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domingo, 16 de noviembre de 2025

José Antonio Sáez: Identidad e intensidad en la poesía de Antonio Gracia

Bach: Suite nº 3

         IDENTIDAD E INTENSIDAD EN LA POESÍA DE ANTONIO GRACIA.



       Conocí personalmente a Antonio Gracia en Orihuela, iniciada la década de los 80. Era entonces un poeta que empezaba a publicar sus primeros libros con una personalidad manifiesta y, a pesar del carácter de búsqueda esencialmente existencial y pesimista de los mismos, además de la cierta complejidad psicológica que los impregnaba, se mostraba lleno de entusiasmo hacia la literatura; de manera que su vocación literaria era explícita y reconocible. 
        Desde los 3 ó 4 años vivió en Orihuela y estudió en el Colegio de Santo Domingo de esta ciudad, edificio que llegó a albergar la universidad literaria de Orihuela en el siglo XVIII. Allí cursó el bachillerato y luego realizó estudios de filología en Salamanca, hasta que se trasladó a Alicante para dedicarse profesionalmente a la docencia en enseñanza media. Tuve oportunidad de conocer, igualmente, algunas de sus primeras publicaciones en prosa, premiadas en el I concurso de cuentos “Gabriel Sijé” de 1973 y el Premio de novela corta “Gabriel Sijé” de 1980, con narraciones cuyos títulos fueron Un cuento llamado Elegía y Viaje. Algunos de sus primeros libros fueron reseñados por mí en periódicos locales o provinciales y llegué a colaborar en algún número de “Algaria 0”, la revista de poesía que fundó y dirigió en Alicante y a la que entregó muchos de sus mejores desvelos, si bien supe que habría de proporcionarle algunos sinsabores con algunos compañeros de aventura. También llegué a conocer por aquel entonces a su compañera, una inquieta y radiante muchacha que redactaba su memoria de licenciatura sobre el poeta panadero, amigo de Miguel Hernández, Carlos Fenoll. Fue la época que me llevó a tratar personal y epistolarmente a míticos poetas y escritores alicantinos, entre los que debo citar muy especialmente a Manuel Molina y a Vicente Ramos, de tan grata memoria para mí y a quienes conocí en la biblioteca “Gabriel Miró” de Alicante, con motivo de la redacción de mi memoria de licenciatura sobre la obra periodística de Ramón Sijé.  A todos nos unía el interés por la vida y la obra de Miguel Hernández y el grupo de escritores conocido por muchos como la generación de 1930 en Orihuela, seguidores de la estela dejada por el maestro Gabriel Miró, creador, junto a Azorín, de una suerte de estética levantina de aquella ciudad.
       Del mismo modo, leí con mucho interés su ensayo sobre el poeta republicano de Alcoy Pascual Pla y Beltrán, fallecido en el exilio (Pla y Beltrán: vida y obra, Alicante, Instituto de Estudios Alicantinos, 1984), el cual me remitió y que reseñé.
       Pero pronto se sucedieron los largos años de silencio (Antonio Gracia contaba entonces 34 ó 35 años de edad) y nada o muy poco supe en ellos del poeta de Bigastro. Los comentaristas y críticos que se han ocupado de su obra hablan incluso de tres lustros de silencio literario que el poeta se habría impuesto a sí mismo: los que van desde Los ojos de la metáfora (1987, escrito en 1983) hasta Hacia la luz (1998) (Vid. Introducción de Luis Bagué Quílez a Fragmentos de inmensidad, Madrid, Devenir, 2009, p. 9). Así es que yo, hasta época bien reciente, apenas si conocía de él aquellos primeros libros que llegué a reseñar en alguna ocasión.
       Más he aquí, como digo, que en estos últimos años he comenzado de nuevo a seguir esporádicamente la trayectoria de este poeta alicantino. Leí algunos textos suyos, preferentemente ensayos críticos, en revistas literarias y culturales oriolanas, como “La Lucerna” y “Empireuma”, ambas dirigidas por José Luis Zerón, o incluso en algunas de otras provincias, como “Cuadernos del Matemático”, la excelente publicación de Getafe que conduce heroicamente Ezequías Blanco. En esos años de alejamiento creativo publicó también ensayos en las revistas “Canelobre”, “Ínsula” y otras. Muchos de ellos fueron recogidos en tres títulos: Miguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo, Ensayos literarios  y Apuntes sobre el amor… Pronto empezaron a llegarme algunos libros de lo que venía publicando en esta nueva etapa de su producción literaria, y en verdad que me sorprendieron por la intensa vena espiritual, para mí desconocida, que me parecía atisbar en aquellos nuevos textos, tan distintos de los inicios poéticos que yo había conocido hacía al menos dos décadas.
