Tchaikoski: Romeo y Julieta
Cada presente memorístico pretende recordar su pasado adaptándolo a sus necesidades; pero por mucho que el pretérito sea maleable a nuestros intereses siempre permanece vivo y reclama su existencia en cada instante, así como el futuro solo es un cadáver de sueños al que intentamos dar vida y nunca conseguimos revivir más que a retazos. Es mejor reconocer que el pasado existe como nuestro padre, inalterable y no deforme, y que el futuro es un hijo que no sabemos si tendremos. Amamos lo que perdemos por la única razón de que ya no podemos alcanzarlo. Incluso, cuando ya no podemos conseguirlo, añoramos y deseamos lo que despreciábamos. He regresado: pero ha desaparecido el lugar, escribía Carmel Cashels. Y no a otra cosa se refería sino a la irrecuperabilidad como consecuencia de la mutación, del cambio constante de las cosas. El universo, el cuerpo, la sensibilidad son rostros que se alteran en su gesto con solo cambiar uno solo de sus rasgos, porque ese determina el cambio de los otros, su orden o su caos, su equilibrio, su intensidad, su magia y contingencia. Así, el tiempo altera cuanto se sujeta a su efecto, que es todo cuanto hay debajo de la piel y sobre la epidermis. El infinito azar crea mundos expansivos tan distintos de sí como idénticos en su diferenciación e irrecuperabilidad. Por eso el carpe diem es la afirmación demostrativa de quien conoce la naturaleza del hombre y de las cosas: Todo fluye, pues nada permanece. Sólo queda el recuerdo: y ya digo que es nada más que la alteración de lo que se supone recordado. Hay que vivir el beso, el tacto, el gozo en el instante en que son pura naturaleza y no materia del recuerdo. Dejar para mañana lo que puede amarse hoy es nada más que adelantar la muerte de mañana hasta la ausencia de vida en que el hoy se convierte. De ahí la palpitación perenne del poemilla de Gracián: El tiempo es un caballo / que triza los recuerdos, la esperanza. / Amémonos, Amada.
En el film de Nicholas Ray, “Jhonny Guitar”, se incluye este diálogo -sobre el pasado, el presente y el futuro; sobre el tiempo individual y el convivencial- entre Joan Crawford y Sterling Hayden :
- C: Hace cinco años una muchacha conoció a un hombre. No era un
dechado de virtudes, pero lo amaba. Quería casarse con él, trabajar
con él, construir un futuro.
- H : Hubieran vivido contentos y felices.
- C : No fue así. Se separaron. Él no quería sentirse atado para siempre.
- H : Entonces la muchacha hizo bien en no casarse.
- C : Aprovechó bien la lección. Aprendió a no enamorarse de nadie...
Y ante la pregunta de Hayden (¿Qué pasaría si aquel hombre volviera?), Joan Crawford contesta, imperturbable: Cuando un fuego se extingue solo quedan cenizas. Y es que, habiendo tanta Roma, es una falacia eso de que Siempre nos quedará París. Por mucho que el manriqueño Bogart lo predicase.
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