuelta y catecismando que debe aprovecharse el presente para rezar (sufrir) por si la muerte nos sorprende: como si gozar de la vida fuese un delito. Surgen, así, el vanitas vanitatis, el memento mori, las Danzas de la muerte, el masoquismo del dolor, la calavera y el reloj, el menosprecio y desprecio de la vida, el terrorismo mental de una eclesiastidad creyente de divinidades sicopáticas creadoras de un bienestar del cual acusan a quienes se deciden a gozarlo. De ahí imprecaciones como esta: Oh tú, que me estás mirando, / mira bien y vive bien, / que no sabes cómo, cuándo, / te verás así también. / Todo para en sepultura. Pero, afortunadamente, frente a la podredumbre del cuadro de Valdés Leal, por ejemplo, siempre hay un Chant de la joie -de Honeger- que pregona y hace triunfar la joie de vivre.