Visitas

Seguidores

domingo, 31 de julio de 2016

Los ojos de quienes aman


Cetina / Guerrero: Ojos claros, serenos...


Los ojos de quienes aman son más hermosos y hermosean el mundo porque contemplan más su esplendor que su ignominia.

Los ojos de quienes leen entienden mejor el mundo que los que no ven más que desde la ignorancia.

Los ojos de quienes dan la mano a los que caen son los que ven mejor cómo ayudarse a sí mismos para no caer.

Los ojos de quienes ríen constantemente no ven los ojos de quienes lloran constantemente.

Los ojos de quienes se creen en posesión de la verdad no son capaces de ver la mentira en la que viven.

Los ojos de quienes se aman nada más que a sí mismos son los ojos más ciegos de este mundo porque el egoísmo no tiene ojos.



sábado, 30 de julio de 2016

Hacedores de mundos.

Monteverdi: Tan dulce es el tormento 

Que el crítico necesite compartimentar en géneros los libros, la música y la pintura no demuestra más que la necesidad que tiene la mente de ordenar cuanto le rodea para afirmar su afán de equilibrio a fin de que el irracionalismo no imponga el caos. 
     Pero el arte es cosa del individuo, y este filtra cuanto aprende para incrustarlo en el yo que va forjando como creador. El grupo, la generación estética y similares incluyen rasgos generales, pero no hacen al individuo ni su obra: esta es fruto del ensimismamiento y su sometimiento a las leyes de la armonía.      
     Vida, época, pertenencia o no a una estética... son circunstancias, causales o consecuenciales, del yo.
     Es decir: ¿creó el Renacimiento a Cervantes, Miguel Ángel y Monteverdi o fueron estos quienes lo crearon desde la mirada retrospectiva?

viernes, 29 de julio de 2016

Lecturas imprescindibles (XXV): El desengaño letal


Camus: Calígula


Nacemos sin porqué, morimos sin porqué; y entre tanto, vivimos sin saber por qué vivimos mientras la vida fluye hacia la muerte. 
     Es ese sinsentido, y el intento de encontrárselo, el que coloca al hombre en el abismo de la indefensión al convertirlo en el lugar con el que chocan, destructivamente, el corazón y la razón, la necesidad de comprender y la imposibilidad de aceptar la falta de comprensión.
     Sueña el hombre ser un dios y la realidad le dice que es apenas un ser para la muerte en busca de alguna salvación o redención: el poder, el amor, el cumplimiento de los sueños, la felicidad efímera, la gloria, la posteridad... 
     De todo eso hay en Calígula. Camus dirá en El mito de Sísifo que la única pregunta de la filosofía digna de ser contestada es "si la vida merece la pena, o no, vivirse". Calígula viene a ser la representación de tal existencialismo. "Los hombres mueren sin haber sido felices", dice. Sin duda es el desengaño la causa de la infelicidad. El desengaño que la humanidad arrastra desde que el pensamiento griego lo manifestó abiertamente y calificó al ser humano como ser melancólico. 
     Si, según Karamazov, "si Dios no existe todo está permitido", Calígula se permite actuar como un dios pretencioso de corregir el mundo, oponiendo al sinsentido y al caos un poder divinal caótico y caprichoso para mitigar el desaliento de vivir. Y tampoco en él halla solución.
     El suicidio por depresión es el mal que más muertes causa en la actualidad, muchas más que la suma de otras muchas enfermedades. Eso, junto a otros temas como el poder absoluto, los límites de la libertad, o la corrupción, hacen de Calígula un título necesario para entender el mundo "por de dentro" actual.
 Lecturas imprescindibles

Lecturas imprescindibles, 1

Lecturas imprescindibles, 2 (Orwell)

Lecturas imprescindibles, 3 (Saint-Exupéry)

