¿Quién no ha sentido que es injusto un mundo en el que nacemos con ansias de vivir y morimos a pesar del instinto de supervivencia? ¿Y que el Artífice de ese mundo parece no amar a sus criaturas puesto que las somete al sufrimiento de saberse agónicos mortales? Sea un Primer Motor Inmóvil, un Big Bang del Universo o un Dios religioso, Esa Inteligencia Todopoderosa podía evitar tal sufrimiento, y no lo hizo.
Esa es la gran tragedia de la Humanidad: saberse, a lo largo de la Historia, creada por un creador que abandona su creación al sinsentido de una existencia que en nada se parece al "mejor de los mundos posibles", como Leibnizdecía que era este mundo -y que halló su descreimiento en el "Cándido" de Voltaire-.
Pues bien: ya en la propia Biblia consta esa impiedad y acusación: el paciente Job pierde la paciencia y le pide explicaciones a su Dios: a ver cómo le justifica que siendo Job el mejor hombre entre los hombres sea torturado con las peores desgracias.
Claro: ni Dios, por muy Jehová que fuese, tiene respuesta para tal diablura. Al contrario: como Verdugo, espera seguir siendo amado por Job -por cada hombre- como si se tratase de un simple síndrome de Estocolmo.
Tristemente, que este sea el mejor de los mundos posibles significa que cualquier otro sería peor, lo cual constataría la ley de Murphy, la de que "si algo puede empeorar, empeorará".
En fin: no es raro que existan mil elegías por cada himno.
Tras mucho pasar por aquellas, yo he querido contribuir a estos: a ver si mi existencia se contagia de mi pluma. Pero no: la vida no tiene sentido.
¿O le damos sentido entre todos, luchando todos por todos?
Antonio Gracia escribe sobre la fascinación de «saber que estamos hechos de materia estelar, de estrellas y de simios, de pájaros y flores; que las infinitas partículas viajeras por el firmamento y yacentes en la piedra se conciliaron para configurarnos y bullen girando en nuestra carne, y que la música del cosmos dejó su ritmo en nuestra sangre, que llevamos un trovador íntimo que conmueve nuestras emociones y canta mediante el arte y la naturaleza».
El impulso humanitario nos lleva a acercarnos al débil y al enfermo, a solidarizarnos físicamente, a abrazarlo y consolarlo. Contra esa ley sicológica e instintiva se levanta estos días el peor de los virus: el de parecer que no amamos al prójimo; el masivo contagio nos aleja de conocidos, amigos, familiares, de todos aquellos cuantos amamos sin iglesias ni credos; lo cual nos convierte sin querer -aparentemente- en lo que más tememos y detestamos: egoístas, ególatras, misántropos; parece este un virus diseñado para crear la insolidaridad y hacer real el homo homini lupus.
Pero no ocurrirá: mientras nuestros corazones sean los del homofrater.
Es fácil estos días recordar y comprender a través del "Romance del prisionero" a todos cuantos se ven privados de la libertad, que es, según Don Quijote, el más preciado de los dones... El prisionero, como cada uno de nosotros, ve posarse en su ventana la luz que no puede llevarle la libertad que anhela.
"Este mundo de cadenas me es ajeno"... dice MiguelHernández. Se refiere a que nadie puede robarle la libertad interior. Pero el autoencarcelamiento previsorio de estos días es real y pegado a la piel, no metafísico.
Tal vez el lector se olvide de su propio encarcelamiento leyendo "El misterio del cuarto amarillo", la novela de GastonLeroux en la que el detective Rouletabille, paralelo a Dupin y Sherlock Holmes, resuelve el misterio: cómo se logra salir de una habitación de la que -aparentemente- no se puede salir.
Se extinguieron los dinosaurios. Hace 65 millones de años. Un aerolito los calcinó al calcinar la Tierra. Cosas del progreso alienígena o la evolución cósmica. O sea: consecuencias del Big Bang que engendraron la vida y la muerte. Dícese, como un rumor sin fuente, que todo cuanto ocurre en estos días se debe a los experimentos de laboratorios químicos en busca de armas y poderes obtusos.
