Aunque Radio Clásica ya no es lo que era hace unas décadas -porque, siguiendo los desvíos del hombre, se ha trivilizado, como todo, para ponerse al servicio del ocio más superfluo-, sigue emitiendo estos días, como hace anualmente, esa victoria extraordinaria del Arte sobre la Economía -no sé si en la más alta ocasión que vieron los siglos o porque la soberbia de un hombre pudo más que la de un rey-.
Me refiero al Festival de Bayreuth que iniciase Wagner para gloria de sí mismo -en 1876- y para gozo de la Humanidad.
Si hay que citar cuatro himalayas de la Música, el primero en el que suele pensarse es Mozart. Pero frente a la facilidad natural de tal pentagramista para construir belleza -que lo hace parecer un dios o extraterrestre entre los hombres-, prefiero a los hombres cuyo esfuerzo los convierte en dioses terrenales.
Prefiero -cierto que ma non troppo- a Bach, Beethoven y Wagner. La pluma, el pentagrama, el pincel y demás herramientas creadoras de la prolongación del universo debieran ser forjadas por sus dueños en el mismo crisol que esta tríada inmensa forjó sus péñolas: la sensatez, el equilibrio, la armonía, la ambición, la constancia, la revisión ... todo lo que determina que un poema -y sus sinónimos artísticos- sea tallado como un diamante. La música es la única palabra que desmiente la inefabilidad.
Durante mis años adolescentes, comprar un libro era para mí un lujo que podía permitirme solo cuando vendía un puñado de los tebeos que con paciencia y ahorro había ido acumulando. Después descubrí la biblioteca de Teodomiro y la convertí en la catedral de mis lecturas y mis soledades. Me acompañaba La Diablesa, un "paso" semanasantino de Orihuela que se guardaba en una pequeña sala solemnemente escondidilla para que no nos lujuriase el erotismo de sus pechos.
Aquellas tardes y otros días semejantes en otros escondites, con mi pequeño cúmulo de libros, forman la mitología de mi felicidad.
Ahora tengo dos bibliotecas.
Una es la que ha ido creciendo desde aquella primera, y sigue siendo mi refugio el tacto de sus páginas, escogidas anhelosa y amorosamente a lo largo de décadas. Ellas me mantienen en mi tiempo, que es el de todos los que han utilizado la pluma con sabiduría, y continúan siendo mis actuales vecinos, mis coetáneos, mi comunidad, mi humanidad, mi nación, mi identidad. Constituyen ese espacio que llamaré La Vigencia.
La otra biblioteca es una consecuencia de vivir en el mundo y querer estar más o menos al día de las enfermedades y sueños de la pluma. Tiene esta biblioteca deshumanizada dos salas, amplias y llenas de muchas cosas a las que siguen llamando libros. La primera sala se llama FNAC; la otra, Casa del libro. En ellas paso algunas horas en las que hojeo decenas de poemas y párrafos, por si tropiezo con alguna sorpresa que merezca la pena entre los cientos de las novedades nacidas ya anticuadas y a las que debería habérseles practicado un concluyente aborto para que no inspiren el deseo de eutanasia en sus lectores. Generalmente vuelvo a dejarlas pulcramente en su sitio, una vez que me he puesto al día de lo que no debiera haberse publicado. Porque los libros pueden considerarse hoy unos de los artículos más caros de la mercadería, si tenemos en cuenta que de cada mil kilos de papel impreso hay cinco o seis gramos que merecen releerse.
La conclusión es esta: para no perder el tiempo, la biblioteca local; para olvidar sin dolor económico los títulos que todos los suplementos paraliterarios califican de imprescindibles, las grandes superficialidades.
Recordemos: a menudo, estar al día impide estar en nuestro tiempo.
Cuando un grupo social de raíces fanáticas consigue democráticamente la
mayoría parlamentaria suele caer en la tentación de olvidar que el ciudadano
eligió en las urnas a quienes creía que iban a representarlo y no a quienes
podían utilizar su voto para representarse a sí mismos.
Un ejemplo poco ejemplar es el
del ministro (= administrador) de Justicia: iluminado por el catolicismo más
fanático y divino, considera que todos tenemos los mismos derechos, entre ellos el derecho a sufrir: y extiende ese derecho a los aún no nacidos. Considera inexorablemente justo
y necesario obligar a nacer a un ciudadano que probablemente pedirá la
eutanasia para liberarse de los sufrimientos que atenazan su vida porque a su
madre se le impidió un aborto responsable. Ni siquiera piensa el tal ministro
invasor de la intimidad que también causará dolor a padres y familias; y
tampoco tendrá en cuenta que las arcas del Estado (que "soy yo",
pensará) tendrán que gastar más en cubrir las necesidades del incremento de la
población y sus enfermedades añadidas por condenar a proseguir un embarazo
desaconsejado por la Medicina. Tal vez el sabio Administrador de tan justa
Justicia se rija por el democrático eslogan de "ahora, además de ser
machos, somos muchos". O quizá crea que es el mono el que procede del
hombre, puesto que tan prensilmente se aferra a la razón inquisitorial de
que la fe debe prevalecer sobre la ciencia.
Todo el
fundamento "legislativo" de la fe del santo Administrador es este:
Dios da la vida y esta es sagrada; el Estado debe ser el garante de esa
vida. Por tanto, el Estado debe defender al más débil contra sus enemigos,
condenando de antemano al presunto asesino.
Ahora bien: A)
la ciencia demuestra que no hay existencia humana hasta que no hay conciencia.
B) La premamá (los prepapás) no es una asesina, sino una previsora. C) Así
que es el tutor del naciente quien decide sobre sí mismo y su futuro. Entonces:
¿por qué decretazo de qué divinidad el Estado se confiere el papel de tutor
usurpando la del verdadero?
Ciertamente poco tiene que ver el
Partido Popular que prometía hace unos meses con el impopular partido que hoy
ejecuta o malversa sus promesas. Pero lo que más extraña no son esos cambios de
rumbo en aquellos que carecen de carta de navegación y van a la deriva, sino
qué vieron los marineros en ellos para elegirlos como rumbosos capitanes de
navío. No parece, al menos cuando muestran su oratoria públicamente, que Rajoy,
Cospedal y similares luzcan un cociente intelectual embriagador ni una
personalidad cautivadora. Y uno se pregunta cómo semejantes efluvios de la
inteligencia y la estrategia llegaron a ser quienes parecen ser, y a ostentar
los cargos por los que tan mileuristamente cobran. La respuesta es esta: fueron
elegidos. Lo que lleva a otra pregunta más terrible: ¿por qué criterios se rige
el ciudadano cuando elige?
La última pregunta -que es a su
vez respuesta conclusiva- todavía es más desoladora: ¿Acaso hay en la Oposición
competidores que dignifiquen la política?
La mujer inventa el mundo y es azul. Parece cotidiano en su
simpleza, su límpida canción de los objetos en la materia sola y
reservada con que se inicia el tiempo y el ritual del té que abre su aroma
en los pesares y cancela la historia, los rigores, los campamentos rojos
de la ira.
La mujer inventa el mundo y es azul. El cruel temperamento
del granito desarma sus moluscos, los espejos de la roca que se hace
maleable y vuelve migazón las convicciones, tobillo tan flexible como el
agua que rota sobre sí su levedad. Y el azul no es del boli de la
infancia, del bic y su costumbre en el oído sino la sangre entera y
persistente que cosió las alfombras, los pañuelos, las melfas, las
zozobras y caftanes con flores que olvidaron el cobalto en su estallido
azul contra la muerte; la misma sangre firme que circula como un cordón
por cosas y personas atándolas al viento y sus finezas. Cortesías de apego
y de intemperie.
Esta carta es como la botella que desde mi corazón arrojo al mar de los naufragios en tu boca. Mis labios, porque te amo, tienen forma de beso. Tu nombre tiene el nombre de los pájaros, las flores, los océanos, los árboles, la lluvia sobre el mar.
A veces pienso en ti como si hubieras muerto: Eras el amor cósmico, eras el sexo sísmico, eras la boca lírica. Si rozaba tu piel crepitaba el diamante. Tus pechos eran vértigos; tu sexo, tiburones encelados; tus ojos, dos océanos en la luna; tus caderas, el ritmo de la música; tus muslos, arcoíris en la noche; tu pelo, el amazonas encrespado; tu risa, el cascabel de las estrellas...
Mi Amada tan lejana: es duro comprender que no me amas, que tus manos no avanzan hasta mi corazón para empujar su sangre, que tus ojos no se buscan en los míos para encontrarte en ellos. Por el beso que sé irrecuperable, porque tus labios quieren reventar de pasión y no los dejas, porque tus manos trazan pequeños arabescos en el aire como una cobra hipnótica, por tantas cosas que ahora callo mientras digo tu nombre, pienso, a veces, que la vida es, a pesar de todo, algo hermoso representado en ti. Que no seas para mí, tal vez me mate. Que yo me entregue a ti, me da la vida. Así que este dolor es un placer inevitable que no aplaca la causa que lo engendra. Porque quisiera que me amaras: pero si no te amo es que no existo. Tú eres mi sentimiento y, por eso, eres tú mi existencia. Que no puedas amarme me destruye; que yo te siga amando, me agiganta. Eres la fuerza que he buscado siempre: ahora sé que el miedo ya no existe.
Este amor que me da vida y no penas, como aprendí en los libros, nunca lo imaginé posible. Esta música que late en mi cerebro desde mi corazón no existe en los poetas. Pensar en ti llena de lluvia el mundo: lo fecunda. Tan grande es este amor que tal vez, si me amaras, no sentiría esta plenitud al respirar la luz cada mañana.
Así es como te amo: como si todos los amantes de la historia te amasen con mi cuerpo, como si fueses Eva para la Humanidad. Escúchame: te amo. Sé que puedes creer que no hay quien ame tanto, que todo es fingimiento: pero, puesto que nunca amé antes de amarte a ti, se me agolpa, en los labios, todo el amor no dado: recíbelo, a lo lejos, aunque lo creas palabras solamente.
Imagino, de pronto, que te observo leyendo estas palabras, como estando ante ti sin que me veas: y tus párpados tenues, tus pestañas de añil, tus ojos de topacio, tus azules hermosos, tus verdes restallantes, tu silencio abisal caen como una lágrima exhumante. Y en la pirámide del cielo se graban con cincel de cobalto tu corazón y el mío.
Tal vez existes para ser origen de esta carta de amor y has cumplido tu vida trayéndome la muerte al desdeñarme. Tú no sufras por mí, pues me cumplo en mis versos: si me hubieses amado, nada hubiese yo escrito. Y yo sería nadie. Así, soy un poema nacido de esos labios que no quieren besarme: ahora que te escondes con la carta en las manos, trémula por saber que muero (pero vivo) tan distante, con mi boca extasiada en la plegaria inútil, ahora, Mi Amada concebida, mira: me estás amando ahora como nunca lo harás ni hubieses hecho: con tus ojos me lees, con tus ojos me alumbras, con tus ojos me besas el corazón: lo que soy, lo que fui, lo que siempre seré: palabras y poemas: epitafios.
De sabios es observar en librerías qué piden los lectores para desechar los títulos más solicitados. En una sociedad en la que el factor común es la mediocridad es lógico que triunfe lo mediocre. El lector es libre, claro está, de "matar el tiempo" leyendo fruslerías. Sin embargo se olvida de que con ese tiempo muerto acelera el cadáver de su vida.
Más que títulos nuevos, consecuencia del negocio editorial en torno al ocio y no de la íntima necesidad de hallarse en la palabra, busco el libro que diga lo que no ha dicho otro sobre el hombre y su mundo. Tal divisa lectora, seguida desde décadas, reduce mi horizonte de hallazgos y cansa el de mis búsquedas. Pero me alimenta de más hambre para seguir buscando y huir tanto del conformismo como de la seudoinnovación.
Más que buenos o grandes poetas, hay grandes poemas.
En todo caso, tres poetas esenciales:
Fray Luis de León
Juan Ramón Jiménez
Pablo Neruda
Bio-bibliografía
Su poesía está recogida en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), 2009.
En 2011 han aparecido las antologías El mausoleo y los pájaros
y Devastaciones, sueños.
Su último título es La muerte universal. Cosmoagonías.
Huerga & Fierro, 2012.
Entre otros, ha obtenido el “Premio Fernando Rielo",
el "José Hierro ", el "Paul Beckett de la Fundación Valparaíso", el “Verón Gormaz” y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana.
Ha dirigido las colecciones Indicios, Alimentando lluvias
y Arca de relatos, además de la revista Algaria 0.
Lo seguí simplemente, sin cuidado ninguno. Disparé con solaz, como si cazase un antílope. ¿Para qué iba a preocuparme? Hubiese despertado las sospechas de un mundo que se siente culpable y necesita perdonarse asistiendo a culpabilidades mayores que las suyas. Cuando los noticiarios y otras fantasmagorías difundieron la noticia fui propuesto al Nobel del Fija, Limpia y Da Esplendor Universal por haber librado a la Sociedad Lectora de una pluma tan podredumbrosa que había engendrado tantos ciegos.
Dos pulsiones rigen la
existencia: eros y tánatos. El instinto de supervivencia nos lleva hacia el
coito continuo para que la vida no se extinga. Contrariamente, la muerte
elimina inexorablemente a los nacidos, con lo que la lucha entre eros y tánatos
se convierte en la violencia más sostenida, e inextinguible, de la Naturaleza.
Por razones de
convivencia social, cuando uno entre los muchos animales de La Tierra empezó a gobernarse por la conciencia, se castraron las libertades naturales del sexo y se reglamentaron
sus instintos, ya que difícilmente podría el recién nacido ser cuidado por sus
padres si estos, mediante el emparejamiento o matrimoniación, no se aseguraban
de tal paternidad. La sexualidad cinegética (coitamos porque lo exige nuestro instinto)
pasó a ser controlada; y su descontrol, perseguido por la sociedad.
Sin embargo, igual que la
vegetación exuberante es imparable en el Amazonas, el sexo es un río amazónico
en la selva social. De manera que los lances amorosos, los
extramatrimonialismos y erotismos liberales o libertinos se han ido sucediendo y excomulgando desde el origen de las civilizaciones para detener su erotómano
flujo. Lo cual no ha evitado que siempre haya habido un guadiánico río en la
vida y, por tanto, en las artes, que han dado fe del vigor y vigencia de tal
condición humana y animal.
Ovidio, Petrarca,
Sade … con metáforas y otros escondites, o sin ellos, lo han resaltado, como tantos otros, saltándose el tabú en que se había convertido. La castración de la
sexualidad produce monstruos, o visiones arcangélicas. Aberraciones y
paramisticismos. Porque la energía siempre se transforma en algo tangencial a
sí misma si se le impide su espontánea combustión.
Leamos el siguiente poema.
La fuente en la ceniza
Amo el temblor rosado de
tu boca
y el crepúsculo azul de
tu mirada.
Amo la luz carnal que te
ilumina
cuando te arrojas como
un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso
de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que
nos lubrica
y la erosión constante
de la piel.
Amo tu desenfreno y mi
arrebato
cuando, tendida, te
abres como un libro
y esplendes como un
saurio.
Amo tu lasitud y mi
abandono
tras el fulgor robado a
las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda
infinita
que late en nuestros
sexos.
La exaltación erótica del poema es evidente. Pertenece al libro Bajo
el signo de Eros.
El poema nos presenta dos cuerpos en lujuriosa
conversación apasionada. Nada procaz. Tal vez algún lector eche de menos, en estos
tiempos de bocazas, la ausencia de un lenguaje abrupto, burdas expresiones, léxico vulgar y tabernario...
acordes con el tema de la lascivia tratada por la poesía prostituida y
prostituta ¿Es por esteticismo…? Veamos de nuevo el poema:
La fuente
en la ceniza
Amo el temblor rosado
de tu boca
y el crepúsculo azul de
tu mirada.
Amo la luz carnal que
te ilumina
cuando te arrojas como
un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso
de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel
que nos lubrica
y la erosión constante de
la piel.
Amo tu desenfreno y mi
arrebato
cuando, tendida, te
abres como un libro
y esplendes como un
saurio.
Amo tu lasitud y mi
abandono
tras el fulgor robado a
las estrellas.
Amo la ardiente
búsqueda infinita
que late en nuestros
sexos.
El amo, con
su yo implícito, repetido anafóricamente 8 veces en sendas oraciones paralelas
por él encabezadas, arrastra buena parte del vocabulario hacia ese combate sin
violencia bélica que llamamos coito. El rojo carnal de amo asimila o contagia semánticamente buena parte del entorno léxico que le sigue.
Las expresiones “carnal”,
“puma”, “cuerpo ansioso”, “sudor que lubrica”,
“erosión de la piel”, “desenfreno”, “arrebato”, “te abres como un libro”,
"nuestros sexos"… dibujan la imagen explícita de la fricción de la carne, la devoción por la salacidad, la voraz devoración
mutua de la carnalidad…
Todo el
mundo sabe que semántica viene de semen: y ese fluido impregna los cuerpos como
un sudor erótico provocado por las incontinentes embestidas lujuriosas del ariete
en que se ha convertido amo. De modo
que la sensualidad sexual parece ser el único arbotante del poema. Helo aquí,
enrojecido en tal acepción:
La fuente en la ceniza
Amo el temblor
rosado de tu boca
y el crepúsculo azul
de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como
un puma alegre
sobre mi cuerpoansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que
nos lubrica
y la erosión constante de la
piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida,
te abres como un libro
y esplendes como un
saurio.
Amo tu lasitud y mi
abandono
tras el fulgor robado
a las estrellas.
Amo la ardiente
búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.
Sin embargo, acabado el trasiego lujurioso, lúbrico, libidinoso, lascivo, salaz, rijoso y
etcétera, los versos 11 y 12, plenos de lasitud posorgásmica tras el príapo y
mesalino esfuerzo, desembocan en un final que también explicita que la estridente cópula que se nos describe es la puerta para otra realidad intangible,
sublime e “infinita” a la que conduce el acto sexual. Hay quienes sienten un
destello irracional paradisíaco ante el mar, al contemplar el firmamento, al
extasiarse ante un dios... y también hay quienes se asoman a esa solemne y
oscura claridad cuando la carne reclama toda su materia e identidad, que no es
solo carnal (Don Quijote sintiendo a Dulcinea, por ejemplo, Amiel ante sus sublimaciones
innominadas…).
Si nos fijamos ahora, desde esta perspectiva, vemos que muchas palabras
abandonan su significado sexual o lo transfieren, o lo enriquecen, con una más
alta concupiscencia. El amo no es una mera invasión retórica, sino vislumbre de transfiguración. De la luz carnal hemos obviado su identidad de oxímoron, que sintetiza lo aparente o ancestralmente antitético: cuerpo / espíritu; la materia corpórea y carnal es realmente una luz que hemos pasado por alto y que ilumina otros elementos.El puma devorador es ahora un saurio esplendente. La luminosidad del piafar de los cuerpos se yergue hacia
otra dimensión cósmica, como indican el fulgor robado a las estrellas y la búsqueda infinita.
De manera que bien puede decirse que el poema no se reduce a ser una
exaltación de la carne y sus placeres, sino una invocación y celebración de lo
que hay tras ella o en ella. El amo ya no es solo un
mecanismo de insistencia, sino también de gradación: desde la pura materia
carnal hasta una sensualidad que trasciende la carnalidad, pasando por la
sublimación, el paramisticismo (*) y otros matices del caleidoscópico ente -invisible, inefable y otro largo etcétera- que hemos dado en llamar -aunque los nombres pocas veces
nombran, definen e identifican- Amor.
Cobra sentido así el dístico del autor: Sobre tu cuerpo escribo con mi cuerpo / el gran poema de la identidad. Y el final de otro poema: Mañana será amor lo que hoy es sexo.
La fuente en la ceniza
Amo el temblor rosado de tu boca
y el crepúsculo azul de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que nos lubrica
y la erosión constante de la piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida, te abres como un libro
y esplendes como un saurio.
Amo tu lasitud y mi abandono
tras el fulgor robado a las estrellas.
Amo la ardiente búsquedainfinita
que late en nuestros sexos.
Como he dicho, este poema pertenece
al libro Bajo el signo de Eros; y pudiera decirse que si no es central sí es
nuclear del resto de poemas. Una primera parte acoge figuras en el tiempo y en
movimiento, como breves cuentecillos tocados por la lujuria, el sarcasmo o el divertimento. Pero el libro deriva en estampas de otras figuras escorzadas y
pulidas por una creciente desolación. Tal vez sea tal sucesión y ambiguedad polisémica la que da templanza a la configuración del poema. Desde la mitología a la Historia, el arte
o la escritura, se suceden leves sonrisas y graves pesadumbres. Eros y tánatos
en una continua y desigual batalla en la que es el autor el que más pierde. En algún momento lo resumí así:
Siempre he sido esclavo de la
pluma: necesitaba su confesionalismo para liberarme de mí y abandonarme en
el folio. En los últimos tiempos parecía que un gran océano acumulado por la
voluntad y los libros escritos apaciguaba mi infierno.Por primera vez no necesitaba
escribir. Era dueño de la pluma. Me puse a jugar con ella, con la obtusa
intención de esbozar algunas fabulaciones, como un divertimento. Pero me
equivoqué: pronto la pluma reclamó su origen y fue olvidando su ludismo y recobrando su entidad de verdugo consolador: se
lanzó a trazar un conjunto en el que la tragedia triunfaba sobre cualquier sensualidad.
Bajo el signo de eros y tánatos, pues. Sirva La Celestina para ilustrar
ambas pulsiones: en la cita nocturna, Calixto cachea amorosamente a Melibea, quien,
aparentemente recatada pero más hija de nuestro tiempo, pregunta, falsamente melindrosa,
qué hace su enamorado con tanto estiramiento de sus ropas; y Calixto, bajo el
signo de Eros, le dice: “Señora, quien quiere comer el ave primero le quita las
plumas”. Finalmente, cuando, muerto Calixto, Melibea no encuentra razón sin él
para vivir, se suicida arrojándose desde la torre; y su padre, Pleberio, bajo
el signo de tánatos, grita: “¿Para quién fabriqué navíos? (léase futuros)”. ------------- (*) Parece evidente que cuando Teresa de Jesús describe su éxtasis como un ángel penetrándole el corazón con un dardo de oro no es ese órgano el tan concupiscentemente penetrado.
3 comentarios:
de sabiduría.
da dos veces.
Salud