       El poeta alicantino recogió una significativa muestra de los libros de aquella etapa inicial de búsqueda, inquietud y zozobra personal en un volumen titulado Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), publicado en 1993, en edición del prestigioso crítico y profesor de la Universidad de Alicante, Ángel Luis Prieto de Paula. Era ésta una poesía que se adentraba en el camino de la autodestrucción a través del lenguaje poético y constituía una bajada a los infiernos, donde el mundo psíquico y el de los sueños tenían su espacio reconocible. A esa etapa de su producción literaria pertenecen títulos como La estatura del ansia, Palimpsesto, Los ojos de la metáfora o Iconografía del infierno, libros complejos que configuran, como digo, una época de búsqueda e indagación en la propia personalidad, de desasosiego e incertidumbre existencial y de cierta complejidad psicológica, entre otros aspectos destacables.
       Consciente el poeta de haber recorrido una segunda etapa en su trayectoria literaria, marcada “por la reconstrucción de un yo eglógico” y “de persecución del paraíso” recoge ahora un conjunto de textos de los poemarios que la constituyen bajo el título de Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), editado en 2009, volumen que, con una esclarecedora introducción de Luis Bagué Quílez, ha publicado el editor Juan Pastor en la colección “Devenir”. Se trata de libros que han merecido relevantes galardones en la poesía española de estos años: “Fernando Rielo”, “José Hierro <<Alegría>>”, “Paul Beckett” o el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana,  a través de títulos tan significativos como Hacia la luz (1998), verdadero intento de recuperar la palabra poética, Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004) o Devastaciones, sueños (2005); a los que habría de seguir La urdimbre luminosa (2007). 
        Estos poemarios representan siete años de creación literaria en la obra de Antonio Gracia y constituyen una tentativa luminosa que queda definida en el título El himno en la elegía (2002), el cual se sitúa en el ámbito del “voluntarismo positivista”, según consideración del propio poeta, que estima lo siguiente: “Todo autor debería ir jibarizando su obra conforme avanza, hasta dejar lo medular. Tal vez no acierte en algunas apreciaciones; pero la acumulación siempre contiene más errores”. Antonio Gracia partió de esta consideración para incluir los textos que se integran en  Fragmentos de inmensidad: la reformulación de lo ya escrito. Del mismo modo, tomó como premisa el título con el que nombró una de las partes de su libro Devastaciones, sueños (2005): “De la consolación por la poesía”, frente al caos del mundo, la decepción, el escepticismo, el dolor y la muerte.
       Concebido como un nuevo libro formado por poemas inéditos y editados, pero reescritos o renovados, Fragmentos de inmensidad es considerado por el propio autor como su segundo libro (Vid. “Antonio Gracia: Fragmentos de una poética”, introdución de Luis Bagué Quílez, p. 13). Su estética sigue siendo, según confesión propia, la que señalaba en uno de los libros de su primera etapa, Palimpsesto: “El autoplagio como reformulación de lo ya escrito”. En este punto cabe recordar la obsesión de Juan Ramón Jiménez por reescribir muchos de sus textos, incluso los ya editados; o la reescritura de Soledades por Antonio Machado en Soledades. Galerías. Otros poemas. Recursos a que no es ajena la obra de algunos autores de nuestro tiempo, quienes llegan a publicar varias versiones de un mismo poema e incluso libro, como es el caso del excelente poeta onubense Manuel Moya.
       Entiendo que los textos que aquí se recogen representan una suerte de conversión, de revelación, de vuelco o de quiebra en la poesía del alicantino. Algo, en efecto, se deja ver de aquel poeta juvenil; mas el cambio resulta bastante radical. Como nuevo Saulo caído del caballo, Antonio Gracia se nos revela como poeta de la intimidad luminosa y espacios interiores que propician el reencuentro consigo mismo a través de un flujo de conciencia desvelador; todo lo cual podría acercarlo a otras poéticas actuales como las de Antonio Gamoneda, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente o incluso a Antonio Colinas: “Un paisaje varado delante de mis ojos,/ un aroma de almendros, el tacto de la página/ mientras leo unos versos