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miércoles, 25 de julio de 2012

De justicias y abortos (La péñola parlante, XVIII)



Bertolt Brecht

Cuando un grupo social de raíces fanáticas consigue democráticamente la mayoría parlamentaria suele caer en la tentación de olvidar que el ciudadano eligió en las urnas a quienes creía que iban a representarlo y no a quienes podían utilizar su voto para representarse a sí mismos.

Un ejemplo poco ejemplar es el del ministro (= administrador) de Justicia: iluminado por el catolicismo más fanático y divino, considera que todos tenemos los mismos derechos, entre ellos el derecho a sufrir: y extiende ese derecho a los aún no nacidos. Considera inexorablemente justo y necesario obligar a nacer a un ciudadano que probablemente pedirá la eutanasia para liberarse de los sufrimientos que atenazan su vida porque a su madre se le impidió un aborto responsable. Ni siquiera piensa el tal ministro invasor de la intimidad que también causará dolor a padres y familias; y tampoco tendrá en cuenta que las arcas del Estado (que "soy yo", pensará) tendrán que gastar más en cubrir las necesidades del incremento de la población y sus enfermedades añadidas por condenar a proseguir un embarazo desaconsejado por la Medicina. Tal vez el sabio Administrador de tan justa Justicia se rija por el democrático eslogan de "ahora, además de ser machos, somos muchos". O quizá crea que es el mono el que procede del hombre, puesto que tan prensilmente se aferra a la razón inquisitorial de que la fe debe prevalecer sobre la ciencia.

Todo el fundamento "legislativo" de la fe del santo Administrador es este: Dios da la vida y esta es sagrada; el Estado  debe ser el garante de esa vida. Por tanto, el Estado debe defender al más débil contra sus enemigos, condenando de antemano al presunto asesino.

Ahora bien: A) la ciencia demuestra que no hay existencia humana hasta que no hay conciencia. B) La premamá (los prepapás) no es una asesina, sino una previsora. C) Así que es el tutor del naciente quien decide sobre sí mismo y su futuro. Entonces: ¿por qué decretazo de qué divinidad el Estado se confiere el papel de tutor usurpando la del verdadero? 

Ciertamente poco tiene que ver el Partido Popular que prometía hace unos meses con el impopular partido que hoy ejecuta o malversa sus promesas. Pero lo que más extraña no son esos cambios de rumbo en aquellos que carecen de carta de navegación y van a la deriva, sino qué vieron los marineros en ellos para elegirlos como rumbosos capitanes de navío. No parece, al menos cuando muestran su oratoria públicamente, que Rajoy, Cospedal y similares luzcan un cociente intelectual embriagador ni una personalidad cautivadora. Y uno se pregunta cómo semejantes efluvios de la inteligencia y la estrategia llegaron a ser quienes parecen ser, y a ostentar los cargos por los que tan mileuristamente cobran. La respuesta es esta: fueron elegidos. Lo que lleva a otra pregunta más terrible: ¿por qué criterios se rige el ciudadano cuando elige?

La última pregunta -que es a su vez respuesta conclusiva- todavía es más desoladora: ¿Acaso hay en la Oposición competidores que dignifiquen la política?