Sobre “La anémona en el jardín”, de Die Marín
CANFALI Miércoles, 2-VI-82. Pág.- 12
Antonio Gracia
Uno de los rasgos que caracterizan el teatro de los últimos decenios es el de la coincidencia o simultaneidad creativa de autor y actor. La proliferación de grupos de actores-autores es evidente. Y esto motiva un nuevo rasgo: cada grupo crea su propia preceptiva dramática.
Como cada poema engendra su poética, cada grupo aflora la suya, su propia preceptiva o estética: que ahora condiciona no solamente el propio concepto del texto literario dramático, sino su particular criterio de texto escenográfico.
Es difícil que el grupo-autor de hoy no considere el teatro como espectáculo: nunca como hoy el teatro ha dejado de ser solo literatura puesta en escena. Así, la anábasis del teatro con respecto de la literatura -no respecto del arte-, por más que lo que hay de espectáculo en el teatro, a mi juicio, sea en la mayoría de los casos una ganga que poco a poco devora la veta artística de la literatura; y todavía no conozco un espectáculo teatral que pueda sustituir al texto literario dramático.
Creo que el teatro no debe ser una sucesión de diapositivas pictóricas ni un sucedáneo de la cinematografía, aunque tampoco debe olvidar que existen. Creo que el teatro es la visualización de un texto cuyas palabras dejan de serlo para ser imágenes en la mente del espectador: el escenario debe trasladarse a la mente del espectador-oyente. El teatro debe conseguir que cada espectador esté haciendo en su butaca de primer actor, de todos los personajes, de la obra total: que su cabeza se transustancie en el escenario real. A menudo el actor olvida que él también es una palabra: creo que al fin y al cabo un actor no es más que (no debe ser más que) una palabra puesta en pie en mitad de un escenario.
Y porque creo en la palabra es por lo que me interesa La anémona en el jardín, una obra en la que el protagonista es la palabra, la palabra-acción, la palabra-dinamismo, la palabra que conduce al actor a ser una palabra en movimiento. Hay dos tragedias en el siglo XX que me atraen especialmente: Luces de Bohemia es un trozo de arcilla moldeando al adán del arte y la vida modernos; Seis personajes en busca de autor una crítica que el teatro se hace con una contumacia genial. Y tanto ese adán de la eutanasia como esa autocrítica redentora son catedrales de palabras estructuradas y levantadas como un exorcismo ahuyentador de la muerte del teatro.
Defiendo tanto la palabra como cualquier otro bisturí que conduzca al hombre a su disección metafísica sin trepanar su identidad. (También el dolor o el pentagrama, por ejemplo, son palabras, pero de otros labios, de los cuales no hablo ahora).
La anémona en el jardín es una palabra convertida en una bayoneta que alguien (el autor) se ha arrancado de sí mismo y la ha clavado en el otro, en los otros; es una bayoneta que el yo individual desenvaina de su propio cuerpo para hundirla en el yo social; es la dialéctica entre la represión y la opresión, entre lo uno y lo múltiple, el reo que decapita al verdugo. El juego dialéctico entre Biribirliqui y doña Ruperta es el enfrentamiento entre la infancia y la vejez: el tiempo se ha detenido, las manecillas del reloj omnipresente, como fantasmas, han volado, y en ese instante de levitación acrónica, la vejez (¿la muerte?) se ve asaltada por su propia infancia en la actitud de interrogación y de reproche: una exposición de represiones sociales y morales, de mojigaterías y beaterías, se rebelan desde el autor al texto y desde el texto hasta el espectador: una introspección individual y una sátira social en buena parte suscitada por las experiencias de un ambiente cerrado, de tanto cubículo sotánico y satánico como hay seminado por el mundo. El joven escritor que otea un horizonte de libertad mental descubre pronto que fuera de su cabeza sólo hay una guillotina social: 1) o sale fuera de su cabeza a dejarse amputar su individualismo o 2) aprende que la libertad sólo es sinónimo de clandestinidad de pensamiento responsable o 3) esgrime su libertad de pensamiento responsable como una espada encendida y se lanza a luchar contra la guillotina.
La anémona en el jardín es esta tercera disyuntiva: una ráfaga de palabras intentando matar para resucitar. La anémona es la anagnórisis de un ser consigo mismo. Estos seres que se interpelan mutuamente, que mutuamente se destruyen, que se descifran mediante la destrucción, saben que es preciso destruir para edificar. Sólo quien mata o muere halla en el diccionario del dolor el significado de la palabra vida.
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