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viernes, 31 de agosto de 2012

Degradaciones


Messiaen: La paloma


Hay pocos lectores capacitados para distinguir la buena poesía (o prosa); pero aún son menos los que pueden reconocer la mala poesía. Esto ocurre porque suele leerse en función de un criterio interesado en algo ajeno a la noble sensibilidad: generalmente se lee según el canon de la moda, de lo que hay, la poética preferida por el antólogo, el criterio del editor... : los intereses creados. 

El número de lectores encumbra o derriba una obra. Pero si esto es así, los verdaderos bestsellers son los clásicos, que suman más ediciones que las novedades; y solo la facilidad actual para acceder a cualquier título impreso, o imprimirlo, permite que la mala escritura se convierta en literatura multivendida. La imprenta permitió la difusión del libro, pero también inició su degradación al difundir cualquier basura empaquetada en libro. 
Sería lógico y bueno que todos nos ejercitáramos en la autocrítica al escribir y al leer. Pero ¿cómo, en un mundo en el que "lo importante es participar" aunque sea para deformar los ideales y practicar el priapismo masturbatorio de la pluma?



jueves, 30 de agosto de 2012

La convivencia

Strawinski: Apolo y las musas


       Hay quienes se contentan con sobrevivir, en vez de vivir plenamente. Mal que me pese, reconozco ahora que para esto último es preciso aprender a convivir. Como lobo solitario, sé que hay pocos paraísos semejantes a los de la soledad buscada. Pero esta es aún más gozosa cuando es posible salir y volver a ella antes y después de gozar también de serena compañía. Siempre he viajado desde mi isla hasta otras tratando de no naufragar ni provocar naufragios. Cuando se consigue ser isla y continente, y el istmo es navegable, la tierra y el océano son nuestros.
       Digamos, por ejemplo, que una mujer llamada Carmen se obstina en que ya es muy tarde para cambiar -cosa que se decía igualmente cuando aún era temprano-. Ella quiere ser aceptada tal como es, con sus virtudes y defectos; como casi todos. Olvida que cuando el individuo entra en sociedad -o en pareja- cambian sus derechos y deberes y debe asumir los del grupo. No se da cuenta de que cada uno somos como nos han hecho, y que debemos ser nosotros quienes nos hagamos cuando nos concienciemos de que solo aprendemos cometiendo errores que querían ser aciertos. Que debemos ser sujetos de nuestra identidad: puliendo nuestras virtudes y eliminando los presuntos defectos. 
      Pero toda autocrítica es dolorosa, y querer cambiar implica reconocer que hemos vivido equivocados, o con un criterio inasumible por los otros, el otro. Preferimos no reconocer errores -aunque eso nos obligue a seguir sufriendo rechazos- a mejorarnos -cambio que nos permitiría ser aceptados-. No somos culpables de que nos hayan hecho como somos –genes, familia, educación, compañías…-; pero somos responsables de no querer rectificarnos. Nadie quiere soportar al otro; sin embargo casi todos exigimos que nos soporten. 
       Carmen -y Pedro, Isabel, Juan…- cree que la alegría, o la felicidad, es algo que algunos reyes magos dan gratuitamente y que es el mundo el que debe cambiar para ella -ellos-. La verdad es que somos nosotros quienes, con esfuerzo, paciencia y ahínco, debemos conquistar y cuidar una parcela amable del mundo, cada día. El método es un sabio y bienintencionado do ut des: sin traicionarnos, alojar un nosotros en el yo. Ni ceder ante la muchedumbre ni encarcelarnos en nuestros autismos.
       Si no, mejor es retirarnos a la isla de la que hablaba al principio. Aunque tampoco sabremos vivir allí si no admitimos nuestras limitaciones. 