con lentitud serena/ o escribo unas palabras sobre la mansedumbre,/ la música de Bach constante y renacido,/ y algún recuerdo amable de lo que pudo ser/ es cuanto yo quisiera poseer de este mundo” (La Beatitud, p. 83). Poeta y hombre recuperados, convocados al encuentro con la palabra, a la lucha contra los límites del lenguaje. En ese proceso de recuperación de la armonía perdida, el poeta alicantino ha contado por supuesto con su propio instinto de supervivencia, pero también con el auxilio de la misma literatura, el erotismo, el arte, la música, la naturaleza…; la belleza en suma, hasta sentirse parte del universo y buscar la armonía con él, semilla y germen que transmuta y metamorfosea como manera de alcanzar la eternidad y vencer a la muerte: sin duda la gran obsesión humana. La literatura, la escritura, la naturaleza, el arte o la música se constituyen así en refugios para espantar la certeza de la muerte y hacer soportable la espera que ha de desembocar en su desenlace.
       Quien ha dejado dicho que escribir “es buscar la íntima identidad”, divide vida propia y escritura en dos tramos: uno autodestructivo, que se recoge en Fragmentos de identidad (1993); y otro reconstructivo, con una primera fase de cauterización compuesta por los tres libros publicados entre los años 1998 y 2001; y otra de eglogismo psíquico, integrada por los poemarios editados entre los años 2002 y 2004.  
    El libro que, como ocurre con buena parte de la obra de Antonio Gracia, está dedicado a Oniria, en referencia al sueño o al mundo de los sueños, está estructurado en cuatro partes o secciones que se identifican con el “Homo semens”, con textos de referencias erótico-amorosas, pues no en vano la pasión amorosa o el impulso erótico resultan antitéticos y negadores del thanatos; “Homo scriptor”, “Locus horribilis” y “Locus amoenus”, cuyo significado y trascendencia son puestos de relieve en el esclarecedor prólogo de Luis Bagué Quílez y que por lo general coinciden  con un sentimiento salvífico del yo del poeta en relación con la literatura y el ejercicio de escribir; la recuperación de ese yo a través de la naturaleza y en armonía con ésta, así como la integración del mismo en el universo. Psicoanálisis y tradición literaria se dan la mano en los textos de este poeta alicantino que no duda en recurrir a ciertos tópicos de la poesía clásica para renovarlos o hacerlos suyos, dotándolos de una singularidad específica relevante. Y es que el poeta se reconoce en esa tradición, es hijo suyo y en su bagaje histórico hunde sus raíces, se siente deudor de ella y no renuncia a su legado. Así es que por sus poemas reconocemos la clara impronta de Fray Luis de León, de Lope, de Quevedo y de Garcilaso muy especialmente; espejos donde se mira para trasmutarlos, pero que nunca son utilizados de forma mimética. Tampoco faltan las referencias a poetas contemporáneos de otras latitudes, entre las que resultan claramente identificables las de Cavafis, Hölderlin y Leopardi; así como las de los españoles Luis Cernuda y Francisco Brines: “Cuando sientas que el mundo te derrota,/ no intentes combatirlo./ Edifica un castillo en tu interior/ y cuelga terciopelos y templanza/ en sus muros. Dispón un fuego manso/ junto a la mesa de la biblioteca./ Mira al cielo brillar entre las llamas/ y los libros. Inúndate de luz/ en la frágil belleza de los cuadros./ Escucha el clavecín mientras tu pluma/ persigue en la escritura algún sosiego” (El secreto, p. 62).
           En la breve nota que cierra el volumen, titulada “Del autor al lector” el poeta deja constar lo siguiente: “Siempre he escrito para saber quién es Antonio Gracia, por qué vive, por qué debe morir, cómo hacer que la palabra le otorgue la vida que no tiene.
   Entiendo la poesía como la confidencia inexcusable de un corazón que busca luz y ha de nombrar –por conjurarlas- las tinieblas. Pues sabe el hombre que sucumbirá con él aquello que ama y quisiera salvar” (p. 103).
       Así veo yo el universo poético de este poeta alicantino, reflejado en Fragmentos de inmensidad que constituye una sustantiva muestra de su quehacer poético en la segunda etapa de su poesía, comprendida, como queda dicho, entre los años 1998 y 2004. Siete años que han aportado textos tan relevantes a su obra y a la poesía española de estas últimas décadas como los que aquí se dan cita. Una obra importante, sin duda,  y merecedora de toda la atención por parte del público lector y de la crítica.

