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Cervantes, tan poco apreciado como poeta que ni él mismo se apreciaba como tal ("Yo que tanto me afano y me desvelo / por parecer que tengo de poeta, / la gracia que no quiso darme el cielo") es autor de no escasa estimable poesía, diseminada casi siempre por sus novelas.
Este soneto es una de las composiciones que, burla burlando (de valedores poéticos, de poetas y de Lope), colocó al frente de Don Quijote. En él, siendo el Amor (Dante:) el principio que mueve el sol y las estrellas, incluso los caballos fablan de amor, con no muy gran consideración y descendiendo, jocosa y jumentariamente, la hipérbole amorosa al ennecedamiento que produce. Solo un desengañado del amor y la existencia podía crear a la dulcínea Dulcinea, símbolo del Amor inmensurable, y el trovador oculto en don Alonso, empecinado en dar al mundo lo que este no consigue darse.
Soneto (Diálogo entre Babieca y Rocinante)
-¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
-Porque nunca se come y se trabaja.
-Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?
-No me deja mi amo ni un bocado.
-Andad, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
-Asno se es de la cuna a la mortaja;
¿queréislo ver? Miradlo enamorado.
-¿Es necedad amar? -No es gran prudencia.
-Metafísico estáis. -Es que no como.
-Quejaos del escudero. - No es bastante:
¿cómo me he de quejar en mi dolencia
si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?
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