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viernes, 6 de julio de 2012

MEMORIAL DEL AMOR (Incunables internéticos, III). Angélica Sevilla



Schubert: Inacabada

 













Ediciones Oniria









Colección
INCUNABLES INTERNÉTICOS
TÍTULO TERCERO

Memorial del Amor
de
Angélica Sevilla









En esta sección encontrará el lector algunos libros dados a conocer durante los primeros años de la aparición de la imprenta internética (cosa que no garantiza la nobleza de su calidad, como no la tenían muchos de los incunables gutenberguianos). Tal vez valga la pena su edición globerística por el hecho de ser difíciles de hallar en otras bibliotecas. Algunos son tan incunables que permanecen inéditos en cualquier medio que no sea el amanuense, el emailiano o el juglaresco.

No podemos disfrutar todos los libros con los cinco sentidos, pero sí con el sexto, que es el menos común: algunos nacen al margen de los públicos y eso los hace más minoritarios aún, bien por vocación ensimismatoria, bien por amor al arte, bien por misantropía. ¿Y qué editor invertiría en un libro que no fuese, también, un negocio?


La presente impresión es facsimilar del manuscrito de la mente, y consta de tantos ejemplares como el lector tenga a bien decidirse a ojear -siempre en edición princeps-.

Contra lo establecido por la Ley del Dinero, autor y editor conceden el permiso necesario para que el libro pueda ser copiado, convertido en pdf y transferido a cualquier lector electrónico.

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Memorial del amor
Angélica Sevilla


Copyright: Angélica Sevilla
Incunables Internéticos Editores
ISBN: Mientras mi vida fluye hacia la muerte
Printed en el Universo Globario

Eternidad Primera, S/N

Permitidas todas las reproducciones

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                Memorial del amor




Contenido

I.- Memorial del amor
Era yo el desencanto...
Inmersos en el templo...
Más dulce era tu voz...
Recuerda, tú recuerda...
Era de noche. El río...
A veces no recuerdo...
Fijos en mí tus ojos...
Aquel día tu muerte...
Porque te fuiste...
Toda la noche recogimos astros...
Nos dimos todo cuanto...
Ruinas son las que fueron monumentos...
Tú siempre defendiste el arte claro...
Comprendo ahora...
Se estremecen los besos...
Aquella noche, mientras los caballos...
Amanecía en nuestros corazones...
Ojos como los tuyos...
Se aproxima el invierno...
Nada perfuma la existencia...
Tienes el don del verbo...
Envidio a quienes creen...
Hoy he estado mirando...
La muerte de los dioses...
Cuando mueren aquellos...
Nada perdura...
¿Quién soy yo sino...


II.- La redención
Recensión 
Esta mañana de diciembre...
Sueño todos los días...   


 




         Leer texto completo >>
         Memorial del amor










                       I.- Memorial del amor

                              No me espanta mi amor sino tu pérdida.
                                                               (Aurora Dupin).                                                                                            

 






Era yo el desencanto, una tragedia inútil
cuando te conocí y volví a la vida.
Como si despertasen los orígenes
del tiempo azul y un alba sonrosada
amaneciese para mí de nuevo,
mi corazón volvió a reír.
Fuiste mi sortilegio, la estrategia
con que me redimía del destino.
En ti encontraba mi resurrección
y tú me recreabas cada día
como a una arcilla virgen
destinada a ser fuego,
clamor de una existencia inmarchitable.









5



Inmersos en el templo, y entre grises columnas
como oscuros barrotes que nos entrelazaban,
me hablabas de cariátides y dóricas empresas
que otros amantes vieron mucho antes que nosotros.
Quisimos desnudar de estrellas la alta noche
y trepar a la cima del cielo constelado
para agitar en ella banderas como besos.
Tus palabras decían misterios, derramaban
enigmas en el aire. Yo escuchaba el sonido
del pasado en tu boca vibrando igual que un pájaro
que no supiese dónde posar todo el paisaje
acumulado dentro de sus ojos.
Olimpos y trirremes, argonautas, centauros,
vasijas y corales fluían en anábasis
desbocada; y mi pecho, agitado ante tanta
catarata de oro, te ofrecía sus himnos
y escribía tu nombre en la oculta epopeya
que el amor y la noche, trovadores de sueños,
tejían para ti, héroe ya de mis días. 