Lecturas imprescindibles (17): Dorian Gray

jueves, 28 de julio de 2016

La redención por amor

Wagner: Parsifal



Ser amado con tan grande amor que el amor sea el que nos salve. 
     Esa podría ser la divisa de muchos seres que no creen en sí mismos, de tal manera que, considerándose indignos para sí y para el mundo, necesitan la aceptación amorosa ajena para perdonarse y escapar del laberinto.
     Este es, en buena medida, o me lo parece, el tema central de las grandes obras de arte: la redención por amor. 
     Así es en muchas óperas de Wagner, o el Fausto de Goethe; y así, más modestamente, es en el Don Juan Tenorio de Zorrilla, por ejemplo: Senta, Margarita y doña Inés son las salvadoras: el eterno femenino redentor.
     Curioso -o lógico- que en un mundo machista sea la mujer la liberadora del hombre. (Claro: que el hombre siempre podrá decir que es él el diseñador de esa invención; tampoco faltará quien diga que Jesucristo era en realidad Jesucrista).

miércoles, 27 de julio de 2016

Deshojar la margarita

Purcel: Lamento


La sociedad se rige por una serie de normas que pretenden dar a cada persona equilibrio emocional y un comportamiento solidario y dichoso.
     Sin embargo, muchas de esas leyes acaban siendo las enemigas de ese bienestar porque la civilización y la naturaleza no siempre están de acuerdo y aquella disturbia esta.
     Hombres y mujeres tratan entre sí, buscan su equilibrio en el mundo, se emparejan, forman una familia, son dichosos durante un tiempo, se relacionan con otras familias... y se alimentan de esas buenas relaciones hasta que se pudre el alimento y surgen discrepancias, enfados, desequilibrios que hacen sufrir los cuerpos y la mente. 
     Vienen los recetarios y alternativas a esa catástrofe familiar, casi siempre consistentes en repetir la fórmula del emparejamiento que haga olvidar el fracaso del anterior.
      Ahora bien: no hay estabilidad individual, familiar ni social sin la satisfacción de lo que reclaman carnalidad y espiritualidad.
     ¿Por qué se rompe el acuerdo de vida entre dos sino porque ambos, o uno, no sacian su necesidad de afecto? Y aun así: ¿se unieron hasta que la muerte los separase o hasta que el amor ya no los uniese?
     Sabiendo la tragedia que surge ante esa ruptura ¿no deberían responsabilizarse los pactantes de una unión -de por vida o de por amor, o de convivencia temporal- de las consecuencias de su desunión? 
      No se trata de privar a nadie de la libertad de su albedrío, sino de evitarle caer en la impunidad de un comportamiento irresponsable.
     Pero ¿quién es guardián de sí mismo sino uno mismo?
    

martes, 26 de julio de 2016

La vigencia


Glazunov: Adagio

Alguien se habrá preguntado alguna vez por qué los best-sellers se olvidan inmediatamente, a pesar de su éxito, y las obras exclusivamente geniales en cuanto cerebrales son recordadas solo por unos pocos. Y también por qué Shakespeare o Dostoiewski mantienen su vigencia para el hombre común y para el más estricto crítico. 
     La respuesta me parece sencilla: tanto las frivolidades como las ecuaciones requieren un cerebro superfluo o una mente obstinada. En cambio, cuando una obra combina acción y sicología y una empuja a la otra y se condicionan y dinamizan mutuamente, el personaje es tan humano como otro ser humano, porque el siquismo hace vivir al cuerpo y este a la mente: eso es lo que encuentra el lector, en este caso, en esos autores: Raskolnikov o Hamlet son dos individuos actuales, pacientes de siquiatras, sicarios de sus pasiones, buenos en la intención, perversos a pesar de sí mismos: su mente domina sus actos. Como, probablemente, te ocurre a ti, lector que estás leyendo. 

          

lunes, 25 de julio de 2016

domingo, 24 de julio de 2016

El abrazo del fuego

Gluck: Orfeo y Eurídice


1.- Lesbia salió de su profunda timidez y se tendió en la noche a esperar la luz de la mañana. Pasados los anhelos y las primeras búsquedas en la nocturnidad de la existencia, había reducido sus sueños al hallazgo de un beso que concediera una estabilidad a su vida, hastiada por el desengaño. Y se abrazó al hombre con el que tropezó. Cuántas lesbias como ella, se decía incesante. Y se tendió en la noche esperando una luz, algún temblor para su carne aún joven, persiguiendo un sueño embriagador para sus ilusiones escondidas.

