Beethoven: S. 6ª (La tormenta)
De pronto sientes que todo se tambalea a tu alrededor. Es como si mirases desde un suelo que trastabillara. Parece que un seísmo íntimo te sacude y descontrola. No eres dueño de ti, sino un esclavo de sensaciones llegadas de no se sabe dónde.
Es un ataque de pánico, y su causa es de ayer, de hoy o de hace décadas. Te acaban de decir que estás enfermo; o es simplemente la tormenta de un recuerdo mal digerido; o un virus heridor que viene a herirte. Algo amenaza tu existencia y tu instinto de supervivencia te da un grito de alarma. El cerebro, en su extraña probeta, se ha inyectado a sí mismo una sustancia difícil de asimilar; no todos nacemos con un ADN armonioso, ni sabemos armonizar los traumas de la infancia o los espantos del presente.
Es un ataque de pánico, y su causa es de ayer, de hoy o de hace décadas. Te acaban de decir que estás enfermo; o es simplemente la tormenta de un recuerdo mal digerido; o un virus heridor que viene a herirte. Algo amenaza tu existencia y tu instinto de supervivencia te da un grito de alarma. El cerebro, en su extraña probeta, se ha inyectado a sí mismo una sustancia difícil de asimilar; no todos nacemos con un ADN armonioso, ni sabemos armonizar los traumas de la infancia o los espantos del presente.
Esos aerolitos invisibles son las ideas irracionales, que, como invisibles cuervos, atacan y extenúan tu armonía.
Te agobian sus relámpagos, te asfixian.
Pero deja que pase su aquelarre: si te espanta y te anula su temor, solo añadirás mayor dolor, prolongarás su tiempo.
Pero deja que pase su aquelarre: si te espanta y te anula su temor, solo añadirás mayor dolor, prolongarás su tiempo.
No luches contra esos cuervos, déjalos que se agoten en su ataque: cuando se cansen los habrás vencido: solo entonces. Mientras tanto soporta su agresión, respira alguna rosa que riegues en tu mente.
Al final, tu serena quietud te hará prever que el próximo ataque ya no es más que un ataque; y podrás defenterte simplemente ignorándolo, porque lo que ha de suceder sucederá, y mejor sin aspavientos.
Piensa en Heiligenstadt.
Piensa en Heiligenstadt.
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