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miércoles, 31 de diciembre de 2014

Reflexión para año nuevo

Bach: Aria de la 3º Suite orquestal

1.- Rememora tu vida durante el año que ahora acaba.
2.- Intenta no repetir los errores.
3.- Potencia los aciertos.
4.- Recuenta cuanto has oído sobre ti.
5.- Ten en cuenta las opiniones ajenas, pero no hasta el punto de que anulen la tuya si no las ves más razonables y poderosas.
6.- El mundo es un océano y todos naufragamos en él. Aprende a nadar en sus aguas salvándote de sus tormentas, sin que tu autosalvamento ahogue a los demás.
7.- Si tienes ya más vida detrás que delante de ti, vive porque nunca es tarde para seguir viviendo.
8.- La vida es como los rosales: los días y los años te quitan las rosas anteriores, pero te ofrendan otras nuevas.
9.- Ofrece una rosa a quien te acompaña en el camino y recibirás otra que te perfumará el resto del viaje.
10.- No persigas bañarte en paraísos sin haberte bañado muchas veces en los jardines de los oasis cotidianos.
11.- Di a quienes amas que los amas; si esperas a que te lo digan tal vez los demás hagan lo mismo y nunca sepáis de vuestro amor.
12.- Enamórate de las personas, no del Amor.
13.- El mejor método para ser feliz mañana es intentar serlo hoy. Porque siempre partimos de lo que somos, no de lo que seremos. 
14.- En cualquier caso, de casi nada sirven las palabras; así que antes de decidirte a hablar un poco, intenta escuchar mucho; oirás muchas necedades y aprenderás que es mejor callar que hablar demasiado.
15.- Entra en el nuevo año como si fuera el último: y, por eso, para disfrutarlo, no para hilvanar lamentaciones.



martes, 30 de diciembre de 2014

Magritte: Madrigal para el fin de los tiempos

Magritte: El espejo engañoso



Según el Telescopio Hubble

Madrigal para el fin de los tiempos (poema en forma de ensayo)


Hace miles y miles de millones
de años, en algún lugar del tiempo
y el espacio, ubicuos e intangibles,
una partícula infinitamente
comprimida inició su inexorable
expansión temporal e ilimitada,
de tal manera que aún no comprendemos
cómo la eternidad y el infinito
siguen tejiendo eternidad y espacio
capaz de hacer posible lo imposible:
que el Todo se contenga en otro Todo.

Estrellas y galaxias se fueron sucediendo,
muriendo y renaciendo: metamorfoseando.
En un instante pleno de esa metamorfosis
brotó mágicamente lo que llamamos vida;
y milenios después, sobre una roca errante
yerma y deslavazada, surgió esa ambigüedad
que se piensa a sí misma y que llamamos hombre.

¿Qué genes naturales iba a heredar tal ser
sino los de sus padres, la atávica violencia 
entre el caos y el cosmos: el eros contra el tánatos?
Doliente y azotado por la naturaleza,
sobrevivió al dolor, padeció el desamparo,
sufrió la indefensión del glaciar de la noche.
Incluso cuando un día le nació la conciencia
como un órgano más, inesperado y frágil,
soportó el sufrimiento de saber, de improviso,
que su vida era solo un camino a la muerte.

Propuso resilencias, creó mediante el arte
espejos de sí mismo: estatuas, lienzos, verbo
-única munición contra la muerte- para
salvar su identidad, y legar su experiencia
como un breve sosiego a cuantos aún naciesen
y fueran masacrados
en cuanto conocieran
la condición mortal de la existencia.

También yo soy sufriente de ese estigma
y buscador de adargas que me amparen.
Y, de súbito, siento que es posible
pensar estableciendo una premisa
tan absurda, tan lúcida y remota
como la del origen primigenio:
si la vida surgió de un ente mínimo
que se autogeneraba inmortalmente,
y toda consecuencia es una causa,
¿por qué no completar el silogismo
de la lógica absurda concluyendo
que la muerte es también una partícula
inmensurablemente comprimida,
-o un agujero negro redentor-
que inicia su expansión a otro universo
y conduce la vida a otra existencia?

Kokoschka: La novia del viento

Eduardo Lastres: La puerta del milenio

lunes, 29 de diciembre de 2014

Orígenes del arte: sentir contra la muerte

Mozart: Sinfonía "Júpiter"

