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miércoles, 26 de febrero de 2014

La compulsión erótica (El amor es un pájaro enjaulado, 16)

Strawinski: La consagración de la primavera

        2.- La compulsión erótica
      La ley de la atracción universal (llamémosla así), por la cual un ser tiende hacia otro semejante con mayor fuerza que hacia los que son ajenos a su mundo, quedó fanatizada en dos extremos: el sexo y el amor. Tan salomónica escisión de lo que es uno y lo mismo, aunque derive en tanto afluente de la mente o del cuerpo (que constituyen, también, otro ser y no dos), exacerbó la identidad de cada hombre y de la sociedad a la que pertenecía. Por un lado, el amor se mixtificó en el misticismo y en el platonismo: al no poder saciarse la energía amatoria con el choque de los cuerpos, se exageró el ansia de saciarlo convirtiéndolo en dios terrenal o celeste: el culto al alma y su pureza (el “eterno femenino” y Dios). De otro lado, el sexo insatisfecho por la represiva y agresiva castidad derivó en la promiscuidad (el culto al cuerpo, el hedonismo extremo): al negársele como pan imprescindible, el hambriento lo sustituyó por zoofílicas y opíparas suplantaciones. Por defecto o por exceso, prevaricación o castración, derivaron ambas en una sexocracia.
            El instinto amoroso o compulsión erótica es la raíz nutricia de los demás impulsos que rigen la existencia. Hasta que el instinto erótico se reconoce a sí mismo y se sacia en el ser con el que se identifica, atraviesa, en esencia, dos planos de enajenamiento o autoengaño: las ya aludidas sobrematerialización (promiscuidad, paidofilia, zoofilia...) y sublimación (trovadorismo, misticismo...). El primero se caracteriza por la exacerbación del ejercicio del sexo; el segundo por el aparente desentendimiento del mismo o por su castración.
            No sé qué extraño estrabismo impide ver que el amor es el rostro de la sensualidad. Que el sexo es el cuerpo del amor como el amor es el espíritu del sexo. Que negarle la carnalidad al amor es castrarle al sexo su espiritualidad. Que puede amarse sin sexo: pero es un amor incompleto. Que puede hacerse el sexo sin hacer el amor: pero es una sexualidad en la que la concupiscencia no se sacia del todo. El amor es la sensación insoportable, por placentera, de que para nosotros hay alguien más importante que nosotros mismos (y, paradójicamente, convierte al amante en generoso y altruista, porque ansía el bien del ser amado y, por derivación, de cuanto le rodea, el mundo, la existencia). El sexo, en cambio, sacia la desazón tanto de quien ama como del que no siente ese impulso que hace avanzar el mundo. Cierto que el sexo es egoísta: pero más lo son -y ciegos- quienes lo culpabilizan llamando “bajos instintos” a lo que es pura biología. La presión ejercida por las culturas castratorias en el subconsciente individual y colectivo ha conducido a las suplantaciones y prevaricaciones del amor.