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El soneto siguiente, atribuido tanto a Bernardo de Balbuena (nacido en Valdepeñas) como a Francisco de Figueroa (natural de Alcalá de Henares), viene a confirmar la consideración divina -demiúrgica- de la amada, como se afirma en los versos segundo y último, que ya expuso Garcilaso y confirmará Quevedo. En realidad, ya Manrique había escrito la glosa "Sin vos y sin Dios y mí".
(Estos poemas que voy insertando son, si bien lo considero, una profecía literaria y seudomasoquista de lo que será el existencialismo, más enfermizo que este renacentista y barroco "juego de amor sufriente" trovadoresco).
La amada es origen del amador y, sin ella este es nada, nadie, absoluta inexistencia. Cuando el amador está frente a la amada, incluso Dios desaparece, y el amante se diluye. Por eso en los versos finales se ruega el regreso de la dama:
Soneto
Perdido ando, señora, entre la gente
sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida:
sin vos porque de mí no sois servida,
sin mí porque con vos no estoy presente;
sin ser porque del ser estando ausente
no hay cosa que del ser no me despida;
sin Dios porque mi alma a Dios olvida
por contemplar en vos continuamente;
sin vida porque ausente de su alma
nadie vive, y si ya no estoy difunto
es en fe de esperar vuestra venida.
¡Oh bellos ojos, luz preciosa y calma,
volve´ a mirarme, volveréisme al punto
a vos, a mí, a mi ser, mi dios, mi vida! (*)
(*) Otra versión de los tercetos:
sin vida, porque ya que haya vivido,
cien mil veces mejor morir me fuera
que no un dolor tan grave y tan extraño.
¡Que preso yo por vos, por vos herido,
y muerto yo por vos d'esta manera,
estéis tan descuidada de mi daño!
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