6




Más dulce era tu voz cuando me hablabas
de la belleza de los manantiales
en la montaña, y de la lluvia bajo
los árboles de un bosque.
Nada hay más claro en la naturaleza
que la naturaleza misma de las cosas
desnudas y sencillas, me decías.
Me habías rescatado
de la ciudad inhóspita del mundo,
y no querías que volviese al láudano
de efímeros edenes.
Sumida en la ebriedad
del dolor, yo me había abandonado
a la desolación.
Me venció la agonía de estar viva
y sin hallar sentido a la existencia.
Pero llegaste tú
cabalgando tus sueños
y sembraste en mi invierno primaveras.








7



Recuerda, tú recuerda cuando entre las palomas
que arrullaban el sueño de Fray Luis
el aire detenía su aliento en el crepúsculo
y todo se aquietaba como un mar silencioso.
Allí, junto a la noche, recitabas a Horacio,
a Yepes y otras voces extasiadas
en la contemplación de la alta mansedumbre.
Acudían Aldana, Meléndez, y Teresa,
y tantos otros ecos de la luz
buscadores del alma de las cosas.
El verso estremecía
la piedra de la luna, que acuñaba
su ex libris sobre el cielo manuscrito
por tu voz y mi voz, salmodiadoras
de la belleza en el amanecer.
Luego tensaba el arco de Cupido
sus flechas y una música interior
nos devolvía al dulce Garcilaso.







8




Era de noche. El río de la pluma,
armonioso y sediento, se expandía
como un rumor al traducir los versos
en el silencio de la biblioteca.
Vencidos, los troyanos
cedían a la astucia y a la espada,
y el fragor ascendía hasta el cuaderno
donde rememorabas su epopeya.
Páginas adelante, yo escuchaba
el mar dentro del pecho lujurioso
de Circe y Odiseo. Un vendaval
brizó mi corazón y el tuyo; fuimos
arrastrados entre los anaqueles
igual que dos guerreros cuyas armas
fueran muerdos y besos.
Éramos, en aquel silencio oscuro,
argonautas del cuerpo, y encontramos
el alma en nuestro abrazo.
El ruido de los astros penetraba
como un bajel por la ventana abierta.
Nadie observó el prodigio, nadie vio
la transfiguración de aquel instante.
Y en aquella penumbra esplendorosa
regresamos al cauce de los libros,
donde Dido y Eneas esperaban,
contagiados tal vez de nuestro fuego,
para que nuestros ojos los unieran.









9


A veces no recuerdo si fui contigo o vas
conmigo en la mañana solitaria,
contando nubes, descubriendo naves
que el horizonte acerca entre las dunas de agua,
o mirando en los templos vidrieras que parecen
viejos escaparates de los cielos
o, tal vez, cuando hallamos, sorprendidos,
pequeños palafitos sobre el Tormes,
bajo el romano puente,
torres de catedrales, verdes álamos,
tantos rostros de la naturaleza
que fuimos encontrando cuando éramos felices
y el mundo era una casa
que llamábamos nuestra.







10




Fijos en mí tus ojos se quedaron
cuando la muerte te abrazó, de pronto,
y te hundiste en la nada.
Dulce melancolía
la del otoño y las gaviotas tristes
como tristes pañuelos en la tarde
despidiendo los barcos,
clamando a las estrellas.

La derramada lluvia, entre la bruma,
pareció levitar por un instante,
como si pretendiese
detener el ocaso y su fulgor,
dibujar tu silueta
y elevarla entre las constelaciones
que la noche traería,
tal vez para que yo pudiera hallarte
cuando, desorientada,
necesitara luz en mis tinieblas.