Waterhouse: Ariadna abandonada

Renoir: Pareja paseando

miércoles, 29 de agosto de 2012

La caída de los dioses

R. Strauss: D. Quijote. Variación II

Un libro no es el mismo leído a los 15 años que a los 30 ó los 50. Al principio todo es nuevo para los ojos que leen. Después, todo parece viejo -incluso el que relee-. Será porque la conciencia se va llenando de conocimientos y cada día es más difícil asombrarnos. 
Lo cierto es que pocos libros de los que hemos hecho mitología resisten la relectura sin caerse de su altar. Y eso nos lleva con recelo a las nuevas publicaciones, que, tristemente, suelen defraudarnos cuanto más encomiastas las ponderan. 
Algunos olvidan que la calidad es, como todo, una perspectiva que hay que educar. Unos se educan en el autobombo, y otros en la humildad.
Valle-Inclán decía que él escribía para que hubiese algo digno de leer. 
Claro: tenía muy cerca a Campoamor. Pero también estaba, y no lo reconoció, Pérez Galdós, que para él y su Max Estrella no fue sino "don Benito el garbancero". Campoamor solía dejar como autógrafos sus "doloras" y "humoradas". En cambio Brahms escribió -en el abanico de una dama que le requería un autógrafo- unas notas de "El bello Danubio azul", de Strauss
A veces ni siquiera los gigantes se reconocen entre sí.
Don Ramón olvidó decir que hay malos escritores porque hay malos lectores. Y malos lectores porque  apenas hay buenos escritores. 

Van Gogh: Don Quijote

martes, 28 de agosto de 2012

Un poema de Antonio Méndez Rubio (Antología, XCV)


Ravel: Miroirs

       Zerkalo

         Vivid en la casa y la casa existirá.
                                     Arseni Tarkovski

No hay ni eco…
Pero ¿cómo se puede
afirmar que no había nada
más que olvidar cuando
eso mismo,
hecho posible sin don,
es todo lo que nos falta?
Ya ves… ¡Ve, abre! Mira:
si las nubes se retuercen
despacio, de ese modo, es que su soledad
nos acompaña mientras
nos descalzamos una y otra vez
saliendo
de esa evidencia,
de otras preguntas para que
les salga vapor de dentro: hasta
que se abra el cielo.

                                    ©  Antonio Méndez Rubio
(Inédito)

Manet: Espejo en el Folies Bergere

lunes, 27 de agosto de 2012

Hoy empieza el futuro




     Si pudiésemos comprimir los cuatro mil quinientos millones de años de edad de la Tierra en un solo día, y contemplar sus gráficos en un panel, veríamos -según William Bryson- que solo hacia las diez de la noche surgieron las primeras plantas terrestres; que hacia las 23 horas nacieron los dinosaurios; y que la vida homínida a la que pertenecemos apenas representa los últimos setenta y siete segundos de esas 24 horas. ¿Cuántos segundos nos quedan, y por qué nos autodestruimos y destruimos el planeta?
     Necesitamos creer que la vida tiene un fin; pero, ¿y si la vida fuese solamente una pulsión de la energía del cosmos, que crea seres para descrearlos, y que somos materiales fungibles aunque nos soñemos inmortales, reencarnables, dignos de alguna metafísica misión? ¿Sería mejor atenernos solamente a la certeza de que los demás nos necesitan hoy? ¿O acaso los derechos humanos que hoy nos amparan no incluyen el amparo de nuestros descendientes y el deber de prevenir el mañana? 
    ¿No somos todos iguales? Compartimos con todos los seres humanos el 99’9 de nuestro ADN. Para mantenernos vivos, el corazón bombea unos 340 litros de sangre por hora, 8.000 litros al día, tres millones de litros al año, 225.000.000 durante una vida. Así desde nuestros inicios y hasta nuestra extinción. ¿Adónde conducimos esa torrentera? La verdad es que, por naturaleza, somos el último mono, lo que no significa que seamos el primer eximio, como demuestran nuestros excesos. Somos todos iguales excepto en nuestras concepciones de la igualdad, que es lo que configura el bienestar y el malestar de las sociedades. Cada sociedad se desintegra para integrarse en otra que debe ser mejor. Y ya no es posible vivir sin tener en cuenta que la nave espacial llamada Tierra necesita de nuestros cuidados si pretendemos continuar el viaje.
    Contra la creencia popular de que es improbable la vida extraterrestre, dice el Nobel Christian de Duve que la vida es una manifestación inevitable de la materia, y que las condiciones adecuadas para su aparición se dan un millón de veces en cada galaxia; lo que quiere decir que, solo en la nuestra, es probable que tengamos un millón de especies hermanastras. La Tierra ha engendrado -a lo largo de los cuatro mil quinientos millones de años de su historia- 30.000 millones de especies de criaturas, entre las que se encuentra el homo sapiens, cuya edad apenas llega al 0’0001 de la terrestre. ¿Cómo no admitir que lo mismo ha sucedido en otros lugares del universo y que existen otras inteligencias más sensatas? ¿Iremos en su búsqueda, como en una mala película ficticia, cuando aquí nos asfixiemos? ¿Encontraremos planetas también contaminados o repetiremos allí nuestros errores?
     


