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jueves, 27 de febrero de 2014

Amo; luego existo (El amor es un pájaro enjaulado,17)


Strawinski / Furwaengler: El beso del hada

3.- Amo; luego existo.
         “Amo, luego existo”, deben de sentir los enamorados. Y no entienden que amarse pueda significar para algunos un rechazo del vértigo espontáneo que empuja hasta el cuerpo del otro. Recuerdo, al salir de esta frase, siendo un adolescente, cuánto me impresionó cómo Longo contaba el despertar a la vida de otros adolescentes como yo, cuyos nombres eran Dafnis y Cloe. En medio de aquellas páginas y bosques, dos seres sin más normas que las de la sabia disposición genética, entraban en la vida sin traumas ni tabús, sin inciensos de brujos o hechizos papanautas. El sentido común de quienes, antes que ellos, habían sentido sus mismos arrebatos les indicó que no siempre es posible ponerse horizontal y paralelo. Pero sin amenazas, sino con sugerencias. Y por las mismas fechas tropecé con el relato de Alibech, la joven que alimenta su lujuria creyendo así servir a la divinidad: y supe que hombres como Bocaccio descubrían y burlaban la impostura de cuantas instituciones o “culturas” insisten en sus prevaricaciones. Y aprendí que no se puede tapar la olla a presión del cuerpo, porque acaba estallando de la peor manera.
       Durante mucho tiempo, la destreza de los legisladores ha consistido en convertir un acto natural, el sexo, en un artificio vergonzoso (pecaminoso) añadido al amor, del que poco o nada sabían. Pero todo el mundo sabe por sí mismo que el amor, que incluye el sexo, como toda enfermedad, hay que curarlo en la cama. De qué manera y cuándo es lo que hace del legislador un árbitro o un intruso.
       Cuando el amor se pone de rodillas y ruega por sí mismo para ser satisfecho, para escanciarse de sí mismo el corazón de quien lo engendra y necesita recibirlo, como si su energía fuese ajena al motor que la promueve, surgen voracidades que destruyen, torturan, convierten en poder tirano lo que era dádiva exultante. Y si al ser que tiraniza se le ha creado también desde la propia necesidad de exonerarse de un no se sabe qué que se padece, entonces, el infierno: 
          El dolor de perderte me recuerda 
          que me amaste: sufrir es el placer 
          que queda del amor”. 
Estos versos explican la causa de las lágrimas excesivas, del tremendismo, de la tragicidad, del plañiderismo: del masoquismo. El dolor como demostración de que existió el amor, de que fuimos alguien para alguien; porque lo que más tememos es la nadificación y el sufrimiento; y de ahí la terrorífica fascinación de la muerte y cuanto la predica o la presagia.