Hoy el progreso descontrolado -en el que se ofrecen al mercado cotidiano cosas cuyas consecuencias no se han previsto- nos trae los Virusaurios, minúsculos gigantes de la destrucción. No acabarán con el hombre; pero lo hieren; y seríamos insensatos si su amenaza nos nos llamase a la solidaridad con nosotros mismos y a prever que la búsqueda de nuestro bienestar conlleva malestares difíciles de erradicar.
No se debe alterar la Naturaleza, ni añadirle descubrimientos, ni mutilarla, sin prevenir sus consecuencias. No es tampoco cosa de (Unamuno:) "que inventen ellos". Pero inventemos priorizando: primero el bienestar síquico y biológico del hombre; luego el mejoramiento de sus circunstancias. Primero saber dónde va a caer una piedra, y sus efectos. Nada de elementos boumerang. Hay que poner el progreso al servicio del hombre, no este al servicio de aquel. Lo demás es crear un estado distópico en el que importa más el medio de comunicación que el lugar al que se pretende llegar y, poco o nada, el viajero.
Se ha sustituido el Estado de Bienestar Íntimo por el estado de Corfort Universal. Y eso es apresar el espíritu en una cáscara de nuez náufraga de las inclemencias.
Saber vivir no es más que saber cambiar de vida: de modos de sentir, de formas de pensar, de maneras de actuar. Aprender a mirar de otra manera. Y en los aparentes desiertos de las páginas de un libro se encuentran los paisajes más hermosos del planeta. Y oasis como inmensos océanos de agua pura para las mentes confundidas. Se necesitan exorcismos que nos devuelvan la naturalidad de la alegría, la conciencia limpia y responsable para gozar los frutos de la existencia, sin que ningún Pepito Grillo nos persiga. Necesitamos restituir como principio de identidad la espontánea bondad y generosidad del corazón humano: sustituir la conciencia del miedo a vivir por la alegría de vivir a pesar de las incertidumbres de la vida. Nuestras personalidades se van formando por la repetición de actos cotidianos constituidos en hábitos. Y qué mejor terapia que acostumbrar los ojos -que son los inversores más activos de la cuenta corriente de nuestra autoestima- a unas palabras jubilosas sobre la verdad de la existencia, a unas páginas recordatorias de los dones del vivir, mientras la sombra de un árbol o la luz de una lámpara nos preserva de los rigores del tiempo. Qué alegría para los sicoterapeutas: contemplar sus consultas vacías porque unos hombres extraordinarios escribieron unas cuantas palabras que constituyen la mejor medicina para los melancólicos.
Muchos libros hay, afortunadamente, que son médicos inmejorables porque alientan y enseñan a mirar de otra manera. Nos hablan esos libros de la extensión innumerable del corazón humano, de la profundidad del amor, de la solidaridad universal, de la búsqueda de un paraíso en este mundo, de la conquista de la felicidad no como un cielo extraterrestre sino como una tierra pisada, amada y sufrida por los hombres. Son obras nacidas a pesar de esa consigna del dolor, y sus autores la vencieron y la sustituyeron por la templanza y por el gozo; si no, serían probablemente euforias gratuitas. Muestran el crecimiento que hay desde la desolación más absoluta al entendimiento honorable del mundo y a una manera de sentir la vida alentada por el positivismo, el júbilo y la juvenilidad: el verdadero sursum corda. Ese paso de un existencialismo derrotista a una exaltación de la existencia es el legado de esos hombres para el hombre actual. Porque no importa de dónde venimos, ni si llegamos cargados de cadenas; lo importante es que deseemos quitárnoslas para construir nuestra propia libertad; porque nuestra vida no está en el pasado, sino en el porvenir. Y este también se construye con hábitos. Por ejemplo, los de convivir diariamente con armoniosas reflexiones ajenas hechas nuestras. Abra el lector -para empezar, y por ejemplo- el “Canto a mí mismo” de WaltWhitman, o las “Alturas de Macchu Picchu”, de Neruda, y sentirá que recupera un mundo que le robaron hace tiempo.
Luis de León sufrió cinco años de prisiones. Cervantes, otros cinco. Quevedo, también cinco. Miguel Hernández, tres. Boecio, Condorcet, Dostoiewski, Juana de Arco... Cientos, miles de hombres y mujeres semejantes a nosotros. A oscuras, sin comida, entre cuatro "paredes albicantes".