sábado, 25 de agosto de 2012

Herencias

Orff: Carmina Burana

El síndrome de China


En un doble y prosaico pareado, escribe Heredia: 
Bien está que cambiemos de valores, 
siempre que los del cambio sean mejores.     
¿Hemos cambiado la felicidad 
por la fácil confortabilidad

¿No es ese todo el mal que nos gobierna? ¿Que el cambiar de los tiempos cambia al hombre y hacemos que el progreso sea un regreso?

¿Qué nos han dado nuestros ascendientes? Seis mil años de civilización: música, y libros, y pintura, y ciencias. ¿Qué dejamos a nuestros descendientes? Una sabiduría radioactiva: residuos nucleares que conservan diez mil años su radioactividad. ¿Será la Tierra en unas pocas décadas alguna ruina errante señalada en guías de turismo de alienígenas?


Doré

viernes, 24 de agosto de 2012

Panoramas literarios




Piazzolla: Libertango

Necesarias son las antologías y compendios, florilegios, selecciones de prosas y de versos: ponen un filtro ante el aluvión de publicaciones con que se diluvia torrencialmente al lector. 
Y se agradece el esfuerzo del antólogo. 
Sin embargo no siempre este se muestra impermeable a los intereses creados ni a la gratuidad antojadiza.
Propongo que cada poema, o texto, que se aporte como digno del recuerdo vaya acompañado de un breve comentario explicativo de su interés para la tradición, que no es cosa del pasado y el presente, sino, sobre todo, del porvenir.

Piazzolla / Yo-Yo Ma: Libertango

jueves, 23 de agosto de 2012

Un poema de Ada Soriano (Antología, XCIV)

Purcell: Funerales

LA GRAN MADRE

             A la memoria de Concepción Muñoz Samper,
                                                      mi abuela materna.

                                Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
                                Al primer muerto nunca lo olvidamos,
                                aunque muera de rayo, tan aprisa
                                que no alcance la cama ni los óleos.
                                          Octavio Paz

Me acerqué a la casa donde antaño vivías
y no hallé puerta ni ventanas.
Ni un solo resquicio por donde asomarme.
Sólo quería contemplar la escalinata
por donde subías y bajabas.
No estos muros de cemento
como la losa que te cubre.
No el lugar donde descansas
sin poder cruzar contigo una palabra.
No este paraje desolado
donde los sauces enfilados anochecen
el angosto camino,
donde las flores, sedientas de piedad,
agonizan a la caída del sol.
Han pasado tantos, tantos años.
De tu hogar, antes cálido y alegre,
sólo queda un recinto donde se aúnan
la frialdad y la tristeza.
Sé que pronto caerá tu casa
con el ruido cruel
de la máquina del hombre.
Edificarán, edificarán
por encima de nuestros recuerdos.
Han de temblar los cimientos
con una agitación incontenible
como temblaron en su día
los corazones de los que te aman.
Pero ni la densidad del muro
ni el poder del hierro afilado
podrán ahuyentar de mi memoria
la armonía de tu semblante:
tu imagen contradictoria
de mujer que reía conteniendo a la vez
un gesto de amargura.
Se ha instalado en mí una huella
de la cual no puedo evadirme
porque la humanidad y la fortaleza
que de ti emanaban
lograron que la soledad
no fuese un comienzo azaroso
sino un final, una victoria
en la lucha por la vida.
© Ada Soriano

Girodet: Funerales de Atalá

miércoles, 22 de agosto de 2012

martes, 21 de agosto de 2012

Miedo

R. Strauss: Vida de héroe

Ten miedo, pero no lo demuestres. 
Si no temes, no vivirás vigilante; y te asaltarán. 
Si muestras tu temor, creerán que es cobardía y pasarás tu vida enfrentándote a necios valentones. 
El valiente no es el que desconoce el miedo, sino el que lo vence.


