Verdi: Dies Irae
Mozart: Dies Irae
El Libro de Job
¿Quién no ha sentido que es injusto un mundo en el que nacemos con ansias de vivir y morimos a pesar del instinto de supervivencia? ¿Y que el Artífice de ese mundo parece no amar a sus criaturas puesto que las somete al sufrimiento de saberse agónicos mortales? Sea un Primer Motor Inmóvil, un Big Bang del Universo o un Dios religioso, Esa Inteligencia Todopoderosa podía evitar tal sufrimiento, y no lo hizo.
Esa es la gran tragedia de la Humanidad: saberse, a lo largo de la Historia, creada por un creador que abandona su creación al sinsentido de una existencia que en nada se parece al "mejor de los mundos posibles", como Leibniz decía que era este mundo -y que halló su descreimiento en el "Cándido" de Voltaire-.
Pues bien: ya en la propia Biblia consta esa impiedad y acusación: el paciente Job pierde la paciencia y le pide explicaciones a su Dios: a ver cómo le justifica que siendo Job el mejor hombre entre los hombres sea torturado con las peores desgracias.
Claro: ni Dios, por muy Jehová que fuese, tiene respuesta para tal diablura. Al contrario: como Verdugo, espera seguir siendo amado por Job -por cada hombre- como si se tratase de un simple síndrome de Estocolmo.
Tristemente, que este sea el mejor de los mundos posibles significa que cualquier otro sería peor, lo cual constataría la ley de Murphy, la de que "si algo puede empeorar, empeorará".
En fin: no es raro que existan mil elegías por cada himno.
Tras mucho pasar por aquellas, yo he querido contribuir a estos: a ver si mi existencia se contagia de mi pluma. Pero no: la vida no tiene sentido.
¿O le damos sentido entre todos, luchando todos por todos?
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