2.- Besalinda -cuyos ojos eran glaucos porque le había robado al mar dos gotas de agua- caminaba entre los carnavales, los gritos y la euforia de la noche. Tal vez encontraría al lobo seductor que la mordiera y yugularizase con besos ululantes que la hiciesen gritar debajo de una estrella. Orfeo la esperaba como a una bella Eurídice.

3.- Un poco más allá del deseo estaba el fuego errante. En ella ardieron ambas.

sábado, 23 de julio de 2016

Sonetusque macarrónicus

Glazunov: Otoño


Poetusque, recién salido del monasterio, más tímido que versólatra, y ardiendo por la dama hiperculta que cruzóse en su camino, le envió estas versolatrías, tan poco ambiguas como requeritorias:

Requerimiento a Lucrecia
Soneto fecho al itálico modo


Señora, yo amo en vos la inteligencia
y vuestra forma de entender la vida,
siempre al fértil estudio sometida
como un casto placer de la conciencia.

No os ofenda, Señora, mi querencia,
porque mi amor vuestra beldad no olvida:
que se siente mi carne estremecida
con tan solo gozar vuestra presencia.

Tan cautivado está mi entendimiento
por vuestro cuerpo y alma que, aturdido,
ya no distingo cuál más me reclama.

Mas, como el alma es inmortal, consiento
tratar primero al cuerpo; y, así, os pido
que me dejéis entrar en vuestra cama.


viernes, 22 de julio de 2016

El vals


No siempre ha sido el vals consecuencia de la felicidad de los sentidos, alborozados en dar vueltas: los de la familia Strauss, con su Danubio azul como emblema de la noble alegría:
J. Strauss: El bello Danubio azul

Los de Chopin, por ejemplo, son miniaturas para piano, más íntimos que bailables: 
Chopin / Entremont: Vals nº 7

También se inunda de tristeza el pentagrama cuando la danza es un refugio para el amor llorado, como este de Sibelius:
Sibelius / Barbirolli: Vals triste

Y he aquí la trágica furia de Maskarade:
Katchaturiam / Stokowski: Vals de Mascarade

Distinto es el de Shostakovich:
Shostakovich: Segundo vals

Ravel parece perseguir el origen de la música hasta su disolución en su Vals. Un fragmento, dirigido por Berstein:

Comoquiera, sigue vigente esta música que exalta el corazón. Un ejemplo:
Humperdink: El último vals

jueves, 21 de julio de 2016

Mirando a la Madonna

Ponchielli: Preludio de La Gioconda


El buen arte es el que configura el corazón y el cerebro en una trabazón interdependiente y eficaz, sin que la emoción asfixie la clarividencia ni la sensatez ahogue la pasión. Es preciso que la técnica talle el sentimiento sin que una ni otro vean mermados su necesidad de estar presentes en la obra y, por tanto, en el receptor. 
     Por eso un cuadro como La Gioconda es un paradigma de precisión emotiva y ciencia expresiva, de victoria sobre el conflicto entre impresión encontrada y expresión formulada, entre poesía y filosofía. Ese rostro de Leonardo es todo un postulado sobre la emoción pura, una ecuación lírica, una matemática sentimental: un cúmulo de experiencia de vida y experiencia pictórica, que nada valen si no van unidas. El ojo no frena su espontaneidad al percibir la densidad de su humanismo, la sabiduría se ha hecho en esa pintura un mecanismo perfecto de sincronización entre sentimiento y pensamiento. 
     Así el hombre sincrónico, sin premeditación interesada, salva de la vorágine del tiempo las obras que testimonian su verdadera identidad de cosa irracional inteligente o, dicho con eufemismo, animal racional. 

miércoles, 20 de julio de 2016

Madrigal en la noche.