Caravaggio: David contra Goliath

lunes, 20 de agosto de 2012

Lecturas medicinales

Schumann: Canción nº 5 sobre Eichendorff
                                    
       Un libro es bueno cuando quien más gana con él es el lector. No el librero, ni su autor: el lector, que sale de su lectura más noble, más sabio, mejor orientado. Al margen de sus categorías literarias, hay libros imprescindibles que deben ser leídos porque han añadido algo al mundo y a los hombres, y porque sin ellos el mundo -el hombre- no sería aún lo que es.
      Inmersos como estamos en la resaca de una cultura judeocristiana, en la que el sentimiento de culpa y el autocastigo son raigales del inconsciente colectivo y de nuestros comportamientos, se necesitan exorcismos que nos devuelvan la naturalidad de la alegría, la conciencia limpia y responsable para gozar los frutos de la existencia, sin que ningún Pepito Grillo nos persiga. Necesitamos restituir como principio de identidad la espontánea bondad y generosidad del corazón humano.
     Nuestras personalidades se van formando por la repetición de actos cotidianos constituidos en hábitos. Si un hábito ingresa en nuestra cuenta corriente sicológica sensaciones agradables, nuestra conducta se revela relajada y comunicativa. Si, por el contrario, alimentamos nuestra mente con sentimientos espinosos, seremos pasto de las depresiones. Tristemente, la malversación, durante siglos, de algo tan enraizado en la sociedad como el contenido de los evangelios nos ha embutido en un laberinto de culpas y redenciones que tienen como referencia el sufrimiento. Mucho deben a las iglesias los siquiatras, cuya tarea consiste en devolver las mentes a un estado de inocencia primigenia -fundamentalmente: mostrar que las leyes morales tergiversan a menudo las leyes naturales-, estableciendo hábitos y terapias que anulen los estados emocionales enfermizos. Se trata de sustituir la conciencia del miedo a vivir -que tiene su causa en el delito calderoniano de “haber nacido”- por la “joie de vivre”, la alegría de vivir a pesar de las incertidumbres de la vida. ¿Y qué mejor terapia que acostumbrar los ojos -que son los inversores más activos de la cuenta corriente de nuestra autoestima- a unas palabras jubilosas sobre la verdad de la existencia, a unas páginas recordatorias de los dones del vivir, mientras la sombra de un árbol o de un toldo nos preserva de los rigores del verano? Qué alegría para los sicoterapeutas: contemplar sus consultas vacías porque unos hombres extraordinarios escribieron unas cuantas palabras que constituyen la mejor medicina para los melancólicos.

Leger: La lectura

     Muchos libros hay, afortunadamente, que son médicos inmejorables porque alientan y enseñan a mirar de otra manera. Nos hablan esos libros de la extensión innumerable del corazón humano, de la profundidad del amor, de la solidaridad universal, de la búsqueda de un paraíso en este mundo, de la conquista de la felicidad no como un cielo extraterrestre sino como una tierra pisada, amada y sufrida por los hombres. Son obras nacidas a pesar de esa consigna del dolor, y sus autores la vencieron y la sustituyeron por la templanza y por el gozo; si no, serían probablemente euforias gratuitas. Muestran el crecimiento que hay desde la desolación más absoluta al entendimiento honorable del mundo y a una manera de sentir la vida alentada por el positivismo, el júbilo y la juvenilidad: el verdadero sursum corda. Ese paso de un existencialismo derrotista a una exaltación de la existencia es el legado de esos hombres para el hombre actual. Porque no importa de dónde venimos, ni si llegamos cargados de cadenas; lo importante es que deseemos quitárnoslas para construir nuestra propia libertad; porque nuestra vida no está en el pasado, sino en el porvenir. Y éste también se construye con hábitos. Por ejemplo, los de convivir diariamente con armoniosas reflexiones ajenas hechas nuestras. Abra el lector -para empezar, y por ejemplo- el “Canto a mí mismo” de Walt Whitman, o las “Alturas de Macchu Picchu”, de Neruda, y sentirá que recupera un mundo que le robaron hace tiempo.
          Saber vivir no es más que saber cambiar de vida: de modos de sentir, de formas de pensar, de maneras de actuar. Aprender a mirar de otra manera. Y en los aparentes desiertos de las páginas de un libro se encuentran los paisajes más hermosos del planeta. Y oasis como inmensos océanos de agua pura para las mentes confundidas.

sábado, 18 de agosto de 2012

La falta de autocrítica


-¡El otro es mejor!,
dijo Quevedo antes de oír el segundo de los dos poemazos que un poetastro pretendía también leerle. 