¿Y no resistiremos nosotros con supermercados, televisión, libros, teléfono... siquiera un mes? ¿Qué pensarían de nosotros cuantos sufrieron las cárceles de los nazis?
Tal vez, sacando del mal algún pequeño bien, debamos aprovechar estas penurias para aprender que somos unos privilegiados en este mundo actual tan confortable y acechado por peligros inesperados, que somos más fuertes de lo que creemos, que estamos rodeados de personas y no muebles, que esas personas son tan humanas que pasan desapercibidas, que se lanzan a ayudarnos porque lo llevan en los genes, que los otros somos también nosotros, que el egoísmo solo es la solidaridad del mequetrefe...
Leer es escribir en nuestra mente el pensamiento de otros. Cada autor es un mundo; cuantos más conocemos más mundos poseemos. Al final nuestro mundo es tan grande como la Humanidad.
Con una prosa libre de retóricas y limpia como un agua bulliciosa, a modo de cicerone de turistas paisajísticos y literarios, Miguel Ruiz conduce al lector por las distintas estancias -territoriales, personales, versales, ...- que conformaron la figura y lugar de Campoamor, de modo que sus palabras se convierten en los ojos del visitante de aquellas tierras y escritos. Porque no pretende el relator de su aventura exaltar la obra del poeta, cuya escasa entidad literaria y ninguna vigencia lírica reconoce, sino pintarnos un cuadro en el que confluyen geografías, caserones sin libros y con muchos fantasmas, perfumes de poemas marchitos, oratoria y política. Y sin embargo, toda esa mezcolanza de leves perspectivas se lee con la fluidez con que se mira una estatua dividida con naturalidad por los diversos flaxes fotográficos que recomponen su verdadera imagen. No búsquese en este libro una hagiografía desponderada del hirsuto poeta -que la hay, ponderada y no áspera-; por el contrario: se encontrará un escorzo comprensivo de un hombre con proyección social -o, acaso, la bonhomía de quien lo ha mirado y graba su estampa con su pluma-.
Lo mejor: la relación del viaje pesquisidor de los rescoldos campoamorinos, la odisea buscona del solar, la descripción del placer de la búsqueda, la anticipación del hallazgo de la leyenda ... todo aquello en lo que el glosador inmiscuye su personalidad en su tarea. De "una ruta literaria alrededor de nuestro escritor" califica el autor su libro. Y, en realidad, a pesar de la erudición aportada, o porque esta rehúye la frialdad expositiva, esta mirada del visitante estudioso resulta más poética que la poesía del ex-simio estudiado. Tanto que, en este caso, poner tan ágil pluma al servicio de tal verbo o prepucio dolórico recuerda inevitablemente la sentencia del MíoCid: "Oh Dios, qué buen vasallo, si hubiese buen señor". Cuesta creer que en el camino hacia la dicción directa e íntima (el "escribo como hablo" de Valdés) Campoamor se alejase tanto de Bécquer, confundiendo sentimiento con sentimentaloidismo, y, siendo tan popular como Lope, hablase tan en necio al vulgo -y no por darle gusto-.
En fin: el autor, tal vez consciente de la estolidez de las "doloras", "humoradas" y demás prosisómanos poemas, dedica finalmente algunos apartados a resumir varios textos, glosarlos, jerigonzarlos o, socarrón él -quiero creer-, a darse ocasión de mostrar, al mostrarlos, la automoribundez y sinalefa mental del magno prócer.
La soledad no existe mientras exista el libro. Leer es estar acompañado de los mejores que en el mundo han sido. Por ejemplo, Poe. Y si se quiere descansar la vista, una dramatización para escuchar.
- Si has aprendido todo cuanto has podido aprender, incluso de tus errores...
- Si has construido en vez de destruir...
- Si tienes en cuenta a los demás en lo que valen por sí mismos y no por lo que puedas conseguir de ellos... - Si cuando no aciertas eres capaz de decirte "me he equivocado" y seguir luchando para acertar... - Si sabes vivir contigo mismo pero no te consideras autosuficiente sino solidario... - Si sabes amar aunque no te amen... - Si no sabes traicionar... - Si tu fidelidad a tus convicciones te lleva al sufrimiento de la incomprensión de los otros, pero continúas sin querer rendirte... Confía en ti mismo.
- Si prefieres decirle tu verdadera opinión a tus amigos aunque los pierdas por no halagarlos... - Si cuando has oído las razones de los demás crees que ninguna destruye la tuya y te mantienes firme... - Si te quedas solo porque los demás prefieren la compañía de la muchedumbre alienatoria... - Si desconoces la adulación... - Si cada día te levantas con el ánimo indomable de hacer lo correcto... - Si das porque lo necesitas y no para que te den... - Si siembras para que recojan y no para recoger... - Si luchas por quienes te importan y por los que no te importan... - Si crees en la verdad y en la justicia pero no impones tu forma de entenderlas... - Si te duele vivir pero sigues viviendo... Confía en ti mismo. Nadie podrá contigo.
De pronto sientes que todo se tambalea a tu alrededor. Es como si mirases desde un suelo que trastabillara. Parece que un seísmo íntimo te sacude y descontrola. No eres dueño de ti, sino un esclavo de sensaciones llegadas de no se sabe dónde. Es un ataque de pánico, y su causa es de ayer, de hoy o de hace décadas. Te acaban de decir que estás enfermo; o es simplemente la tormenta de un recuerdo mal digerido; o un virus heridor que viene a herirte. Algo amenaza tu existencia y tu instinto de supervivencia te da un grito de alarma. El cerebro, en su extraña probeta, se ha inyectado a sí mismo una sustancia difícil de asimilar; no todos nacemos con un ADN armonioso, ni sabemos armonizar los traumas de la infancia o los espantos del presente.
Esos aerolitos invisibles son las ideas irracionales, que, como invisibles cuervos, atacan y extenúan tu armonía.
Te agobian sus relámpagos, te asfixian. Pero deja que pase su aquelarre: si te espanta y te anula su temor, solo añadirás mayor dolor, prolongarás su tiempo.
No luches contra esos cuervos, déjalos que se agoten en su ataque: cuando se cansen los habrás vencido: solo entonces. Mientras tanto soporta su agresión, respira alguna rosa que riegues en tu mente.
Al final, tu serena quietud te hará prever que el próximo ataque ya no es más que un ataque; y podrás defenterte simplemente ignorándolo, porque lo que ha de suceder sucederá, y mejor sin aspavientos. Piensa en Heiligenstadt.
Si yo fuera un personaje de Bocaccio aprovecharía estos días para decameroniarme en algún lugar silente y sosegado, lejos de toda furia y del virus mundano.
Hace mucho que pedí a los Reyes Políticos que me regalasen un helicóptero y una isla robinsónica: para huir de aquesta sociedad de la que, sin querer, formo parte. Pero nuestros héroes están tan enzarzados en economías y seudopolíticas que prefieren culpar de sus errores a los virus de toda índole (el de la corrupción, el de la inepcia, el de este y el de aquel...), siendo así que -homo homini lupus- solo el hombre es un virus adrede. Y eso nos llevará del locus amoenus del Decamerón al locus horribilis de Soyleyenda, la novela de Matheson en la que lentamente la humanidad se reduce a un solo hombre, puesto que los demás son antihumanos hijos de la vampiriasis. Y de este modo, en vez de tropezarnos con la enternecedora y lúbrica Alibech nos encontronazaremos con Vincent Price, el protagonista de El último hombre sobre la Tierra, que es como se titula la versión cinematográfica -1964- de esta novela (luego CharltonHeston protagonizaría el mismo personaje en El último hombre vivo, de 1971. -Húyase de la versión de 2007). Ya que el ciudadano debe aislarse, hágalo, por ejemplo, viendose a sí mismo a través de esta distopía, en la que el individuo es devorado por la muchedumbre:
Este árbol, esta sombra y estos libros
que me procuran placidez y calma
no están hechos para morir; nacieron
al margen de los días para darle
un rostro amable al mundo.
Una hoja ha caído y me reclama
con su fugaz delicia: la contemplo
y el universo me contempla en ella.