Madrigal en la noche








Madrigal en la noche


Por las calles desiertas va mi amor.
La acompaña el cadáver de la luna.
Ella no sabe en realidad cuánto la amo.
Y yo tampoco sé cuánto me quiere.
No sabe que en su cuerpo yo no encuentro
los surcos de la edad, sino las huellas
de todos los que fui y aún quiero ser;
no sabe que la amo como antes,
o quizá más que antes, pues resucito en ella. 
En mis dedos perdura el tacto de su piel,
y en mis ojos su rostro de sonrisa doliente.
Mi cuerpo se estremece al recordar
el estremecimiento de su cuerpo.
Tal vez a ella le ocurrirá lo mismo.
Sin embargo, no cree mis palabras
ni yo creo las suyas. Quizá es que ya sabemos 
que, aunque nos abracemos una vez y otra vez, 
volverá el desamor inesperado,
la tristeza, el vacío y la desolación
en esta noche inmensa en que el amor no cabe. 
Algo pasa en el mundo que lo hace inhabitable 
para los corazones encendidos
y convierte sus llamas en ceniza. 

martes, 19 de julio de 2016

La soledad del creador

Strawinski: Apolo y las musas


G. Bellod

La creación -artística o científica- y la convivencia pocas veces son compatibles. El artista nace con unas cualidades diferentes a las de la mayoría y desde ellas va perfilando sus experiencias hasta adquirir una visión del mundo igualmente distinta. Esa dedicación a su mundo interior le exige un espacio íntimo excesivo para los demás, quienes difícilmente comprenden y soportan ese apartamiento. 
     Se rige, así, conscientemente o no, por unas normas que lo hacen chocar con sus alrededores hasta automarginarse o ser marginado. Incluso cuando encuentra otro artista, el choque de sus mundos parece inevitable porque el universo de la creación es semejante pero con fronteras. Ni siquiera los gigantes se reconocen entre sí, como ocurrió en los encuentros de Góngora y Quevedo, Mozart y Beethoven, Van Gogh y Gauguin, y tantas guerras literarias.
     De modo que solo en la soledad de su retiro introspectivo puede el creador fraguar su obra, pues solamente desde su mismidad, por muchas experiencias externas que acumule en ella, puede la inteligencia armonizar su visión y plasmarla en una obra.
     La obra, su obra, es el constante interlocutor que absorbe su conversación, monólogo que lega a los demás y que lo encadenan a lo que tantas veces he nombrado como solitariedad.

lunes, 18 de julio de 2016

Contra el horror

Diez mil voces se unieron para darse la paz y no la guerra en esta interpretación de la obra más grande de la Música.



Estos días de atentados terroristas y golpes de Estado se cumplen 80 años de ese otro golpe que inició la Guerra Civil española y que dejó 600.000 muertos y otros 600.000 exiliados.
Los ciudadanos son los soldados que más bajas sufren, y sin saber realmente por qué son ensartados por las balas o las bayonetas. De ahí que convenga recordar este poema de Nicolás Guillén, válido para cualquier país y contra cualquier guerra (aunque el mayor signo de solidaridad universal continúe siendo el Himno a la Alegría de Beethoven):

No sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo,
si somos la misma cosa
yo,
tú.

Tú eres pobre, lo soy yo;
soy de abajo, lo eres tú;
¿de dónde has sacado tú,
soldado, que te odio yo?

Me duele que a veces tú
te olvides de quién soy yo;
caramba, si yo soy tú,
lo mismo que tú eres yo.

Pero no por eso yo
he de malquererte, tú;
si somos la misma cosa,
yo,
tú;
no sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo.

Ya nos veremos yo y tú,
juntos en la misma calle,
hombro con hombro, tú y yo,
sin odios ni yo ni tú,
pero sabiendo tú y yo,
a dónde vamos yo y tú...
¡no sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo!


domingo, 17 de julio de 2016

Utopías, distopías


Haydn: Adagio


Cuando un hombre pretende enmendar el mundo es considerado loco -como bien prueba la figura de Don Quijote-, puesto que nadie quiere enmendarse. Y sabemos que cuando un inocente de corazón y sueño conoce la realidad del mundo se retira y huye de él, según la historia de Buda, por ejemplo. No en vano afirma Shakespeare en "Macbeth" que la vida es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia. Ese es el motivo por el que, desde la Antigüedad, se han descrito paraísos sociales y utopías (Ya las he nombrado: Platón, Moro, Agustín de Hipona,  Campanella...) que han concluido, por contra, en mundos apocalípticos o distopías (Swift, Huxley, Orwell, Bradbury...).
     De manera que, para no extenderme, con esas premisas y con la relación de hechos que hacen que la Historia sea una sucesión de guerras separadas por ruinosas treguas, pocas conclusiones podemos extraer que no sean semejantes a la de que el mundo no es lugar para vivir¿Quién construirá un mundo alternativo en el que hallar paz y sosiego, templanza y porvenir, deseo de que la existencia continúe? Solo aquel que edifique su hogar en un lugar llamado corazón.