viernes, 17 de agosto de 2012

Libros recibidos (XI): Antonio Moreno



Pavana lacrimae

En otra casa

Un hombre contemplativo, consciente de la temporalidad y de que la única redención de la misma es la palabra, observa lo minúsculo de la naturaleza y construye una breve metafísica de la mínima intrahistoria. 
Ociosas y nacidas del ocio les parecerán a algunos estas páginas. Sin embargo, poca prosa más límpida, y sobre esencias, que esta. Con razón, desde el principio, declara el autor su amor por El libro de la almohada. Aunque más preciso sería, tal vez, añadirle como causa la mirada a lo prístino de Francisco de Asís. Porque así son estas cosas elementales rescatadas nada más vividas para que no las altere el tiempo proustiano: hermano sol, hermana pluma, hermano caracol, hermano recuerdo, hermana nostalgia, hermana realidad, hermana pequeñez de la existencia sin cuyos abalorios el vivir no tendría sentido. 
Varias cosas me parece que hay que tener en cuenta para el buen entendimiento del yoísmo interiorista y eremita de estas estampas reflexivas: el mirar franciscano que acabo de apuntar; la concepción clásica (actualizada por Galileo, Blake y Borges) de que un punto del universo contiene todo el universo; la ubicuidad temporal del instante infinito; la consideración de que la vida es superior a la escritura y que, por eso mismo, esta debe ser su alter ego: otra vida nacida de aquella; además de la morosidad de la fluencia y el repudio de cualquier retoricismo. 
Conceptos consabidos, bienes mostrencos, tal vez: pero no su ejecución. No todos tienen como divisa "apartar cuanto es ocioso y sobra" (p. 196) para desentrañar la estatura y pureza de las cosas -aparentemente- efímeras. El asombro de lo cotidiano, la trascendencia de lo primigenio nacen de la persecución de una frugal felicidad (véase la "Relación de hechos gratos...", p. 174) y conducen a la ascética expresiva que, paradójicamente, pone de manifiesto la carnalidad de la osamenta de los días. 
No son estas anotaciones un "vagabundeo hacia cualquier lugar" (p. 57): porque ese lugar se llama Antonio Moreno.
Alguna vez he dicho al autor que es hijo de la mesura como yo lo soy de la desmesura. Este libro lo testifica.
Y en él están, si no sus mejores poemas, sí -me lo parece- su mejor  poesía.

jueves, 16 de agosto de 2012

El poema elocuente




Pocos poemas son elocuentes. 
La mayoría son patéticos. 
Y tan peripatéticos que dan ganas de alejarse para siempre del autor.
Solo cuando el silencio es más doloroso que las palabras debe escribirse. 

Ritual del poema (Antología, XCIII)

Cui: Preludio

               
                    Ritual del poema


Primero es un rumor a un ritmo asido,
un aroma, una luz aprisionada
en la sombra, una hoguera dilatada
que asoma su fulgor desconocido.

Luego encuentra su música el sonido
en la frágil palabra revelada;
y la voz, caudalosa o mesurada,
la pluma ordena, pule y da sentido.

En la página hermosa y fatigada
alza la mano luz desde la bruma,
porfiando darle vida a cuanto nombra.

Quedan, bajo la herrumbre calcinada,
palabras sostenidas por la pluma
y sueños derribados en la sombra.


miércoles, 15 de agosto de 2012

La mirada amorosa


Nadie hay tan pobre que no pueda dar amor. Quienes se lo entregan mutuamente son los seres más ricos de la Tierra. Y si con los años son capaces de convertir su pasión en donación de recíproco sosiego, también son los más afortunados.

