Clara Wieck: Adagio
Era un instante de esos en los que se ve la muerte como única curación a la enfermedad de la existencia.
En su mente apenas había unos pocos paraísos idílicos: la joven, niña casi, como él, que le enseñó a soñar; el mar: una mirada al mar, como él, adolescente; y sobre todo aquellas tardes de verano en que los libros le mostraban la vida, o su refugio.
Ahora continuaba su fruición lectora y la biblioteca era el recinto en el que sosegaba su existencia.
- Ya no vienes a verme como solías hacer -dijo uno de los dos-.
- Cuando decidimos abandonar la soledad y buscar compañía, siempre acabamos quedándonos allí donde mejor nos tratan -dijo el otro de los dos-.
- Es decir: que no te trato bien -añadió el uno de los dos-.
- O sea: que no me haces sentirme tan bien como cuando un libro me da paz -añadió el otro de los dos-.
- Tú lo que quieres es estar contigo mismo -agregó el uno-.
- Tú lo que quieres es sentirte con otro tan bien acompañado como si tú fueras tu propia compañía -agregó el otro.
- Siempre nos convertimos en lo que anhelamos... -asintió el uno de los dos-.
- ... o tememos... -asintió igualmente el otro uno de los dos-.
Y ambos, acusativamente uno y explicativamente el otro, concluyeron:
- Insistamos: Todos acabamos quedándonos allí donde mejor nos tratan (ya lo han dicho otros otros en otros cuentos)!