Strawinski: Apolo y las musas
Hay quienes se contentan con sobrevivir, en vez
de vivir plenamente. Mal que me pese, reconozco ahora que para esto último es
preciso aprender a convivir. Como lobo solitario, sé que hay pocos paraísos
semejantes a los de la soledad buscada. Pero esta es aún más gozosa cuando es
posible salir y volver a ella antes y después de gozar también de serena
compañía. Siempre he viajado desde mi isla hasta otras tratando de no naufragar
ni provocar naufragios. Cuando se consigue ser isla y continente, y el istmo es
navegable, la tierra y el océano son nuestros.
Digamos, por
ejemplo, que una mujer llamada Carmen se obstina en que ya es muy tarde para
cambiar -cosa que se decía igualmente cuando aún era temprano-. Ella quiere ser
aceptada tal como es, con sus virtudes y defectos; como casi todos. Olvida que
cuando el individuo entra en sociedad -o en pareja- cambian sus derechos y
deberes y debe asumir los del grupo. No se da cuenta de que cada uno somos como
nos han hecho, y que debemos ser nosotros quienes nos hagamos cuando nos
concienciemos de que solo aprendemos cometiendo errores que querían ser
aciertos. Que debemos ser sujetos de nuestra identidad: puliendo nuestras
virtudes y eliminando los presuntos defectos.
Pero toda autocrítica es
dolorosa, y querer cambiar implica reconocer que hemos vivido equivocados, o
con un criterio inasumible por los otros, el otro. Preferimos no reconocer
errores -aunque eso nos obligue a seguir sufriendo rechazos- a mejorarnos
-cambio que nos permitiría ser aceptados-. No somos culpables de que nos hayan
hecho como somos –genes, familia, educación, compañías…-; pero somos
responsables de no querer rectificarnos. Nadie quiere soportar al otro; sin
embargo casi todos exigimos que nos soporten.
Carmen -y
Pedro, Isabel, Juan…- cree que la alegría, o la felicidad, es algo que algunos
reyes magos dan gratuitamente y que es el mundo el que debe cambiar para ella
-ellos-. La verdad es que somos nosotros quienes, con esfuerzo, paciencia y
ahínco, debemos conquistar y cuidar una parcela amable del mundo, cada día. El
método es un sabio y bienintencionado do ut des: sin traicionarnos, alojar un nosotros en el yo. Ni
ceder ante la muchedumbre ni encarcelarnos en nuestros autismos.
Si no, mejor es
retirarnos a la isla de la que hablaba al principio. Aunque tampoco sabremos
vivir allí si no admitimos nuestras limitaciones.