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miércoles, 19 de febrero de 2014

Políticas efímeras

Del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

Observando tres grandes composiciones de Ferrán Gisbert, quizá caprichosamente he pensado: 
     1.- ¿No es esta sala una caverna con pinturas tan rupestres como las cuevas de los cavernícolas? Si el arte persigue dar vida a lo perecedero, ¿por qué esforzarse en pintar lo que va a ser borrado 21 días después: por qué empeñarse en un arte destinado, por esencia y técnica, voluntad de autor y obra, causa y consecuencia, a destruirse, como si de un suicidio se tratase, o fuese un recién nacido que solo quiere, con su muerte, demostrar que la vida no merece vivirse, o que prefiere una vida más plena? ¿Será que el descreimiento y desencanto de la ciudadanía en las fuerzas sociales, que hoy dicen lo contrario de lo de ayer, ha llegado al arte? Si Góngora y Rioja visitasen la exposición dirían que "para tan breve vida, ¿por qué naces?". Y si la visitase el ciudadano Quevedo, viendo el estado de la nación y lo que sus líderes han hecho con el pueblo, anotaría que "diéronle muerte y cárcel las Españas". Solo Lope podría decir, adivinando el bienestar que le conviene al ciudadano, que este huye de los laberintos congresísticos y se contenta con la sencillez cotidiana de "dos libros, tres pinturas, cuatro flores" (sin que le falte un poco de pan y circo).
     2.- Sin embargo, la realidad del hombre cavernícola no era el bisonte que cazaba y del que se alimentaba, sino el que pintaba -el que se apropiaba al pintarlo- en sus cuevas: esa confiada conciencia de que podía saciar su hambre y anhelos, transformada en pintura sobre la roca, le hacía sentirse vivo y lo convertía en dueño del bisonte, el futuro y la Naturaleza: de este modo -igual que quien traslada lo que siente y piensa a la palabra, a la estatua, la música, o el supermercado-, él era el sujeto de la Historia, no su objeto, que es a lo que ha sido reducido hoy por los partidos políticos, los cuales le dan mucho circo, pero poco pan.
     3.- Tal protagonismo es el que también busca el ciudadano actual, que no quiere ser un mero nombre en el censo de los vivos ni en la relación de cruces sobre una tumba. Quiere ser el capitán del rumbo de su vida, quiere salvar el instante, vivirlo tal vez efímera pero intensamente. Quiere que su papeleta trascienda la urna y no muera o sea malversada en cuanto la utilice su representante en los escaños.
     4.- Eso hace el autor, el pintor de estas efigies instantáneas y efímeras sobre el azar controlado por un pincel gigante: crear y destruir su creación para mostrar su potestad, su todopoderosismo: dejar así constancia de que no quiere ser súbdito, sino demiurgo: que es una pieza del Estado -celeste o terrestre- que no se contenta con ser movida por los otros, los dioses, los políticos, los papas, los aprisionadores de la voluntad.
     5.- Porque, en fin: ¿No es un voto -un pincel- en las urnas un instante que será destruido por otro voto -otra probable malversación de la voluntad del votante- en las próximas urnas? ¿No se dan cuenta míster Rubalcaba y mesié Rajuá que ya no pintan nada ni tienen nada por lo que merezcan ser votados porque su cueva ni siquiera es cavernícola, sino simiesca?