Siento desordenadamente
correr el tiempo frágil, que este instante
no será, otra vez, mío. ………………………………..Cede el alba
su luz, y la mañana se apresura
hacia el ocaso.
Como un escalofrío, la tristeza
deja en mis ojos su melancolía.
Yo quisiera olvidar tanto dolor,
morir para matar
este desasosiego: ………………………..y de repente,
rebelde y luminoso,
como si despertase de un gran sueño,
mi corazón se abraza a la existencia,
toco las cosas, vivo.
COMO SI FUERA UN ÉXTASIS
Agoniza la tarde, dulcemente
abrasada en los fuegos del crepúsculo.
Se detienen los pájaros,
y las criaturas buscan en el sueño
la comprensión de su existir, la dicha
de conocer el gran secreto, el rostro
que se oculta detrás del nombre Dios.
Me seducen las sombras: veo en ellas
el cincel de la luz,
la transfiguración de la desdicha.
Entra en mi corazón un rayo oscuro
y todo halla unidad, correspondencia.
En medio de la noche, bajo el claro
fulgor del firmamento,
un enjambre de estrellas me persigue.
AZIMUT
Es ese instante del día
o de la noche en que todo
se desprende de sí mismo
y la esencia de las cosas
se transfigura en perfume,
tacto, color y sabor,
la música del origen,
rostro, al fin, del gran secreto.
La estrella es aroma; el árbol
alza su luz; las espigas
dibujan sus pentagramas
en el viento; todo es paz.
Divisa el alma el clamor
de la plenitud, abraza
la fugacidad queriendo
retenerla: y cristaliza
la dulce contemplación,
útero y tumba en la noche,
bajo la luz del misterio.
LA EPOPEYA INTERIOR
De tanto seducir el sol los ojos
la luz los enamora.
La oquedad de la mente se ilumina
buscando lasitud en los sentidos.
Hay un sitial sin límites clamando
fronteras eternales, claridad.
La dulce algarabía
suena abisal como un torrente leve,
y la voz escandida
grita hacia adentro su canción:
el cielo
estalla azul sobre los mares,
las antorchas
irradian mansedumbre,
la tristeza
transustancia sus lágrimas,
los pájaros
invaden el instante,
la existencia
se llena de quietud.
POTESTAD
Grita el viento. La noche queda fuera.
Como un notario, apunto las cosas que poseo:
el mar y las estrellas, el horizonte alado
donde el pájaro ondea dibujos invisibles,
la montaña y el bosque,
los libros, las fragancias, el otoño,
la música y el sol,
las palabras azules que transforman el mundo,
la lluvia y su arabesco solitario,
mucha melancolía y un poco de esperanza,
espejos que repiten los anhelos.
La noche queda fuera, o nace en mí.
Anoto algunas cosas como argumento mágico
de que la soledad no existe.
POR UNA ELEVADA SENDA
Si yo supiera decir
cuanto, sin palabras, dice
mi corazón a las cosas,
al mar y al viento, a la lumbre
de los íntimos sentidos
que me escuchan y responden
como la piedra a la piedra
y el agua al agua, o la luz
al puro ensimismamiento,
mis labios pronunciarían
los secretos y vislumbres
que el alma guarda en la sombra
desde el principio del tiempo
y que tan solo conocen
la flor, el pájaro, el alba,
esos instantes ocultos
como dones misteriosos
en los que se transfigura
el anhelo en realidad,
la claridad en pureza.
Entonces, la clara bruma
del presagio estallaría
como una revelación
en la estancia donde habita
mi ser esperando ser
inmensidad, transparencia.
Y con los ojos cerrados
abiertos hacia la luz,
contemplaría los fuegos
y los glaciares que agitan
el espíritu y lo elevan
allí donde la pluma se detiene.
HACIA EL ORIGEN
Todo está lleno de luz.
El alma bebe en la sombra
manantiales de sosiego,
y se ve a sí misma, clara
efigie de la verdad.
No sé cómo, la pureza
del agua todo lo envuelve
de transparencias. El cuerpo
se diluye. Todo cuanto
era oscuro es claridad.