sábado, 16 de julio de 2016

El íntimo enemigo

Leer antes:


Terror enmascarado


Grieg: En la gruta del rey de la montaña

    Cuando yo era niño me perseguía el miedo; después, durante muchos años, me alcanzó muchas veces. En verdad, todavía no me he librado de él. Al principio sufría inocentemente; luego he padecido muchos miedos irracionales a pesar de combatirlos con razones. 
     ¿Qué hacer en casos semejantes, cuando los fantasmas de la mente nos acosan? Tal vez no podamos evitar el estremecimiento de la alarma, el pavor ante el peligro, por ser algo instintivo. Pero sí podemos suavizar su manifestación, mitigar el sufrimiento: en vez de huir inútilmente -hablo de lo que conozco; corríjame el especialista-, ¿no es mejor dejar que el miedo nos recorra, desarmar su agresividad, soportar su calambre sin oponer resistencia, hasta que se agote en sí mismo y se consuma como un verdugo que carece de víctima? Cuando veamos que solo es lluvia lo que creíamos tormenta empezaremos a no temerla y a no sufrirla. No obstaculicemos las reacciones naturales incontrolables. Quien teme no atiende a las causas de su temor: escucha el galope de su corazón: y hará bien en dejarlo trotar hasta que se sosiegue. El ciervo que huye del depredador quema su pánico mientras corre, y sus toxinas dolorosas desaparecen espontáneamente, como llegaron, porque no tiene conciencia reflexiva y no convierte en huracán el viento. El ser humano, sin embargo, soberbio dominador de tempestades, quiere vencer la invencibilidad de la Naturaleza y se dice que debe enfrentarse al monstruo interior, en lugar de permitir que pase como un flujo extinguible, aunque obstinado: y, olvidando la prudencia, termina vencido porque la temeridad solo es la forma más valiente de esconder la cobardía.
         Quien teme tener miedo y se empeña en prevenirlo sin fuerzas está profetizando y anticipando el cumplimiento de su temor: siempre estará retándose y sucumbiendo ante su reto.

Munch: Paisaje

viernes, 15 de julio de 2016

Terror enmascarado

Schumann: Sinfonía II, 3º

     La Naturaleza ha dotado a las criaturas de un mecanismo de defensa que se dispara ante cualquier peligro: suena la alarma de la supervivencia y la reacción inmediata es la de pánico para que este nos empuje a evitar la causa. El ciervo huye ante la visión del tigre; la mano se aparta de aquello que la hiere; el niño de pocos meses grita cuando tiene hambre. Pero llega el alimento, se aparta el fuego, se aleja el tigre; y todo recobra su equilibrio.
         Ahora bien: ¿Qué ocurre cuando aparecen una y otra vez, día tras día, el tigre, el hambre o el fuego? Sucede que el malestar continuado ocasiona un disturbio emocional y se genera ansiedad, angustia, melancolía; de tal manera que, en medio de tanto desasosiego, ya no reconocemos la causa del dolor y, por lo tanto, no podemos apartarnos de ella, con lo que sentimos un pavor abstracto, enmascarado e innombrable que nos sensibiliza solo para sufrir: y cualquier indicio de peligro nos provoca reacciones desproporcionadas, terrores de todos los tamaños que terminan convirtiéndose en el peor: miedo a sentir, miedo a vivir. De modo que, en ocasiones, lo que en principio fue una alerta contra el dolor acaba siendo una tortura y un deseo de repudiar la vida.
    Imaginemos el horror de Van Gogh o de Schumann al saberse cada día más prisioneros del miedo a perder su identidad, más faltos de voluntad para ordenar sus vidas. El “Concierto para violín” de este y los “Cuervos sobre un trigal” de aquel testifican el combate entre sus luces y sus sombras. Toda la obra de Poe es hija de sus crisis. Son casos extremos, en los que los seísmos emocionales bloquean y abren precipicios mentales; pero pocos hombres y mujeres se han visto libres de similares accesos -aunque, por fortuna, más llevaderos- en determinadas circunstancias.