La recuerdo en una noche junto a la carretera, frente a la casa en la que yo vivía entonces, y hasta donde se acercó para llevarme unos poemas con destino a Algaria 0. Después, años de niebla y distancia. Laberintos de tierra y luz.
Desde el alto sitial de la montaña, alzó con humildad y suavemente la voz para que todos la escuchasen. Y dijo Oniria -la hermosa hija de la luz- a aquella muchedumbre de buscadores de palabras capaces de expresar la identidad del ser humano:
Esencialmente, el hombre actual es el mismo que el de las cavernas, y las esencias humanas están recogidas por los clásicos. En ellos se condensa la Humanidad. ¿Cómo no tenerlos presentes, si son nuestros orígenes y, en buena medida, nuestro futuro? Siempre estamos bañándonos ‘en el mismo río’ (Heráclito) sin retorno porque ‘lo que es, lo es’ (Parménides) inexorablemente. La tecnología ha cambiado la sociedad, no al individuo. Vivimos en una Antigüedad tecnologizada y seguimos siendo griegos y romanos.Yo encuentro más ruinas hoy que en la Antigüedad. En la caverna del cráneo siempre hay un ser grecolatino, un humanista, mostrándonos caminos. Sigamos esa senda, pues la tradición es un camino que anda.
Ver película completa Gran cine sobre la libertad y el poder del amor, con un Laugton genial. La intriga al servicio de los valores humanos.
(Acabo de comprobar que es cierto lo que dice un lector -a quien agradezco su mensaje-: no se ven algunos vídeos de la relación de Conciertos y Cine. (He vuelto a insertar algunos).
No sé cuál es la causa. Supongo que los derechos de autor de Youtube lo impiden cuando el vídeo ha sido pulsado un indeterminado número de veces: eso es lo que deduzco.
Lo cual me plantea continuar con dichas secciones o no, puesto que hacerlo exige no poco esfuerzo: memorístico y de búsqueda y captura. Aunque, bien pensado, mejor es visualizar durante algún tiempo que no hacerlo jamás). Otros títulos:
Son muchos los que enturbian la existencia por no mostrar a sus héroes como lo que fueron: hombres que se superaron a sí mismos. Se escandalizan si alguien señala en ellos las debilidades propias de todo ser humano, en vez de respetarlos más puesto que supieron elevarse por encima de las limitaciones de los mortales. No es degradar, sino cualificar, el hacer ver que lograron convertir sus “defectos” en virtudes. Pues, con frecuencia, la grandeza perdurable de un hombre nace de la miseria de su cotidianidad, afrontada como un reto.
Por ejemplo: la obra de Poe no existiría sin su alcoholismo (su lucha por librarse de él); ni la pintura de Modigliani sería como es sin su huida del “pernot”; ni la música de Tchaikoski languidecería sin su solitaria y clandestina homosexualidad. La soberbia ha creado las obras de Wagner y Gauguin. Las drogas engendraron la narrativa de Stevenson. Lord Byron y Oscar Wilde perviven porque vivieron una vida licenciosa que supieron trascender. Ni la Alicia de Carroll ni los cuentos de Andersen existirían sin la paidofilia que padecieron sus autores. Los inmensos poemas amorosos de Quevedo tampoco existirían de no haber sido un misógino. Debajo o por encima de esas causas había una mente voluntariosa vencedora de los vicios y miserias de quienes las sufrían: de quienes las vencían. Pagaron un precio y es justo reconocer que lo que consiguieron fue consecuencia del empeño de sus vidas, signadas por la lucha contra los propios fantasmas. La belleza -la grandeza- solo adquiere su verdadera dimensión si se conoce la fealdad -la pequeñez- desde la que se consigue.
En escala menor, eso ocurre con Miguel Hernández. ¿Empañan sus errores sus aciertos? Si un lector admira sus más bellos y sinceros poemas, los escritos al final de su vida, libres de “literatura” y engreimiento, tiernos y humanos, ascetas y serenos, debe saber que esa encarnadura de un ser en su palabra viene de la conquista que un hombre hizo de sí mismo. ¿Desmerecería su obra si fuese cierta la hipótesis de que fue la sífilis -como en Van Gogh, Schubert y tantos otros- la que, paradójicamente, contribuyó a su proceso paramístico final?