Descienden, yo no sé cómo,
los cielos hasta mi frente,
y enigmas, esfinges, dudas
desvanecen sus secretos
no sé cómo, se revelan
como un misterio que alumbra
la eternidad: el instante.
El aire estalla en fulgores
y una gélida fragancia
vesperal invade el mundo
de repente, no sé cómo,
mientras la noche ilumina
los ojos, el corazón.
Todo se llena de estrellas
y renace, no sé cómo,
la infancia: la luz perpetua.
INDICIOS EN LA NOCHE
Cuando la noche cae
sobre los corazones
y la ciudad se duerme
en una extraña calma,
siento que el infinito
se derrama en silencio
por calles y veredas,
y los árboles arden
en solitarios éxtasis;
el fuego de la noche
brilla entre las tinieblas
como un cíclope airado
que de pronto encontrase
la paz en sus cenizas;
bajo el himno del cosmos
la claridad inunda
las almas, y las cosas
transfiguran su efigie
hasta encontrar el rostro
de la diafanidad;
el tiempo se detiene
igual que un arcoíris
coronando las sombras
fulgentes; vuela un pájaro
de luz y entra en los ojos
una clarividencia
que vence los misterios.
Así penetra el alma
en la revelación
y cuanto ve conoce
su nombre y su figura
porque el mundo regresa
al alba, al primer día
de la creación.
LA PLENITUD
Por las mañanas, miro el horizonte
nebuloso. Ya el sol
no amanece como antes.
Con sigilosos pasos, una sombra
brillante se me acerca, y es la muerte
que viene a recordarme que mi vida
se despide de mí y me deja solo
frente al umbral.
Me digo entonces que las noches son
presagios y recuerdos
de esa región dormida a la que llego
dolorido y cansado.
Cuántos, antes que yo, miraron tristes
la bruma luminosa
y observaron su horror o su esperanza.
El viento aún guarda aullidos
y plegarias inútiles.
Yo me siento a la orilla de la tarde,
cercano a alguna fuente,
y procuro callar y sonreír
como si fuera a hablar, por fin, conmigo.
DEL ETERNO RETORNO
Cuando llegue el momento en que todo regresa
desde los territorios de la infancia
y la vida parece que va a empezar de nuevo,
abre los ojos, mira
que hiciste lo correcto y que el error
no está en equivocarnos al buscar la verdad,
sino en creer que un día pudimos haber hecho
lo que haría el que somos, ese desconocido
que vamos descubriendo cuanto más se nos muere.
Abre los ojos, mira
que la verdad consiste en aceptar
que vivir es morir en cada instante
en el que renacemos para ser
muerte y resurrección, metamorfosis
definitiva hacia la claridad.
Y que la Muerte solo es otra puerta
en la que abandonamos los recuerdos
para entrar, transparentes, en nosotros.
VISIÓN DEL OTRO LADO
La carne llama a la carne,
y de la carne se engendra
el espíritu, otra carne
transparente, hermosa, clara,
pero carne al fin, materia
indestructible, pulsión
y espasmo de la conciencia.
Bulle en la carne el sonido
de la piedra, el mar, la luz,
como si reverberase
el himno del universo
y sometiese a cadencias
melodiosas el fulgor
de la música escondida
en los anhelos. La lumbre
agazapada en la sombra
de los sentidos eleva
su armonía sideral
y se asoma por los ojos
hasta las cosas, que fulgen
como transfiguraciones
en la claridad del día.
Los cuerpos pierden su forma
y transparentan sus almas.
Todo se alumbra y convierte
en diafanidad. El ser
no tiene contornos, fluye
inmerso en los otros seres,
es río y mar, manantial.
Las palabras abandonan
su decir; ya no hay palabras:
tan sólo conocimiento.
Qué claro prodigio, el ansia
de trascender la materia,
y qué remoto el dolor
de sentirse atado al hueso.
Todos los cuerpos son almas
en peregrinar constante
hacia la clarividencia.
Antonio Gracia es autor de La estatura del ansia (1975), Palimpsesto(1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (
1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario(2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de Homero, La condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obra, Ensayos literarios, Apuntes sobre el amor, Miguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo y La construcción del poema. Mantiene el blog Mientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de un portal en Cervantes Virtual.