11



Aquel día tu muerte te sepultó en mi vida
y te sembró en mi pecho: yo soy tu sepultura.
A fuerza de abrazarnos tantas veces,
has crecido en mi carne
y sólo soy la efigie de un recuerdo,
una estatua erigida en tu memoria
en este atardecer en que no estás
y me dejas desnuda frente al tiempo.
No hay amor que no duela más que el placer 
                                                 / que otorga,
y eso me queda hoy: tu imagen renacida
fluyendo interminable
como un manantial fértil que deja un surco estéril.







12






Porque te fuiste sin poder decirme
siquiera un dulce adiós, pongo en tus labios,
a veces, las palabras que quisiera
haberte oído. Y suenan despedidas
nobles como la noche,
mientras de nuestro abrazo se separan,
como la uña de la carne, cuerpos
dolientes, y oigo
gemir a Héctor y Andrómaca,
plañir a Hero y Leandro,
a cuantos castigó la suerte adversa
dividiendo su ser en dos mitades
que eran tan sólo un alma.
Me he convertido en una isla desierta
rodeada de duendes y naufragios.
Y sé que nunca volverás a mí
porque nadie regresa de la muerte.







13




Toda la noche recogimos astros
mientras el firmamento caminaba
alrededor de nuestros ojos, y eran
ramilletes de sueños
los que aromaban nuestro corazón.

El olor de la tierra entretejía
el universo en nuestra carne, ungiendo
un cosmos constelado en cada beso.

Cuánta belleza es el recuerdo dulce
de lo que, mientras dura, es inmortal.

La dicha es el lugar al que llegamos
cuando la suavidad de la memoria
olvida cuanto no pudimos ser.






14







Nos dimos todo cuanto pueden darse
quienes quieren ser dioses para el otro,
 y construimos tantos paraísos
que se transfiguraron nuestros cuerpos
en materia inmortal.
                                “Soy un fragmento
del cosmos, y jamás podré morir
porque la muerte es otro nacimiento;
pronto seré una estrella”.
Como ofrendas del alma, nos decíamos
en mitad del amor susurros, sueños.
Y miro el alto cielo cada noche,
ahora, con los ojos enredados
entre los astros por si reconozco
tu mirada diciendo que me esperas.
           






15
           




              Ruinas son las que fueron monumento 
     de la memoria alzada a la belleza,
  tumba y ceniza el fuego y la oquedad
  que aquella tarde nos brindó la lluvia.
La piedra rota y la marchita hoguera
  no recuerdan la historia de una noche
  en la que se encendieron nuestros cuerpos
  bajo el agua celeste que inflamaba
  el furor del abrazo.
                                      Miro ahora
  la tierra gris, las hojas calcinadas,
  y sé que ahí yacen nuestros sueños rotos,
  en la silueta que grabó el amor
  como un bajorrelieve sobre el tiempo.
  No escucho las palabras susurradas
  ni brilla aquel fulgor.
                                      Pero quisiera
  desesperadamente haber sabido
  que la felicidad consiste sólo
  en vivir cada instante como si fuera el último.







16





Comprendo ahora que debí arrancarte
de mí, igual que una serpiente
abandona su piel para seguir creciendo
libre de la que fue
y renacer siendo la misma en otra.
Te fui dejando en los arroyos claros
y en las palomas, en los albañales,
en los caminos, en los viajes, mapas,
cartas y libros,  entre cuantas cosas
tocaba o despedía para huir
de tu presencia amante y dolorida.
Pero el amor es frágil y no supe
decirte adiós, quedarme en otros brazos
en los que te busqué y de los que huí;
no conseguí volver a ser quien era
antes de que tus manos y tu voz
me hicieran como soy, como aún anhelo
seguir siendo, pues tú me descubriste
que la luz está dentro de nosotros.