Deseoso de gloria, y vanidoso, era el joven Miguel, maldecidor y pedigüeño. Despechado por el escaso eco de su Perito en lunas, escribe a Juan Sansano: "En Alicante se han quedado respecto a la poesía en Campoamor. Comprendo que no hayan comprendido mi libro y no vean su valor" (marzo, 1933). Y a García Lorca: "Usted sabe que en este libro mío hay cosas que se superan difícilmente y que es un libro de formas resucitadas, renovadas, y encierra en sus entrañas más personalidad, más valentía, más cojones, que todos los de casi todos los poetas consagrados" (10-IV-33). Y como Lorca lo recriminase, vuelve a escribirle: “¿Que no sea vanidoso de mi obra? No es vanidad, amigo Federico: es orgullo malherido" (30-V-33). Y en otra ocasión: "Estoy acabando mi segundo libro para enviarlo en octubre al Concurso Nacional... Me parece que como no haya comida de negros, será para mi ambición el premio destinado por el Estado al mejor libro lírico" (29-VIII-33).
Más grave es que, cuando cambia de actitud vital y poética, no sienta escrúpulos en menoscabar a sus viejos amigos con tal de ser tenido en cuenta: Ha pasado algún tiempo desde la publicación de esta obra (el auto sacramental), y ni pienso ni siento muchas cosas de las que digo allí, ni tengo nada que ver con la política católica y dañina de “Cruz y Raya”, ni mucho menos con la exacerbada y triste revista de nuestro amigo Sijé... Estoy harto y arrepentido de haber hecho cosas al servicio de Dios y de la tontería católica... Sé de una vez que a la canción no se le puede poner trabas de ninguna clase (julio, 1935). Obsérvese -nacida de una deslealtad- una premonición de lo que sería su última poesía: "a la canción no se le pueden poner trabas". Ni “compromisos”, “religiosismos” o “literaturismos”: solo autenticidad. Pero resalto esta “traición” a su “amigo del alma”, Sijé, porque de tal pecado nació la penitencia: probablemente fue el sentimiento de culpa el que escribió la “Elegía”, tan admirada por quienes santifican sin saber que la “santidad” tiene su precio.
Como he dicho, la nobleza de la obra de un hombre nace, a menudo, de la fragilidad de su vida. Esto es lo digno de ser tomado como ejemplo. Pero no se imita a los dioses -demasiado perfectos para ser imitados-, sino a los hombres que se comportan como ellos. Por eso hay que subrayar que el verdadero Hernández es aquel que triunfó sobre sus circunstancias, el que se esforzaba, leyendo, para saber cada vez más de lo que sabía. Este es su legado –para las aulas y para la vida-. El auténtico Hernández no es el de los artificios de Perito en lunas, ni el del sexo reprimido como amor literario en El rayo que no cesa; tampoco el versificador bajo consignas políticas. El admirable Hernández es el que se liberó de las dictaduras síquicas y dejó de posar de culto, de poeta, de guerrillero, para representarse solo a sí mismo como hombre que únicamente poseía las “ausencias” del hijo, de la esposa, de la libertad física; el que en su espíritu inició la transfiguración de la materia; el juglar del dolor y el reconstructor de la esperanza: porque el corazón siempre es más grande que cualquier filosofía.
¿Cómo consolarnos ante la muerte? Aprendiendo a aceptar lo inevitable. Sin duda, considerando lo que es: el último instante de nuestra vida y, como tal, un desasosiego o una serenidad según la hayamos vivido. Tomemos la muerte como el último deber y cumplámoslo bien, serenamente. Porque saber que el gozo de vivir se acabará no debe impedir que gocemos del placer de estar vivos. Por eso, en Muerte y transfiguración, Richard Strauss orquesta para el alma unas cadencias que la apaciguan. Incluso en el Réquiem de Mozart siempre he oído un clamoroso canto a la vida más que un tributo a la muerte. Y sobre el cuadro de BoekhlinLa isla de los muertos, Rachmaninov compuso la música del mismo título, triste, pero serena en vez de horrorizante.
Aceptemos que es el miedo el que crea monstruos y que, por ello, son más terribles en nuestra imaginación que en la realidad. No es la muerte un castigo, un preludio del infierno, un país de fantasmas; ni una liberación; es el fin que hay en todo principio. Y si lo admitimos así, se reduce a uno más de los, afortunadamente, pocos malos tragos que nos brinda la existencia. Consideremos también que, probablemente, la muerte, como el nacimiento, nos cogerá por sorpresa. Que tal vez la Naturaleza haya dispuesto para esos momentos tanta insensibilidad que ni la razón piense ni los sentidos sientan; y que la medicina ha avanzado tanto como para hacérnosla llevadera y conseguir que incluso la agonía apenas sea agonista. Manrique escribió: que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera es locura. Y siguiendo el "trago" definitivo manriqueño, Hernández añade que varios tragos es la vida y un solo trago la muerte.