                                                José Antonio SÁEZ.

   Antonio Gracia: Fragmentos de inmensidad (Poesía, 1998-2004), introducción de Luis Bagué Quílez, Madrid, Devenir Poesía 224, 2009, 109 pp.
 Noviembre 2009 EL FARO 5 Cultura/Poesía 

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Reinar después de morir

"Im Abendrot" - Vier Letzte Lieder - R. Strauss

Reinar después de morir
(El autor recibe una fotografía)

Ese rostro nimbado de ternura
es el que anhelo y el que ya he perdido.
El tiempo y la aflicción lo han destruido
robándome su paz y su hermosura.

Qué tráfago el del alma, pues perdura
en ella la memoria y no el olvido,
y construye la estampa y la figura
de lo que pudo ser y nunca ha sido.

Confiar nuestra vida en otra vida
y esta en la nuestra, como un fértil flujo
del do ut des de la carne al fin unida.

Contemplar la existencia ya dormida
en un trozo de muerte, en el embrujo
de un recuerdo que mata a quien no olvida.

sábado, 15 de noviembre de 2025

4 poemas en "Poesía Española"

 

RESURRECCIÓN – ANTONIO GRACIA

MOJA BIEDA – ANTONIO GRACIA

Bolero del desamor


La mujer jánica

Me acusas de no amarte como ayer.
Y es cierto. Me he alejado de tu vida. 
¿Para qué crearme hermosas ilusiones 
si sé desde el principio que son falsas 
porque tu corazón es inconstante? 
Mejor es liberarme de este hechizo 
antes de que me enreden tus mentiras.
Metáforas de muerte son tus besos.
Y puesto que me mienten tus palabras 
y tu cuerpo te ayuda en el engaño, 
no te diré "miénteme más que me hace 
dichoso tu maldad", sino que aléjate
y búscate a otro de quien ser verdugo.
Que yo prefiero un corazón sincero 
a aquel que no distingue el bien del mal
y es ángel y demonio al mismo tiempo. 


La construcción del poema

 

La construcción del poema (XII): Identidad de la elegía

La construcción del poema (XI): Idolatría del dolor

La construcción del poema (X): Bajo el signo de Tánatos

viernes, 14 de noviembre de 2025

Madrigal con estrellas

 

III.- (Madrigal con estrellas)



En el espejo donde te miras cada día

guardas las joyas de tus ojos, prendes 

el oro en tu cabello más dorado, engarzas

en tus mejillas azucenas, brindas

la boca más frutal de los campos del feudo.

Ese joyero dice

que el amor es belleza y a ella tiende.

Y el trovador te espera con su hechizo 

sobre las frondas del dosel del bosque.


El tiempo es un espejo que repite un presente

de un mundo irrepetible. 

El amor transfigura la materia 

como el dolor transforma su sustancia.


Apiádate de ti, muerde la vida.

Guarda tu corazón en el joyero,

no tu belleza ni su piel trizada 

por la piel del amor y la pasión furiosa,

porque tendrás mañana solamente

espejos rotos, carne aleteante

que querrán destruirte la memoria.


Pulsar enlace para leer libro:

Reconstrucción de un diario https://www.cervantesvirtual.com/descargaPdf/reconstruccion-de-un-diario-1135662/

Registro bibliográfico

El corazón rusiente de la lírica

El corazón rusiente de la lírica


Sé que es verdad que todo, al fin, se acaba

y ni siquiera ha de quedar el verbo

que trata de salvar cuanto ha existido.
Esta mañana azul, con sus paisajes
penetrando en mis ojos, morirá
tragada por la noche, igual de hermosa
que el día que, igualmente, ha de matarla.
En su pugna infinita, sombra y luz
construyen y destruyen la belleza.
Pues tal vez la hermosura de la vida
nace cuando sentimos que la muerte
le concede el fulgor que antes no vimos.
Así este manantial por el que fluyen
las aguas cristalinas va alejándose
de roca en roca hasta llegar al llano,
sin dejar en mi verso su esplendor
ni la nobleza de su mansedumbre;
y así todo transita hacia su fin
y me encamina al mío, aunque yo quiera
quedarme entre los árboles, las fuentes,
la dicha de tu abrazo
y una leve palabra redentora.

19724

jueves, 13 de noviembre de 2025

J.S. Bach: Goldberg Variations BWV 988 (Gould, 1981)

La templanza

 

La templanza


Qué hacer cuando, inesperadamente, todo se vuelve contra nosotros y el mundo parece un lugar inhabitable? ¿Despreciar como nos desprecian? ¿Actuar como si la mejor defensa fuera el ataque? ¿Crear mayor violencia respondiendo a la de quien nos hostiga? Solo en tiempo de paz vemos la verdadera dimensión de la guerra y sus estragos, sea entre individuos o entre naciones. Así que cuanto antes desterremos la agresividad, recurramos a la templanza y pacifiquemos los impulsos, antes el corazón dejará libre la conciencia para que su visión sea equilibrada. 
    Por ejemplo: cuando se nos insulta, tenemos dos opciones: sentirnos insultados -porque nos sabemos culpables- y responder insultando -como un acto reflejo que la imperante ley de la fuerza aplaude en esta sociedad- o detener la compulsión agresiva porque nos sabemos inocentes y porque, en cualquier caso, no hay mayor ofensa para el agresor que la indiferencia. El silencio desarma al que grita, como el gesto pacífico desconcierta al violento. Cuando alguien nos chilla es difícil oírlo, por más que los oídos se estremezcan ante su pataleo: porque, ¿cómo entender a quien defeca por la boca, y de qué manera mágica escuchar la voz de los fantasmas disfrazados de personas? Y aun, si acaso los oyéramos, ¿qué decir? 
        La sociedad prefiere una mentira convincente a una pobre verdad. Además: la valentía no consiste en luchar contra la necedad, sino en mantenerse al margen de ella, digan lo que digan cuantos nos rodean: ¿no es preferible ser nadie en un mundo en el que ser alguien significa haberse vendido a las estratagemas y las convenciones de la fama o el cotilleo? 
        El mundo, en general, es bueno; y lo sería más si algunos no se empeñaran en emponzoñarlo. Sumadas de una en una, hay más personas bienintencionadas que malintencionadas: hay quienes tienen como premisa que los otros son honestos, y hay quienes desconfían por principio de los demás: cada uno piensa del otro lo que no quiere reconocer de sí mismo. La ira -cualquier pasión- se alimenta a sí misma si no la atajamos. Algunos dicen de los coléricos que «tienen mucho carácter», cuando en realidad manifiestan muy mal carácter. Lo cierto es que ni el mejor ni el peor son elegidos democráticamente, sino que se constituyen en tales por su espontaneidad o contumacia. Si la prudencia y la templanza fueran pilares de nuestro comportamiento habría menos heridos en esta extraña paz llamada sociedad.
    Naturalmente, hay que tener en cuenta las opiniones ajenas -si no son gratuidades con pretensión de dogmas-; pero no hasta el punto de que anulen nuestro criterio -a menos que reconozcamos que sus razones son más razonables que las nuestras. Pero, como «El gran masturbador» daliniano, el contumaz suele ser un onanista de sus convicciones, a pesar de que considere su opinión tan valiosa como la obsesiva y sensibilizadora nota de Chopin en su conocido «Preludio de la gota de agua» (opus 28, nº 15).
        En fin: ya nos mostró Cervantes que hay dos formas de afrontar al ofensor amante de calumnias: mientras Avellaneda, queriendo que prevaleciesen su nombre y sinrazón, ultrajaba a Cervantes, este, más noble, inteligente y comedido, repudió todo acceso de cólera y dejó que los gritos del apócrifo se convirtieran en sus propios fiscales.
        Y en resolución: ¿Por qué sentirse ofendido por quien tiene como norma la incontinencia verbal, o física, y la utiliza como le conviene? Y, sobre todo: ¿Quién es más dichoso, el que se sabe rodeado de inocentes o el que da por supuesto que vive entre culpables?


miércoles, 12 de noviembre de 2025

Marisol González Felip: Libro de los anhelos.