17





Se estremecen los besos en mi piel
y ruedan, ya marchitos, como tristes
cadáveres nacidos de unos labios
con los que enajenaba soledades,
indefensiones y ansias. Las palomas
que embriagaban mi cuerpo en el crepúsculo
quedaron en la esquina de la noche,
y pertenecen ahora a tantas cosas
como creía amar, en un instante
en el que hallaba un dios que me invitaba
a soñar, a vivir una existencia
ajena al desengaño, aunque después
sólo desolación y oscuridad
quedó a mi alrededor. Y la esperanza
de conquistar los sueños muere lenta,
cada día más lentamente muere
envuelta en el fragor de los anhelos,
herida por la urdimbre del fracaso
que se acumula, un día tras de otro,
sobre mi corazón riente, uncido
a un edén que tal vez  nunca regrese.






18





Aquella noche, mientras los caballos
piafaban bajo el rayo y la tormenta,
burlamos centinelas y murallas
y al fin huimos del castillo aquel.
Después de tanta ausencia y tanta cárcel
llegamos por senderos y colinas,
lejos de intrigas y separaciones,
hasta el lago apacible, bajo el cielo;
y el anhelado abrazo nos unió
para siempre y sin tiempo.
                                            Eternidad
que siento cada día hasta que el gozne
de la puerta herrumbrosa me despierta
y me veo llorando ante tu tumba.







19





Amanecía en nuestros corazones
un universo nuevo:
                                 la felicidad,
ese país lejano, se acercaba,
y en medio de tan claro sortilegio
éramos sus estrellas más brillantes.
“Un himno melodioso rige el orbe,
la perfección es infinita, somos
fragmentos de una urdimbre luminosa
que nos conduce hacia la luz”, dijiste.
De pronto anocheció en tu sangre y fue
como un eclipse astral, una invasión
oscura. Me dejaste
sola frente al umbral del resplandor.
Al despertar de aquella muerte dije:
el mundo no es un cosmos sino un caos,
el equilibrio universal no existe,
el corazón no tiende a la armonía.
Somos demiurgos de nuestros infiernos.






20





Ojos como los tuyos los he visto,
amor, en esta tarde junto al río.
Cauces de luz dejaban en los álamos,
mientras el viento deshojaba estrellas.
Y ha caído la noche, y me mirabas
desde todos los ojos de la noche,
porque naces allí donde yo miro
y todo me devuelve tu mirada.
Sólo quien sabe amar se transfigura.


           





           
21






  Se aproxima el invierno con sus pétalos fríos.
  Por las noches escucho al lobo hendir
  las tinieblas. El viento trae la brisa
  del alejado mar. Tu nombre eleva
  torres y talismanes que crecen en mis ojos.
  Las estrellas diluyen su fulgor en mi alma
  y un diamante de enhebro estriado por jazmines
  florece entre mis dedos, junto a las caracolas
  que entonaban su música cuando le preguntábamos
  al Tiempo qué sería de nosotros.







22






Nada perfuma la existencia como
los aromas de la felicidad
entrevista o soñada, pues la dicha
es la creencia de que ha de llegarnos
según la dibujaron nuestras ansias.
Un pálpito escuché llegar un día
hasta mi corazón, y lo sentí
concertado a mi alma. Caminamos
cogidos de la mano y conocimos
el tiempo fértil y el amor hermoso.
Cuántos sueños forjamos y con cuánta
placidez fecundamos el futuro.
Después derribó el tiempo sus murallas
y entre las ruinas apresó tu nombre.








23








Hoy he estado mirando tus grandes ojos claros,
tan claros que parecen transparentar tu alma,
tan verdes, tan azules, como si el mar hubiese
amado sus pupilas con dos besos de agua.
Y la cadencia triste de tus ojos
la amé tan hondamente como aman el dolor
los espíritus dulces de atormentadas vidas
a quienes siempre mana nostalgia el corazón.
Mirando tu sonrisa tan clara, como un beso
perdido en el camino de la alegría al llanto,
fue mi melancolía quien soñó
que el tiempo regresaba hacia nosotros.
Pero me desperté y supe, doliente,
que no sabe soñar la muerte y nunca
despertará para que tú regreses.