La voluntad hímnica
HACIA LA LUZ
que me procuran placidez y calma
no están hechos para morir; nacieron
al margen de los días para darle
un rostro amable al mundo.
Una hoja ha caído y me reclama
con su fugaz delicia: la contemplo
y el universo me contempla en ella.
Siento desordenadamente
correr el tiempo frágil, que este instante
no será, otra vez, mío.
………………………………..Cede el alba
su luz, y la mañana se apresura
hacia el ocaso.
deja en mis ojos su melancolía.
Yo quisiera olvidar tanto dolor,
morir para matar
este desasosiego:
………………………..y de repente,
rebelde y luminoso,
como si despertase de un gran sueño,
mi corazón se abraza a la existencia,
toco las cosas, vivo.
COMO SI FUERA UN ÉXTASIS
abrasada en los fuegos del crepúsculo.
Se detienen los pájaros,
y las criaturas buscan en el sueño
la comprensión de su existir, la dicha
de conocer el gran secreto, el rostro
que se oculta detrás del nombre Dios.
el cincel de la luz,
la transfiguración de la desdicha.
y todo halla unidad, correspondencia.
fulgor del firmamento,
un enjambre de estrellas me persigue.
AZIMUT
o de la noche en que todo
se desprende de sí mismo
y la esencia de las cosas
se transfigura en perfume,
tacto, color y sabor,
la música del origen,
rostro, al fin, del gran secreto.
La estrella es aroma; el árbol
alza su luz; las espigas
dibujan sus pentagramas
en el viento; todo es paz.
Divisa el alma el clamor
de la plenitud, abraza
la fugacidad queriendo
retenerla: y cristaliza
la dulce contemplación,
útero y tumba en la noche,
bajo la luz del misterio.
LA EPOPEYA INTERIOR
la luz los enamora.
La oquedad de la mente se ilumina
buscando lasitud en los sentidos.
Hay un sitial sin límites clamando
fronteras eternales, claridad.
La dulce algarabía
suena abisal como un torrente leve,
y la voz escandida
grita hacia adentro su canción:
el cielo
estalla azul sobre los mares,
las antorchas
irradian mansedumbre,
la tristeza
transustancia sus lágrimas,
los pájaros
invaden el instante,
la existencia
se llena de quietud.
POTESTAD
Como un notario, apunto las cosas que poseo:
el mar y las estrellas, el horizonte alado
donde el pájaro ondea dibujos invisibles,
la montaña y el bosque,
los libros, las fragancias, el otoño,
la música y el sol,
las palabras azules que transforman el mundo,
la lluvia y su arabesco solitario,
mucha melancolía y un poco de esperanza,
espejos que repiten los anhelos.
La noche queda fuera, o nace en mí.
de que la soledad no existe.
POR UNA ELEVADA SENDA
cuanto, sin palabras, dice
mi corazón a las cosas,
al mar y al viento, a la lumbre
de los íntimos sentidos
que me escuchan y responden
como la piedra a la piedra
y el agua al agua, o la luz
al puro ensimismamiento,
mis labios pronunciarían
los secretos y vislumbres
que el alma guarda en la sombra
desde el principio del tiempo
y que tan solo conocen
la flor, el pájaro, el alba,
esos instantes ocultos
como dones misteriosos
en los que se transfigura
el anhelo en realidad,
la claridad en pureza.
Entonces, la clara bruma
del presagio estallaría
como una revelación
en la estancia donde habita
mi ser esperando ser
inmensidad, transparencia.
Y con los ojos cerrados
abiertos hacia la luz,
contemplaría los fuegos
y los glaciares que agitan
el espíritu y lo elevan
allí donde la pluma se detiene.
HACIA EL ORIGEN
El alma bebe en la sombra
manantiales de sosiego,
y se ve a sí misma, clara
efigie de la verdad.
No sé cómo, la pureza
del agua todo lo envuelve
de transparencias. El cuerpo
se diluye. Todo cuanto
era oscuro es claridad.
Descienden, yo no sé cómo,
los cielos hasta mi frente,
y enigmas, esfinges, dudas
desvanecen sus secretos
no sé cómo, se revelan
como un misterio que alumbra
la eternidad: el instante.