Libro de los anhelos 
Diamantes para la plenitud o la desnudez del espíritu
Marisol González Felip
Lletres valencianes, 1999, XXXIII


En un primer acercamiento a este interesante libro percibimos que nos hallamos ante una voz extraordinariamente transparente, con un oficio poético bien forjado, que es capaz de comunicarnos un microcosmos en el que, desde un principio, nos reconocemos y nos autoubicamos.

Antonio Gracia, en este Libro de los anhelos, nos muestra la experiencia de un yo poético por el que se expresan las huellas borradas de una experiencia repleta de trascendencia, sensualidad y erotismo.

La capacidad metafórica del autor nos impresiona desde un primer instante -nos atrapa deliciosamente-. No hace falta pasar muchas páginas para darnos cuenta de que estamos ante un poeta con mayúsculas.

La vivencia erótica del protagonista constituye una sublimación de su existencia, la respuesta a las incansables preguntas del héroe en su camino, que es la vida, y a veces la pregunta de sí mismo: cuando tu luz me invade y yo te alumbro / el cuévano en tu pubis se dilata / como nueva eclosión del universo. / Inundado por ti siento el latido / del océano, ruedas por mi sangre / y el vendaval de la lujuria estalla.

Los versos de Gracia logran hacernos alcanzar el sentido de lo auténtico, convergen en una realidad cercana al lector o lectora, nos seducen sin respiro a lo largo de los más de cincuenta poemas de que consta el libro. Hay en tus labios bálsamos,/ frutos y laberintos,/ te persigue el océano amoroso, / la lluvia interminable te persigue./ En tus ojos la noche / se llena de caminos. / Mientras gira la luna,/ doblándose en tus senos,/ tu cabello derrama su azabache / sobre mi rostro. / Y el mar emerge su desolación.

La anécdota amorosa sirve a Gracia para expresar los más recónditos interrogantes del ser. El autor se construye con un lenguaje sencillo e inteligible un universo para explicarse. Cada uno de los poemas aparece ante nuestros ojos y nuestro intelecto como un diamante recién extraído de la tierra que brilla con luz propia: me muerdes con tus labios lentamente / y te detienes en mi sexo./ El firmamento, entonces, / se llena de diamantes.

El camino que recorre Antonio Gracia en su texto tiene como meta la identidad: Sobre tu cuerpo escribo con mi cuerpo / el gran poema de la identidad. 

Como en la culminación del acto amoroso el poeta se halla a sí mismo al final de los versos. El autor establece logradas analogías entre la vivencia erótica, sensual y amorosa del individuo, y el trasluz de su ser a través de la vivencia poética. Es precisamente por eso por lo que el poemario atrae el interés del lector desde un primer momento. Nada de lo que dice Gracia nos es ajeno: los lagares del ansia calman sus plenitudes, /enrejados fantasmas se desvisten su magia, / y el piafar renovado pone música frágil / en la escultura inquieta que la noche renueva.

El libro de Antonio Gracia es, después de todo, una apuesta valiente por el amor. El amor acompaña la andadura del hombre, que se reconoce fieramente humano a través de las palabras y débilmente fuerte en la experiencia: Amo el temblor rosado de tu boca / y el crepúsculo azul de tu mirada. / Amo la luz carnal que te ilumina / cuando te arrojas como un puma alegre/ sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo./ Amo el sudor de miel que nos lubrica/ y la erosión constante de la piel. / Amo tu desenfreno y mi arrebato/ cuando, tendida, te abres como un libro/ y esplendes como un saurio,/ y cuando giras lúbrica y te ofreces... 

Como nos dice el título de la última parte del poemario, es este un libro de búsqueda infinita: Todo lo que yo soy está dormido / en los prados azules de la infancia... A través de la memoria el autor pretende desvelar el inquietante misterio de la vida, comprender lo que se fue y lo que se es, entender cada latido, el gozoso estallido del hombre y la huella fría de la pena: otea la memoria sus orígenes / y al escribir la pluma inventa / lo que fuimos, da fe de la existencia. El ejercicio de escritura que alberga el Libro de los anhelos nos da la clave para interpretar la poesía en su esencia más pura y más trascendental. El verbo del poeta nos cautiva y nos introduce en una travesía cómplice de la propia vida. Las palabras actúan a lo largo del libro como potentes espejos sonoros en los que nos autoreconocemos, y es precisamente la fuerza de esa palabra desnuda la que nos dibuja un horizonte de plenitud que podemos saborear en cada una de las sílabas, una aureola de luz y una fusión del espíritu; el poeta y la palabra se confunden a menudo y nos suenan como una misma cosa, diamante en la desolación. 