24






Envidio a quienes creen que hay un lago apacible
en el que desembocan las aguas de la vida
para saciar la mutua sed de aquellos que mueren
sin haber satisfecho su amor en cuanto amaron.
Mucho me gustaría despertar de la muerte
y encontrarte inmortal, para siempre a mí unido.
Pero diera gustosa tan dulce eternidad
si pudiese volver a los días aquellos
en que la dicha era un hallazgo sin búsqueda,
un gozo sin conciencia de que todo se acaba.
En aquel mundo plácido sin eterno retorno
no existía la muerte ni existían más dioses
que los que cada uno, inocente y feliz,
arrancaba en el alma y en el cuerpo del otro.







25





La muerte de los dioses nos dejó
fríos infiernos en donde hubo cielos,
y la íntima hecatombe nos empuja
a ordenar nuestras ruinas.
Cava su túnel la melancolía
y nos hace sentir
que vivir es un duelo con la muerte
y morir la derrota más ansiada.
¿Qué fue de tanto edén y tanta fe
que nos transfiguraban la existencia
y convertían en volcán la vida?
¿Y la gravitación emocional
que juntaba los cuerpos y las almas
con el vigor de las constelaciones?
¿Sólo hay fuego, ceniza y sueños rotos?
¿Es la nada la arcilla que nos forja?
¿Será el amor el solo dios que queda
cuando mueren los dioses?
¿Y si muere el amor, qué manantial
saciará nuestra sed?






26






Cuando mueren aquellos por los que moriríamos,
un inmenso sepulcro se abre en nuestro pecho
y enterramos la vida como a un cadáver triste
que cuelga de nosotros insistente.
Siempre decías que vivir es sólo
tratar de recordar otra existencia
en la que fuimos todo cuanto queremos ser,
porque la muerte es una puerta ignota
tras la que abandonamos los recuerdos.
Tú que alumbraste mis marchitos ojos
y le diste razón a mi existencia,
vuelve un instante y dime que aún es tiempo
de entregarme a la vida y no a la muerte.









27




Nada perdura. Mueren las estrellas.
Los amantes se olvidan o se tornan ceniza.
Las glorias enmudecen, y tortura el fracaso.
La belleza es efímera; y su gozo, fugaz.
Sólo por ser pasado se convierten
en nostalgia las cosas;
y tan sólo nos queda la memoria,
falso palacio y vivo cementerio
de lo que fuimos y quisimos ser.
Todo cuanto anhelamos lo devora la tierra.
Todo zozobra y cae, y todo es un naufragio.
Las hojas se marchitan igual que sueños rotos
y el mundo de los vivos nos recuerda a los muertos.
De nada sirve hallar consuelo en dioses
o en transfiguraciones de esta vida,
pues todo es podredumbre tras la muerte.
Y tampoco llorar vale de nada:
las lágrimas se funden con la lluvia
en el diluvio universal del llanto.
No existen paraísos, sólo infiernos.
Y la escritura es siempre un mausoleo.
En el último instante, en todo instante,
el corazón se abraza a la existencia
y quiere seguir siendo
cuanto fue, cuanto es, cuanto no ha sido.






28






 

 

                          II.- La redención


                 Me libero de mí para ser yo.
                                          (Jane Austen)












           

29



Recensión



1
Recuerdo. Eran los días de la infancia
y el otoño dejaba su tristeza
en los ojos. Llovía eternamente
dentro del corazón y eran los pájaros
promesas de los sueños. En el mar
crecían esperanzas que los vientos
hundían a lo lejos. El naufragio
de la vida esparcía su oleaje
alrededor del mundo, y en la noche
el dolor asediaba con más furia.
Y todo estaba oscuro.

Recuerdo. Era una niña
ensimismada frente a la amargura.
Cada mañana, el sol
le negaba su luz y sus antorchas.
Ansiaba comprender y no entendió.
Bajo su frente todo eran preguntas
sin respuesta, maduras soledades.
En el baúl del ansia guarda besos
y talismanes contra las heridas.