Fragonard

Leonardo

martes, 14 de agosto de 2012

Solo el sexo mitiga la existencia (El contrato social)


Zichy: Dibujos / Mozart: C. clarinete


                                              La panacea

            “Abrí la puerta y ella se abalanzó ante mí. Mordió los pantalones hasta hacerlos caer sobre mis pies. Sentí el pálpito de la sangre en mi sexo, que despertó como una fiera sorprendida. Su boca se convirtió en una vagina todavía más cálida y el chorro de mi semen blanquecinó sus labios púrpuras y sus ojos morenos y rodó en sus mejillas hasta hacerse afluentes de sus pechos. No sé cómo, enzarzados, nos arrastramos hasta el lecho. Las ropas desceñidas y sajadas cayeron en jirones. Mi piel frotaba, pedernal sin yesca, su piel de yesca ansiando pedernal. Yo mordí sus pezones y mi mano se adentró en la caverna del útero hasta hacerla gemir. Luego mi carne la penetró hasta chocar con su carne más íntima y oculta. Sentimos que la lava esparcía su fuego. Y, exhaustos, nos dormimos”.
            Al abrir los ojos maldijo el repetido sueño que cada noche le hacía eyacular sobre las sábanas. Otras veces soñaba con una boca inmensa que besaba y lamía sus nalgas y su pene, su ano y sus testículos, lo sorbía y tragaba hacia un placer inédito, como si un falo feroz y una vagina indómita consustanciados en una loba hermafrodita y lúbrica midiera con su lengua y atributos eróticos, gigánticos, su piel y sus entrañas hasta hacerlo eructar como un volcán airado desde la más insólita erección y la sensualidad más exaltada. Ya no lo pensó mucho. En un mundo de carne y soledad en el que ni los hombres se divierten con los hombres ni las mujeres con las otras mujeres porque la incomunicación es la única relación que queda viva, algo había que hacer para que no muriera el ser humano que aún perdura en el homínido del siglo veintiuno. Inmediatamente redactó el siguiente documento:


       1) Los abajo firmantes explicitan su deseo de mantener relaciones sexuales lo más placenteras posibles, por lo cual no se descarta, sino que se incluye, la ternura, el afecto y otras sensualidades.
     2) Los séxuges declaran bajo palabra ser recién conocidos, no odiarse ni amarse actualmente y no actuar bajo ninguna coacción, sino por mutua decisión y con el propósito de gozar de una sexualidad que les endulce la existencia o les haga olvidar los probables sinsabores de la misma. Por ello admiten respetar la intimidad del otro y no agobiar o entorpecer sus vidas cotidianas.
    3) Queda prohibido terminantemente enamorarse, salvo que el tiempo dictaminare lo contrario y el consentimiento fuese mutuo. Si el amor surgiese o, nacido en ambos, desapareciese por parte de uno solo, se establece que ambos evitarán todo tipo de sufrimiento consentido, incluso si ello supusiera la ruptura.
       4) Cada “juego amoroso” no podrá durar nunca menos de diez minutos ni más de doce horas, a fin de evitar el tedio o la muerte por desfallecimiento.
       5) En principio, se establece el encuentro erótico en una vez a la semana, precisándose el día y el momento a conveniencia de ambos séxuges.
   6) Ninguno de los contrayentes sexuales adquiere el compromiso de realizar algún acto que le disguste o le repugne, por mucho que al otro le satisfaga o lo desee. Se considera imprescindible para ello, conforme avance la relación -la libidinosidad-, el intercambio coloquial sobre las zonas erógenas, preferencias eróticas y cuanto ayude a mejorar el intercambio del placer.
   7) Ambos afirman poseer todas las partes de su organismo en buen estado, con lo que se obligan a indemnizarse con un millón de besos, coitos o sexaplejias (o algún otro tesoro) si algún miembro (oreja, pezón, pene ...) sufriese amputación por mordisco, succión o similares avatares pasionales.
         8) Ninguno de los sexuantes tendrá la osadía de sentir más de tres orgasmos por sesión, obligándose el que sobrepasase tal número a devolvérselo con creces al cumplidor de lo pactado.
        9) En caso de incumplimiento del contrato antes del tiempo establecido, el incumplidor deberá proveer, en el plazo de tres días, un sustituto con iguales o mejores facultades amoroso-lujuriosas.
       10) Este contrato mantendrá su vigencia durante tres meses y podrá ser renovado de mutuo acuerdo.
                            
                           Aquí y ahora, con lúcido albedrío:
                                                 Firmados  

                                   X                                         Y



              Inmediatamente consideró que bastarían diez copias, por lo pronto, y se lanzó a la calle cuando la noche empezaba su feria. Entró en un lugar céntrico como otras tantas veces: mesas llenas de desconocidos que fingían conocerse, la sonrisa en la boca, el cigarro en los labios, la ginebra en la mano, la soledad fulgente. Se aproximó a la barra y oteó el horizonte. Rostros demasiado vecinos de otros días, miradas consteladas de las mismas pasiones escondidas, la escasa luz como antifaz, el ruido del silencio murmulloso para evitar que se oyese la mudez del espíritu. Y cambió de lugar.
               Entró en un modesto síndol confortable, iluminado a medias, la música agradable, cada cual repartiendo su soledad consigo mismo, sin disfraces de falsas compañías. Unos ojos levantaron su inmensa llamarada desde una mesa próxima y sintió que allá voy. Se sentó, ¿no te importa?, yo también estoy solo, en cuanto te incomode me lo dices y me voy. Hablaron y fumaron y en seguida intimaron en el tema que allí les empujaba, y se confidenciaron: la soledad no es mala si la compañía de los otros es peor, por eso estoy aquí. Él le contó su sueño repetido, y ella dijo que al levantarse recordaba cómo un hombre agresivo y amoroso la acosaba de noche como una violación que ella buscaba, que le mordía los senos, que empujaba su glande hasta su intimidad, que bañaba su cuerpo con su sangre sexual. Que luego despertaba del todo y maldecía del mundo porque la libertad impedía hacer libre ese reducto que todo ser posee y es incomunicable. Tienes razón, le dijo, todos nos quieren poseer y ni siquiera saben poseerse, que significa tomar de los demás lo que pretendan darte y darles cuanto seas capaz y te lo admitan. A los pocos minutos de empatía sacó una copia del contrato y lo leyó con voz suave para que no sonara abrupto. Ella lo tomó y lo leyó despacio, musitando los labios como sorbiendo un falo. Una mirada unió los ojos separados por la mesa. Desenvainó una estilográfica y la puso en su mano. Y luego firmó ella.
           (Salieron y se sintió poseso de algo muy parecido a la felicidad. De repente giró y miró hacia atrás: ¿Tal vez aquellos rostros yacían allí tras haber intentado una esperanza semejante a la suya y se vería a sí mismo muy pronto desahuciado, como un horizonte que otea otro horizonte interminablemente inacabable?).


lunes, 13 de agosto de 2012

El infierno está dentro de nosotros



De niño tenía que asistir a misa diariamente en el colegio. Como el único libro que podía llevar a la iglesia sin tener que esconderlo era uno que contenía los evangelios en páginas pequeñas y delgadas, los días que no conseguía escabullirme por pasillos y escaleras lo leía como única evasión de aquel ritual del “ite missa est”. Así que a los once o doce años conocía bien las aventuras de un singular buen hombre que se llamaba Don Jesucristo de Palestina -caballero verdaderamente andante y más quijote que el que luego conocería-. Por eso me admiraba que los curas y seglares del colegio se comportasen no solo con desconocimiento de la bondad de aquel crucificado, sino como si pretendiesen emular a los fariseos que asediaban al hombre de la cruz, pues escogían el castigo y el odio como prédica, y la humillación del cuerpo como medicina para el alma.

Pasados muchos años, no me extrañó encontrarme con algunos compañeros de aquel tiempo cuya mente esperpéntica denotaba la lucha entre la represión y la ansiedad: aquellos profesores sacerdoteados habían transformado en padres de su propio infierno a quienes quisieron convertir en hijos del cielo. 

Ensor: La hipocresía

domingo, 12 de agosto de 2012

Cómo romper las relaciones ...

¿Por qué nos empeñamos en hablar de lo que nos separa en vez de lo que nos une?
¿Y por qué disputar en vez de conversar?



sábado, 11 de agosto de 2012

Un poema de José Luis Campal (Antología, XC)

Purcell: Obertura Dido y Eneas


XXXIX

Nos puede, y dejamos que se imponga,
una torrentera de abrazos
surfeando los apetitos inabarcables
del presente que no cesa.
Cuando las bocas galopan infatigables
esas playas de oro
que nos acarician bajo las estrellas,
nos deleitamos en los pliegues de la memoria
hecha certeza y consumación.


XL

De nuestros cuerpos vaciándose
recordamos cada mañana
los ardientes cánticos
que fulgían en las miradas
como hierba recién cortada,
embriagando las confidencias,
envolviéndonos en locos deseos
más parecidos que nada
a la vida por la que suspiramos
en los años de extravío.

© José Luis Campal
(del poemario inédito Aurora de fulgor)

Dido y Eneas