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jueves, 27 de marzo de 2014

Un asesino en serie


Mozart: Requiem

            ¿Cómo consolarnos ante la muerte? Aprendiendo a aceptar lo inevitable. Sin duda, considerando lo que es: el último instante de nuestra vida y, como tal, un desasosiego o una serenidad según la hayamos vivido. Tomemos la muerte como el último deber y cumplámoslo bien, serenamente. Porque saber que el gozo de vivir se acabará no debe impedir que gocemos del placer de estar vivos. Por eso, en Muerte y transfiguraciónRichard Strauss orquesta para el alma unas cadencias que la apaciguan. Incluso en el Réquiem de Mozart siempre he oído un clamoroso canto a la vida más que un tributo a la muerte. Y sobre el cuadro de Boekhlin La isla de los muertosRachmaninov compuso la música del mismo título, triste, pero serena en vez de horrorizante.
            Aceptemos que es el miedo el que crea monstruos y que, por ello, son más terribles en nuestra imaginación que en la realidad. No es la muerte un castigo, un preludio del infierno, un país de fantasmas; ni una liberación; es el fin que hay en todo principio. Y si lo admitimos así, se reduce a uno más de los, afortunadamente, pocos malos tragos que nos brinda la existencia. Consideremos también que, probablemente, la muerte, como el nacimiento, nos cogerá por sorpresa. Que tal vez la Naturaleza haya dispuesto para esos momentos tanta insensibilidad que ni la razón piense ni los sentidos sientan; y que la medicina ha avanzado tanto como para hacérnosla llevadera y conseguir que incluso la agonía apenas sea agonista.
Manrique escribió: 
          que querer hombre vivir 
          cuando Dios quiere que muera 
          es locura.

Y siguiendo el "trago" definitivo manriqueño, Hernández añade que 

          varios tragos es la vida 
          y un solo trago la muerte.
       
     Ojalá viviésemos en un mundo en el que no existieran  la conciencia de la mortalidad, la necesidad de la eutanasia ni el impulso suicida. Pero, excepto los ciegos mentales, todos vemos que no es así. Por lo tanto, vivamos; y respetemos la presunción de inocencia de quien decide acabar con su vida como un acto de legítima defensa contra ese inocente, implacable e impune asesino en serie llamado Naturaleza.