Recuerdo. Aquella niña
emerge de las hojas del otoño
mientras crecen la lluvia y la tristeza.

2
Quien busca luz encuentra soledad.
Yo caminaba hacia la primavera
sin hallarla. Alzaba entre los árboles
refugios y castillos,
trincheras contra el miedo.
Huía del invierno igual que un lago
esconde su quietud lejos del río.
En aquel aislamiento,
donde la oscuridad hizo su nido,
sembré estrellas, canciones,
semillas de la luz y la alegría.
Alrededor brotaban crisantemos,
yedras de luto y sangre.
Era mi corazón una elegía.
La memoria resume la conciencia
y somos lo que ordena.
Todo a mi alrededor era un naufragio.
Pasó el río y la edad siguió su curso
con su cascada de dolor  y espanto.
Cuanto quise vivir es mi otra vida.

3
Llegaste entonces tú, la claridad.
Como una profecía, las palomas
agitaban el cielo.
Los manantiales dieron a su cauce
lirios y risas, pétalos de vida.
El horizonte se incendió de pronto
como un torrente de diafanidad.
Una música azul batió el paisaje
igual que un cascabel suena en el alma.
Sostenida por ti,
planté diamantes y resurrecciones,
presagios de la dicha.
Tus manos se adentraron en mi pecho
y calmaron el ansia.
Pusiste la armonía ante mis ojos
y el tiempo se detuvo entre tus labios.
Junto a tu cuerpo conocí la tierra.
Todo cuanto viví vive conmigo.

4
De la memoria surge la existencia,
de los anhelos que transfiguramos.
Así, yo soy aquella que te amó
y resucita cuando te pronuncia.
Aquí estás y allí soy, juntos el tiempo
creado y redimido.
No vienen las gaviotas del pasado
a cerrarme los ojos.
No estoy dormida sobre tu cintura
en aquella mañana entre los brezos,
sino que la mañana inunda ahora
cada instante del día cada día
y me ilumina con su pervivencia.
Llegan las olas, traen
hasta mi piel el mar
que jadeaba con nuestros susurros.
Mira la rosa cómo escancia aromas
para quien no se embriaga de hermosura.
De la memoria brota la verdad.







                                          30



Esta mañana de diciembre, como
todos los días nace el universo
una vez más, menos para tus ojos.
Los árboles, el viento, los murmullos
de la ciudad, el campo y las montañas
existen en el tiempo como si
nada hubiera ocurrido. Yo contemplo
la vida y me enamoro de las cosas
para que tú las sientas cuando siento
el perfume, el sonido, el vendaval.
Lleno mi corazón de cuanto existe
e imito en ello a la naturaleza
sorbiendo la alegría, desterrando
la tristeza ante lo irrecuperable.
Quiero trenzar una guirnalda hermosa
con tus recuerdos, y sembrar jazmines,
ya nunca más cipreses. La existencia
es un vergel, y cuando se marchitan
sus rosas otras flores lo renuevan.








 



                                          31





Sueño todos los días que vagamos


por la pradera mágica del cielo


y hallamos manantiales y sonrisas.


Un corcel atraviesa el horizonte


cargado de amapolas


azules, crisantemos


y estrellas derrotadas; y su trote


suena en el corazón como un presagio.


Tú caes de repente en las tinieblas


y dejas en mis manos un murmullo


de hermosas profecías


que nunca han de cumplirse;


yo quedo en la penumbra, ángel caído


desde los paraísos de tus ojos,


condenada al silencio, la nostalgia


y la desolación.


La tierra abre su abismo


como una sepultura que me espera.


Pero pienso en tus labios,


en tu voz luminosa,


y decido ser tú, sembrar tu voluntad


entre mis desalientos.


Si  todo cuanto fui se fue contigo,


también cuanto eras tú perdura en mí.


Y te reconstruiré para salvarme.



  




 


                                                  32