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martes, 3 de julio de 2012

Las auténticas aulas (La péñola parlante, XVII)


Nuestra buena o mala educación -cultural y social- está marcada por las personalidades relevantes de nuestro alrededor, cuyo modelo seguimos desde el instante mismo en que nacemos: familiares, vecinos, conocidos; es decir: hogar, sociedad, centro educativo. Ellos nos adiestran directa o indirectamente y determinan nuestra conducta ante las diferentes situaciones y circunstancias.
Si en alguien puede resumirse esa serie de personas y personajes es en los padres, custodios físicos y síquicos de la infancia en su trayecto hacia la edad adulta. El padre da lo que es, lo que ha sido y lo que quiere ser al hijo, quien repetirá, con matices, su proceder legándolo también a sus hijos.
En esta progresiva descendencia y heredad, un vecindario se constituye en la escuela autóctona y más poderosa, siéndolo aún más, por el mismo contagio, la ciudad y el Estado. Con lo que podemos deducir que son los padres de la familia y de la ciudadanía los verdaderos maestros de la educación: padre genético, padre social, padre político. El colmo de este planeta de los simios ex-simios llega cuando consideramos su transformación en aldea global.
De todo lo cual se deriva igualmente que el profesorado del colegio, el instituto o la universidad poco tiene que ver con la personalidad del estudiante como individuo, puesto que, aunque los profesores ayudan a pulir el carácter y la objetividad, en ningún modo pueden competir tres o cuatro horas docentes semanales por asignatura con las 50 horas más o menos indecentes o libertinas en la calle o ante el televisor, que, si nunca son ejemplares, siempre son tomadas como ejemplo por el adolescente.


(Ejemplo: pregúntese mi vecino por qué permite que sus hijos vuelvan -casi todos los fines de semana del año- de madrugada, borrachos, canuteados y escandalosos; pregúntese Rajoy, por ejemplo, por qué cada día se permite decir impunemente diego donde dijo digo); pregúntese el profesor por qué se cansa antes de tiempo de estimular a sus alumnos por mucho que sepa que ningún estímulo hará que cambie la visión del mundo aprendida en su hogar, vecindad, sociedad, globalidad).