El aire estalla en fulgores
y una gélida fragancia
vesperal invade el mundo
de repente, no sé cómo,
mientras la noche ilumina
los ojos, el corazón.
Todo se llena de estrellas
y renace, no sé cómo,
la infancia: la luz perpetua.
INDICIOS EN LA NOCHE
sobre los corazones
y la ciudad se duerme
en una extraña calma,
siento que el infinito
se derrama en silencio
por calles y veredas,
y los árboles arden
en solitarios éxtasis;
el fuego de la noche
brilla entre las tinieblas
como un cíclope airado
que de pronto encontrase
la paz en sus cenizas;
bajo el himno del cosmos
la claridad inunda
las almas, y las cosas
transfiguran su efigie
hasta encontrar el rostro
de la diafanidad;
el tiempo se detiene
igual que un arcoíris
coronando las sombras
fulgentes; vuela un pájaro
de luz y entra en los ojos
una clarividencia
que vence los misterios.
Así penetra el alma
en la revelación
y cuanto ve conoce
su nombre y su figura
porque el mundo regresa
al alba, al primer día
de la creación.
LA PLENITUD
nebuloso. Ya el sol
no amanece como antes.
Con sigilosos pasos, una sombra
brillante se me acerca, y es la muerte
que viene a recordarme que mi vida
se despide de mí y me deja solo
frente al umbral.
Me digo entonces que las noches son
presagios y recuerdos
de esa región dormida a la que llego
dolorido y cansado.
Cuántos, antes que yo, miraron tristes
la bruma luminosa
y observaron su horror o su esperanza.
El viento aún guarda aullidos
y plegarias inútiles.
Yo me siento a la orilla de la tarde,
cercano a alguna fuente,
y procuro callar y sonreír
como si fuera a hablar, por fin, conmigo.
DEL ETERNO RETORNO
desde los territorios de la infancia
y la vida parece que va a empezar de nuevo,
abre los ojos, mira
que hiciste lo correcto y que el error
no está en equivocarnos al buscar la verdad,
sino en creer que un día pudimos haber hecho
lo que haría el que somos, ese desconocido
que vamos descubriendo cuanto más se nos muere.
Abre los ojos, mira
que la verdad consiste en aceptar
que vivir es morir en cada instante
en el que renacemos para ser
muerte y resurrección, metamorfosis
definitiva hacia la claridad.
Y que la Muerte solo es otra puerta
en la que abandonamos los recuerdos
para entrar, transparentes, en nosotros.
VISIÓN DEL OTRO LADO
y de la carne se engendra
el espíritu, otra carne
transparente, hermosa, clara,
pero carne al fin, materia
indestructible, pulsión
y espasmo de la conciencia.
de la piedra, el mar, la luz,
como si reverberase
el himno del universo
y sometiese a cadencias
melodiosas el fulgor
de la música escondida
en los anhelos. La lumbre
agazapada en la sombra
de los sentidos eleva
su armonía sideral
y se asoma por los ojos
hasta las cosas, que fulgen
como transfiguraciones
en la claridad del día.
y transparentan sus almas.
Todo se alumbra y convierte
en diafanidad. El ser
no tiene contornos, fluye
inmerso en los otros seres,
es río y mar, manantial.
Las palabras abandonan
su decir; ya no hay palabras:
tan sólo conocimiento.
de trascender la materia,
y qué remoto el dolor
de sentirse atado al hueso.
en peregrinar constante
hacia la clarividencia.
La estatura del ansia (1975),
Palimpsesto (1980), Los ojos
de la metáfora (1987), Hacia la luz (
1998), Libro de los anhelos (1999),
Reconstrucción de un diario(2001),
La epopeya interior (2002), El himno
en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños
(2005), La urdimbre luminosa (2007).
Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos
de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad
(Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio
Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la
Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de Homero,
La condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011
aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones,
sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además,
el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual
Pla y Beltrán: vida y obra, Ensayos literarios, Apuntes sobre
el amor, Miguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo
y La construcción del poema. Mantiene el blog
Mientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de
un portal en Cervantes Virtual.
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