¿Somos idólatras de nosotros mismos, hay demasiados cadáveres encuadernados que no saben ver la vida de la palabra acertada y cierta? 
       Es terrible saber que probablemente somos un cero a la izquierda en el presente y en la Historia: que vamos a quedar como un error entre dos fechas inscritas en la lápida final. 
     Todos necesitamos sentirnos solidarios con el hombre, con los hombres, y con la humanidad. Claro está que “algo hay que hacer mientras la muerte llega”. Unos salvan vidas, otros descubren técnicas…; otros no tenemos más que algunas palabras arrancadas de nuestra experiencia vital y lectora. Y a ellas encomendamos nuestras preguntas y respuestas, nuestra identidad y solidaridad con el hombre, nuestra breve salvación, impuesta por el instinto de supervivencia. Aunque suele ocurrir que lo que pretendemos expresar está muy lejos de ser expresado sabiamente, lo que nos asfixia entre impotencias.
Lo anterior supone una concepción fatalista del vivir. Pero El Bosco, Brueghel, Durero, Schumann, Mussorgsky, Dostoiesky y Etc hacen que mi exageración sea poco hiberbólica si digo que el mundo es un monstruoso ser ensimismado en su propio dolor. Tanto que a veces hay que luchar para no dejarse morir:

                 He aquí la heroicidad
                 que hace del hombre un dios: 
                 saber que ha de morir y sin embargo
                 no dejarse vencer por el suicidio.

A tal existencialismo oponemos la racionalidad, la filosofía. ¿Y qué son las filosofías -por ejemplo, las consolatorias de EpicuroSéneca o Schopenhauer- sino un intento de calmar la conciencia herida, el "dolorido sentir" de Garcilaso? Si la Historia muestra nuestra identidad de seres sintientes y pensantes en continua lucha y autodepredación, la filosofía pretende hacernos amigos de la vida aunque esta, por su caducidad, sea nuestro enemigo. Supone la búsqueda de “una razón para seguir viviendo”: y todos estamos condenados a ello-. Algunos, como he dicho, encuentran esa razón, o ese consuelo, en el alejamiento del mundo y el adentramiento en el arte.


domingo, 28 de diciembre de 2014

Stonehenge: El espejismo

Constable: Stonehenge



El  espejismo 
                   (Stonehenge)

Bajo la sombra de un ciprés, erguido
como una soledad en la llanura,
miraba yo el crepúsculo de oro.
A lo lejos, un cerro dibujaba
la silueta de un monstruo del pasado 
surgiendo desde el mar como una isla.
Lentamente, la noche iba acercando
las ruinas de la tarde hasta mis ojos.
Caían las estrellas en la hierba
como blancos tatuajes encendidos
de algún dios que murió y resucitaba
para ofrendarme una revelación.
Jinetes constelados y jaguares
de fuego custodiaban el alcázar 
de alquímica belleza, en donde había
perfumes siderales, brisas cósmicas,
unicornios y piélagos:
Un silencio secreto descendía
del palacio estelar, y el horizonte
se adornaba con mágicas pinturas
colgadas en la música del viento. 
De repente, al bullir un resplandor,
supe que aquel paisaje luminoso 
era mi corazón transfigurado.

Kokoschka: La novia del viento

Eduardo Lastres: La puerta del milenio

sábado, 27 de diciembre de 2014

Poéticas efímeras



¡Cuántos publicadores hay subidos al altar de los poetas por causas ajenas a la poesía! 
    Los antólogos seleccionan no solo lo que consideran mejor poéticamente, sino también lo que ya está encumbrado por las circunstancias coyunturales, que se constituyen en criterios efímeros.
     Y no es que no haya poemas y poetas dignos entre las "poéticas" de las tribus sociales que la conquista de derechos humanos y editoriales ha hecho posibles: pero lo que importa es el texto bien construido, fírmelo quien lo firme: ese que urdimbra pasión y razón, inspiración y técnica. 
     Lo preocupante es que pocos se preguntan si figuran en el censo del índice antológico -o asisten al congresillo de turno- porque son mujeres-poetas, hombres-poetas, homo-poetas, seudopoetas... o, sencillamente, creadores de poesía. Es decir: si la circunstancia ha suplantado la esencia o esta alcanza a ser un gen lírico universal. Y, como finalmente solo queda la palabra, hay que esperar a que desaparezca la coyuntura, o el autor, para que los lectores avizoren la lírica acendrada. 

viernes, 26 de diciembre de 2014

Friedrich: El íntimo horizonte



Caspar David Friedrich
(Caminante sobre un mar de nubes)

Lejos de toda furia
                                      

Siempre amé contemplar en el ocaso
la inmensidad final del horizonte,
donde el cielo se funde con la tierra
y emerge convertido en un océano
de púrpura y ceniza, fuego y agua.
Veo allí un paraíso ya olvidado,
preso entre el atavismo y la conciencia.
Sé entonces que estoy hecho de materia
constelada, de estrellas, minerales,
de pájaros y luz; y siento en mí
la reverberación del Universo. 
Sumido en la abisal contemplación
de las sombras fulgentes, imagino
laberintos y espacios insondables
que me estremecen y a la vez me calman.
Una errante armonía transfigura
mis sentidos y todo es plenitud,
pues me deja su música el instante
y me abraza la intemporalidad.
Lleno de infinitud, el pensamiento
quisiera comprender, pero es feliz
porque siente hondamente el sortilegio
y acepta su prodigio inescrutable.