Ojalá viviésemos en un mundo en el que no existieran la conciencia de la mortalidad, la necesidad de la eutanasia ni el impulso suicida. Pero, excepto los ciegos mentales, todos vemos que no es así. Por lo tanto, vivamos; y respetemos la presunción de inocencia de quien decide acabar con su vida como un acto de legítima defensa contra ese inocente, implacable e impune asesino en serie llamado Naturaleza.
He entrado en la casa de Valladolid que habitó Cervantes entre 1604 y 1606. Allí residía cuando se publicó Don Quijote, y cuando se le acusó de la muerte del caballero Ezpeleta; allí escribió alguna de sus novelas ejemplares.
Aunque soy ajeno al endiosamiento de los grandes hombres -que resultan admirables por parecer dioses a pesar de ser exclusivamente hombres-, no negaré que produce vértigo entrar en un recinto donde la inteligencia y la sensibilidad se dieron cita para producir obras gloriosas.
Muchas veces a lo largo de mi vida he considerado al ebrio en desgracias don Miguel "perdiendo" también su mano derecha y dándose a todos los diablos por no poder escribir, él tan comprendedor del ser humano y tan sabio consejero de los mismos.
Hay quienes apenas pueden olvidar lo que han vivido, como le ocurría a Borges el memorioso y a los memorillas del Siglo de Oro, que pirateaban las obras de Lope aprendiéndolas en el estreno e imprimiéndolas pocos días después.
Ciertamente, las cosas se pegan a la memoria y a veces no se pueden olvidar aunque se quiera: fechas, datos... se adhieren como obstinadas lapas y reverberan un día y otro mes y otro año, multiplicado todo, además, por la libre asociación de sus elementos.
Pero la sabia memoria es aquella que desecha lo yermo y elige cuanto es fértil. Luego, la inteligencia y la sensibilidad construyen su edificio y, así, nuestra vida es lo que recordamos de ella, lo que el anhelo y el desengaño han filtrado de cuanto constituyó alguna experiencia.
Memoria negativa, memoria positiva, optimismo y pesimismo: somos nuestro inconsciente, y pocos aprendizajes nos enseñan a ordenar esa amalgama de ángeles y diablos que vamos almacenando en las sentinas de nuestra personalidad.
A y B siempre decían que cada persona termina quedándose allí donde mejor la tratan. Se referían a la vida, al ser con quien acabamos compartiendo la existencia emocional.
- A: Tú sales de tu vida; yo salgo de la mía; nos juntamos porque durante ese tiempo nos sentimos mejor acompañados que solos o en nuestras vidas individuales: nos queremos, nos amamos, nos necesitamos, nos entregamos. Sin embargo, últimamente, cada vez que nos unimos terminamos convirtiendo el diálogo en disputa y los besos en improperios. Así, lo único que conseguimos es tratarnos mal y, por lo tanto, echarnos el uno del otro y hacia otros.
- B: Porque hablamos de lo que nos separa en vez de lo que nos une... Y porque cuando hablamos de lo que nos separa no es para comprender, sino para reprochar.
- A: Porque soy como soy y eres como eres, y es un error pretender cambiar al otro.
- B: Porque de mí solo quieres mi cuerpo.
- A: ¿Amar no implica desear? Otra mente, con el mismo cuerpo, o mejor, no me atraería como tú. No es tu cuerpo la única causa determinante. Pero cuando me lo niegas porque crees que no te quiero pienso que, en realidad, no me quieres, sino que simplemente me prefieres a la soledad o a la desgracia. Y de ese modo parece que me dices que no eres tú el lugar donde mejor me tratan: y me empujas a buscarlo en otra parte: otras personas.
- B: Hay que esforzarse en dar lo mejor y en convertirse en la mejor opción para el otro. - Cuando se ama, eso no supone un esfuerzo sino un placer.
- B: ¿Por qué no me quieres de otra manera?
- A: ¿Hubieras empezado a quererme si yo fuera de otra manera? - ¿Quieres decir que necesitas un trocito más de mí? - ¿Significa que no te basta con el tiempo que nos dedicamos? - B: ¿Estamos conversando o disputando, acercándonos o alejándonos?
- A y B: Dejar de vivir por intentar comprender la vida es la peor de las derrotas: y un fracaso culpable. - B y A: Es decir: