Curioso soneto el que sigue: por ser el consejo que una mujer da a un pretencioso de convertirse en donjuán. (Cierto es que vale igualmente para que lo practique la mujer).
De su autora, conocida como Eliodora La Incaica, a quien se le atribuye, se conservan unos pocos poemas burlescos, reunidos en "Consejos para enamorar" (1694). En ellos, como una Celestina al revés, manifiesta su odio a las mujeres, a las que desea ver burladas por sus amantes; dícese que porque les deseaba el mismo sufrimiento que ella padeció, dada su peculiar deformación física.
"El amor es el único gigante que nos convierte en dioses", dice el autor. Es decir: que nos hace sentirnos vivos, nobles, intemporales ...
Pero, si es así, ¿qué ocurre cuando muere la amada, o el amado? Ciertamente: que morimos con él -total o parcialmente-. ¿Dónde depositaremos esa fuerza motriz que hemos canalizado hasta ella, o él, quién encenderá el fuego que nos dio el ansia de vivir? Porque desaparecido el amor desaparece el futuro, puesto que morimos con la muerte del amado. Recuérdese a Melibea diciendo "Oh la más de las tristes triste... no es tiempo de yo vivir" y arrojándose desde la torre tras morir Calixto; y a Isolda, muriendo de amor ante la muerte de Tristán.
Gabriela Mistral, también sufrió esa tragedia; buena muestra son estos tres "Sonetos de la muerte", en los que aparece la confusión de la soledad, el dolor y la culpa -y la muerte como si esta se hubiera utilizado como arma vengativa por los celos sufridos-.
Escritos en serventesios alejandrinos, es notoria la huella que dejó en la "Elegía" de M. Hernández ("cavan briosamente", la disputa por el celoso apropiamiento...):
LOS SONETOS DE LA MUERTE
I Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido. Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos. Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos!
II Este largo cansancio se hará mayor un día, y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía, por donde van los hombres, contentos de vivir... Sentirás que a tu lado cavan briosamente, que otra dormida llega a la quieta ciudad. Esperaré que me hayan cubierto totalmente... ¡y después hablaremos por una eternidad! Sólo entonces sabrás el por qué no madura, para las hondas huesas tu carne todavía, tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir. Se hará luz en la zona de los sinos, oscura; sabrás que en nuestra alianza signo de astros había y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
III Malas manos tomaron tu vida desde el día en que, a una señal de astros, dejara su plantel nevado de azucenas. En gozo florecía. Malas manos entraron trágicamente en él... Y yo dije al Señor: —«Por las sendas mortales le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar! ¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales o le hundes en el largo sueño que sabes dar! »¡No le puedo gritar, no le puedo seguir! Su barca empuja un negro viento de tempestad. Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor». Se detuvo la barca rosa de su vivir... ¿Que no sé del amor, que no tuve piedad? ¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!
Buena es la velocidad (si se sabe para qué llegar antes)
La sociedad avanza tan deprisa que el hombre no consigue alcanzarla.
En habitantes, ciencias y tecnología, el mundo ya no es el que era hace unas décadas.
En lo único que hemos regresado es en humanismo y humanización.
Somos más, vivimos más años, trabajamos menos y tenemos mucho más tiempo para darnos cuenta de que nuestro bienestar es, en el fondo, una ociosa forma de ocultar la inutilidad, o escasa utilidad, de nuestras existencias.
Resultado de lo cual es el creciente estado de malestar íntimo y, por lo tanto, común.
Violencia, desorientación, incomunicación síquica y física son algunas manifestaciones.
Al otro lado de la espiritualidad está la salacidad, y duermen juntas aunque se obstinen en yacer en camas separadas. ¿Se ennoblece el sexo con el amor? ¿Se envilece este con aquel? Logaritmos mentales que no debieran importarle más que a los matemáticos de sus cuerpos y espíritus. Los demás ni siquiera debiéramos ser mirones de sus actos. Qué admirable honestidad la de quienes miran la relación amorosa plena como un don y no como una delincuencia, a la manera del medieval "Cuando aspiro tu seno / y bebo de él / bendigo al vinatero / y al arcillero / que pusieron en ti / el cielo".
El siguiente soneto del argamasillesco Nurio Nirikovna no evita la pintura del acto sexual que va derivando en hallazgo de sosiego al saciarse el frenesí. Y lo que empieza siendo lascivia se va trocando "rúbrica de amor". Es otra constatación de la dualidad misticismo-erotismo.
Los que buscan sosiego en compañía (sicalipsis I)
Con los brazos abiertos, extendida sobre la cruz desnuda de tu cama, tu sexo incandescente me reclama y te clavo mi espada enfurecida.
Me crucifico en ti, sajo tu herida, entro en tu cripta azul y se derrama mi fiera sangre blanca, como llama en rúbrica de amor ya convertida.
Nos debatimos en salaz combate devorando la carne, el alma, el beso con la voracidad de la lujuria.
El corazón como un volcán nos late;
antes de que me tragues te atravieso; y en paz se transfigura nuestra furia.
Buscadores del "íntimo lugar del regocijo" ha habido, tarea difícil puesto que se trata de hallar lo intemporal en lo presente, lo inmaterial en un gozne de la materia, la sucesividad eterna en el instante, la plenitud síquica en el tacto.
JRJ, tan marítimo y cosmomístico él, persecutor de "el nombre conseguido de los nombres" como niño-dios que era, escribió un hermoso soneto titulado "Octubre", en el que, recostado en el suelo, junto a un blando bancal, intuye la grandeza probable de un infinito más allá de los límites terrestres y carnales, tal y como aparecen, por ejemplo, en "El ciprés de Silos" y "Numancia" de Gerardo Diego.
Juan Ramón Jiménez, creyente de que el corazón purificado es la más alta semilla que vieron los siglos, y crédulo de que (Heredia:) "todo aquello que sueña el corazón / existe en algún sitio / o acaba por crearse", dice, escueta y casi anecdóticamente, así -como si fuera el personaje principal de un cuadro, inclinado sobre un campo y contemplando el arado como el aguijón de una abeja que fecunda de eternidad el corazón de la tierra con su corazón humeante de inmensidad-:
Octubre
Estaba echado yo en la tierra, enfrente el infinito campo de Castilla, que el otoño envolvía en la amarilla dulzura de su claro sol poniente.
Lento, el arado, paralelamente, abría el haza oscura, y la sencilla mano abierta dejaba la semilla en su entraña partida honradamente.
Pensé arrancarme el corazón y echarlo, pleno de su sentir alto y profundo, al ancho surco del terruño tierno;
a ver si con partirlo y con sembrarlo, la primavera le mostraba al mundo el árbol puro del amor eterno.
¿Son limítrofes la espiritualidad y la carnalidad? ¿Es esta la entrada al otro yo interior que accede a aquella? ¿Son umbrales que alumbran?
He aquí una contestación interrogativa a la pregunta que se hacía el capitán Aldana ((Pulsar AQUÍ)). ¿Es el acto carnal una puerta hacia el éxtasis, una escalera para subir a lo sublime o solo una hiperestesia de los sentidos? ¿Existe un manantial que chorrea limpidez a los amantes y les otorga trascendencia hasta transfigurarlos en inefabilidad? Dos sonetos, de Dámaso Alonso y Rafael Morales, encumbran a la amada hasta el roce con el supremo escalofrío; este de Miguel Heredia mantiene la pregunta a lo largo de cinco interrogantes:
Vía unitiva
¿Qué urdimbre extraña, dulce e invisible nos une con su fuerza sobrehumana cuando nos abrazamos y nos mana, del uno al otro, un néctar intangible?
¿Qué fuego o sinrazón incombustible enciende el corazón y lo devana? ¿Es el amor la prístina fontana de un mundo celestial e inaccesible?
¿El choque de los cuerpos transfigura la carne en misticismo y nos anega la espiritualidad de la Hermosura?
¿El éxtasis carnal que entonces llega es la hoguera que alumbra el infinito o las brasas de un sueño ya marchito?
Mucho amor, pero como errabunda aventura sexual o como fantástico vuelo celestial, más creado que creído, con las alas trovadoristas mal cinceladas que ya iniciaron Santillana, Ausias March o Manrique.
Ahora bien: para que la mujer pudiera ser amada como persona, primero debía ser aceptada como tal, cosa difícil en un mundo machista y misógino. Desde la caverna salía el hombre a cazar para el alimento de la esposa y los hijos, y esa empresa, en la que podía morir, le hizo sentirse el más fuerte, el dominador, el ser del que dependía todo: el machismo. La mujer era una hembra placentera y paridora. Hasta que la tecnología hizo posible que un músculo femenino pudiese mover lo mismo que otro masculino, no se mostró que la mujer posee tanta fuerza inteligente como el macho. Este, herido en su masculinidad porque ya no es el más fuerte, ni el único, obstaculizó el acceso de las mujeres a la sociedad creativa. ¿Cuántos milenios de postergación? ¿Y cuántas clases de amor entre hombres y mujeres?
Una: divisible, asumible, practicable, fanatizable... El amor como pulsión vital de la supervivencia; como desenfreno lujurioso; como hechizo o enamoramiento; como espiritualidad alcanzable desde el cuerpo o a pesar de él; como amistad y compañía en el viaje de la vida; como... todas esas esencias conciliadas... unidas entre dos...
Alimentado entonces el cerebro-corazón, puede discernir y elegir.
Pero excepciones hechas de las privilegiadas Beatriz Galindo o Teresa de Ávila, o sor Juana Inés (por citar tres de ese tiempo), pocas mujeres han tenido acceso a la cultura.
No obstante, pespuntes en el tejido progresivo de la igualdad hay; por ejemplo, en este soneto de L. L. Argensola, en el que la mujer no es solo una cosa amable o disfrutable por sus virtudes físicas, sino una persona amada por su siquismo: en el poema, después de la exaltación y piropeo de su cuerpo, al más puro estilo del amor cortés, es su alma -su personalidad, su sensibilidad, su equiparación al hombre- la que atrae la del amante más allá de su carnalidad ("tu alma / es la que sujetar pudo la mía", dice el primer terceto). Es un atisbo de dignificación: y fue Garcilaso quien la había iniciado. Algo similar ocurría en el soneto de Aldana (Pulsar AQUÍ): entre hombre y mujer se establecía un ansia insaciable de más allá, de comunión metafísica:
La historia de la poesía no es la de sus poetas, sino la de sus poemas. Como la historia de la novela no es la de los narradores, sino la de algunos relatos. Y como la historia de la humanidad no es la de los hombres sino la de sus obras.
Luego, cada mirada escoge unos títulos o nombres y los encuaderna mentalmente para los demás, hace su selección o antología; pero ninguno invalida al otro aunque sea más válido: forman un bazar revisitable en el que recuperar alguno desechado o en el que desechar algunos más. Las circunstancias siempre atentan contra la esencia aunque termine esta triunfando.
Esta selección de sonetos es caprichosa, como todas: por lo de ser sonetos y por ser su tema el amoroso. Unos son mejores que otros y otros peores que muchos. Y debemos, como seres humanos, respetarlos por el esfuerzo que suponen, en sus autores, de indagación en la materia humana, aunque, como lectores debemos ensalzarlos o rechazarlos para que los buenos sirvan de modelo y los malos no estorben la ejemplaridad de los otros.
Hay tantos sonetos; Lope escribió unos 3000, más que todos los de sus coetáneos juntos.
B)
El soneto que adjunto (de Pedro Espinosa, siglo XVII) tiene la peculiaridad de estar escrito en versos alejandrinos, característica esta que suele atribuirse a los poetas modernistas y al rubendarismo.
Recordemos el soneto "A Cristo crucificado" (pulsar AQUÍ) y volvamos a su probable causa inspiratoria: la idealización y religiosismo de la carnalidad o la sensualidad. La bifurcación erotismo-misticismo inicia muchas rutas que cada uno recorre con pasos más perdidos que encontrados. El poema cambia, como interlocutora, a la mujer por la mujer llamada Virgen María: el trovador del amor humano era socorrido por su dama, y lo mismo ocurre con el amor divino: yendo por mal camino la vida de Espinosa, al mirar el enamorado a su amada (la Virgen, aunque hay quien piensa que esta es una sublimación de la Musa de Antequera Cristobalina Fernández, que prefirió casarse con otro), el faro de sus ojos le facilita el camino de la redención: