Boccherini: Minuetto
Siempre he sido un lector errabundo. Me parece que lo que leo en una página ya lo he leído en otra que también leí hace tiempo. Necesito una docena de títulos a mi alcance para, cuando me canso de uno, pasar a otro en busca de lo distinto, lo desconocido, lo descubridor de mí mismo y la existencia.
Eso es lo único bueno que tiene el libro electrónico: que permite llevar varios miles de libros en una biblioteca de apenas unos centímetros y saltar por sus estantes como un simio que, además, encuentra los títulos a los que regresa abiertos por la misma página en la que los dejó.
Pero donde haya una tecnología gutemberguiana que no acudan las demás. El libro impreso es como un cuerpo que te espera: y no hay cósmico o místico orgasmo semejante al que te produce aquel que abres y sabe decirte lo que necesitas oír mientras lo penetras hasta el corazón. Hechos de carne estamos, de materia muriente. Por eso el tacto amable nos permite, más que ningún otro sentido, considerarnos vivos.
Jean Francoise de Troy: Mujer leyendo