Asistimos a una verdadera epopeya interior de la que no resultamos indemnes: hay un orgasmo místico en naufragio / y la voz escondida / grita hacia adentro su canción: el cielo / estalla azul sobre los mares íntimos,/ el árbol se cimbrea, las antorchas / irradian mansedumbre, la tristeza/ transustancia sus lágrimas,  los pájaros / invaden el instante, la existencia / se llena de quietud. 

Después de leer el Libro de los anhelos de Antonio Gracia el lector/a puede presentar signos de una especie de embriaguez sensorial, quizá algo de lo mucho que Violeta Parra quiso decir en su bella canción "Gracias a la vida", acaso una profesión de fe en la escritura, en su vertiente redentora y en su vertiente de anhelo: la vida que, hostigada por la muerte,/ renace en el amor, / esparce esporas por la sangre, liba/ besos enajenados y profundos,/ envía labios hacia el infinito,/ embaraza de luz la eternidad./ La escritura no puede sino ser/ serena plenitud/, un consuelo para el desasosiego/ del hombre. 

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martes, 11 de noviembre de 2025

María José Zaragoza Hernández: Antonio Gracia y el poeta maldito

                                             

 MARÍA JOSÉ ZARAGOZA HERNÁNDEZ

INFORMACIÓN
02 DIC 2004 0:0 0
Antonio Gracia y el poeta maldito

La conmoción que ha producido, en territorios literarios, declarar desierto el Premio Loewe de este año y sus causas, tendrá su anécdota en el futuro aunque ésta no sea del agrado de organizadores, jurados, concursantes, etcétera. Está claro que la personalidad de Antonio Gracia nunca ha sido la de un poeta que deje a su paso aparcada la indiferencia. Han sido muchos años dedicándole y dedicándose a la poesía en cuerpo y alma para que en un pis-pas, el fulgor de la gloria se haya ido al garete. Pero no nos congratulamos con hechos como estos, muy al contrario nos sentimos abatidos y desolados. A pesar de lo ocurrido hemos de reconocer que Antonio Gracia es un gran poeta. ¿Quién se atrevería a juzgar los comportamientos humanos de los grandes maestros literarios de la historia? Tal vez, por esa regla de tres, ninguno, absolutamente ninguno sería digno de que sus obras hubieran llegado hasta nosotros. Es tal vez la peculiaridad lo que distingue unos de otros y lo que hace que el ser humano sea grande y pequeño por sí mismo.

No vengo aquí a juzgar los errores de nadie, porque no somos jueces ni verdugos, y si la compasión se tejió dentro del abanico de los sentimientos que forjan el espíritu del hombre, es buen momento para que los que dicen ser amigos del poeta lo demuestren y busquen justificación ante una conducta que bien pudiera haber sido simplemente un error.

Antonio Gracia siempre habló del poeta maldito y este sentimiento, germinado en él, desde los tiempos primeros de su poética, parece haberle dado la razón con el tiempo. No sé si el destino tiene carácter burlón y de vez en cuando hace una de las suyas. Lo que no he oído decir hasta ahora es que Gracia es un gran poeta y eso, a pesar de sus detractores, lo seguirá siendo. Si nos situáramos, con el pasar de los tiempos, como espectadores de una mesa redonda cubierta de cátedros en torno a su persona y obra, tal vez saldría a la luz las voces de los verdugos que en su momento le condenaron con grandes y elocuentes nombres y apellidos, contando con saña el incidente del premio Loewe, pero lo que nadie le negará a Antonio Gracia es el hecho fehaciente de que es y será uno de los mejores poetas que habitan el paisaje poético de la historia literaria contemporánea. Su libro «Devastaciones, sueños» doblemente premiado y doblemente devastado, pudiera ser un libro de poemas premonitorio, o tal vez simplemente su mejor poemario. ¡Así es la vida!

¿No les pica la curiosidad de leerlo?